Las noches de Cabiria
Sinopsis de la película
Cabiria es una prostituta que ejerce como tal en uno de los barrios más pobres de Roma. Sueña, sin embargo, con encontrar el amor verdadero, un hombre que la aparte de la calle y a quien pueda entregarse en cuerpo y alma. Su bondad y su ingenuidad la convierten en víctima propicia de sucesivos vividores que se aprovechan de ella, le roban y la golpean. A pesar de sus fracasos, recobra la esperanza una y otra vez.
Detalles de la película
- Titulo Original: Le notti di Cabiria
- Año: 1957
- Duración: 110
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Opinión de la crítica
Película
8.2
95 valoraciones en total
Fumaba un cigarrillo largo y fino, de esos de exportación. Pero no llevaba can-can sino una faldita muy corta y unas botas hasta la rodilla a juego. Una blusa blanca muy fina que dejaba mucho más que intuir sus pezones y unos ojos rasgados. Todos los días pasaba por su lado cuando regresaba a casa y ella, todos los días, me llamaba chasqueando su lengua. Esa noche cuando pasaba por su lado chasqueé la lengua en contestación. Ella sólo tiró un beso al aire.
Siempre me he preguntado qué pasa con todos esos besos que se escapan. ¿Dónde irán?
La llamaban La China pero todos los del barrio sabíamos que era tailandesa. Al pasar por su lado percibí un suave olor a mandarina y jazmín. Nunca había pasado tan cerca y jamás había cruzado palabra alguna con ella anteriormente. Al menos por mi parte. Así que aún me pregunto si fue el olor a frutas y flores lo que me incitó a darme la vuelta.
Le dije de sólo ir a un bar. Le invitaba a cenar y entablar conversación. Ella miró su calle. A un lado y luego a otro. Sopesando los clientes que pudieran llegar. Acepto la conversación, pero no la cena.
Y me lo contó todo. A un desconocido porque a los amigos esas cosas no se cuentan. Ella seguía hablando, con la cabeza gacha. Yo aguantaba el tipo, con los ojos rojos pero haciéndome el hombre que quería ser. Hubo un momento, pasada ya media noche en que ella se calló. Agarré su mano para que sintiera calor humano suponiendo que después de todas sus desdichas pudiera seguir sintiendo algo. Ella levantó la cabeza y tenía la sonrisa más hermosa que había visto en mi vida. Entonces sí. Entonces me desmoroné.
No sé qué tienen algunos directores italianos, que van y me plantan delante algunas de las más inconmensurables maravillas que sólo unos cuantos tocados por la gracia son capaces de ofrecer.
Fellini, tan admirado como vilipendiado, supo escribir en las páginas de lo sublime con letras de oro, con ese pulso de lo que trasciende las fronteras de lo simplemente extraordinario para remontarse hacia lo que va más allá de todo lo hermoso que el ser humano pueda crear.
Algo tan inmenso me ha transmitido este drama, que nunca tendré palabras suficientes para hacerle honor. Personalmente, encumbro a Giuletta Masina en la que es una de las más sobrecogedoras interpretaciones femeninas desde que la primera actriz de cine actuó en una película, hace más de un siglo. No son muchas las actrices que han logrado sobrepasar todo lo imaginable en mi escala de emociones, pero sin duda, Masina se ha ganado, con pleno mérito, uno de los puestos más elevados. Fellini, al que sólo por una película como ésta califico como un verdadero gigante del séptimo arte, mostró su gran genio no sólo para dirigir, sino para elegir a los actores idóneos, y su buena mano para guiarlos a través de unas interpretaciones que en alguna ocasión dieron lo mejor y más insuperable. Segura estoy de que el mismo Fellini se extasió ante las dotes de Masina, y le dio alas para fundirse con su papel de un modo en que pocas veces se ve. No conozco las circunstancias del rodaje de Las noches de Cabiria , pero estoy convencida de que el insigne genio italiano cifró en ella muchas esperanzas y su gran creatividad. Giulietta Masina, su esposa en la vida real y su único gran amor, rindió a su más ferviente admirador, quien permanecería a su lado para siempre.
