Los crímenes del museo
Sinopsis de la película
Tras una pelea con su socio, un frustrado escultor londinense contempla atónito cómo éste incendia el museo con el fin de cobrar el seguro y poder pagar las deudas. El artista queda inconsciente en medio del fuego, pero sobrevive, aunque con las manos quemadas. Años más tarde reabre el museo en Nueva York.
Detalles de la película
- Titulo Original: Mystery of the Wax Museum
- Año: 1933
- Duración: 77
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Opinión de la crítica
Película
6.3
77 valoraciones en total
El mundo está plagado de falsas promesas… y esto es causal de malestares, desengaños y frustraciones. Los prometedores son seres débiles e inseguros que, impotentes para decir que no, prefieren quedar bien –ahora, frente al otro- y causar –luego, en su ausencia- cualquier tipo de disgustos. Y hay otro tipo de prometedores: aquellos que siempre quieren salirse con la suya, y cuando lo ven necesario, ofrecen tronos y palacios con tal de recibir un sí como respuesta.
También, Michael Curtiz, fue víctima de las promesas. Harry Warner le prometió, para llevarlo a Hollywood, que la primera película que dirigiría sería El Arca de Noé, un proyecto que el director húngaro acariciaba… pero, tan pronto pisó el Estudio y firmó el contrato, Jack Warner el mandamás, le asignó rodar El tercer grado sin darle explicación alguna… y El Arca de Noé sólo sería su sexta película.
Cuando rodó, LOS CRÍMENES DEL MUSEO, es probable que Curtiz rememorara este viejo incidente. Su personaje, Igor, es un hombre digno, soñador con sus figuras de cera, fascinado con su María Antonieta, y ahora esperanzado con la promesa que acaban de hacerle de que verá sus obras en la Academia Real… Pero, el destino tiene otros planes para su vida, y 12 años después, Igor viajará desde Inglaterra a los EEUU, donde procurará reemprender su sueño… sólo que ya no es el mismo y serán otros los recursos de los que conseguirá valerse.
Más que un filme de terror, veo yo un filme sensible sobre esas tragedias humanas que dejan a algunos hombres sin posibilidad de reversa, algo así como El fantasma de la ópera. Y, pretendiendo develar los hechos, no las motivaciones humanas, un periodismo cínico y oportunista, que sólo ansía datos sensacionalistas que aumenten el tiraje.
Le debe haber dolido a Curtiz esa promesa de incienso que los hnos Warner a veces le imponían, porque Florence y su jefe se salen con la suya, pero no hacen lo que realmente debían. Lionel Atwill crea un personaje sentido, una suerte de Pigmalión frustrado quien ve en Charlotte (la bella y sensual Fay Wray quien, con sus eficaces gritos, se ganaría enseguida el mítico rol en King Kong) la materialización de su idealizada heroína, pero luego, prefiere preservar su belleza, inerte, para el disfrute personal y de futuras generaciones.
Glenda Farrell también logra un revelador y simpático personaje, haciendo de Florence Dempsey la típica periodista, plena de ligereza y con el suficiente sentido del coqueteo y el oportunismo, para ser ella quien posea la primicia. Le gusta el peligro y no hace ascos a una botella de licor cuando ésta se pone en su camino. Su objetivo es sólo uno: encontrar el desaparecido cadáver de Joan Gale y hallar al culpable de este hecho. Sólo eso, amarillismo puro.
Curtiz, como puede, le hace honor al personaje porque, contra lo que sucede para satisfacer el afán de condena humana, uno queda con ese sabor a intolerancia donde no cabe para nada el sentimiento de justicia.
Rodada en poco más de un mes, Los crímenes del museo de cera es un filme no demasiado conocido (por algunas razones que a continuación comentaré) dirigido por el señor Michael Curtiz, artífice de obras tan recordadas como Casablanca o Robin de los Bosques . Para muchos se trataba de un hombre con limitadas capacidades en cuanto a dirección se refiere que, sin embargo, bajo el sistema clásico de estudios funcionaba muy bien y daba sus mejores frutos. Por todos es sabido el escaso dominio por parte de Curtiz del inglés y sus más que rudos modales a la hora de dirigir. Pero pese a todo, creo que tanto en esta obra como en muchas otras, el bueno de Curtiz sí que deja su sello de manera clara, sobre todo en lo que al aspecto visual se refiere.
La película fue rodada por un primitivo sistema de Technicolor, bastante rudimentario, y que únicamente poseía dos franjas de color: rojo y verde. El motivo: que eran los colores necesarios para lograr recrear con mayor precisión las tonalidades de la piel humana. Para muchos, esta coloración del filme es uno de sus puntos en contra, pero personalmente me parece todo lo contrario. Logra dotar al conjunto de una textura de lo más interesante, que unido a la excelente fotografía, confiere al filme un aspecto visual de lo más llamativo.
