La vida de Adèle
Sinopsis de la película
Adèle (Adèle Exarchopoulos) tiene quince años y sabe que lo normal es salir con chicos, pero tiene dudas sobre su sexualidad. Una noche conoce y se enamora inesperadamente de Emma (Léa Seydoux), una joven con el pelo azul. La atracción que despierta en ella una mujer que le muestra el camino del deseo y la madurez, hará que Adèle tenga que sufrir los juicios y prejuicios de familiares y amigos. Adaptación de la novela gráfica Blue , de Julie Maroh.
Detalles de la película
- Titulo Original: La vie dAdèle - Chapitre 1 & 2 (Blue Is the Warmest Color)
- Año: 2013
- Duración: 180
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Opinión de la crítica
Película
7.4
62 valoraciones en total
La vida de Adèle trata al espectador como un ser inteligente. No muestra emociones a través de una voz en off o del personaje hablando en solitario. Lo hace mediante unos planos bellos y, sobre todo, gracias a la excelente interpretación de Adèle Exarchopuolos, que consigue mostrar con su cara (su boca, sus ojos, su pelo), y sus movimientos, todo lo que siente y más, ayudada de una cámara permanentemente pegada a su rostro.
Me gusta pensar en esta película como un filme en el que no se sigue la estructura narrativa que se estudiaba en el colegio de introducción, nudo y desenlace, sino como uno que simplemente se dedica a mostrar casi una década de la vida de una persona, y eso es mucho. Ojalá Kechiche cumpla su deseo de volver a estos personajes en el futuro.
Se me hace difícil escribir sobre La vida de Adèle . Ignoro si se debe al montaje final (ya ha prometido el director una versión extendida con más de 40 minutos añadidos), pero es ésta una película atípica, con un desarrollo férreo y a la vez narrativamente laxo, que se adentra en varias cuestiones sin ahondar demasiado en ninguna, y cuyo verdadero núcleo temático, el amor trascendente, se muestra a veces con tanta fuerza que le impide a uno hasta pensar.
En consecuencia, toda crítica o análisis de La vida de Adèle se quedará necesariamente corta. Aún así, por lo que pueda valer, ahí vamos:
Kechiche se vale de primerísimos planos constantes para pegarnos al cuerpo y a la vida de Adèle, cuyo rostro llegamos a conocer tan bien como el nuestro, con sus pliegues, sus gestos y hasta el brillo de sus poros (en la película no se emplea maquillaje). Vemos cómo se despierta, cómo va al colegio, cómo come, cómo suspira y cómo duerme. Durante la primera hora es un retrato de esa íntima soledad que acompaña a ciertas personas como una sombra, sin saber por qué, uno percibe en ella el estigma del perpetuo desamparo. El espectador está tan cerca de Adèle, se ha adentrado tanto en ella –metafóricamente–, que desaparece el límite entre lo ficticio y lo real, y, si besa a alguien, casi podemos oler el beso. Tenemos la impresión de estar viviendo nosotros su vida. Es tan intensa y tan cercana, que conmueve hasta lo más hondo, y deseamos que esa chica confundida y sola sienta hasta las entrañas el desbocado placer del verdadero amor.
Cuando ese amor llega, lo hace unido al sexo salvaje, y resulta un acierto estético de auténtica sabiduría el esfuerzo de Kechiche por no separar lo uno de lo otro, el amor del sexo, el cuerpo de la mente. Durante una escena lésbica explícita y larga como pocas (nunca había visto yo nada igual en una película que no fuera pornográfica), asistimos a una exaltación limpia del deseo puro. Cada una quiere ser la otra, cada caricia o cada beso quieren abarcar o sentir el cuerpo amado con desesperación existencial, pero al mismo tiempo se están entregando ellas a la actividad más intensa de sus vidas, perdiéndose en lo oscuro, en lo inabarcable, en ese éxtasis que, si se alcanza, es capaz de elevarnos místicamente por encima de nosotros mismos, hasta diluir nuestra identidad. Cuando Adèle cae desplomada tras eso que un médico o un asesino del amor llamaría orgasmo (perdonen por reducir el asunto a una palabra tan fea), sabemos –sentimos– que ya nada será igual en su vida. Que ha quedado definida por ese placer, por esa felicidad, por ese instante. Ha encontrado por fin todo lo que buscaba.
Pero el tiempo pasa y la vida sigue.
Y pasan los amigos, y la familia, y se termina el colegio, y se empieza a trabajar, y la rutina también a su modo mata…
Y comienza –aunque no se diga de modo explícito– el capítulo 2 de la vida de Adèle, y cae éste sobre nosotros como un latigazo, pues presenciamos el más descarnado retrato de la pasión y del deseo que se ha hecho en el cine en muchísimo tiempo. Adèle experimenta muchas y variadas confusiones, se sume en la desesperación, se hunde en un vacío personal, trata de salir, trata de entregarse a sí misma, trata de olvidar cuánto duelen los amores cuando parecen haberse perdido, trata de saber qué hacer, quién es, cómo ha llegado hasta ahí.
