Las mil y una noches: Vol.2. El desolado
Sinopsis de la película
En un país europeo en crisis, Portugal, un director se propone construir ficciones a partir de la miserable realidad que le rodea. Pero incapaz de encontrar sentido a su trabajo, huye de manera cobarde, dejando su lugar a la bella Sherezade. Ella necesitará ánimo y coraje para no aburrir al Rey con las tristes historias de ese país. Con el transcurrir de las noches, la inquietud deja paso a la desolación, y la desolación al encantamiento. Por eso Sherezade organiza las historias en tres entregas. Comienza así: Oh venturoso Rey, fui conocedora de que en un triste país… . Libre adaptación de Las mil y una noches ambientada en el Portugal de hoy, y dividida en tres películas.
Detalles de la película
- Titulo Original: As Mil e Uma Noites: Volume 2, O Desolado aka
- Año: 2015
- Duración: 131
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Opinión de la crítica
7
35 valoraciones en total
Pais
Directores
Actores
- Adriano Luz
- Américo Silva
- Carla Maciel
- Carloto Cotta
- Chico Chapas
- Crista Alfaiate
- Eduardo Frazão
- Gonçalo Waddington
- Gracinda Nave
- Isabel Muñoz Cardoso
- Jing Jing Guo
- Joana de Verona
- João Pedro Bénard
- José Manuel Mendes
- Lucky
- Luísa Cruz
- Manuel Mozos
- Margarida Carpinteiro
- Mariana Martins
- Pedro Caldas
- Pedro Inês
- Teresa Madruga
Hablar de Las mil y una noches: Vol.2, El desconsolado es más complicado que hacerlo de Las mil y una noches: Vol.1, El inquieto, principalmente porque esta continuación es tan continua y tiene tanta continuidad que, de hecho, sigue siendo la misma película, ofrece un grado similar de desconcierto, de surrealismo, de humor y de crítica social, pero, a la vez, ofrece nuevas perspectivas que hacen posible otra película, una un poco más difícil, más crítica tal vez, y que se aleja tanto de la realidad que esta, la propia realidad que nos rodea y (a algunos) aplasta o beneficia, se hace a nuestros nuevos ojos menos creíble que la ficción, por delirante.
— Anécdota III:
La condición humana. Quien haya leído la reseña de la primera parte de la monumental obra de Miguel Gomes, puede que recuerde una anécdota sobre un señor crítico que, algo indignado, no comprendía qué relación había entre Las mil y una noches y la situación de Portugal de un tiempo a esta parte (generada por unas políticas económicas y sociales hechas con el pene, recordemos). Pues bien, este señor no se presentó al pase de la segunda parte, lo que me dejó bastante desolado, por más que le busqué. Esto te hace pensar: la gente hace cosas malas, y buenas también, pero uno sólo presta atención a lo que le interesa, y en base a eso reacciona a cada circunstancia. Así, por ejemplo, un tipo como Mario Conde puede salir de la cárcel, después de haber robado, y sacar un libro, colaborar como tertuliano estrella en programas de Intereconomía, siendo aplaudido por sus intervenciones. Es de suponer que algo ha hecho bien para llegar a ese punto, y por eso mismo se ha podido permitir robar otra vez y seguir sonriendo. Qué sé yo… si al menos fuera un hombre pobre el que robase.
— Anécdota IV:
La perfidia. Siempre me sorprendo cuando veo que, de vez en cuando, hay gente profesional, que se dedica a esto del cine, incluso de forma remunerada, y se marcha a mitad del pase oficial de una película. Es como una especie de traición a su trabajo, o algo parecido. No se pueden juzgar todas las actuaciones, porque cada uno tendrá una razón diferente para marcharse de una sala de cine cuando aún queda un buen rato para terminar una parte de su trabajo, pero la realidad es que eso pasó varias veces cuando aún quedaban unos 30 minutos de El desolado, por lo menos. Pensando sobre eso, tal vez los que lo hicieron pensaban que no se iban a perder nada, que al seguir una misma estructura, la segunda Las mil y un noches se podía juzgar igual que la primera, y tal vez no se equivoquen, como ya he dicho en la introducción, pero también cabe pensar que cada nueva historia ofrece algo nuevo al espectador, y así lo hace, no es una sucesión esquemática de lo mismo, sino que el esquema, sin variar, añade nuevos contenidos a cada pasaje, los cuales siempre dan la impresión de estar a punto de agotar, tan al borde del ridículo (de tan absurdo) como de la genialidad (de tan sensato), pero cuando nos llega ese sentimiento, un nuevo giro ocurre, una nueva observación se da, una nueva imagen agita o silencia, y Gomes hace que te vuelvas a reconciliar con lo que parecía perdido pocos momentos antes.
