Los paraguas de Cherburgo
Sinopsis de la película
Geneviève es una joven que vive con su madre y le ayuda en la tienda de paraguas que tienen en Cherburgo. Está enamorada de Guy, un joven mecánico, con el que piensa casarse a pesar de la oposición de su madre, que considera a Geneviève demasiado joven y a Guy demasiado pobre. Para pagar una deuda, la madre se ve obligada a vender un collar a un rico joyero que se enamora de Geneviève desde el primer momento. Mientras tanto, Guy tendrá que ausentarse dos años para ir a Argelia a hacer el servicio militar.
Detalles de la película
- Titulo Original: Les Parapluies de Cherbourg
- Año: 1964
- Duración: 88
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Opinión de la crítica
Película
7.3
75 valoraciones en total
Jacques Demy rodaba en 1964 su tercer largometraje, Los paraguas de Cherburgo. Revolucionaria en su momento, constituyó un experimento que Demy catalogó de Cine-Música, sin ningún referente anterior ni posterior en la historia del cine. Con todos los diálogos -absolutamente todos- cantados, Los paraguas de Cherburgo es un film que se adentra en un terreno extremadamente resbaladizo. Transitando permanentemente por el filo de la navaja, y con el peligro de caer fácilmente en la más absoluta cursilería, milagrosamente no lo hizo. Historia de amor, de un intenso y fatalista romanticismo, con un esquema solo en apariencia clásico, sin embargo Demy la reconduce y explora con acierto temas como el del destino, de las historias truncadas, y de las segundas oportunidades, con un cierto atisbo para la esperanza, no exenta de amargura, por lo que pudo haber sido y que por circunstancias del destino no pudo ser.
Convertida en una película de culto y en una de las cumbres del cine romántico de todos los tiempos, vista hoy, permanece como una experiencia única capaz todavía de emocionarnos y de tocar las fibras más sensibles y profundas de nuestro corazón. Con una inteligente utilización dramática del tratamiento cromático del film, y una brillante partitura que pivota alrededor del bellísimo tema de amor de M. Legrand, Los paraguas de Cherburgo cuenta sin embargo con uno de los finales más duros, amargos y contundentes que uno recuerda haber visto en una pantalla de cine, amen de lanzar al estrellato a una jovencísima C. Deneuve, el resto ya es historia.
Francesc Chico Jaimejuan
Barcelona 30 de septiembre de 2005
Aún siendo admirador del genuino musical americano, Jacques Demy filmó este musical alejado del clasicismo yanqui, entre otros motivos, porque sería inútil imitarlos (Donen, Minelli, Cukor), lo que no es menos cierto son sus claras influencias. De tal forma, y ahí reside su pervivencia, la originalidad que este maravilloso film nos brinda, y es que no incluye números donde se canta o baila, sino que todo el film es un discurso uniforme e indivisible, más cercano a la ópera que al propio musical ortodoxo. No existe tránsito del diálogo hablado a la música y las canciones y viceversa, todos los personajes se expresan siempre cantando, a través de un recitativo, que se sitúa entre la palabra hablada y el canto propiamente dicho que facilita la escapada al mundo del ensueño, la pesía y la fantasía que debe tener todo musical.
Todo ello contribuye a la sublimación de la vida cotidiana: las relaciones sentimentales entre un pobre mecánico y una joven de familia bien venida a menos a los que el destino les tiene preparado mucho desengaño. La expresión suprema de unas vidas rabiosamente próximas y reconocibles. La trama está dividida en tres actos, como una obra escénica: La partida, la ausencia y el regreso. Su localización es una húmeda y gris Cherburgo al que el director llena de luz y colores pastel, fotografía siempre muy cuidada. La viuda Emery (Anne Vernon), regenta una tienda de paraguas en compañía de su hija Geneviéve (una cautivadora Catherine Deneuve) enamorada de Guy (Nino Castelnuovo) que vive con su madrina enferma, de quien cuida la joven Madelaine (Ellen Farme). Rodada con unos magistrales decorados por su elegante diseño y por las inolvidables melodías archiconocidas de Michael Legrand que forman parte de la historia del cine.
