Largo viaje hacia la noche
Sinopsis de la película
Luo Hongwu regresa a Kaili, su ciudad natal, de la que huyó hace varios años. Comienza la búsqueda de la mujer que amaba, y a quien nunca ha podido olvidar. Ella dijo que su nombre era Wan Quiwen.
Detalles de la película
- Titulo Original: Di qiu zui hou de ye wan (Long Days Journey Into Night)
- Año: 2018
- Duración: 133
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Opinión de la crítica
Película
6.6
85 valoraciones en total
Largo viaje hacía la noche cuenta la historia de un hombre en busca de un amor perdido, de un recuerdo, de un sueño. En su camino se mezclan pasado y presente, y es precisamente el salto entre esos distintos periodos lo que evidencia algo todavía más importante: la no existencia del tiempo.
A través de los pensamientos de uno de los personajes se nos cuentan las diferencias entre las películas y la memoria. Las primeras están ficcionadas, nos cuentan tramas inventadas, manipuladas y ordenadas de cierta manera. La memoria en cambio es real, son sucesos vividos que se aglutinan caóticamente en nuestra cabeza y nunca se sabe cuando nos van a golpear. La obra de Bi Gan busca parecerse más a un recuerdo que a un filme cualquiera.
En la película se habla también de lo eterno y lo efímero, de sus símbolos. Pero esa negación del tiempo que propone la propia obra nos da a entender que esos dos conceptos resultan ser el mismo: el todo y la nada. El cineasta chino tiene su mirada en un punto más lejano y ambicioso que contar una simple historia entretenida.
Para transmitirnos esa relevancia de la que se dota a la memoria el director utiliza unas formas que inevitablemente despiertan ciertas reminiscencias a otros grandes realizadores. Hay algo de Tarkovsky, de Angelopoulos, de Tarr, de Noé y de Reygadas en este filme. El plano-secuencia que se desplaza libremente es la herramienta por excelencia de todos estos cineastas: la manera de seguir incansablemente, de no escapar, de atar.
Debido a lo trascendente que es en esta película el tema de la nostalgia y de lo onírico y también debido al uso de plano-secuencia hay una especial vinculación con Tarkovsky. Y esa relación se puede concretar todavía en algo más: la manifestación de los cuatro elementos. Es de sobra conocido la importancia que daba el maestro ruso a los mismos, a sus representaciones y a su simbología.
Bin Gan también busca retratarlos continuamente, y así lo hace. A través de la bruma y del humo del tabaco se nos presenta el viento. El agua se manifiesta gracias a la lluvia, los charcos, las goteras y otras representaciones. Los mecheros, las antorchas y las chispas de la bengala nos muestran el fuego. Por último la tierra se representa en el campo, en la naturaleza y en la mina. Todo ello carga la obra de un sentido más complejo y espiritual.
Pero hay otro elemento usado por el cineasta chino que también remite directamente a otro gran director. En este caso es la cámara que vuela, algo que ocurre cerca del fin del filme. Esa libertad de movimiento, ese vuelo mágico que nos hechiza cuando pensábamos que el largo plano-secuencia final no daba para más, recuerda al cine de Noé. Y es que el cineasta de origen argentino es un adalid de las florituras imposibles con la cámara.
La relación con Noé se hace también patente a través de la iluminación, de los neones y de sus colores. Todo ello remite al mundo de la noche, de lo desconocido, de la ciencia ficción, de futuros extraños y distópicos como los de Blade Runner o Ghost in the shell.
Si nos centramos en las localizaciones escogidas, en como están ambientadas y decoradas, en sus tonalidades y en su oscuridad de nuevo encontramos una relación con todos los cineastas mencionados anteriormente. Ello se ve además potenciado por el uso de lo alejado de la sociedad, de lo abandonado, de los restos de la civilización. Hay un momento concreto, cuando el protagonista quiere ir al cine, que se nos muestra algo que parece ser una antigua nave destruida desde una perspectiva que inevitablemente nos lleva a la iglesia derruida de Nostalgia de Tarkovsky.
Todos los elementos citados hasta ahora en el texto quedan arraigados a una cultura determinada y extraña para los occidentales: la asiática, y más concretamente, la china. Y hay un aspecto utilizado por Bin Gan que ayuda más que el resto para establecer este hecho. Se trata de la música. Esta es usada varias veces y todas ellas despierta numerosas y curiosas sensaciones.
Cabe destacar los momentos-karaoke, algo que ya hemos visto en incontables películas asiáticas. Y es que el Karaoke se ha convertido en un fenómeno que simboliza la posibilidad de desfogarse, de acallar los sentimientos de uno mismo a través de la música de otros y en presencia de otras personas.
Pero Bin Gan guarda para su protagonista un destino diferente y no tan evidente. Él no supera su tristeza gracias a la música, sino gracias a un consejo de su madre: comer una manzana entera, hasta el corazón.