No me cabe duda de que Fellini era un hombre agraciado con una sensibilidad más allá de lo corriente, porque de lo contrario, no habría sido capaz de regalarme algo tan bello.
Cuando él murió, Masina le siguió al poco tiempo. Tanto le amaba, que no pudo soportar seguir viviendo sin él a su lado. Y creo que comprendo la razón.
Las noches de Cabiria es una genuina obra de arte en la que lo penoso va de la mano con un lirismo desgarrador. Cabiria es una chica de los arrabales de Roma, como tantas otras que se prostituyen para sobrevivir. Desde el principio, ella nos roba el corazón porque derrama una luz que nada puede apagar. Vapuleada, llevada de un lado a otro, engañada y abandonada como un perro, ella es la prueba viviente de la dureza de esta vida intoxicada y corrompida. Dan ganas de gritar contra tanta maldad. Y ahí está ella que, de alguna manera, representa la esperanza en sí misma. Porque ese corazón tan grande que tiene, tan pisoteado, nos devuelve la certeza de que todavía quedan cosas buenas en esta cruel existencia.
La película es todo un argumento montado para el lucimiento de Giuletta Masina, la mujer o más apreciada de Federico Fellini. Giuletta nunca tuvo un prototipo de belleza despampanante, de hecho si uno se fija en sus cejas, parece por momentos una lechuza, sin embargo tenía carisma en su rostro, gracia, encanto y sobre todo sabía adaptarlo muy bien a lo que requerían sus interpretaciones.
La protagonista nos conquista por ser una mujer del montón, de las que pueblan la tierra de los fracasados, mal vistos, y aún así conservan y exponen belleza humana, optimismo, esperanza y sueños de cambio, dan amor y acogen a otros que necesitan momentos de cariño.
Para mí, lo mejor de la película son los dos minutos finales: maravillosa oda a la superación del hundimiento, a la resurrección del enterramiento, a encarar la vida con la sonrisa de la filosofía más poderosa: el Sentido del Humor. Porque a fin de cuentas todas las calamidades y dramatismos que padecemos también pueden contemplarse con la habilidad, la superioridad y nuestro potencial mental de comprensión positiva, consistente en contemplar el juego de la existencia precisamente como JUEGO con sus ganancias y sus pérdidas siempre relativas, lo cual es más saludable y poderoso que la habitual tendencia a tomarnos todos los desencantos con excesiva seriedad e importancia. Sin duda en esos dos minutos finales donde en el rostro abatido de Giulietta Masina va surgierndo una sonrisa y la luz de la reacción positiva, en el sentido filosófico que recomendaba el antiguo sabio cordobés establecido en Roma, el universal Séneca: Más apropiado es reírse de la vida que lamentarse de ella.
Fej Delvahe
Quinto largo individual de Fellini, escrito por él, Ennio Flaiano, Tullio Pinelli y PP Pasolini (diálogos). Se rueda en exteriores de Roma (Acilia, Castel Gandolfo, Santuario Virgen del Amor Divino, Via Apia, etc.) y en Cinecittà Studios. Gana un Oscar (película extranjera) y dos premios de Cannes (actriz y OCIC). Producido por Dino de Laurentis, se estrena el 10-V-1957 (Festival Cannes).
La acción tiene lugar en Roma, en 1956. María Ceccarelli, alias Cabiria (Giulietta Masina), es prostituta, tiene unos 35 años, vive en el barrio de San Francesco, en las afueras de Roma, y hace la calle en el Passaggio Archeológico, cerca de las Termas de Caracalla. Es ingenua, inocente, activa, animosa, ahorradora, romántica, confiada y de buen corazón.
