La ofensa
Sinopsis de la película
Alterado psicológicamente por los atroces hechos que ha visto en su carrera y alejado moralmente de su esposa, un sargento de policía, mientras interroga brutalmente al supuesto violador de una muchacha, le causa la muerte. A continuación es sometido a un proceso en el que intenta justificar su conducta.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Offence
- Año: 1973
- Duración: 112
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Opinión de la crítica
Película
6.4
96 valoraciones en total
Todo lo que puedo ver son imágenes, apiñándose en mi mente […]. Intento detenerlas, abandonarlas en alguna parte…pero no quieren detenerse .
¿Hasta que punto algo que nos atormenta es capaz de crecer, devorar nuestra propia identidad, nuestro ser, y destruirnos por completo? ¿Cuándo llega realmente ese momento en el que nos vemos caminando en la cuerda floja?
Como de costumbre en su cine, Sidney Lumet vuelve a embarcarse en un exhaustivo estudio sobre la psique humana, lugar recóndito y misterioso donde innumerables males, producto del miedo, la angustia, la desesperación y el desamparo, se albergan con la esperanza de emerger en algún momento, cuya fuerza pueden corroer el alma hasta en lo más profundo. Esta historia tiene su origen en la obra de teatro This Story of Yours , a cuya representación en 1.968 asistió un Sean Connery en la cima de su carrera que más tarde propondría al autor John R. Hopkins una adaptación cinematográfica.
La intención del actor al acometer el proyecto no venía sólo por el gran potencial que vio en el argumento, sino por su deseo de demoler, una vez más, la imagen de James Bond a la que público y crítica le asociaban, la cual parecía estar encasillándole de forma irremediable. Hopkins, habiendo colaborado anteriormente con él, se encargaría del guión mientras Lumet ocupaba el puesto tras la cámara por petición expresa de Connery, quien ya se había visto a sus órdenes en Supergolpe en Manhattan y La Colina , una de las obras maestras del neoyorkino.
El cielo de Bracknell es tan gris como la atmósfera reinante, todo por culpa de un asesino que continúa libre después de haber atacado a numerosas niñas, no hay pistas y las víctimas se acumulan. Esta situación mantiene en estado de constante alerta a la policía, especialmente a Johnson, un rudo y lacónico inspector que ansía coger al criminal al precio que sea, tras un inexplicable y extraño prólogo, Lumet nos sumerge en lo que parece ser un sobrio thriller criminal que destila el más puro aroma hitchcockiano (las influencias de Frenesí están ahí). Y así continúa hasta que un sospechoso llamado Baxter cae en las manos de Johnson…
No obstante seremos embaucados por el director (o, más bien, el guionista) cuando el argumento sufra un giro radical a eso de los tres cuartos de hora, con unas perturbadoras imágenes dispuestas en planos rápidos, dejamos el escenario policial para seguir al inspector hasta su casa, donde le espera su esposa Maureen. De aquí en adelante nos centraremos en ese hombre al que conducía una cierta serenidad y sin embargo dominaba una sensación de angustia en sordina, pronto descubriremos que se trata de un amargado, hastiado por su trabajo, su infeliz matrimonio y el mundo que le rodea, aunque el origen de ese pesar no deja de ser la violencia que cada día le acompaña en sus labores de agente de la ley.
Una violencia omnipresente que alimenta sus miedos y traumas, de los cuales no es capaz de librarse, grotescas imágenes apiladas en su cabeza cuya fuerza será la causa de su degeneración mental. En esta poderosa secuencia conoceremos la asfixiante sensación que envuelve al personaje, desamparado, incomprendido, poco a poco absorbido por su propia violencia (llegará a figurarse los rostros de Baxter y la última niña violada al sujetar a su mujer). Lumet y Hopkins han ganado la partida, el caso del violador se convierte en un mero detonante de los hechos, un pretexto para presentar el conflicto de Johnson con Baxter y consigo mismo.