La película es magnífica porque es honesta, porque carece de tesis pero a la vez lo muestra todo, porque uno la ve y palpa la esencia de la vida y del amor, sean éstos lo que sean, y en todas las escenas hay una miríada de sensaciones que el espectador sensible recibe fascinado.
La fotografía es prodigiosa, y los actores, jóvenes casi todos, están soberbios. Léa Seydoux cumple siempre, pero Adèle Exarchopoulos toca los límites de lo que entendemos por actuar.
Kechiche abre en canal la vida de Adèle y la de cualquiera.
Una maravilla.
(Sigue en el spoiler, pero no hay spoilers de ningún tipo, lean sin miedo).
No me gusta recurrir a clichés, generalizar y frases hechas pero, después las furibundas reacciones sobre La vida de Adèle, nadie entiende a las mujeres… y mucho menos si son lesbianas cabreadas. Es una indudable verdad que a las mujeres no se las entiende, se las quiere… y punto. Y por ese motivo (después del último punto) llega el arranque de esta carta de HAMOR a todas las lesbianas iracundas, esas mujeres que han defecado excrementos por su boca sobre esas alargadas y polémicas escenas sexo entre dos actrices heterosexuales, la deshonestidad de la propuesta y el oportunismo (conformista) de la cinta de Abdellatif Kechiche. Aquellas señoras que han clamado desde el bostezo contra la película que se ha ganado el corazón de la crítica (hiperbólica), alzado con la Palma de Oro en Cannes y que, en definitiva, ha sido nominada a los Globos de Oro, Satellite Awards, Premios del Cine Europeo o Independent Spirit Awards. Que si es una aburridísima fantasía pornográfica disfrazada de transcendencia y calado dramático, que si es morbo despreciable, que si no tiene argumento ni guión y muestra a gente durmiendo todo el rato (¡Warhol sólo hay uno, hijos de fruta gabachos!), que si las películas con grandes historias de amor tienen que ser tan castas como Casablanca, que si para ESO se inventó la elipsis y que si todo es un monotema sexual para crear polémica gratuita en un país hipócrita y falso. ¡Qué vuelan los Tomates Asesinos (castos y heterosexuales) a Francia YA! En definitiva y resumen, esta carta va dirigida a esas hembras que han criticado hasta la bilis el morbo gratuito de una propuesta reputada como pornográfica e irritante, enfocada únicamente al público heterosexual (corto de miras y voyeur nato, según ellas) para su material masturbatorio y segregación bucal. Porque al cine uno va a hacerse un dedo o una paja, ¿no?
Queridas lesbianas cabreadas, el (gran) cine vive muchas veces de la polémica y las largas secuencias de sexo que protagonizan Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux no surgen ahí por casualidad (ni furor escrotal o uterino), ni Abdellatif Kechiche estaba ocupado bajándose la cremallera durante el rodaje y extasiado dándole a la zambomba eludiendo decir CORTEN. No, se trata de una prueba de fuego para que el propio espectador se enfrente a sí mismo y a sus prejuicios sobre la aceptación de ver a dos mujeres que se aman practicar sexo (a tiempo real). Así de simple, así de natural. No hay nada más dentro de ese hiperrealismo en que queda enmarcada la propuesta… y vosotras, lesbianas cabreadas, no habéis superado la prueba porque habéis demostrado que realmente no os aceptáis a vosotras mismas ni a cómo os ven otros. Otra cuestión es que podemos aceptar la crítica desde el conocimiento y que deberían haber contratado a actrices lesbianas (o consultoras o asesoras homosexuales) que hubieran enseñado a las actrices a usar las manos (que luego van a la comida) y perfeccionar la ‘tijereta’ como plausible ejercicio de realidad. La vida de Adèle quiere, pretende y se desvive por ser un docudrama de amor en toda su extensión trascendental y, por si lo desconocíais amadas lesbianas cabreadas, la gente que se quiere también folla en cuadrupedia o en misionero, pero folla al fin y al rabo. ¡No tenéis la exclusividad de ciertas posturas ni inventásteis el kamasutra, hijas mías!