El film toma el nombre de la protagonista de la película muda Cabiria (1914), de Giovanni Pastrone, inspirada en una novela de Emilio Salgari. Da este nombre a una muchacha siciliana apresada por piratas y vendida como esclava a los cartagineses. La Cabiria de Fellini es un personje nuevo, de personalidad singular, tierna, humana y entrañable, que es maltratada y engañada por los hombres. Deviene una figura clásica moderna. El relato que sustenta al film es sencillo y simple. Lleno de encanto humano y de fuerza conmovedora, plantea la posibilidad de que el mal venza al bien, aunque a la larga el bien se impone sobre el mal. La vida y el azar tienden a ser injustos con las personas, sobre todo con las más débiles. Se considera que el film cierra la primera etapa del realizador, la neorrealista, caracterizada por la importancia de los personajes, la preferencia por las figuras sencillas, humanas y marginales y las referencias de crítica social. Aparecen en ciernes algunas de las constantes del autor que adquieren en la etapa siguiente mayor desarrollo, como las figuras fantasmagóricas (procesión de penitentes que se pierde en la oscuridad) y las matronas gruesas (Wanda, Franca Marzi). Se observan algunos trazos surrealistas, como la vieja prostituta que sale del subsuelo en la escena del samaritano, eliminada por la censura. La caracterización de Cabiria recuerda la del vagabundo de Chaplin, con la que mantiene algunos puntos en común (lucha con la cortina del Night Club , cejas pintadas, atención al paraguas). Bob Fosse realiza un remake musical, Sweet Charity (1968).
La música, de Nino Rota, calaborador habitual de Fellini, aporta una partitura variada, alegre y emotiva, con un tema principal melódico y melancólico. Consta de 15 cortes, de entre los que destacan el Tema final (acordeón y guitarras), Lla ri lla ra (guitarra y voz), Mambo de Cabiria (maracas, contrabajo y batería) y Pic-nic en el Divino Amor (acordeón). Se añade un fragmento de la Sinfonía nº 5 de Beethoven. La fotografía, de Aldo Tonti, contrasta con fuerza blancos intensamente iluminados con abundantes negros (sombras y figuras). Ofrece algunos contraluces brillantes. La interpretación de Masina es admirable.
Las noches de Cabiria no son las noches que se espera de una prostituta. Tres noches y tres fábulas, a cual más sorprendente: la improbable velada con un actor famoso, la visita a los infiernos con el buen samaritano (aquí la noche desemboca en el amanecer), y el espectáculo de magia e hipnotismo en un local llamado Lux –antesala de un idilio novelero.
Tres noches y tres hombres. El primero es la frivolidad, el lujo hortera y las burbujas, el segundo es todo compasión (comparte sin buscar publicidad ni reconocimiento, consciente de que sus acciones no son más que una gotita de piedad en un caudal inmenso de pobreza), y el tercero es la promesa de felicidad.
Podría hablar del tratamiento de lo religioso en la película: ritos, almas, procesiones, ironías. O de los excelentes personajes secundarios: la prostituta revirada, el tío lisiado, el fraile Giovanni, la amiga Wanda… O del uso fértil del lenguaje callejero. Podría detenerme en los detalles: el paraguas de Cabiria, su chaqueta mugrienta, la vela que se apaga, la presencia material de los billetes… O en el tono de tragicomedia, tan logrado. Esos aspectos se disfrutan sin necesidad de ponderarlos a priori.
El italiano retrata la prostitución sin enseñarnos el acto sexual. Lo más cerca que estamos de ver a Cabiria faenando es cuando sube en un camión con un cliente. Pero Fellini corta y aparece la protagonista abandonada en medio de ninguna parte. El buen samaritano la recoge. Más adelante, Cabiria vislumbra su futuro al encontrarse con una prostituta avejentada, que vive en la miseria.
No desvelaré los pormenores de la trama ni diré cuál es el desenlace. Pero esta cinta se degusta más a la segunda, conociendo previamente la última secuencia, una secuencia deslumbrante que desnuda el alma de Cabiria. Verla con ella en mente multiplica efectos, alegrías, tristezas, desengaños. Amplifica sufrimientos y sonrisas. Como si la piedra final le diera nueva luz al edificio.
Cuando todo parecía listo para una conclusión convencional y pulcra, Fellini se la juega con una serie de planos en que muestra al ave fénix, el pájaro de ensueño que renace de entre sus cenizas. En ese punto, la ilusión del cine llega al corazón.