Los coches que devoraron París
Sinopsis de la película
Paris es una pequeña ciudad australiana cuyos habitantes viven de la venta de los objetos de valor que roban, tras los accidentes de tráfico que se producen en los alrededores, pero tantos accidentes no pueden ser fruto del azar. Arthur y George, dos hermanos que se dirigen a Paris, sufren un aparatoso accidente en el que George pierde la vida. Arthur se queda en la ciudad precisamente en un momento en que algunos jóvenes empiezan a rebelarse contra ese modo de ganarse la vida.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Cars That Ate Paris
- Año: 1974
- Duración: 84
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Opinión de la crítica
Película
5.3
20 valoraciones en total
Al que le diviertan los coches de choque es una película entretenida, pero desde luego carece de un guión con ingenio, los personajes no conmueven en absoluto y la historia no tiene un ápice de interesante.
A pesar de ser el primer largometraje de Weir, debo decir que todavía le quedaba mucho por aprender. Algo que se demuestra con sus posteriores obras…. Una pena !!
La película la ví de pequeño y la tenía un recuerdo muy malo. Hoy la he revisionado y me ha sorprendido, sobre todo el transfondo psicológico de los personajes: como nuestro protagonista, tras el trauma de la muerte de su hermano en coche, intenta recuperarse y recae, siempre por culpa de los coches (por ejemplo, cuando se mira por primera vez en el espejo, tras el accidente, lo hace en un retrovisor de un coche, por lo que vuelve a recaer. A parte de esto, y pese que tiene un ritmo lento muy parecido al del Nuevo Cine Francés, la película me ha enganchado.
Interesante film, de un jovencísimo Peter Weir que con apenas veinticinco añitos ya empezaba a obsequiarnos con algunas gotas de su inmenso talento, talento que como los más cinéfilos pueden constatar, se diluyó al ponerse al servicio de la gran industria que es Hollywood. Desde luego, el tema no es otro que la completa deshumanización que sufre la sociedad y el ser humano, citando a Thomas Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre .
Los habitantes del inhóspito pueblo australiano de Paris dan buena muestra de ello, bastándose de sus instintos más primarios para sobrevivir al día a día aunque para ello tengan que cercenar las vidas de los incautos forasteros que se atrevan a acercarse (motorizados, claro está) a las inmediaciones de un lugar situado en ninguna parte. La película tiene una estética, un tanto feísta, con detalles que van a caballo entre lo surrealista y el absurdo.
Al ver esta película, me vinieron a la cabeza 2 films: Giro al Infierno de Oliver Stone, y la saga Mad Max, de George Miller. No tengo claro si Oliver Stone se vió influenciado por este film a la hora de recrear el pueblo donde Sean Penn sufre sus diferentes avatares aunque las similitudes son manifiestas en cuánto a lo surrealista del comportamiento de personajes y el desarrollo de situaciones. Por otro lado, creo que es indudable la influencia que tuvo sobre las sagas de Mad Max, y en especial, la primera, al situar la acción en un terreno inhóspito y utilizar el automóvil como máquina de matar.
A pesar de tener un ritmo desigual que decae hacia la mitad de la película y resurge con la catarsis final, tanto del personaje principal, Arthur, como de los habitantes de París, y algunos agujeros en el guíon, sobre todo, echo en falta un mayor desarrollo de lo que de verdad ocurre en el hospital con las víctimas de los accidentes, creo que es una película recomendable para todos aquellos que quieran disfrutar de una película de argumento más que original, arriesgada y diferente al cine comercial que estamos hartos de ver.
La carta de presentación de Peter Weir al mundo se concibe con esta mezcla de comedia negra y cine fantástico ambientado en un pueblecito recóndito de la campiña australiana que, para colmo, se llama París. Contínuamente se suceden misteriosos accidentes de tránsito en tan aislado lugar por lo que los habitantes se aprovechan de saquear lo que pueden de los inafortunados conductores y pasajeros. Un superviviente que sale ileso será el centro de atención de los habitantes del lugar.
A Weir no se le podía dar un mínimo de confianza viendo un film de esta talla. Ya es decir mucho de un director australiano que empezó a sentar unas bases en la forma de dirigir películas en su país y, como divertimento, este film reune todas las condiciones. Todavía tenía que madurar y no lo resolvería hasta dar con su pragmática Picnic at Hanging Rock y la más ambiciosa The Last Wave .
En 1974 un jovencísimo Peter Weir nos presentaba su opera prima, una metáfora del automóvil como tecnología terrorífica y decadente. Coincidencia o no, hay que recordar que un año antes el escritor inglés J.G..Ballard publicaba su novela Crash , donde los coches también representaban un objeto freudiano de placer y muerte. Ballard inauguraba de esa forma lo que hoy se conoce con el anglicismo de porn ruin , futuros distópicos donde las comodidades tecnológicas eran abandonadas por una sociedad que prescindia de ellas, quedando a merced del óxido y la ruina de un mundo convertido en páramo.
Hay mucho de todo eso en la peli de Weir, un thriller rural enrarecido, ubicado en un siniestro pueblo australiano, construido a partir de reconocibles referencias cinéfilas: desde la asfixia psicológica de Roman Polansky, al western barroco de Sergio Leone, incluso rastros del esperpento felliniano. La atmósfera apocalíptica de la película conquistó las carreteras australianas años antes de que lo hicieran las bandas motorizadas de Mad Max y sus amenazantes coches-fetiche también se adelantaron a la versión de Crash que David Cronenberg llevó al cine. En los años 80 también Stephen King se subió al carro de este género en ciernes con su novela Christine .