La historia que se nos cuenta es la de Ivan Igor, un brillante escultor de figuras de cera que tras el incendio de su taller en Londres ve cómo todas sus creaciones son destruidas, y con ellas también sus innatas capacidades para esculpir, pues sus manos quedan completamente quemadas.
Desde 1934 hasta 1967, el cine en los Estados Unidos estuvo bajo sospecha. Todas y cada una de las películas que se proyectaban tenían que cumplir lo que se llamó el Código Hays, que no era otra cosa que lo que se consideraba moralmente aceptable o no.
Es por ello que mucha gente joven cuando ve películas antiguas, tiene la impresión de encontrarse ante un universo muy distinto al que pertenecen. Y en parte tienen razón, la censura es la censura nos guste o no. Aunque también es verdad que como decía Berlanga la censura disparaba el ingenio y hacia a los cineastas más inteligentes en ese arte del insinuar y no mostrar. Ahora ya no pasa. Bueno y mucho antes tampoco. En los años veinte la pornografía conoció un boom en tierras norteamericanas y se podían incluso ver en cines de barrio, muchas películas comerciales eran realmente provocativas y la libertad de aquellos locos años era una realidad.
Los crímenes del museo es del año 1933 y tiene diálogos tan atrevidos que ya quisieran otras muchas de los sesenta. La protagonista es una periodista bastante liberada y algo superficial que investiga unos sucesos que la llevará hasta un museo de cera, donde se unirán las dos historias paralelas que tiene la cinta, la de terror y la de comedia-thriller.
La ventaja de la versión posterior de André de Toth es que se carga toda esa parte más de comedieta y la hace más lúgubre, mientras que aquí, tiene mucho de parodia, típica de los años de la recesión, donde la gente quería ver a monstruos, y aunque la Universal era la reina en la materia, también la Warner hizo de las suyas como con esta que comento, aunque no tuvo un excesivo éxito y estuvo pérdida durante muchos años hasta que apareció el rollo en uno de esos sótanos como el de la película.
En cualquier caso, esta película del gran director de estudio o de encargo como prefieran, que fue Michael Curtiz es absolutamente recomendable porque es encantadora, con todas las letras. Se ve en un santiamén y encima te deja regusto a cine preclásico. Según esta la producción cinematográfica en nuestros días como para quejarse.
Los caminos del cine son inescrutables. Al querer ver Los crímenes del museo de cera de André De Toth, con el fin de completar un personal miniciclo de este director (de quien recomendaría la muy poco conocida pero sumamente interesante Pitfall), hallé que en el DVD se encontraba como extra la primera versión de 1933, hasta entonces desconocida para mí, y dirigida nada menos que por Michael Curtiz.
El remake de De Toth, como se sabe, debe su fama a ser la primera, o de entre las primeras, películas concebidas en 3D, pero más allá de esa característica, que se percibe de manera clara en algunas composiciones que sitúan objetos marcadamente en primer término, y pese a la presencia siempre estimulante del mítico Vincent Price, aparece curiosamente más envejecida que la original, a lo que cabe añadir que sus mejores hallazgos visuales (como la acongojante visión de los rostros de muñecos de cera derritiéndose por el fuego) son siempre los que ya estaban presentes en la versión de antaño. De hecho, en varios pasajes idénticos se genera esa misma sensación de copia caligráfica que cuando se ven seguidas las dos versiones de El prisionero de Zenda.
Lo primero que llama la atención de Los crímenes del museo es el primitivo Technicolor, que en un primer momento induce incluso a pensar que podría tratarse de una película en blanco y negro coloreada. En algunos momentos, como escenas en exteriores, el efecto es netamente no realista, como si determinadas zonas del fotograma hubiesen sido tintadas tal como sucedía en el cine mudo. Pienso que, atendiendo a lo bizarro del argumento, habría sido muy productivo que Curtiz hubiese aprovechado esta involuntaria limitación técnica para acentuar dicho carácter extravagante. De haber jugado esa carta a fondo, en lugar de intentar atenuarla o disimularla, estoy seguro que el film habría ganado en capacidad de extrañeza e inquietud expresionista.
Otro de los motivos que acentúan la, a ojos de hoy, modernidad de la propuesta, es que rehúye el carácter más solemne que por esa época tenían por ejemplo muchos títulos de terror de la Universal, e instala en la trama (algo de lo que la segunda versión prescindirá) el personaje de una periodista que vira el relato hacia la alta comedia. En este sentido, la película es también actualmente una rara avis representativa de los modos de antes del Código Hays, y a través de ese personaje asistimos a diálogos y situaciones verdaderamente llamativos en ese aspecto, y que poco tienen que envidiar a las más conocidas sentencias de Mae West.
Es, en definitiva, esa combinación desacomplejada de drama, comedia, y gotas de suspense y terror, lo que para mi gusto la hace más interesante y divertida que su sucesora, planteada en unos términos más aferrados a los cánones genéricos, pero por ello mismo, como decía, con una formulación que hoy se antoja más arcaica.