Pese a que el género musical no siempre fue aceptado por todos, incluso algunos lo califican de cursi, quizás por falta de sensibilidad, diría yo, éste film posee la magia de lo onírico, con escenas seductoras por su belleza plástica que Demy filma con una caligrafía de poema visual. Y qué es el cine, sino sueño y fantasía entre otras muchas sensaciones. Imperecedero musical de exigencia creadora, pasión arrebatadora, goza de la cadencia en cada paso y movimiento de sus personajes, obra delicada, sensual, romántica y realista sin dejar de ser fascinante. Todas sus virtudes constituyen una obra maestra del musical que el tiempo le continuará haciendo justicia.
Escrita y dirigida por Jacques Demy, rinde homenaje a los musicales de Stanley Donen y Vincente Minnelli y a la pintura sensual y de colores puros de Henri Matisse. Se rodó casi integramente en Cherburgo en el verano de 1963. Obtuvo 5 nominacios a los Oscar. Ganó la Palma de oro de Cannes, el premio Louis Delluc (actriz) y otros. Fue producida por Mag Bodard y se estrenó el 19-II-1996 (Francia).
La acción tiene lugar en la villa portuaria de Cherburgo entre noviembre de 1957 y junio de 1959, con un epílogo en la Nochebuena de 1963. Narra la historia de Genevieve Emery (Catherine Deneuve), de 16/17 años, soñadora y romántica, que se enamora de Guy Faucher (Nino Castelnuovo), de 20 años, mecánico, de carácter espontáneo, distraído y poco previsor. Ella trabaja en la tienda de paraguas de su madre, llamada Les parapluies de Cherbourg , y él en un taller de reparación de coches. El romance se ve interrumpido cuando Guy es llamado a filas y destinado durante 24 meses a Argelia.
La película está pensada como un drama romántico musical, integramente cantado, que forma parte de las obras más genuinas de la Nouvelle Vague. Está realizada como una ópera pop, que incorpora los postulados estético del momento. Glosa cuatro ideas centrales: no todas las historias de la vida real tienen final feliz, el azar es importante y juega caprichosamente con las personas, los sueños de juventud son frágiles y el destino ofrece segundas oportunidades, mejores o peores que las primeras. Las palabras no bastan para expresar las emociones fuertes que depara la vida. Por ello es necesario recurrir a la música, el baile, el ensueño y la fantasía. La acción se desarrolla en un mundo mágico, irreal, artificioso y fascinante, puesto al servicio de la expresión de la realidad. Merecen atención espedial la escena inicial de un picado cenital sobre el empedrado del puerto de Cherburgo mientras la lluvia arrecia sobre los paraguas de colores diversos que se mueven en distintas direcciones dentro del cuadro escénico hasta que algunos se detienen en hilera para salvar el paso de una madre con un cochecito de bebé, la despedida en la estación del tren y la escena en la estación de servicio, amarga, triste y dolorosa.
La música contiene melodías que evocan la alegría de los enamorados y la melancolía de la separación. Sobre una textura jazzística, ofrece canciones memorables, como Je tattendrai (motivo central del film) y Je ne pouvrai jamais vivre sans toi , considerada por algunos una de las 50 canciones originales más destacadas del cine. La fotografía mueve la cámara con espectacularidad y se apoya en decorados de Bernard Evein, de gran fuerza visual y cromatismo irreal. El guión explica una historia romántica sencilla, de referencias cotidianas y provincianas. Usa numerosas elipsis, que elevan el tono del relato. La interpretación de Deneuve trasmite emoción y ternura. La dirección crea un mundo de ensueño, sincero y libre de sentimentalismos.
Lo admito, a veces me gusta lo cursi. No lo cursi al estilo de bodas pastelosas (de hecho, si me casara preferiría hacerlo con ropa sencilla y con una celebración sencilla, detesto los saraos multitudinarios) o ir vestida como una caja de bombones con lacitos. Ni vestiría a mis hipotéticos hijos con prendas que parezcan sacadas de las crónicas de sociedad de la prensa rosa.
Cierto, este musical es cursi. Pero lo es de una manera encantadora, placentera de seguir, de contemplar, de escuchar. No es un musical al uso de ésos en los que de cuando en cuando van intercalando pesadas canciones sin venir mucho a cuento. Porque la maestría de Los paraguas de Cherburgo radica en que la música (hermosísima, romántica, delicada e inolvidable) está presente en todo el metraje como un elemento sustancial, y que cada frase pronunciada por cada personaje posee una musicalidad espontánea, sin alterar ni distorsionar la naturalidad de los diálogos. Todos cantan de principio a fin, pero lo hacen de manera agradable para el oído y para el temple de los espectadores, incluso de aquéllos no muy aficionados a este género.