A falta de ver más, de nuevo, y teniendo en cuenta lo que otras personas presentes comentaban al principio del pase («cómo ha bajado el número de críticos del primer pase al segundo… somos unos auténticos supervivientes»), cabe desear que la tercera parte no sufra un desgaste ante el buen y constante nivel de las dos primeras partes. Después de todo, los críticos no tienen la culpa de no disfrutar de todo el cine que ven. De hecho, nadie es culpable de nada, todo acto —consciente o no— se alimenta de otro anterior o superior, y las diferentes irresponsabilidades, ilegalidades, medidas y acciones, realizadas a lo largo de los años, se van olvidando en una nube de humo que se escapa por una ventana antes cerrada (intoxicando a los que estaban dentro) y ahora abierta. Pero entonces, ¿a quiénes se debería culpar por todo lo sucedido? ¿A todos los que sufren las consecuencias?
Sherazade continua narrando historias. Los cuentos absurdos siguen, la acidez se mantiene, pero Gomes cuenta historias fuertes y se pone más dramático, eso sí, el despliegue animal se mantiene como en el volumen 1, vacas y perros en esta ocasión, hay prostitutas y un kilométrico y surrealista juicio. 40 días y 40 noches huyendo de la nada y comiendo perdices en la playa. Gomes deja la molestia y agresividad del Volumen 1 y se pone más divertido. Después de más de cuatro horas de cuentos hilarantes, queda por ver la tercera parte.
Segunda parte de esta trilogía que como hice mención en la crítica del volumen uno es falsa, porque realmente es una sola película.
O Desolado dista mucho de O Inquieto en cuanto a forma, ya que aquí si se sigue una línea que no falsea en ningún momento, como si se hiciera en la uno donde hay una parte documental y otra donde Gomes juega con su equipo en una forma del cine dentro del cine. Eso sí, en contenido no varía, ya que como es de esperarse se sigue el retrato de la sociedad portuguesa sumida en crisis de hace algunos años, esto con el mayor ingenio posible, ya que son narrados por Sherazade (Crista Alfaiate) el personaje del texto original de Las mil y una noches.
La película cuenta con tres historias centrales que a su vez se van dividiendo en más ramificaciones, este film sigue con una idea más trágica y nefasta. Esto se ejemplifica a la perfección con el relato central, puesto que se realiza un supuesto juicio, que resulta ser un desfile de personajes y donde una enorme cantidad de crímenes se encuentran conectados, Gomes y compañía sueltan un repertorio que pareciera un homenaje a lo grotesco y lo surreal, en una de las secuencias más divertidas de las seis horas completas de metraje.
Dicha conexión entre los crímenes, da una idea de cómo estos problemas pueden abordar todas las esferas de la sociedad, cuestión que por ende termina carcomiendo su buen funcionamiento. A tal punto que la Jueza (Luísa Cruz) termina por sentir náuseas al darse cuenta de la inesperada situación y del montón de estupideces de dichas fechorías.
Ahora bien, específicamente sobre ese término de estupideces que se suceden una y otra vez, no solo en este volumen, sino también en los otros dos, al escuchar hablar a Gomes sobre su cine, él irrumpe como un transgresor de la metodología de cómo hacer películas. Establece sus propias reglas, sin importar que sean estúpidas, sin importar que eso sea grabarse a sí mismo y a su equipo de trabajo.
Y en esto mismo de las estupideces, por más que muchas de las historias nos parecen increíbles, todas las que se ven en pantalla son reales, todas las que cuenta el personaje de Sherazade son absolutamente reales, por más inverosímiles que parezcan, claro está que se ficciona un poco para presentarlas en su film, enlazarlas con otras historias, etc.
