Los cañones de San Sebastián
Sinopsis de la película
México, 1750, León, un patriota rebelde que ha sido herido, se refugia en una iglesia, donde el padre José, un viejo franciscano, lo acoge y se niega terminantemente a entregarlo a las autoridades. Como consecuencia de ello, el fraile es desterrado al remoto y miserable pueblo de San Sebastián, pero se lleva a León consigo.
Detalles de la película
- Titulo Original: La bataille de San Sebastian
- Año: 1968
- Duración: 115
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Opinión de la crítica
Película
5.7
81 valoraciones en total
Entretenida película de aventuras, interesantísima desde muchos puntos de vista.
Bajo su epidermis de entretenimiento, reflexiona profundamente acerca de las dudas existenciales de la gran nación Yaqui del Noroeste de México, en ese momento clave en que aún no habían terminado de abrazar el cristianismo y se resistían a la dominación española (es la única etnia nativoamericana que nunca fue derrotada), pero tampoco aceptaban a los insurgentes anti-españoles como León Alastray. Todo condensado en el perfectamente construido personaje del ambiguo mestizo Teclo, muy convincentemente interpretado por Charles Bronson (pre- Harmónica y pre- Justiciero de la ciudad ).
Sin alcanzar la categoría de obra maestra, una película muy recomendable (subrayada por una de las mejores partituras de Ennio Morricone).
Anthony Quinn y Charles Bronson, extraña pareja, no es una película que cuando la veas al tiempo te vayas a acordar mucho de ella, pero aun así merece la pena, por ver A. Quinn haciendo de padre, tambien decir que la música está a cargo del gran Ennio Morricone, interesante y nada más…
Este western de tema español, ambientado en el Méjico del siglo XVIII, posee dos cualidades: como espectáculo, no aburre ni un instante, y como reflexión acierta en una gran verdad, la de que Dios no remedia las injusticias si los hombres no luchan contra ellas.
Verneuil siempre combina en sus películas la amenidad comercial con la crítica. No vale comparar Los cañones de San Sebastián con Los siete magníficos . Esta última no posee un guión que justifique lo que ocurre ni nos convenza de su verosimilitud, en tanto la primera estructura astutamente el atractivo planteamiento de la historia al convertir a la fuerza a un bandido en misionero.
El personaje está muy bien creado y no podía tener mejor intérprete que Anthony Quinn. Brutal y noble al tiempo, decide salvar a un pueblo de la tiranía de bandoleros e indios al tiempo que le enseña a defenderse por sí mismo. La tesis del film es No reces contra el mal. Véncele con sus propias armas
Las secuencias de acción son espléndidas, especialmente el asalto a la misión y la voladura de una presa. Es una película de la que apenas hablan los cinéfilos, mientras comentan otras parecidas que valen mucho menos.
Si hay algo por lo que me despiertan admiración los indios Yaquis de México, es porque son de los que más han luchado, a todo lo largo de su historia, por la preservación de su cultura, su lengua y su territorio. A sí mismos se identifican como yoremes (hombres, personas), y con esto, quizás quieren decir que son tan humanos y tan valiosos como los seres de cualquiera otra raza o cultura. Son muy religiosos, creen en la inmortalidad del alma, y han habitado siempre en la zona costera y parte del valle del Estado de Sonora.
Durante los tiempos de la conquista, los Yaquis mantuvieron incesantes conflictos armados contra los colonizadores mestizos y europeos, pues, querían impedir a toda costa que les impusieran su religión y sus leyes, y que además les arrebataran su territorio. Muchos años tuvieron que pasar… y mucha sangre hubo de correr… hasta que, por fin, durante el gobierno de Lázaro Cárdenas se les reconoció su derecho a algunas tierras –la mayor parte de su territorio ya les había sido despojado- y a la libre autodeterminación. Ahora, sus 33 mil miembros viven de la agricultura y la ganadería… pero los terratenientes siguen arrebatándoles cuanto pueden.