Pronto se empiezan a atar los cabos, desde el primer momento el epicentro de la historia siempre ha sido el interrogatorio al sospechoso, que el director nos irá desvelando a lo largo del film a través de inesperados flashbacks . La atmósfera, tensa y sombría, termina por violentar a los personajes, quienes destapan todos aquellos males que sin piedad los mortifican, a ojos de Johnson, el asesino se halla ante él y no duda en juzgarle, sea o no culpable (como sucedía con el jurado de Doce Hombres sin Piedad ), sin duda unos ojos confundidos y nublados por la locura desatada en su mente.
El círculo de la desgracia eterna está representado mediante la repetición formal (la conversación entre Cartwright y Johnson encuentra su reflejo en la de Johnson y Baxter, el niño que atemorizaba a éste en la escuela quedará reencarnado en el inspector…), un cúmulo de odios y traumas soterrados que encontrarán su vía de salida por la violencia donde la salvación es poco más que imposible. El tramo final, que encontró el aplauso del mismísimo John Huston, retornará al suceso inicial, punto de inflexión en la historia y el policía, quien liberará a su auténtico yo (detallado en Zona Spoiler).
El convencional thriller que se nos había prometido queda totalmente reemplazado (nunca sabremos quién es de verdad el criminal) por una de las más viscerales introspecciones psicológicas llevadas a cabo en la gran pantalla, donde Lumet vuelve a poner de manifiesto que lo importante para él son sus personajes, interpretados de forma soberbia por un elenco donde ante todo destacan Ian Bannen, Trevor Howard y un Sean Connery sensacional desde todos ángulos, metido a conciencia en su papel, personajes envueltos en las sombras de un ambiente hermético, desasosegante y atrapante, realzado por la gélida fotografía de Gerry Fisher y la música de Harrison Birtwistle.
Connery respaldó La Ofensa con su propia productora, aunque ello no le reportaría casi beneficios de cara a la taquilla, por la que pasó casi desapercibida injustamente.
Pese a tratarse de un durísimo y agobiante drama psicológico difícil de soportar (y sin una trama aparente), nos hallamos ante una de las mejores muestras de talento artístico del panorama cinematográfico, sin grandes alardes técnicos ni baratos efectismos. Cine del auténtico, del que te revuelve, del que se siente en las entrañas.
Extraña película sobre un policía que investiga unos crímenes sexuales. La cinta, más allá de ofrecernos un suspense convencional, muestra a un personaje torturado y desgastado por su matrimonio, los años en el cuerpo de policía y unos deslavazados pensamientos que irán tomando forma hasta plantear un final inesperado (pero no en cuanto a la trama, sino en cuanto a la propia psicología del personaje y su complejo de culpabilidad).
Parcialmente desaprovechada (da la sensación de que daba para algo francamente antológico), pero muy interesante en todo caso. Una de esas rarezas de los 70, una película que habla de un personaje inestable y reprimido con un caso policial que sirve como auténtico desencadenante de demonios interiores. El personaje tiene un gran sentido de la responsabilidad, es un hombre comprometido con su trabajo, con la defensa del indefenso… pero es humano, tiene fallos, debilidades. Algunas imperdonables que descubrirá gracias, paradójicamente, al malo de la película. No se trata de un caso policial ingenioso y entretenido con una construcción de personajes que le sirva de basamento. Aquí lo fundamental es la inestabilidad del protagonista, no pillar al asesino/violador de turno.
Lumet vuelve a demostrar su fantástico dominio técnico (un poco arrogante a veces, al estilo Orson Welles) con una realización enfática y crispada (muy de aquella época, todo hay que decirlo, e incluso algo Peckinpahniana) que encaja particularmente bien con la trama, con la agresiva y desquiciada interpretación de Connery, con la crispación contenida de la película…
Y un Trevor Howard magnífico por supuesto, aunque casi no haga falta decirlo.
