Los músicos de Gion
Sinopsis de la película
La joven y bella Eiko ha ido a refugiarse a un barrio de Kioto, a casa de Miyoharu, una geisha con muy buena reputación de la que Eiko quiere aprender. Ambas se hacen inseparables, pero una noche Eiko muerde a un cliente y las dos deben abandonar el barrio.
Detalles de la película
- Titulo Original: Gion bayashi
- Año: 1953
- Duración: 85
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Opinión de la crítica
Película
7.7
60 valoraciones en total
Otra gran película de Mizoguchi, con un ritmo más ameno que el de sus primeras películas que discurren, quizás, con una excesiva lentitud.
Es muy interesante ver como se cuenta la vida de las geishas desde un punto de vista diferente al del cine estadounidense, que sobre ese tema (y otros muchos) sólo habla desde los tópicos, sino desde el punto de vista de alguien (Kenji Mizoguchi) con una hermana geisha y que tuvo contacto con ellas, muy interesante para saber que es exactamente una geisha, su mundo de luces y sombras, y para arrojar algo de luz sobre la continua discusión de si es una prostituta o no…
Muy recomendable, con unas interpretaciones fantásticas, sobre todo de Ayako Wakao que está perfecta.
Será porque se crió entre mujeres, será porque Mizoguchi era un artista extraordinaro capaz de confundirse con cualquier personaje de su imaginación o recuerdos, serán sus planos tranquilos y naturales, nada de montajes freneticos o innovadores, que le permitían mostrar la verdadera naturaleza del ser humano… pero lo cierto es que no me sentía así desde que me preparaban el bocadillo, por lo menos con una pelicula. Que fácil sería todo si pudieras comprar una familia a cambio de un poco de tu honor.
Eiko es prácticamente una adolescente que vive atrapada entre un tío tirano y un padre ausente, ella desde su inexperiencia e ingenuidad solo atisba una salida a su vida, convertirse en geisha, para ello pide ayuda a Miyoharu y promete toda clase de sacrificios. Magnifica reflexión del gran Mizoguchi sobre la dificultad de cambiar las cosas en ciertos mundos, la rebelión es casi una utopía, el que se atreve lo paga y la propia subsistencia le obliga a volver al redil y acatar las normas.
Para alguien occidental es cuando menos curioso el mundo de las geishas, esa mezcla entre señoritas de compañía elegantes y refinadas, con ese otro componente que le atribuimos quizás un tanto injustamente de prostitutas de lujo, solo aptas para cierto poder adquisitivo, no es fácil entenderlo o captarlo en toda su esencia. Aquí se nos narra una historia dura que parece describir bien ese mundo, pero también se nos dice como la inocencia puede acabar de pronto y de forma muy brusca, y como la amistad puede obligarnos a pagar enormes peajes. Relata ese universo para hombres en el que algunas mujeres llegan a detentar mucho poder, pero donde el romanticismo para nada existe porque el que manda de forma descarada es el dinero.
En un Japón que salía de la guerra parecen intuirse ciertos aires de cambio, algún soplo fresco de nuevas ideas, de mover lo que durante siglos había sido invariable, pero su desolador y magnifico final nos dicen que esos cambios no van a ser sencillos y que, de producirse, se harán poco a poco y en el camino algunos pagaran por ello un alto precio.
Viendo esta película he notado la esencia del gran cine, que transmite y emociona, historias sencillas, contadas de manera sencilla, no es necesario irse por las ramas ni buscar lo que no existe, a menudo lo que tenemos delante de nosotros y que no somas capaces de ver es lo más placentero.
Mizoguchi, a partir de una fotografía recargada y casi barroca y de cierta sencillez en el montaje, sin planos contraplanos ni otros artificios que incremente ritmo a la historia, nos radiografía el corazón de la cultura japonesa del momento, donde en plena posguerra, ya entrada la segunda mitad del siglo XX, el papel de la mujer en la sociedad no tiene cabida más que para agradar al sexo masculino. Observamos a partir de una geisha y una aprendiz como la situación familiar obliga a querer convertirse en objeto de deseo y servicio para el hombre. Está bien visto ser sumisa y agradar al hombre. Está tan bien visto que el día en que nuestra protagonista se estrena, la felicitan por todo el barrio dándole los buenos días.
A medida que avanza la película nos encontramos con que quizás no esté todo perdido, nos encontramos con voces jóvenes que no se atreven a hacer cambios radicales pero sí tienen una mentalidad distinta, existe una pequeña posibilidad de que llegue un cambio.
Mizoguchi vuelve a sorprenderme y a postrarme ante su maestría. Como siempre, un guión sencillo, elegante, observador, sensible y certero es su gran baza junto a una puesta en escena cuidadosa y meticulosa, y a una dirección de actores fluida, respetuosa, repleta de buen gusto y de buenas vibraciones que convierten el ejercicio de contemplar la ficción de los personajes en un acto sumamente placentero y satisfactorio.
Como siempre, el telón de fondo de un Japón profundo. Como casi siempre, la posguerra de unos años cincuenta de un país que se alzaba velozmente de sus cenizas.
Ponerse delante de una película de Mizoguchi es viajar derechos a un pasado de tradición milenaria, a un presente que se va imponiendo con contundencia y alterando las costumbres ancestrales de una sociedad otrora cerrada y casi inabordable desde un punto de vista externo no habituado a esos rituales atávicos.
Mizoguchi refleja los sutiles cambios de una sociedad que combina la carga de unas normas de conducta, heredadas de un pasado hasta hace poco inamovible, y la introducción de las novedades que se van produciendo como consecuencia de la natural evolución de una comunidad que se adapta rápidamente a los tiempos.
Resulta curioso y bello observar a esas personas del siglo pasado que siguen actuando como lo hacían sus antepasados, pero ya notando la influencia del cambio. Mizoguchi, con su ojo penetrante, se centra suavemente en dichos cambios, en los conflictos generados, y nos deja una mirada limpia, crítica y compasiva acerca de sus personajes.
Dejando aparcado esta vez el tema de las familias, Mizoguchi coloca ante su cámara la difícil e intrigante profesión de las geishas. Con su tono siempre equilibrado, plantea las bases de un oficio con mucho de artificio y de sufrimiento íntimo. Las geishas, esas mujeres etéreas que parecen muñecas de porcelana envueltas en ricas sedas, elaborados peinados de cabellos negros y brillantes y rostros ocultos bajo el polvo de arroz. Duramente entrenadas en el arte de fascinar y entretener a los hombres, obras de arte en movimiento que han de medir sus palabras, sus gestos y sus corazones. Carcasas hermosas vendidas al mejor postor y sometidas al dominio masculino para poder subsistir en un mundo injusto y organizado en torno al placer de los hombres.
Una geisha no debe mostrar sus sentimientos, no debe mostrar pensamientos provocadores ni rebeldes, y debe aceptar las imposiciones con sumisión.