La pequeña Venecia (Shun Li y el poeta)
Sinopsis de la película
Shun Li, una inmigrante china que trabaja en una fábrica textil de las afueras de Roma, intenta legalizar su situación para poder llevar a Italia a su hijo de ocho años. Inesperadamente, la mandan a Chioggia, una población situada en una isla de la laguna veneciana, a trabajar como camarera en un bar. Allí conoce a Bepi, un pescador eslavo apodado ‘El Poeta’. La relación que se establece entre ellos es una especie de huida poética de la soledad, un diálogo silencioso entre dos culturas distintas, pero no muy distantes. Lo malo es que ni los chinos ni los lugareños ven bien su relación y tratan de obstaculizarla.
Detalles de la película
- Titulo Original: Io sono Li aka
- Año: 2011
- Duración: 93
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Opinión de la crítica
6.7
64 valoraciones en total
Hablar del estado actual de deplorable decadencia en el que se encuentra la cinematografía italiana es casi como hablar, y perdón por la frivolidad, del drama de la inmigración. Parece que a estas alturas ya se haya comentado todo lo que se tiene que analizar, produciéndose en ambos casos el temido efecto del disco rayado. ¿Puede aportarse algo nuevo a la discusión de por qué una de las industrias cinematográficas históricamente más potentes del mundo está, bien entrado el siglo XXI, casi en ruinas? En la misma línea establecida ahora mismo, ¿qué puede añadirse a la paupérrima situación por la que cada año pasan tantos millones de personas, forzadas todas ellas a abandonar sus raíces bajo la -endeble- promesa de asentarse en un lugar mejor tanto para ellas como para sus seres queridos?
La verdad es que poco o nada puede aportarse que no haya sido mencionado en algún otro momento. No es un problema de creatividad, es un asunto de tener claro cuál es el contexto de una(s) temática(s) que tiene(n) sus marcos muy delimitados. No todo cabe en ellos, con lo que llega un punto en que ya no se acepta la entrada a nada o nadie más. Entonces, ¿por qué esforzarse en abordarlos cuando la batalla está perdida incluso antes de empezar a librarse? Mejor probar suerte en otros terrenos menos inexplorados, donde todavía haya recursos para explotar. O ya que estamos, y ya que hablamos más o menos de lo mismo, ¿por qué no traer la imagen virtual de estos nuevos territorios a los que en un principio pretendíamos tratar? En otras palabras, ¿por qué no hablamos sobre lo mismo, pero desde una perspectiva diferente?
O por lo menos desde una que se aleje mínimamente de los códigos aparentemente inamovibles sobre los que se ha asentado un dogma que cansa por pura repetición. Bajo esta coyuntura se nos presenta La pequeña Venecia (Shun li y el poeta), interpretación libre -un clásico en nuestro país- del título original Io sono Li (en cristiano, algo parecido a Yo soy Li), esperado primer largometraje de ficción de Andrea Segre, quien sorprendiera hará ya cuatro años con el aclamado documental Come un uomo sulla terra, y que pretende dar esperanzadora respuesta a las dos preguntas planteadas al principio. Resumiendo, ¿puede un producto presentado bajo la desgastada bandera italiana ofrecernos un enfoque interesante (con aceptable nos conformamos) sobre la inmigración? Puede.
A pesar de que La pequeña Venecia (Shun li y el poeta) no ofrezca nada estrictamente nuevo dentro del (sub)género, no menos cierto es que son muy de agradecer los esfuerzos -recompensados- por parte del director y guionista por desmarcarse de los dictados de Cavalierescos que parecen regirlo todo en su país, para brindarnos un producto cuyo principal mérito radica en saber esquivar siempre a tiempo los principales lugares que lastran cualquier producto de estas características. De acuerdo, el dibujo de algunos personajes es de brocha tan gorda que su evolución es más predecible que el derrumbe de los socialistas en los próximos comicios, los que sean. Este tropiezo condiciona a la vez el desarrollo de una historia que a veces hace el amago de acomodarse en la cansina seguridad de lo consensuado.
Por suerte, lo importante aquí es que Andrea Segre decide buscar la inspiración en fuentes más exóticas (teniendo en cuenta lo que en un principio cabía esperar) para tratar temas de los que nos habían hablado ya miles de veces antes. Así, y sin previo aviso, la ciudad de los canales se transforma en un personaje más, adquiriendo un carácter fantasmagórico y trazando un precioso escenario semi-onírico ideal para reflexionar desde una posición diferente a la que estamos acostumbrados a mirar al conferenciante. Más que rudo y duro realismo social -que también- es poesía (sombría pero a través de la cual se filtran tenues rayos de luz) sustentada por un cuidado apartado visual y por unas sólidas interpretaciones (especialmente la de la pareja protagonista compuesta por Tao Zhao y Rade Serbedzija, que dan credibilidad a la historia de amor imposible, motor principal de la historia). Sí, a fin de cuentas, las fichas de siempre (las mafias, los cuchitriles, las tensiones inter-culturales…) se repiten, pero su disposición en el tablero hace que el dolor e incluso la ternura de su mensaje huyan de la digestión molesta con la que a priori amenazaba el producto. Se agradece.