Por último, cabe destacar la presencia de Fay Wray, la inmortal heroína de King Kong, en un papel igualmente gritón. Advierto que ambas son del mismo año, y no sabría decir si fue antes el huevo o la gallina, pero de lo que no cabe ninguna duda es que sus aullidos de pánico en una de las dos debieron de pesar mucho a la hora de decidir el reparto de la otra, pues sus cualidades tímbricas resultan definitivamente indispensables para ambos papeles.
Hay un momento en el film de los crímenes del museo (1933) de Michael Curtiz que resulta realmente crucial. Uno cree realmente que la película puede incluso girar en torno a este momento, que la película ha nacido para filmar ese instante y que el resto del film es accesorio. Y cuando este instante se produce, el film alcanza unas cotas de surrealismo únicas. Cuando la actriz Wray rompe la máscara y nos enseña el verdadero rostro del malvado, hay algo en nuestro cerebro que hace click, que se transforma. Algo que une el subconsciente con el inconsciente. Era evidente que la respuesta estaba delante de los ojos del espectador, pero éramos incapaces de solucionar un problema muy sencillo, o nos negábamos a aceptar la realidad (porque en cierta manera sentíamos compasión por el desdichado personaje interpretado por Lionel Atwill).
Realmente hay algo que no cuadra en los crímenes del museo. La película tiene un montaje mal elaborado que no ayuda a crear un discurso narrativo coherente. El tiempo en la película corre como un reloj de arena al que se le ha abierto una fisura y huye de manera incontrolable. No es hasta mucho tiempo después que empezamos a situar los personajes dentro de un marco de acción y tiempo. Sin duda hay voluntad de confusión en el propio film, puesto que el que el espectador no sepa dilucidar quien es el auténtico criminal de la película (no entendemos quien es esa figura deforme que secuestra los cadáveres, pues no lo ligamos con ningún otro personaje en el museo de figuras) es una de las bazas con las que juega el film. Pero aparte de este juego de ocultamiento de identidad, es cierto que la película tiene ciertas lagunas narrativas.
Los crímenes del museo es una película muy singular. Realizada un año antes de que la censura de Hays entrara en el mundo de Hollywood, la película ofrece una gran cantidad de imágenes muy explicitas y sensuales. El personaje principal de la película, es una joven periodista, interpretada por Fay Wray (sí, la misma rubia de la mítica película King Kong) que durante gran parte de la película ofrece una serie de imágenes bastante sensuales, además en compañía de otro personaje femenino. Wray interpreta a una periodista bastante dicharachera que busca el caso perfecto, y que no dudará en utilizar su pícara sonrisa para llegar donde haga falta. Por otra parte, con la entrada en vigencia del código Hays, dudo de que ciertas escenas terroríficas (como el rostro deforme de nuestro personaje) pudieran llegar a buen puerto, por lo menos sin recibir alguna queja bastante airada.
En realidad, los crímenes del museo tiene una gran pátina de película europea. No sólo es la evidencia de la dirección de Michael Curtiz, director de origen centroeuropeo (húngaro para ser exactos), que como muchos otros marchó a los Estados Unidos para hacer fortuna, sino también la participación de Anton Grot, el creador de los decorados, que realiza un trabajo perfecto, inspirándose en parte en el expresionismo alemán cinematográfico.
Y eso que es tópico decirlo, pero es cierto que la película tiene grandes influencias del expresionismo alemán. El prólogo con el que empieza la película es un gran ejemplo, además de ser una muestra de gran cine. Curtiz realiza varios planos totalmente oblicuos, queriendo ligar las formas de la película (esta distorsión del plano) con el personaje malvado al que está encuadrando. Por otra parte el tema de las figuras de cera alcanza una belleza plástica realmente sugerente. Curtiz intenta confundir al espectador mezclando personas reales con figuras de cera, para posteriormente mostrar la galería de figuras derretirse ante un incendio. La manera como está rodada la escena, haciendo hincapié en la deformidad y en los terribles efectos del fuego en las figuras (que las destrozan lentamente y somos testigos de como se derriten) logran crear un impacto plástico de primer nivel, pero además entroncan con una sensibilidad más cercana a las películas del expresionismo alemán que a las películas del norteamericano Tod Browning.
Los crímenes del museo es una película elegante, que se encuadra dentro de la gran ola de películas de terror que se produjeron después del crack del 29. Está rodada en color mediante una técnica bastante primitiva, aunque la película aprovecha bastante bien la paleta cromática dentro de sus posibilidades. No está producida por la Universal, la más célebre productora de películas de terror (con mitos como Frakenstein y Drácula a la cabeza), sino por la Warner Bros.
http://neokunst.wordpress.com/2014/02/26/los-crimenes-del-museo-1933/