El azul es un color cálido y aquí representa el amor. La puesta en escena de Kechiche circula sobre un ciclo vital de la propia Adèle: la vemos soñar, comer, caminar, bailar sobre una cambiante banda sonora, conversar desde la vacuidad al arte al relacionarse con otras personas, volver a su hogar, crecer y, por supuesto, fornicar. La propia película parece repetir esa aparente monótona estructura como si estableciera una vinculación orgánica pero también habita una transformación azulada de la protagonista, vampirizada por ese amor que emerge en su adolescencia y con el que se sumerge en la madurez, en ese mar de deseo que al final sabe a amor y en el que ahoga sus penas. Evita la devastación y exuberante tristeza del material original para sentenciar el sufrimiento significativo de ese camino de Adèle perfilado sobre el destino y ese contraplano final que invita a la despedida del espectador. No elegimos de quién nos enamoramos. Nadie lo hace. Y aquel torbellino de sentimientos a flor de piel, de realismo construido a base de diálogos en apariencia improvisados, gemidos, lameteos y miradas luminosas se convierte en un huracán de universalidad. En matices de un teatro que representa al amor condenado a fracasar y ser arrastrado dentro del recuerdo. Tan banal y física como profunda y emotiva, La vida de Adèle, queridas lesbianas cabreadas, sencillamente no os ha gustado porque sabéis que en realidad no habla sólo de vosotras sino de todos nosotros, de ese amor puro y la pérdida del mismo, del reencuentro y la separación sobre un telón en el que no importa el sexo o la orientación sexual. Porque, al final del cuento, todos somos una lesbiana cabreada vestida de azul que debe volver sola recordando el camino por el que anduvo previamente. Así es la vida, te llames Adèle o Ambrosio.
Hace 50 años esta película no hubiese gustado por indecente (porque salen tetas y lesbianas)
Hace 30 años hubiese gustado por indecente (y porque salen tetas y lesbianas)
Hace 10 años hubiese gustado por valiente (porque salen lesbianas, las tetas ya estaban muy vistas)
Hoy en día, cualquiera al que le guste el cine, la vida o las dos cosas ha vista ya demasiadas tetas y lesbianas tanto para escandalizarse como para considerar valiente una película en la que salen tetas y lesbianas.
Dicho esto vamos a analizar la película:
Contenido: chica conoce chico, chico se liga a chica, sexo, chica se vuelve maruja, chico considera que su chica no está a la altura intelectual de sus colegas, chico tontea con otra chica, no pasa nada, chica tontea con otro chico, chico se mosquea la llama puta, y la manda a la idem calle. Todo esto con chica-chica en lugar de chico-chica y a la velocidad de un culebrón venezolano porque había que llenar tres horas para que la película puediese ser considerada cine de autor.
Forma: plano corto de boquita de piñón comiendo spaghetti, plano corto de boquita de piñón comiéndose la boca con todo dios, plano corto de boquita de piñón comiendo una ostra, plano corto de boquita de piñón comiéndose una teta, plano corto de boquita de piñón comiéndose los mocos mientras llora desaforadamente.
Porque aquí está la grandeza del cinema francais: llorar, follar y fumar con planos cortos.
Y lo peor de todo es que el inicio es prometedor: la incomprensión adolescente (propia y ajena), las dudas, la autoafirmación, la exquisita escena en la que la protagonista pasa de un bar de gays, donde se siente relajada y puede observar sin ser observada, a un desinhibido pero embarazoso bar de lesbianas, donde pasa a ser el objeto de las miradas…
Después, 10 minutos de sexo lésbico coreografiado (¿dónde está la candidez, la curiosidad, el aprendizaje de una amante novata que extrañamente se mueve con la precisión de una actriz porno?).
Después, el tedio.
Y al final, el aplauso unánime de los críticos onanistas.
Sí, La Vida de Adèle es intensa. Sí, la cámara entra hasta el fondo, de la piel y de los sentimientos de los personajes protagonistas. Sí, emociona. Sí, las actrices sobresalen, especialmente una Adèle Exarchopoulos mágica. Y sí, escribo esta crítica casi como terapia porque hace dos días que la he visto y todavía no sé qué pensar. Lo que sé es que sigue ahí clavada en mi cerebro y en mis tripas. Pero…
3 horas de película no son necesarias. No es necesaria esa primera parte tan larga en su adolescencia. Creo que Kechiche no sabe por dónde cortar y no corta. Usar la elipsis con maestría es difícil pero es necesario.
En cuanto al sexo, las escenas son largas y explícitas, y no creo que la de Kechiche sea una mirada poética, o no sólo. Para mí sí es la mirada de un hombre (que se recrea) pero no me molesta. Me gusta esta cruzada contemporánea por normalizar el sexo, me parece necesaria y esa creencia me la confirmaron las toses, los movimientos incómodos y los susurros que las ya famosas escenas provocaron en la sala.
Más allá de eso, la película es pura carne, es vísceras, comida, cuerpos, piel, y desde ahí construye Kechiche mucha verdad (que la hay). Los personajes, sobre todo Adèle, tienen dudas, contradicciones, luchas internas y la cámara de Kechiche los desnuda con maestría.
(Entro más en detalle en spoiler)