La podadora (El gran cuchillo)
Sinopsis de la película
Charles Castle, un actor de Hollywood muy exigente consigo mismo, no está satisfecho de sus últimas interpretaciones. Por eso, cuando un productor le hace una tentadora oferta que él considera que dañaría su reputación, la rechaza. Pero el productor lo chantajea, amenazándolo con revelar hechos de su pasado que empañarían más su prestigio que el papel que le ha ofrecido.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Big Knife aka
- Año: 1955
- Duración: 111
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Opinión de la crítica
Película
6.5
96 valoraciones en total
Charles Castle, afamada estrella de cine, posee un oscuro pasado que le hace venderse al despótico productor Stanley Hott firmando un contrato con su estudio por siete años. Marion, la esposa de Charles, está dispuesta a abandonarlo tras la firma del contrato.
Película pretenciosa la cojas por donde la cojas. Lo es en su argumento, lo es en sus diálogos, lo es en la posición de la cámara y, sobre todo, lo es -y esto es lo peor de todo- en las interpretaciones de los personajes principales. Otro tipo de actuación más natural y contenida hubiera salvado la película, habría conseguido transformar nuestro estupor y sonrojo en auténtica curiosidad e interés por el desarrollo de la historia. Lamentablemente no es así y no salimos de nuestro asombro al observar los desmanes interpretativos de Jack Palance y Rod Steiger. Una pena lo de este último pues si, conocidas son las limitaciones de Palance para cierto tipo de papeles, Steiger venía de realizar un notable trabajo en La ley del silencio y, en este mismo año de 1955 brillaría también en The court martial of Billy Mitchell .
La cinta no llega a aburrirnos, es cierto, pero da la sensación de que la vemos un poco de soslayo, sin creer nunca en ella, sin fiarnos un pelo. No nos basta sólo con la correcta actuación de Ida Lupino y los espléndidos cinco minutos que nos regala Shelley Winters.
Quienes vimos de pequeños Raíces profundas difícilmente podremos separar nunca el nombre y el rostro de Jack Palance de los del infame pistolero Wilson, uno de los villanos definitivos de la historia del cine. Tanto en nuestra memoria como en nuestras pesadillas, Palance será siempre truenos y barro, un guante negro, una sonrisa helada y unos pómulos tallados a navaja que más que a un profesional del revólver parecen pertenecer a un auténtico e implacable ángel de la muerte. La de Jack Palance, lo dijo una vez Elia Kazan, era una cara que solo una madre sería capaz de amar.
Palance, sin embargo, y pese a sus limitaciones, fue un estimable actor, condenado por su aspecto físico, tan imponente como castigado por su paso por el boxeo y la Segunda Guerra Mundial, a papeles de malvado o de tipo duro, que no le permitieron, más que en contadas ocasiones, demostrar lo que él consideraba su auténtico talento interpretativo. Y uno sospecha, viendo la vehemencia con que interpreta a Charles Castle, un actor que ha traicionado sus sueños pero no puede olvidarlos, antaño idealista y reconvertido en estrella cínica y hastiada y encasillada en papeles de boxeador tan exitosos como banales, que algo hay en su trabajo en esta peli de reivindicación de su pasado como actor teatral en Broadway.
Aunque se trate de una agria exploración de la trastienda hollywoodiense, El gran cuchillo es, de hecho, la adaptación de una obra de Clifford Odets, cuyo origen teatral viene a explicar sus no pocos méritos y alguno de sus defectos. Incisiva, tensa, bien trenzada y ocasionalmente brillante, la peli de Aldrich plantea con crudeza el conflicto interior de un hombre atado por un secreto inconfesable a una vida de payaso sin alma tan confortable como autodestructiva. Sus buenas interpretaciones y afiladísimos diálogos, sin embargo, resultan a menudo demasiado envarados y faltos de naturalidad, revelando sus mal cerradas costuras teatrales y dándole a la peli cierto aire, más bien engorroso, de representación filmada. El amor de Aldrich por el exceso, que tan bien funcionaba en otras obras suyas, acaba siendo aquí un arma de doble filo: hay frases tan bien cinceladas y tanta expansión emocional que la indudable potencia trágica de su tramo final se ahueca y adelgaza hasta casi desaparecer. El exceso de artificio difumina el drama humano.