Critica publicada en la Revista Encadenados:
http://www.encadenados.org
Uno de los peligros, en ocasiones, de hacer un cine onírico y simbólico es que si las imágenes no son lo suficientemente impactantes y, dentro de lo irracional, no hay un hilo conductor, ya sea temático o emocional, que nos interese, el resultado puede ser la perplejidad o el sopor. Por ejemplo, en Un perro andaluz , de Luis Buñuel, hay imágenes oníricas inolvidables, que difícilmente nos dejan impasibles ante lo que estamos viendo, a pesar de que nos resulte difícil interpretarlo.
No es el caso, para mí, de Largo viaje hacia la noche , a la cual, reconociéndole su virtuosismo formal, un brillante final y un hilo temático no siempre fácil de seguir, me deja como espectador bastante vacío de emociones y con cierta sensación de pesadez a la hora de digerir esa búsqueda de un amor del pasado por parte del protagonista.
Quizás haya otros factores que influyan en esta percepción negativa, como las influencias de Tarkovski y Wong Kar Wai (santos por los que no siento excesiva devoción), citadas por algunos críticos de Filmaffinity, o el no poder haber visto esa segunda parte de la película en 3D (desventajas de haberla visto en un cine de provincias de la periferia).
Tras asistir a gran parte de la rueda de prensa de Entre dos aguas, en la que estaban presentes Isaki Lacuesta y el propio Isra, me dirigí en solitario para ver en la Sala 2 de los Cines Príncipe el ya, a estas alturas, el último pase de una de las películas más anticipadas de la Sección Zabaltegi: la china Long Day´s Journey into night/Di qiu zui hou de ye wan, la cual fue alabada tras su paso por Un certain regard en Cannes. El solitario y circunspecto Luo Hongwu, tras varios años fuera, regresa a la Kali que le vio nacer. Una ciudad hermosa, señorial pero también vacía, llena de misterio. Una ciudad en la que hay una mujer, una mujer a la que amó y a la que no podrá olvidar, y que desea encontrar. La buscará por una ciudad de colores, de baile y música, de sueños. Una película, de nuevo, radical en su propuesta narrativa y cuya manera de presentar el relato la hace de difícil acceso para la mayor parte del público. Pero servidor no puede echar la vista atrás ante una película que es un placer orgiástico en lo que a forma cinematográfica se refiere. Un festival de excelente trabajo de cámara y de uso exquisito del lenguaje audiovisual para inducir al espectador a hipnóticos trances de hondo diseño sonoro y planos secuencia que quitan el hipo, en particular en una secuencia de una hora en 3d dentro de la película. La película capta un estado de ánimo, el deambular nocturno por ambientes festivos, estilizado y lleno del encanto del imprevisto y de la magia de lo onírico. Un despliegue formal que bien compensa todo lo demás. Lo cual no quita que sea un filme onanista, narrativamente arbitrario y confuso, descompensado en sus dos partes, siendo la de 3D mucho más interesante que la otra (es un viaje que va de más a menos, y en los primeros compases no sabemos a que atenernos). A nivel emocional es también difusa, por lo que por la incertidumbre en muchos frentes desconcierte a los espectadores. Película densa, pero una de las más atractivas y sabrosas para el cinéfilo.
En su segundo film, Bi Gan cuenta la historia de un hombre atormentado (Jue Huang) por la pérdida de una mujer que amó y el sentimiento de culpa por un crimen que cometió. Dividida en dos partes: la primera, se parece más a una poesía llena de símbolos, metáforas lentas, meditadas que nos introducen en una espiral de enamoramiento. La segunda, un sueño nocturno del protagonista mostrado a través de plano secuencia en 3D de bella factura técnica.
Como demostró en su sorprendente debut, Kaili Blues, Bi Gan se preocupa más por los planos, los colores, por materializar un espacio mental y transmitir una sensación física que por explicar una historia. Largo camino hacia la noche está repleta de planos muy cuidados y larguísimos. Vemos un hombre que llora mientras se empieza a comer una manzana. El plano termina cuando el personaje se acaba la fruta. La escena ha durado más de un minuto y seguimos sin comprender quién es ese personaje.
El cine de Bi Gan recuerda al de Terence Malick por su plasticidad, la importancia de los silencios y su cercanía al texto poético. Los conceptos de culpa, arrepentimiento o amor se nos muestran en las miradas, en planos tras un cristal, más que en los diálogos de los protagonistas.
En resumen, una nueva maravilla del cine oriental que gustará a los cinéfilos capaces de apreciar un cine más visual que narrativo.
http://www.contraste.info
Sueño de amor eterno
Cada vez que la veía, sabía que estaba soñando otra vez. Esta enigmática frase, pronunciada por Luo Hongwu (Jue Huang), funciona como pórtico de un relato en primera persona, siempre subjetivo, que se mueve entre esa difusa frontera que separa la realidad del sueño y la memoria. Igualmente enigmáticas son las imágenes que abren el film y acompañan la voz del protagonista. Una secuencia que anticipa, desde el principio, el tono poético y estilizado del film además de su estructura narrativa que divide el relato en dos mitades.