Pero claro, ahora resulta vital aclarar que no es que por ver en pantalla diversas y recurrentes tonteras, estamos ante una obra que es vacía y banal, por el contrario, Gomes está siendo fiel a su estilo, pero aún más fiel al propósito de su largometraje, ser crítico pero con un aura de humor negro bastante evidente. Hay algo que queda claro de los tres volúmenes, no es una obra para todos.
Humor absurdo y perros.
Dos elementos con los que es imposible, por muy mal que se haga, construir malas historias.
Y aún así Miguel Gomes se las apaña, una vez más, para conseguir que se conviertan en cosas que no se sabe muy bien por qué están ahí.
Este Volumen 2, lejos de afinar un poco más su concepto de cuentos actuales, los lleva un paso más allá, al equivalente de saltar sin cuerda ni red, en un infinito de escenas pobres y sin interés.
Lo peor es que no empieza mal: el cuento de un viejo carcamal aclamado como héroe y el desvelo a medianoche de una mujer haciendo un postre para que su esposo la juzgue buena esposa consiguen recrear cierta atmósfera fantasiosa ausente del primer volumen, con su combinación de enseñanzas morales y surrealista ambientación, presagiando que por fin Gomes se ha tomado su idea el pie de la letra.
Hasta un juicio demencial, celebrado en anfiteatro antiguo, parece seguir dicha corriente. Nada más lejos de la realidad.
Hay un cierto límite donde una broma deja de tener gracia. Los comediantes experimentados sabrán evitarlo, los primerizos o arrogantes caerán de lleno en él sin saber por qué aburren al público.
Esto es exactamente lo que pasa en toooda la escena del juicio, que pasa de la seriedad a la incredulidad, para después cuando se agota su inventiva ser un interminable tedio. Que sí, que todos somos unos ladrones y corruptos sin escrúpulos, no hacía falta alargar la escena hasta el dolor para que lo pille hasta el proyeccionista, tratando de que todos los personajes sean cuanto más rocambolescos mejor.
En el fondo no deja de ser otro reflejo del problema de esta película, y por extensión esta trilogía: buenas ideas que no se han sabido llevar bien a la práctica, donde sobrevive cierto residuo de genialidad, pero que apenas se nota tras toda la morralla que nos vemos obligados a tragar. Lo que podría haber sido un prodigio de humor absurdo se queda en plomizo alargamiento.
Luego llega el perro, sí, un perro. Cualquiera sabría entretener con las desventuras de un perro de mano en mano de sus dueños.
Pero Miguel Gomes no sabe, o no sé si quiere, tan empeñado está en que su protagonista canino sirva de excusa para una radiografía de un bloque de apartamentos y los dispares vecinos que viven en él. Otro tramo en el que la crítica/denuncia/experimentación funciona a ratos, a veces sintiendo realmente el peso que dicho entorno tiene en viejos y niños, otras veces creyendo que alguien se olvidó la cámara en un descansillo y que eso es rodar.
De nuevo, los dueños del perro son descaradamente inhumanos, y tienen diálogos que mandarían a dormir a medio patio de butacas. Es curioso que pesen más en el conjunto, o dejen más huella, aquellos momentos sinceros con los que todo el mundo puede identificarse, como unos niños que espían a sus vecinos por el agujero de la pared, un joven que compone en la soledad de su habitación o un grupo de chicas alegres que toman el sol desnudas en la azotea. Esos son los humanos, la gente normal, y nosotros estamos con el perro, con los alienígenas.
Tras toda una vida en el maldito bloque de apartamentos, crees que te dejarán ir ya, porque tras contarnos la vida y milagros de todos los vecinos ya no hay nada que el realizador pueda poner para rellenar minutos.
Hasta que ves que te quiere hacer empatizar con los recuerdos de un perro.
Al final resulta que si hay absurdo, elevado al infinito, sin freno ninguno. Este tipo de saltos de fe hay que ganárselos querido Miguel Gomes, y no has hecho ningún esfuerzo de narrador para que me los crea.