El gran cuchillo es, en todo caso, una peli muy disfrutable, que ofrece un descarnado y desolador retrato de la industria del cine, ese nido de víboras que no tolera el fracaso y del cual emerge, por méritos propios, el rostro de Rod Steiger como un retorcido y egocéntrico productor, abiertamente inspirado en los todopoderosos Harry Cohn y Lois B. Mayer y especializado en arrancar corazones y reducirlos a carne picada para las masas, que rebaja al pobre pistolero Wilson a la categoría de mindundi y que viene a recordarnos, por si no lo teníamos claro, quién maneja en realidad los hilos de ese sueño que llamamos cine.
Basada en una obra teatral de Clifford Odets que se estrenaría en Broadway en 1949 bajo la dirección de Lee Strasberg cofundador con Odets del Group Theatre e interpretada por John Garfield, The big knife la película de 1955, fue algo así como un torpedo en la línea de flotación de un sistema, el de los estudios cinematográficos, que allá por los años 50 estaban en medio de una crisis causada en parte por la creciente competencia de la televisión y en otra por las leyes antimonopolio que pusieron freno al dominio de las grandes Majors en la práctica totalidad de las cuestiones relacionadas con el negocio de las películas provocando además el desarrollo de las productoras independientes.
Un espíritu libre como el de Odets no encajaba bien en Hollywood donde trabajó en la década de los 40 y el resultado fue la ruptura total y su regreso a Broadway con una obra donde quedaba claramente de manifiesto su descontento con un sistema mercantilista que anulaba sus capacidades artísticas. Su libro contenía además un ácido y descarnado retrato de los magnates de la industria cinematográfica, siendo unánime la opinión de que, entre los retratados, salían, no muy favorecidos precisamente, Louis B. Mayer de MGM y Harry Cohn de Columbia Pictures, e incluso parece que el propio título (The big knife, La podadora) hace una clara alusión a un mundo, el de las películas, donde todo se compra y se vende y donde todos parecen tener un precio. La propia expresión podadora evoca aquella otra de títere sin cabeza lo cual me parece bastante ilustrativo en el contexto al que se dirige.
La firma de un nuevo contrato por 7 años entre un actor de éxito y su productora desencadena una serie de situaciones tensas que ponen en riesgo la vida personal y matrimonial de una superestrella de la pantalla grande. Los oscuros intereses de todo un conjunto de personajes (o personajillos) al servicio de los grandes boss y de estos mismos, se nos muestran flotando en un líquido ya de por si turbio al tiempo que dibujan una historia donde el dinero, el poder y hasta el homicidio tienen su lugar de encuentro.
La actuación de Jack Palance como Charles Castle es absolutamente notable, de las mejores que le recuerdo, aunque físicamente no dé la imagen de guaperas de las matinés neoyorkinas. Por su parte, Ida Lupino, como su esposa, está espectacular y en esa línea a la que nos tiene acostumbrados. Mención aparte para Rod Steiger como productor, ejemplarizando la imagen que se espera de él, la de un ser odioso al que únicamente mueven el dinero y la borrachera del poder. La elección del resto del reparto es especialmente adecuada en Wendell Corey y Everett Sloane. Punto y aparte con mayúsculas para la breve aparición de Shelley Winters.
Para mi gusto a la película le sobra teatralidad. Reconozco que está bien llevada y que de esta forma los diálogos mantienen su fuerza con una integridad que, seguramente, no se conseguiría con un ritmo menos estático, pero teatro y cine son dos medios comunicativos muy diferenciados que precisan de lenguajes distintos para acabar diciendo lo mismo. Con esta salvedad, que puede gustar o no, debo calificar este trabajo de Robert Aldrich (y por no ser injusto, de Clifford Odets) de altamente recomendable.
Interesante historia surgida de la pluma del reputado dramaturgo y autor de teatro social estadounidense en la época post crack del 29, Clifford Odets, en la que se nos cuenta la historia de Charlie Casttle (Jack Palance), un actor con un acervado espíritu idealista, el cual esta profundamente enamorado de su esposa (Ida Lupino) y comparte con ella la necesidad de no renovar el contrato que le tenía atado a los estudios de Hoff (Rod Steiger) y sus producciones comerciales y mudarse a Nueva York para interpretar papeles con más enjundia, estando dispuesto si es necesario a abandonar la interpretación antes que seguir ligado a un modo de vida que le asfixia y le hace profundamente infeliz.