Ambientada en Chioggia, un pequeño pueblo sustentado en parte gracias a su actividad pesquera, La pequeña Venecia nos introduce en una de esas historias sencillas a la par que sensibles donde ese encantador lugar se comporta como un personaje más. Para que así sea, Segre deja estampas que logran encandilar más que por su belleza por lo particular de las mismas, pues Choggia flota, como Venecia, sobre las aguas y de ello se aprovecha el realizador transalpino para juguetear con la romántica idea de una ciudad que convive con las inundaciones como si no existiese mañana.
Lejos de esa visión romántica, sin embargo, Segre nos traslada a un relato de contenido social tocando una de esas temáticas que más de actualidad no podría estar. En ella, Shun Li, una mujer china con un hijo que ha llegado sola a Italia gracias al poder de la mafia de su país, será enviada a Chioggia para encargarse de regentar un bar y así poder pagar todas sus deudas, para lograr de este modo que la mafia le reuna de nuevo con su pequeño. En el pueblecito costero conocerá a Bepi, un italiano jubilado apodado «el poeta» que todavía continúa con sus quehaceres relacionados con la pesca, con quien llegará a establecer una cálida relación de amistad.
Sorprendentemente, y pese a tener visos para ello, La pequeña Venecia no empieza a hacer gala de su componente social hasta bien avanzada la película, y es que aunque nos encontramos ante un retrato que nos habla en parte sobre el funcionamiento de esas mafias, el cineasta italiano prefiere centrar sus esfuerzos en construir esa relación entre Shun Li y Bepi, que terminará siendo el principal motor de una cinta a la que en ese sentido se podría tildar, en parte, de previsible por repetir esquemas y ofrecer soluciones ya vistas pero, sinceramente, sería injusto dado la honestidad y candor de una obra que en todo momento se siente más cerca de lo que cualquier espectador ya acostumbrado a este tipo de cintas podría esperar.
A través de esa relación, se nos habla acerca de las raíces de ambos protagonistas como parte realmente significativa de sus vidas pero, más importante todavía, como nexo entre dos personajes que no se podrían sentir tan próximos el uno del otro de no ser por ese factor. Con ese vínculo afectivo de por medio, que los acerca, se entreteje una amistad donde los orígenes de cada uno entran en escena ya sea a través de diálogos, fotos o una nostalgia que nunca se torna lo suficientemente compasiva como para tomar una senda sensiblera que Segre evita en todo momento.
Aun así, los únicos méritos de La pequeña Venecia no quedan tras una historia de comprensión y apoyo, también se encuentran en la descripción de una situación verdaderamente delicada huyendo en todo momento de un planteamiento maniqueo que hubiese enterrado, en buena parte, las posibilidades de una propuesta que incluso hace bien intentando no contextualizar (más allá de los detalles debe obtener el espectador para establecer el pacto ficcional) ni posicionar al espectador, el relato se muestra de este modo cristalino y pocos achaques se le pueden realizar a un film en el que se siente algo que hoy en día los realizadores reivindican en exceso acerca de sus creaciones, pero aquí parece existir sin más: el cariño.
A resumidas cuentas, el debut en largo de ficción de Andrea Segre es una de esas pequeñas delicias que merece la pena no perderse, tanto por lo cálido de la propuesta, como por distintos aspectos que nos llevan desde el magnífico trabajo de sus actores (entre los que se encuentra, en el rol de Bepi, al internacional Rade Serbedzija) hasta la proximidad de una historia que, pese a poder resultar lejana (ya sea por la no-vivencia de una experiencia de esas características o por los distintos elementos sociales que en él se encuentran, y que estamos más acostumbrados a ver de modo frío y distante —a través de la televisión—), en manos de Segre logra insuflar vida a un celuloide que parece tocado por la varita de un auténtico artesano. Habrá que seguir viendo si le queda grande la etiqueta al italiano, o si en posteriores trabajos da fe de lo demostrado en este.
Crítica para http://www.cinemaldito.com
@CineMaldito
2 personajes que firmaría el mismísimo Víctor Hugo para Los miserables . 2 culturas diferentes. 2 edades distantes. Un lugar remoto, abrupto y pequeño.
Aún con todo, cuando se está a gusto con una persona, ¿qué o quien lo puede evitar?