El plano muestra lo que parece ser un local nocturno. En primer plano, un micrófono y una mano de mujer que se acerca a él. Antes de descubrir el rostro, la cámara comienza a ascender lentamente hacia el techo, las luces de colores del local inundan la imagen. Sin corte alguno el techo se confunde con el suelo (el sueño con la realidad) de la habitación de un modesto hotel en el que vemos a Luo tumbado bocabajo.
Regreso a Kaili
Después de largo tiempo de ausencia y debido al fallecimiento de su padre, Luo ha regresado a Kaili, ciudad natal del director y escenario de su anterior film, la igualmente magnífica Kaili Blues (Lu bian ye can, 2015). Para Luo la ciudad es el espacio del recuerdo de su historia de amor con Wan Qiwen (Tang Wei), amante de un mafioso local. La narración se va desdoblando en dos tiempos, el pasado (o más bien el recuerdo de su relación amorosa) y el presente, en el que inicia la búsqueda (con aires de clásico relato detectivesco) de su amante.
La voz en off del protagonista, su obsesión con esa misteriosa mujer, la confusión entre sueño y realidad, la subjetividad falseadora (y fabuladora) de la memoria nos hacen recordar a otros personajes enamorados, perdidos, deambulando por el espacio y el tiempo en busca de un ideal huidizo e inalcanzable como el Scottie de Vértigo, el Deckard de Blade Runner o el Sportello de Puro Vicio.
Soñar en plano secuencia
En Largo viaje hacia la noche, Bi Gan consolida (y supera) algunos de los elementos formales y temáticos, también algunos motivos (el reloj, el tren, las mesas de billar), que había puesto en juego en su anterior trabajo. Otro relato sobre un personaje masculino que, tras una larga ausencia, también trataba, en cierta forma, de reconstruir el pasado. Lo más destacable (o llamativo) de aquella película era un largo plano secuencia de aproximadamente cuarenta minutos en el que la cámara se movía con total libertad por los espacios, siguiendo (y abandonando) a su personaje principal. En este sentido la apuesta se redobla en su nueva película con otro plano secuencia (esta vez filmado en 3D) de una hora de duración que constituye la segunda mitad del film.
Lo eterno y lo efímero
El protagonista entra en un desvencijado cine (que por momentos nos recuerda a aquel de Goodbye Dragon Inn [Bu san, 2003] del taiwanés Tsai Ming-Liang), se coloca unas gafas 3D, recuesta la cabeza sobre una columna mientras la imagen funde a negro y aparece el título de la película. Inmersos, personaje y espectadores, en el sueño (reforzado por el uso de la imagen en tres dimensiones que da esa falsa sensación de realidad, de poder tocar aquello intangible y huidizo), Bi Gan nos lleva por ese fascinante viaje onírico hacia la noche en el que Luo se reencontrará con los personajes y espacios de su recuerdo, donde lo simbólico habrá de ser descifrado y donde el encuentro amoroso se convertirá en algo al mismo tiempo eterno y efímero como confirma el magnífico final.
La cámara gira sin parar alrededor de los dos amantes que se besan, imitando las agujas del reloj (lo eterno) para terminar frente a un espacio vacío donde una pequeña bengala (lo efímero) se consume reflejada en un espejo.
La consolidación de Bi Gan
Bi Gan, con tan solo dos películas y veintinueve años, parece haber alcanzado una madurez y una voz personal poco frecuente en directores tan jóvenes. Aun así Kaili Blues y Largo viaje hacia la noche no dejan de ser ejercicios de aprendizaje donde poder rastrear las huellas de otros directores. Encontramos el Stalker (1979) de Andrei Tarkovsky (referente declarado por Bi Gan desde su adolescencia), tanto en la configuración de los espacios (esa habitación en la que el agua gotea constantemente) como en la de su taciturno personaje protagonista, además del homenaje directo en la imagen de un vaso que se mueve sobre una mesa a causa de la vibración que provoca el paso de un tren.
La superposición de tiempos, la elegancia de los movimientos de cámara o el uso de espejos y reflejos para hablarnos de la relación de los personajes a través de su posición en el encuadre nos traen a la memoria al hongkonés Wong Kar-Wai. El retrato del paisaje cambiante de la China contemporánea, a veces en ruinas, a punto de desaparecer, en constante transformación lo emparenta con su compatriota Jia Zhang-ke. En el cine de Bi Gan resuenan, finalmente, los ecos de otros dos cineastas asiáticos como Hou Hsiao-hsien o el tailandés Apichatpong Weerasethakul en la estilización de unas imágenes que registran un mundo donde convive lo real con lo misterioso, lo prosaico con lo poético, la realidad con el sueño.
Escrito por Joaquín Fabregat
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