A partir de aquí y con la firme negativa por parte del ducho en prácticas mafiosas capitoste del estudio a perder a su rentable estrella y las infames y perturbadoras maniobras que emplea para que esto no suceda, el mundo de Charlie comienza a desmoronarse, primero al ser abandonado por su mujer al ver esta que tras una reunión con Hoff en la que se suponía iba a despedirse de él, acaba renovando el contrato por 7 años y luego al venírsele encima turbios hechos del pasado y una asfixiante presión por parte de prácticamente todo su entorno: una reportera tipo Hedda Hopper, una lenguaraz y simplona aspirante a actriz (Shelley Winters) que conoce y airea secretos de su pasado, la esposa de su mejor amigo acosándole sexualmente y su mujer en brazos de un escritor que está enamorado de ella, sin olvidar la perenne y tenaz espada de Damocles del despechado jefe de los estudios.
Sobria y eficaz puesta en escena cuasi teatral del genial todoterreno Robert Aldrich y excelentes interpretaciones por parte de todo el elenco actoral (especialmente un Jack Palance aquí alejado de sus papeles de tipo duro que sorprende por los matices con los que dota a a su personaje y Rod Steiger como el sádico, ladino y cobarde director de los estudios), hacen que las casi dos horas de metraje te mantengan atrapado esperando el cada vez más intrincado desenlace de la trama.
Recomendable
En, Bel Air, el exclusivo barrio residencial de Los Ángeles, California -donde, principalmente, habita aquella gente del cine que antes fuera noticia de primera plana y carátula de revistas, pero que, ahora, ve cerrado su ciclo al caer en un olvido que, algunos, encuentran insoportable-, vive también el actor Charles Castle, un hombre de mediana edad que sigue interesando a la prensa amarilla ante la comidilla de que está a punto de separarse de su esposa Marion… y también interesa a un singular productor, de esos que no aceptan un no por respuesta, y éste, Stanley Hoff (del estudio Hoff-Federated), sabe como apretar a Castle, pues, conoce al dedillo un hecho de su pasado con el que puede chantajearlo.
Castle anhela trabajar en buenas películas, quiere hacer parte del arte y no del consumo… y con lo que le ofrece Hoff, prefiere decir no a un grueso contrato, antes que aceptar deshonrarse como actor profesional.
Hoff, ya está camino a su residencia… ¿Qué decisión tomará, definitivamente, el valorado actor? ¿Qué pasará entre él y su esposa Marion, quien ya está harta de sus devaneos? ¿Qué suerte de dudosos manejos se abrirán paso por estos días? ¿Hasta dónde llega la moral de quienes se mueven en este negocio?
Muchos velos van a correrse, y el lado oscuro de la industria cinematográfica va a quedar valientemente al descubierto para corroborar, una vez más, el arribismo al que suelen llegar algunos poderosos y la falta de escrúpulos con que logran sus objetivos.
La obra, The Big Knife (1949), de la que parte la película, fue escrita por el renombrado dramaturgo, Clifford Odets, quien la estrenó, ese mismo año, en el National Theater de Broadway, bajo la dirección de Lee Strasberg, con John Garfield como protagonista. Fueron 109 representaciones continuas las que avalaron su éxito, y en el momento en que, el productor y director Robert Aldrich, compró los derechos para llevarla al cine, pensó que Garfield bien que merecía ser también el protagonista… pero, el legendario actor falleció pocos meses después, y tras la negativa de Burt Lancaster, siguiente nombre en quien pensó para el rol, Aldrich se decidió por Jack Palance -también un magnífico intérprete-, pero, al no responder, éste, a los estereotipos de la época por su rostro de boxeador apaleado -y así lo explica el filme-, su presencia funcionó en detrimento de la taquilla, además de que los ‘american moneymakers’ no entendían como puede ser que un hombre –y más uno como él- llegase a dudar en aceptar un contrato por 5 mil dólares semanales como el que le ofrecen… y al resultar la trama -para ellos- también absurda, el filme, entonces, no fue acogido como merecía.
Por suerte, la crítica especializada, captó la profundidad moral de la historia, entendió que la integridad vale más que todo el oro del mundo, captó la atinada disección (con un lápiz a manera de gran cuchillo) de la industria hollywoodense… y también sabía que, en Fornication California, no hay que ser Brando, Newman o Peck, para resultar atractivo a ciertas mujeres. Un nombre famoso, un poco de músculo y una chequera voluminosa ¡hacen milagros!
Por esta gran película, también a Robert Aldrich se le comenzó a mirar con sospecha… pero ¡el cine es pleno arte cuando cuenta la Verdad!
Título para Latinoamérica: LA INTIMIDAD DE UNA ESTRELLA