Esto es La pequeña Venecia. Una película de bajo presupuesto, muy complicada de plantear por todo lo distante que separa los protagonistas, en la que su principal atracción es exactamente esa, la ruptura de barreras mentales que nos plantea el director.
Los 2 personajes luchan y pelean contra todos los obstáculos (los que se derivan de sus mundos tan distantes), con la normalidad más absoluta, y el director hace partícipe al espectador en su lucha, dándole pie a innumerables posibilidades que el espectador podría plantearse de estar en una situación tan compleja, con el único fin de poder estar en compañía de una persona que te resulta agradable.
Película con mucho tacto y sensibilidad.
Con una sencillez desarmante (que no debe confundirse con la simpleza) y una delicadeza ajena a la cursilería, se nos cuenta una historia acerca de ciertas vidas humildes sin gota de condescencia, muy al contrario, con una empatía y un ánimo de proximidad deseable no ya sólo en el cine, además también en la vida real.
Una Venecia alejada de los cánones turísticos de postal y folleto de viajes, aunque su contexto es ampliable a toda Europa, sirve como telón de fondo a una historia que en verdad habla de la imposibilidad de que dos comunidades que desean vivir juntas pero no revueltas y que por ello, cuando dos individuos ajenos a esas normas invisibles desean estrechar lazos, lo que ocasiona es una intolerancia que a cualquiera le debe resultar familiar ya se por cuenta ajena o incluso propia. El choque cultural ya no es tanto como el choque ideológico.
Con una puesta de escena sobria y eficaz, ajustada al guión, la honestidad de esta pequeña gran obra, que se nota en la claridad con la que son mostrados los dos personajes principales, me parece que hacen de ésta una obra recomendable para cualquiera que desee romper esos prejuicios y, aparte de disfrutar de una emotiva historia, poder zafarse del lastre con el que la ignorancia entorpece nuestra percepción y así aproximarse a cierto aspecto de reciente aparición que forma parte de manera muy extendida en nuestro día a día. Los hay listillos que estafan a gran escala utilizando el arte y el comercio, pero no todos están cortados y cortadas por ese patrón.
Acostumbrados como estamos a creernos el ombligo del mundo, se nos pudiera olvidar que no sólo hay inmigrantes chinos en España, sino en casi cualquier parte del mundo. También los hay en Italia, bien cerca de aquí. Y el choque cultural (un choque siempre silencioso, caracterizado por la desconfianza mutua) es el mismo allí que aquí, más aún tratándose de culturas tan afines como la italiana y la española. Es por eso que el film de Andrea Segre se nos antoja tan cotidiano, y su historia tan potente. El debut de Andrea Segre funciona como si se tratase del reverso humano de las morbosas noticias sobre la mafia china que copan estos días los informativos. Hasta pareciera que dichas noticias forman parte de una calculada (aunque extraña) campaña de promoción.
El film se ocupa de Shun Li, una inmigrante china residente en Italia, que por órdenes del jefe de la empresa (¿mafia?) para la que trabaja, es trasladada a Chioggia (la pequeña Venecia del título, siempre lluviosa) para regentar un bar del puerto. Allí Shun Li entrará en contacto con los habitantes del pueblo, y en particular, entablará amistad con Bepi, el poeta (Rade Serbedzija), un viejo lobo de mar cuyo apodo nos habla de su especial sensibilidad. Bepi, tan sólo como Shun Li, se esforzará en conocerla, en comprenderla, en darle alguna ilusión entre tanto trabajo. Es así como Shun Li empieza a disfrutar un poco de las pequeñas cosas de la vida: de una conversación sobre sus raíces, de un paseo en barca y un día en la cabaña de la laguna de Bepi. Pero pronto la desconfianza se interpondrá entre ellos. No la de ellos dos, sino la de las gentes del pueblo hacia Shun Li y las mafias chinas, y la de los propios chinos hacia la relación prohibida de Shun Li con Bepi. Para ellos, los italianos no son amigos, sólo clientes.
Como su melancólico escenario, el pueblo de Chioggia, Shun Li y el poeta es un precioso y entrañable film, dirigido por Segre con una sensibilidad especial, nada maniquea, para indagar en el alma de unos personajes y de un conflicto tremendamente cercanos. El conflicto lingüístico, siempre tan cómico, también está presente (aunque en ningún momento se abusa). El contenido duelo interpretativo entre Serbedzija y Zhao Tao hace el resto. El film solo se trastabilla algo en su recta final, en mi opinión, algo confusa y anticlimática.
Esta pequeña joya sólo tiene otra pega: después de verla, podríamos caer en la cuenta de que el camarero del chino de la esquina, el que lleva la frutería del barrio y el del badulaque de debajo de casa, además de unos currantes que nos están invadiendo, son también seres humanos con sentimientos, con heridas y con sueños. Y eso podría ser un poco incómodo.