Comencemos este texto lamentándonos por los cuñados de toda procedencia o condición. Si han tenido alguno cerca, o son usuarios de Facebook u otra red social, quizás le hayan oído decir, intenso el gesto y remarcadas las palabras, que en chino la palabra crisis equivale a la palabra oportunidad. Por supuesto nada de esto es cierto. Nuestros cuñados, aceptémoslo, no tienen tampoco el mínimo conocimiento de mandarín, pero toda esta confusión terminológica, de conceptos y de cómo los hechos van mutando en función de cómo son contados, nos viene estupendamente para hablar del cine de Miguel Gomes porque es en estos conflictos donde encontramos su esencia.
Centrémonos en primer lugar en el último de estos puntos y preguntémonos si es casual que Gomes use el clásico medieval árabe de Las mil y una noches para dotar de estructura a su(s) película(s). Parece claro que la respuesta debe ser no. En primer lugar porque, obviamente, no creemos en algo tan inadmisible como el azar, en segundo porque ya en la filmografía del director portugués aparecían previamente señales nítidas de su obsesión por cómo la transmisión oral de las historias iba modificando el núcleo original y los detalles de las mismas. A Gomes le gusta jugar al viejo juego de formar un círculo y contar al oído unos hechos a nuestro compañero de al lado y que éste los cuente, a su vez, a quien tiene más cerca, hasta que la historia, tras haber recorrido todo el contorno de la circunferencia, vuelve a nosotros completamente modificada. Ya lo hacía, por ejemplo, en Aquel querido mes de agosto (Aquele Querido Mês de Agosto – Miguel Gomes, 2008) donde la historia de Moledor y el puente era contada en una docena de ocasiones, cada una de ella diferente de las demás, en función de cómo su propio círculo narrativo la había transformado. Aquí los elementos modificados aparecen integrados en el propio relato, ya forman parte de él porque la película es, en sí, una narración oral (Escuta, ó Rei venturoso). Pensemos por ejemplo en el primer cuento, el de Simao Sin Tripas, en esos drones buscadores o en las tres jóvenes que, salidas de la nada, le proporcionan un placer erótico a nuestro protagonista. Elementos mutados amalgamados con la historia real. Lo que importa es que como el Sultán nos sintamos atrapados en el relato, que le demos a Sheherezade Gomes una noche más para seguir contándonos su historia.
También la confusión de términos a la que hacíamos referencia en el primer párrafo nos parece muy apropiada para definir estas mil y una noches. Nos lo parece porque, establecida ya la fijación de Gomes con la transmisión oral de las historias, una crisis económica como la que ha sacudido Europa durante el último lustro y medio es un gran marco para la creación de leyendas. Se puede hablar de hombres que se enfrentaron al sistema, de cómo éste aplastó a una familia, de héroes y de villanos. Todos con un pie en lo real, todos con el otro en la recreación fantasiosa. Así pues, para Gomes, para todos los narradores en la acepción más estricta del término, la crisis es una oportunidad y el adagio cuñadesco, por una vez en la vida, se cumple a la perfección. Quizá no del todo en el sentido que ellos le habían otorgado pero eso son minucias y más para ellos.
Tal vez, de todo lo dicho anteriormente, alguien podría llevarse la falsa impresión de que Gomes utiliza la crisis tan sólo como un elemento casual, un vehículo de transporte sobre el que descargar sus elementos teóricos sobre la narración y que, cumplida su función, deja aparcado a un lado. Bien, nada más lejos de la realidad, el estudio de la crisis en sí misma se conjuga con la forma de contarla. La situación económica y social del país vecino también toma así ribetes de ficción cuando en el segundo cuento de este volumen, Las lágrimas de la jueza, la culpa, como un elemento abstracto, va pasando de mano en mano. En un tribunal situado en un anfiteatro (¿una referencia a la justicia como espectáculo?) cada historia está integrada en la anterior. La crisis, sus perpetradores y sus víctimas, son parte de un conjunto de matrioskas en lo que es una referencia tanto política (en cuanto a la imposibilidad de señalar a un solo culpable), como literario/fílmica, de nuevo apelando directamente a la estructura de Las mil y una noches y de otros antecedentes claros de la obra de Gomes, por ejemplo El manuscrito encontrado en Zaragoza (Rekopis znaleziony w Saragossie – Wojciech Has, 1965). Así la dimensión política de la obra se integra grácil y justificadamente en la obsesión de Gomes por el poder de la narrativa, la crisis es una ficción más pero, como todas las ficciones, tiene unas consecuencias trágicas en lo que llamamos realidad.
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