La trama central, universal y de sobra conocida por todo el que ha vivido y observado los compases del amor, se saborea y se digiere con la suavidad y la dulzura de un caramelo de ésos que intentamos prolongar sobre la lengua, o el placer de un trocito de chocolate que se va derritiendo lentamente.
Preciosa historia repleta de colorido, elegancia, buen gusto, delicadeza y belleza, que nos habla de las huellas del primer amor, de la inocencia y la fuerza de ese sentimiento estrenado, del sufrimiento provocado por la separación, del olvido causado por el sinsabor y la distancia, del desengaño… Esos amores primerizos que marcan a fuego y que dejan sus secuelas para siempre. Pero la vida sigue… Y no hay mal que cien años dure.
Lindísima Catherine Deneuve, guapísimas actrices secundarias (la madre de Geneviève y Madeleine), dignos, atractivos y conmovedores también los intérpretes masculinos… Todos llevan sus papeles con una mezcla de gracia y sentimiento que conmueve. Todos superan con elevada nota la dificultad de no caer en el ridículo, pues no es fácil pasarse una película entera cantando sin parecer bobo o artificial.
Qué puesta en escena tan bonita. Qué combinación de colores (el papel de las paredes a juego con los vestidos de las mujeres… Un recurso tremendamente cursi pero que en esta película entra por los ojos sin dar grima), qué vestuario, qué decorados… Todo el conjunto parece ideado para deleitar la vista. Qué visión tan romántica de Cherburgo, con esas calles empedradas, sus casas coloridas, y sus tiendas con aspecto venerable.
Canto al amor
para decir que ahora que te he encontrado
todo es sol y camino
que quiero cantar .
(Traducción de Canto l amor de Lluis Llach).
Parte I: La partida.
Geneviève y Guy son dos jóvenes tortolitos que se pasan el día cantándose que se aman. Viven en un mundo de colorines, bello, alegre, maravilloso, donde la lluvia no es más que una excusa para acurrucarse en un paraguas cherburguiano de color pastel mientras hablan de planes de boda y de sus futuros hijos.
Pero el destino frustra sus sueños cuando él debe marchar al servicio militar en Argelia. Desesperados, se juran amor eterno, y, entre lágrimas, prometen esperar a su reencuentro.
Cuando se es joven, dos años es una eternidad.
Parte II: La ausencia.
Geneviève está sola. Los colores se vuelven chillones y amenazan con ahogar la esperanza de la joven. Porque cuando te mueres de amor, la enfermedad te debilita con la rapidez del fuego que te quemaba al principio, cuando reinaba la felicidad.
Roland es un buen hombre. Quiere a Geneviève con todas sus circunstancias, y quiere cuidarla. Maman, madame Emery, es ligeramente ridícula, pero en el fondo quiere que su hija sea feliz.
La vida es la que manda, y se vive día a día.
Parte III: El regreso
Los colores destiñen, y se vuelve sucios y lóbregos. Guy está triste, melancólico, amargado, y el paso del tiempo se ha detenido sobre su persona. Cada rincón, cada bar, cada estación de tren le recuerda a su amada.
Madeleine es una buena chica, que desea compartir su vida con él. Una vida apacible y tranquila.
La aceptación de la realidad es inevitable.
* Lentamente llegamos al final.
Es difícil comprender cómo una película como ésta puede ser tan bella. Pastelosa y cursi, rozando lo hortera, pero es difícil no dejarse conquistar por esta historia de amor tan corriente, tan tópica, que precisamente te enamora por eso, nacida de la suma de un guión sin fisuras y un trabajo musical de Michel Legrand impecable.
Bravo por Jacques Demy, por arriesgarse, y por reflejar las vivencias de la gente corriente. Por saber dirigir a la perfección, manteniéndote dentro todo el metraje. Por saber combinar los trajes con las paredes del decorado.
Por llenar de color un mundo gris. Tengo ganas de tararear.