La viuda alegre
Sinopsis de la película
Sonia es una viuda, inmensamente rica, de Marshovia, pequeño país centro europeo del que controla la mitad de la riqueza. El país depende de que ella gaste su dinero en él, así que, cuando se traslada a París porque no logra encontrar marido, el rey envía al Conde Danilo a cortejarla y traerla de vuelta. Si no lo consigue, se le formará consejo de guerra…
Detalles de la película
- Titulo Original: The Merry Widow
- Año: 1934
- Duración: 99
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Opinión de la crítica
Película
7.1
98 valoraciones en total
Pais
Directores
Actores
- Akim Tamiroff
- Caryl Lincoln
- Donald Meek
- Dorothy Granger
- Dorothy Wilson
- Edward Everett Horton
- Eleanor Hunt
- George Barbier
- George J. Lewis
- Henry Armetta
- Jason Robards Sr.
- Jeanette MacDonald
- Lane Chandler
- Leonid Kinskey
- Lona Andre
- Luana Walters
- Lucien Prival
- Maurice Chevalier
- Minna Gombell
- Morgan Wallace
- Perry Ivins
- Richard Carle
- Sterling Holloway
- Una Merkel
Vaya por delante que, sí, esta película es una chorrada. Que nadie busque aquí la aguda sátira política de Ninotchka o el sano choteo de Ser o no ser, ni siquiera el trasfondo social o subversivo de Un ladrón en la alcoba y Una mujer para dos. Esto es escapismo puro y duro para tiempos de crisis, pero Lubitsch, puesto a ser superficial, decide tirar la casa por la ventana y hacer el escapismo más exuberante que se podía concebir en 1934. Ya desde el principio, como era habitual en sus operetas, la realidad se borra de un plumazo y nos situamos en un país imaginario de una Europa central de cuento, visualizada como un delirio entre art-decó, rococó y kitsch. Y a partir de ahí decide llevarnos en volandas, de canción en canción, de escenario imposible en escenario imposible, a través de una historia, como casi todas las suyas, de infidelidades sobre las que se hace la vista gorda en nombre del disfrute y la comprensión de las debilidades de cada uno. Pero la historia, evidentemente, es lo de menos. Lo más importante es meternos directamente en un sueño, en lo que sería el cielo si le dejaran a Lubitsch diseñarlo: flirteos y hedonismo eternos en escenarios extravagantes con fuentes que manan champán.
Pero para moverse por el cielo, claro, hace falta ligereza, y ahí es donde reside el mayor triunfo de Ernst. Si Eisenstein había demostrado pocos años antes que el montaje era una de las herramientas fundamentales del cine para generar sentimientos, enardecer al público y expresar ideas de la manera más intensa, aquí Lubitsch se propone demostrar, y lo consigue, que también es la herramienta perfecta para generar placer, y esta película es algo así como el acorazado Potemkin de los musicales, con permiso de Minnelli y Donen. Desde el principio los cortes llevan con fluidez insuperable de un personaje a otro y de una escena a otra, pero además poco a poco va introduciendo la magia, en la manera de hacer pasar los meses como páginas de un diario, en la manera en que el luto se convierte en alegría con un simple golpe de tijera en la sala de montaje, en la manera en que los personajes parecen volar de Marshovia a París, y una vez en París parece que las calles se doblegaran a los deseos de los protagonistas y se hicieran más cortas para que ellos puedan llegar antes a Maxim’s. Hay varias cumbres aquí en las que dan ganas de quitarse el sombrero ante la gracia de Lubitsch con los encadenados, como ese Da-ni-lo dicho por tres mujeres en tres puntos distintos pero convertidos en uno solo, como colofón perfecto a los múltiples Danilos con que se abre la película, (sigue en spoiler)
Un gran musical de la época de la MGM. Esta película tuvo muchísimos problemas. Empezando que el mismo protagonista, Maurice, no quería el papel ya que no quería seguir siendo el hombre encantador sin más. En esta película ya tenía 46 y ya empezaba a ser un poco mayor para este tipo de papeles.
También tuvo problemas con la historia, ya que Montenegro se sentía identificado con la historia y lo había llevado a juicio y la MGM había perdido los derechos. Años más tarde los volvió a comprar y tuvo problemas para adaptar la historia, luego encontrar la protagonista que el mismo Maurice quería otra protagonista, pero al final tiró la toalla y el director contrató a la que quería desde un principio: MacDonald.
Una historia para no pensar y dejarse llevar. Típica historia de mentiras, y de confusiones.
Poco más a destacar. Y eso que ganó el Oscar a la mejor dirección artística.
Sonia es una hermosa mujer que, además de haber quedado viuda, ha heredado una gran fortuna (ambas cosas, para toda mujer despierta, son siempre un regalo del cielo). Y Sonia, como cualquier mujer sensata, está notando ahora que el reino de Marshovia -como cualquier otro reino- es un lugar lúgubre, hipócrita y aburrido… y entonces decide irse a París, la ciudad de las chicas descarriadas -como la llamará alguien-, pero al fin y al cabo un lugar alegre y lleno de novedades, donde poder hacerse a una vida amena.
Bien para Sonia, ¡pero terrible para el viejo principado, porque con ella se va una fortuna que es la mitad de la que posee el reino entero! Así es que, dispuesto a impedir esto, el rey Ahmed II, se pone en la tarea de conseguir al hombre ideal para que enamore a la rica viuda en La Ciudad Luz y la traiga de regreso. Y curiosamente, es su mujer Dolores (léase, así entre paréntesis, Lolita), la que más Sabe de los hombres de palacio y la que va a decirle quien es el galán que no fallará en semejante empresa.
Exquisito filme el que nos da, en esta ocasión, el director alemán Ernst Lubitsch, partiendo de la celebrada opereta con estupenda música de Franz Lehár y atractivas letras de Victor Leon y Leo Stein que, basada en la obra El asalto a la embajada de Henri Meilhac, se estrenara en 1905, habiendo luego triunfado en numerosos países y por muchos años. La primera versión cinematográfica, la había realizado el gran Erich von Stroheim en 1925, y ahora, en época del mayor auge de los musicales tras el advenimiento del cine sonoro, no podía faltar una nueva versión que, con guión de Samson Raphaelson (asiduo colaborador de Lubitsch) y Ernest Vajda, se convierte en una comedia de ricas sutilezas, momentos muy divertidos y con un buen gusto de nunca olvidar.
En tiempos de La Gran Depresión (1929-1940…) venía de perlas esta sugerente historia. Y como era habitual en Lubitsch, con fino humor y situaciones de atinado doble sentido, vuelve a jugársela para recrear a la muy interesante pero calculadora sociedad que ahora tenía a su alrededor. He aquí uno de esos dardos precisos: Deseando rescatar su zapato, Sonia ha seguido a Danilo hasta un cuarto del hotel, donde éste trata de sobrepasarse. Tras resistirlo, ella observa un retrato de Napoleón que hay en una de las paredes y finalmente dice: ¡Un gran hombre! Su única equivocación fue atacar demasiado pronto, Por eso perdió en Waterloo. Y la escena en la prisión, con el rey y su comitiva atentos a lo que sucede entre Danilo y Sonia, no tiene reparo ¡es digna de cualquier antología!
Agradable presencia de Maurice Chevalier, Jeanette MacDonald y Edward Everett Horton, pero encantadora y magnífica actuación la de George Barbier como el rey de marras.
LA VIUDA ALEGRE es otro acertado filme para abonar a la filmografía de Ernst Lubitsch.