La teta y la luna
Sinopsis de la película
Tete (Biel Durán) es un niño enigmático que se siente desplazado con la llegada de su hermano y no puede ver como el bebé se alimenta de la leche de su madre. Le gusta hablar con la Luna, pero siente un profundo terror en trepar a los castells (torre humana típica de Cataluña), pese a que es un anxaneta ( niño que se sube a la cima de los castells ). Cuando llega a la ciudad un espectáculo donde trabaja Estrellita (Mathilda May) y su marido Maurice (Gerard Darmon), Tete se enamora profundamente de ella, ya que le recuerda a su madre, que le ha sido arrebatada por su hermano.
Detalles de la película
- Titulo Original: La teta i la lluna
- Año: 1994
- Duración: 90
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Opinión de la crítica
4.9
58 valoraciones en total
Confieso que nunca le he encontrado el punto a Bigas Luna, por más que lo intento. Me parece un director mediocre, demasiado sobrevelorado por algunos críticos e intelectualoides (no es el único). Un cine zafio y grosero disfrazado de falsa trascendencia. Una especie de Mariano Ozores pero en pedante, vaya. Puestos a elegir me quedo con Ozores, al menos es sincero y no engaña a nadie. Y mucho más divertido, la verdad.
Me obligué ayer a ver de nuevo esta película en TV, llevado por mi afición de cinéfilo a ver si pillaba lo que presuntamente se me había escapado. Pues lo sigo sin pillar, vaya por Dios. Me sigue pareciendo grosera, de mal gusto, vacua, pretenciosa y lo que mucho peor en el cine: aburrida. Guión basado en la obsesión infantil por las tetas (reflejo de la misma obsesión del director, es obvio) y muy poco desarrollado, personajes absurdos y que se hacen odiosos, escenas reiterativas hasta la saciedad, escatología, actores mediocres … En fin, muy poco salvable.
Mala, sin paliativos.
Tercer film de la trilogía ibérica de Bigas Luna. Se inspira en recuerdos autobiográficos. Se rodó en exteriores de Barcelona, Reus, Torredembarra, Valls y Creixell. Ganó un premio de Venecia (guión). Producida por Vicente Andrés Gómez, se estrenó el 10-VII-1994.
La acción tiene lugar en una localidad catalana no identificable, a lo largo de unos meses. Narra la historia de Tete (Biel Durán), un niño de unos siete años, que descubre el mundo a través de su mirada limpia, ingenua e innocente. Ante él desfila un universo adulto lleno de sensualidad, machismo, infidelidades, impotencias, apetitos sexuales, cópulas, fantasía, canciones, nacimientos y muerte, que entiende a medias, relaciona con limitaciones y asume con dificultad.
El autor recurre a sus temas preferidos: la sensualidad del cuerpo humano y la pasión por el buen yantar. La leche que el bebé succiona de los pechos de la madre (Laura Mañá) obsesiona a Tete hasta tal punto que se siente desatendido por los padres, de los que trata de huir en busca de otros pechos de los que alimentarse. Con el abuelo comparte comidas frugales, de propiedades sorpendentes, ya que alimentan y, a la vez, otorgan facultades singulares (imitar las flatulencias de Petman ). Las limitaciones de comprensión del niño le llevan a tejer explicaciones deliciosamente infantiles sobre el apareamiento, la génesis de la leche materna, su poder nutritivo y el placer de su ingestión. Sus esfuerzos por entender hacen que complemente lo que oye de los mayores, en especial del padre, con imágnes fantasiosas que el expectador percibe como surrealistas (pelotón de romanos). Explica que la música es capaz de modificar la conducta humana y los sentimientos. El flamento que Miquel (Miguel Poveda) dedica a Estrellita (Mathilda May) hace que ésta detenga su marcha y la enamora más allá de su voluntad. Tete no entiende las órdenes del padre que le reclama a gritos valentía. Las tetas de la madre y de Estrellita provocan lo que no consiguen los aullidos del padre. Se incluyen referencias iconográficas de Cataluña, como la barretina, las alpargatas, los anxanetas y, sobre todo, los calçots, el porrón y los castells. El film es un homenaje a la tierra ibérica donde nació, a la infancia, a la inocencia y a la maternidad.
La música, de factura sencilla, oscila entre los aires líricos y los burlones. Añade canciones de Edith Piaff ( Les mots de lamour ) y otros. Es sorpendente el duelo propuesto entre el flamenco y la canción de Piaff. La fotografía crea composiciones de gran belleza plástica, con claroscuros bien contrastados y la devoción por el Mediterráneo. El guión destila sutilezas y recuerdos de calidez contagiosa. La interpretación de Biel Durán es rica en naturalidad. La dirección crea una apasionada disgresión sobre los recuerdos de infancia y el apego a una tierra entrañable.
La película combina fantasía y realidad, sensualidad y erotismo, surrealismo y sueños.
Tras regalarle el frasco con la rana dentro, Tete le dice a Estrellita Quiero un pecho tuyo y tu leche . ¿Pero qué dices? , pregunta sorprendida, como es lógico, y el niño le replica Es que mi madre no me la da .
Así por las buenas la mujer se levanta, se aparta la blusa, muestra su (precioso) seno, lo aprieta y un chorro de leche va a parar a la boca de Tete…y qué más pude hacer yo salvo taparme la cara con las manos y reírme de incredulidad.
Pero esta es sólo una de las muchas escenas de La Teta y la Luna que provocan vergüenza ajena, la tercera y última parte de la llamada Trilogía Ibérica que el director catalán José Juan Bigas Luna comenzó en 1.992 con la archiconocida Jamón, Jamón , que le hizo ganar el León de Plata en el festival de Venecia (inexplicable, ¿verdad?), a la que siguió Huevos de Oro , la más grotesca y desagradable. En esta ocasión volvería a contar con el respaldo del productor Andrés Vicente Gómez y María Fernanda Canals ayudándole en el guión.
