Los gritos del silencio
Sinopsis de la película
Sydney es un periodista del The New York Times enviado a Camboya en 1972 como corresponsal de guerra. Alli el nativo Dith Pran le sirve de guía e intérprete. En 1975, al caer el gobierno camboyano, los EE.UU. se retiran del país, y toda la familia de Pran emigra a Norteamérica excepto él, que decide quedarse con el periodista para seguir ayudándole. Ambos viven refugiados en la embajada francesa, pero cuando los extranjeros deciden abandonar Camboya, el ejército revolucionario prohíbe salir del país a Pran…
Detalles de la película
- Titulo Original: The Killing Fields
- Año: 1984
- Duración: 136
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Opinión de la crítica
Película
7.6
30 valoraciones en total
No he podido ver la misma película que el resto de los usuarios. Lo digo, más que nada, porque The killing fields me ha parecido un telefilme muy largo y aburrido.
Estoy de acuerdo en que películas como esta son positivas si gracias a ella se conoce el mayor genocidio de los últimos cincuenta años a manos de los jemeres rojos. Pero no considero a The Killing fields el vehículo perfecto para que se conozca esta parte de la historia camboyana. Con una terrorífica visita al museo de Choeung Ek, en Phnom Penh te das cuenta que la película de Roland Joffé queda en la nada más absoluta. Es un barco que ya empieza hundido y no puede nunca salir a flote.
No ayuda un guión mal elaborado. Ni su protagonista, Sam Waterston, que se pasa toda la película gritando y a mí, particularmente, me saca de quicio. Exceptuando la interpretación de Haing S. Ngor, que le valió un Oscar, los demás actores están tan perdidos como su director.
No es difícil sacar una hermosa fotografía de un país como Camboya y si es pecaminoso, la horrible banda sonora que nos ha endosado Mike Olfield que no pega nada con la película, por no hablar de la canción que cierra el final, Imagine de Lennon, completamente fuera de lugar.
Para lo único que a mí me ha servido la película, es para conocer un poco la vida de Haing S. Ngor. Un hombre, que sólo tuvo que revivir delante de la cámara la pesadilla que experimentó tras el Año Cero del hijo puta de Pol-Pot. Ngor, un ginecólogo de descendencia china, que tras un cautiverio en campos de exterminio, el fallecimiento de su esposa en este y la huída a EUA, escribió un libro sobre las atrocidades de la Kampuchea Democrática: A Cambodian Odyssey (1987). En 1996, con un Oscar en su cuarto de baño, fue tiroteado por tres simpatizantes de los Jemeres Rojos.
No aconsejo esta película ni como arte cinematográfico ni como vehículo para saciar nuestras lagunas históricas. Para esto último, hay un escalofriante documental S21: The khmer rouge killing machine de Rithy Panh que sí consigue ponernos en antecedentes de lo que ocurrió después de la famosa guerra de Vietnam.
Esta es una de esas películas que hay que valorar más allá de su valor cinematogáfico que además es innegable. La puesta en escena es sobria y el tono documental da una gran inmediatez y credibilidad a la película.
No tiene un ritmo trepidante pero la implicación emocional es tan grande que no puedes despegar los ojos de la pantalla.
PD: Nada mas lejos de mi intención que sacar la cara a los dictadores de izquierdas pero en mi opinión no cabe hacer responsable al comunismo como ideología. Los Khemeres rojos medraron al amparo de EEUU y tras su derrota a manos de los vietnamitas (avalados por la URSS) fueron los propios EEUU los que impidieron que fueran juzgados. De hecho hasta 1996 participaron en el gobierno de Camboya.
Pocas veces se habrá aprovechado más la larga duración de una película. Sólo hay un momento de respiro: cuando Sydney, ya a salvo en Estados Unidos, se sienta en el salón de su casa revisando imágenes del conflicto camboyano mientras escucha ópera, y esto sólo dura unos pocos minutos.
El resto es inclasificable. Mezcla drama antibélico, drama carcelario , drama periodístico, documental… Y todas esas gotitas, cada una hecha con una sensibilidad que va más allá de lo que es el cine, forman un todo perfecto.
Se me saltan las lágrimas cuando tienen que despedirse Sydney y Dith en la embajada inglesa, y cuando Sydney se arrepiente de todo lo que ha hecho, y en varias ocasiones más.
El final sería igualmente lacrimógeno si no fuera por la canción Imagine , de John Lennon, que, aunque no me parece nada mala, estropea el encuentro por inadecuada. Al resto de la película le pone la música Mike Olfield: normalita, pero más adecuada que el tema del que acabo de hablar.
Incluso el título de la película es sobrecogedor.
No es la primera vez que me pasa, no. Me ha pasado cientos de veces. Por mucho que quiera evitarlo, la contundencia de ciertos títulos suele sugestionarme de tal manera que al final acabo tragándome todo lo que cualquier avispado titulista se proponga. Pero es que, titulazo al margen, The killing fields (aka Los gritos del silencio) lo tenía casi todo para ser un peliculón: guión, dirección, música, fotografía, intérpretes… Sin embargo, no sé por qué extraña razón, el film de Joffé desaprovecha tan cotizadas aptitudes y acaba por convertirse en un trabajo, si no ramplón, únicamente correcto. Huelga decir, por consiguiente, que esperaba muchísimo más de esta peli y que, al margen de su portentosa fotografía y del incuestionable vigor de algunas de sus secuencias, mi cómputo global no alcanza media suficiente como para darle un ocho. Y digo un ocho porque, según mi particular rasero, esa es la frontera entre una buena peli, a secas, y un peliculón.
Son varios los factores que lastran The killing fields y que lo privan de semejante distinción. Tal vez el más evidente sea ese excesivo convencionalismo con el que se trata un tema tan atroz como el de la guerra civil en Camboya. Joffé canaliza el drama histórico a través de un perverso efectismo visceral (sangre, cadáveres, miembros amputados) y lacrimógeno (‘made in Hollywood’) que solo persigue la aquiescencia del gran público y que renuncia, por descontado, a profundizar con mayor determinación y rigor en las masacres perpetradas por el sanguinario régimen de Pol Pot. Una verdadera lástima, porque metraje lo había. Ciento cuarenta y dos minutos dan para más. Para mucho más.
En la película (casi documental) de Roland Joffé Los gritos del silencio, basada en hechos reales, tenemos que destacar sin lugar a dudas el soberbio trabajo de un actor amateur Haig S. Ngor dando vida a Dith Pran, ya que resulta ser el verdadero protagonista de toda la historia que se nos cuenta, una verdadera epopeya en su silenciosa busca de la libertad.
Haig S. Ngor, sabe perfectamente como transmitir todas las dramáticas circunstancias que tuvo que superar Dith Pran, para conseguir huir de esos campos de exterminio camboyanos, y llegar hasta las fibras más sensibles especialmente en la parte final del film, Ngor nos llega a despertar una entrañable esperanza de superación ante la adversidad.
Excelente la fotografía de Chris Menges, muy efectiva y potente, elevando si cabe las escenas más duras y dramáticas. Es también destacable la banda sonora de Mike Oldfield, aunque la mezcla entre la música típica camboyana con elementos electrónicos puede que no haya sido del gusto de muchos. Los actores americanos cumplen todos en su cometido desde Sam Waterson hasta John Malkovich.
La elección es brutal. Quedarse o seguir con vida