Un sacerdote jesuita estadounidense, William Barby Faherty, queriendo justificar la labor misionera de su comunidad, escribió un libro titulado A Wall for San Sebastian (1962), en el cual asumió como protagonista a un renegado del ejército español quien, en 1746, está siendo perseguido para ser enjuiciado, siendo apoyado por un jesuita quien lo ayuda a escapar y luego marcha con él hacia la remota iglesia de San Sebastián donde el monje es enviado como represalia. El pueblo, completamente abandonado por el Estado y a merced de una pandilla que ha hecho que sus moradores se refugien en las montañas, es también acosado por los indios Comanche que no quieren ver presencia alguna de misioneros… y cuando el nuevo monje es asesinado, León Alastray -como se llama el fugitivo- pasará a convertirse en el líder y nuevo cura del pueblo.
Esta historia -que inevitablemente nos recuerda a Los siete Samuráis (1954) y que, curiosamente, se rodó en la misma localización donde se filmara el remake de ésta, The Magnificent Seven (1960)- fue adaptada, en su versión en inglés, por el notable guionista James R. Webb (Veracruz, Horizontes de grandeza, Cheyenne Autumn…) y Henri Verneuil fue el encargado de dirigir esta historia que se ambientó completamente en México, y para el caso, se cambió a los Comanches por los indios Yaquis, siendo los campesinos de San Sebastián las víctimas a las que arrebatan sus cosechas, y León Alastray, el héroe que ‘el cielo’ les ha enviado a éstos para que les ayude a defenderse.
Verneuil logra un filme muy interesante en su alegato contra la credulidad y el derecho de los pueblos a defenderse de toda tiranía. Abunda aquí la camaradería, los ánimos de reconciliación, y sobre todo, esa indispensable sinergia que hace que las luchas más difíciles en un momento puedan ser vencidas.
Anthony Quinn, luce muy a gusto representando a un personaje que lo devuelve a sus orígenes, y su personaje, León Alastray, resplandece como la suerte de hombre que se sentirá profundamente complacido al poder sacar de sí los valores por tanto tiempo reprimidos. Anjanette Comer (Kinita), es la muchacha con aires de monja, pero, con una piel que arde por dentro ante la virilidad del nuevo ‘enviado de Dios’. Charles Bronson, es el mestizo opuesto a toda reconciliación. Sam Jaffe (el padre José) nos dará ejemplo de la suerte de sacerdote que hay que buscar con lupa en las iglesias… Y Silvia Pinal (´Pupi’) ¡qué mujer! La típica amante de político que, entre las sombras, maneja los hilos con una mano… y algo más. ¡Lástima que su presencia fuera tan escasa!
LOS CAÑONES DE SAN SEBASTIÁN (a los subtituladores se les metió que guns (armas de fuego) significa cañones, ¡y aquí sólo hay un cañón!) también cuenta con una afortunada partitura del gran Ennio Morricone.
Ver a Anthony Quinn en pantalla siempre supone un atractivo. En este caso no se aleja de su clásico papel de hombre rudo, protagoniza a un personaje que le viene como anillo al dedo. Desde el primer minuto la película transcurre al ritmo de sus movimientos, al galope en la presentación, mostrándose como un bandolero, como un rufián, un fugitivo para verlo más tarde hasta como falso sacerdote. A su imponencia física se le suma una trama hecha a su medida, de hecho ni la aparición de Charles Bronson le quita nada, todo lo contrario, se lo merienda. Así que el que no sea muy seguidor de Quinn mejor que se aleje de Los cañones de San Sebastián porque la película está hecha para su lucimiento. Los más neutrales que caemos aquí buscando entretenimiento sin fijarnos en los nombres propios encontramos motivos suficientes de satisfacción.
Como en toda película del oeste hay tiros y mucha mala leche, muertes, desierto y acción desparramada hasta el final. Yo no le pido más, es lo que buscaba. Sin embargo no podría considerarse más que correcta por esa macrocefalia deliberada en Quinn, porque los campesinos son demasiado estúpidos como estúpido es el cabecilla de los indios, pocos malos más pésimos puedo recordar, tanto que ciertamente es lamentable y condiciona lo que uno ve. Aún así hoy me he sentido indulgente, no sé si será por el inicio trepidante con ese cura buenazo o porque las del oeste siempre me tiran más que ninguna otra sin saber decir más que esto, que un largometraje con polvo, caballos al galope y muchos tiros me satisface mil veces más que, por decir algo, cualquier cosa que se parezca a una comedia romántica.