La historia es en apariencia muy sencilla a la par que absurda, tierna y muy incoherente: Tete, un niño que todavía no comprende bien el mundo que le rodea, tiene que vivir junto a un autoritario padre que le regaña constantemente y una madre demasiado ocupada como para atenderle, pues acaba de tener otro hijo, por suerte tiene a su abuelo, el único que le hace caso. Tete está aún más desconsolado porque su hermano pequeño, al que odia, se ha apropiado de la rica leche que dan los pechos de su madre, por lo que pide a la Luna (atentos a esto) un deseo: unos senos que le alimenten a él solo.
El director se olvida por un momento de la brutalidad y la violencia presentes en Jamón, Jamón y Huevos de Oro haciendo que la historia, cuyo cariz psicológico la haría ser plato de gusto de Freud, esté narrada desde la pura y (a veces) inocente mirada del niño, que encuentra una respuesta a la disciplina del padre y el abandono de la madre: una joven portuguesa bastante zorra que trabaja en espectáculos de variedades junto a su marido, francés. Sí, una atmósfera poblada de extrañeza, fantasía y erotismo que poco o nada tiene que ver con las duras y viscerales tragedias precedentes de la Trilogía.
Aun así, no faltan los clásicos elementos del imaginario del catalán. Vuelven a entrar en escena los raros fetichismos, un desfile de personajes increíbles, aquí abundando en exceso (el niño obsesionado con las tetas, la tía a la que le chifla chupar pies, guardar lágrimas en un frasco y comer pan fingiendo una felación, el impotente que se gana la vida a base de pedos…) y el sentido homenaje a su tierra y sus costumbres y a la comida, en este caso la leche de la mujer, cuyo poder nutritivo y casi místico crea gran fascinación en él del mismo modo que en Tete.
Y aunque en La Teta y la Luna el surrealismo tenga más peso que en las anteriores obras, mostrándose a ojos del niño en forma de chocantes, llamativas y a veces dramáticas metáforas visuales (autoritarismo: el padre que aparece disfrazado de soldado romano, muerte: el cuerpo de Stallone sin vida sobre su propia tumba, odio: el hermano de Tete apareciendo como un cerdo), al igual que los sueños, que predominarán en todo su esplendor en los últimos y más abochornantes ocho minutos, Luna no se olvida de un detalle esencial.
Y es ese triángulo amoroso que se da entre Maurice, Estrella y Miguel (Tete no está enamorado de ella, sino de sus pechos), una situación más creíble y trágica que debería haber sido aprovechada en detrimento de la disparatada cruzada emprendida por el niño. El argumento está equivocado en su enfoque, el romance destructivo, y no menos autodestructivo, de Miguel y Estrella, presa y a la vez amante de ese francés débil, bruto y celoso, podría alzarse con el protagonismo en la película sin problema. ¿Muy convencional? Claro, pero por lo menos no sería tan rematadamente absurdo como la historia principal que nos propone el director.
El buen trabajo de fotografía por parte de José Luis Alcaine y la preciosa música de Nicola Piovani, que es lo mejor de toda la película, están muy mal acompañados de unas ocurrencias y diálogos que desprenden mal gusto por los cuatro costados y unos actores que se me hacen del todo irritantes, en especial Gérard Darmon, Miguel Poveda (al que me gustaría ver electrocutándose con la valla esa donde aparece el cartel de No tocar ) y un esforzado Biel Duran a menudo detestable (sobre todo cuando se pone a morder el biberón) pero con un arte para caer simpático y un desparpajo innatos.
Como tampoco puedo soportar al personaje de la delicada y guapísima Mathilda May, cuyos atributos hicieron declarar a Luna Si tuviera que ilustrar el seno femenino en una enciclopedia habría puesto uno de Mathilda .
En fin, una estrambótica paranoia repleta de morbo, humor y fantasía que sólo podría surgir de la retorcida mente del cineasta catalán, que disgustará sobremanera a la gran mayoría, como es mi caso, y a otros encantará.
Me gusta La teta y la luna . Un poco por la galería de personajes peculiares que la pueblan (el artista de los pedos, el flipao de la moto, el abuelo charnego, el padre del crío), un poco por su estética luminosa y colorista, un poco por su disparatado sentido del humor. Pero sobre todo me gusta porque consigue hacer algo extremadamente difícil: reflejar de forma creíble y natural el punto de vista de un niño, su relación con el extraño (para él) mundo de los mayores, y sus preocupaciones, absurdas desde un punto de vista adulto pero que dentro de la lógica infantil del filme funcionan. Lo consigue gracias a una buena interpretación del chiquillo (y conste que en general lo de los niños actores me da algo de cosilla), a unos diálogos (o monólogos) muy buenos y a un tono donde el tema de las tetas y demás no tiene nada que ver con el erotismo turbio de otras películas de Bigas Luna, sino que se plasma desde una óptica bastante inocente.
Rara a más no poder, pero muy interesante.
Más en spoiler.
Bigas Luna es un director reconocido que ha ganado premios y tiene una sólida carrera a sus espaldas pero no me convence. De hecho, ésta película es de lo peor que he visto en mi vida.
Es un retrato de Cataluña en el que un niño pequeño habla de la vida y cuenta su historia y se enamora de una mujer muy exuberante que trabaja en un circo.
Hay alguna escena que me parecieron muy desagradables, quiere hacer gracia pero a mi no me convenció.
Lo siento Bigas Luna, su obra es original pero me resultó mala.
Mala