Ante una película que empieza como lo hace La ofensa es acertado pronosticar que no nos vamos a encontrar con un camino corriente. Esa cámara lenta, sin sonido, con la imagen distorsionada, nos coloca ante lo que parece ser un flashback, tal vez el presente, pero evidentemente viene a anunciarnos que lo que Lumet nos va a ofrecer no es precisamente una película facilona. Todo lo contrario, es dura, La ofensa es un largometraje hecho con mucha mala leche, va a hacer daño. El espectador padecerá inevitablemente una agitación interior si consigue entrar en la trama, si es que el aburrimiento no lo distancia, que también puede ser.
Mi principal discrepancia con el resto de opiniones tiene que ver con la decepción que supone creer estar viendo un thriller policiaco en principio para verme envuelto a medida que avanza la película en algo muy diferente que tiene que ver con la psicología, la mente y esas cosas que arrastramos los humanos y van cambiando nuestra conciencia y nuestra existencia. Puede que sea un rollo, puede que no. El caso es que de repente en La ofensa no importa ya la violación de una menor y pasa a ser el objeto de nuestra atención la mente perturbada de un detenido y la de Sean Connery, el inspector que, dicho sea de paso, hace un papel muy digno.
Mi enfado (y en consecuencia mi nota de la película, ahí quedan mis estrellitas) se fundamenta en que no he podido disfrutar de La ofensa pese a que está bien hecha, porque los desvaríos mentales de los humanos me desmotivan muchísimo, lo mismo los de ahora como los de los años 70. Enhorabuena al que disfrute con las escenas de la discusión con la mujer, todo muy bien hecho, eso es innegable, Lumet está detrás, pero a mí me fastidia bastante.
Así que bien hecha, desde luego, pero también engañosa y aburrida. No me extraña que fuera un fracaso en la época, de haber seguido por la vía del thriller policiaco hubiera sido otra cosa.
Em primer lugar, debo reconocer que siento especial debilidad por esta película. Su visionado me produjo un gran impacto, convirtiéndose en una de esas películas que establecemos inmediátamente como de referencia en nuestro particular universo cinéfilo. Tanto es así, que la considero entre lo mejor en la filmografía de su director, y, por qué no, entre lo más destacable de la década de los setenta.
Lumet y su guionista, a partir de una sencilla base argumental, proponen una turbulenta historia de marcado carácter psicológico. Sacuden literalmente a sus personajes y los arrojan al borde del abismo, enfrentándoles directamente con sus más temibles sentimientos, aquellos que no pueden detener dentro de su mente, y que les torturan. Ésto, lo plasma Lumet visualmente de forma inmejorable, su planificación es eléctrica, no se limita a filmar correctamente lo que podríamos llamar una pieza de teatro (como lo podría hacer, por ejemplo, el Nicholas Gessner de Alguien detrás de la puerta o La muchacha del sendero), sino que utiliza ampliamente los recursos cinematográficas para lograr una intensidad visual acorde con la tensión psicológica de sus personajes a lo largo de la película, consiguiendo un aumento progresivo de la misma hasta llegar a un sublime final, al que por cierto se refirió el director John Houston cuando en su día comentó que la media hora final de este film era lo mejor que había visto en su vida.
Es indudable también, que la propuesta funciona porque los actores están a la altura de las circunstancias. Asistimos aquí a un memorable duelo interpretativo entre Sean Connery e Ian Bannen, ambos soberbios, en papeles muy difíciles, sin olvidar tampoco al veterano Trevor Howard, igualmente magnífico.
Por último, cabe mencionar la fotografía de Gerry Fisher, hermética, de colores frios, ajustándose de forma impecable a lo que la historía pedía.
Una película profunda, que, a mi juicio, merece mayor reconocimiento.
MUY BUENA.
Es una grata sorpresa. Desconocida e infravalorada obra de Lumet, que representa una muestra del cine negro más oscuro y pesimista jamás rodado.
Unos parajes grises y fríos, unos interiores vacíos y opresivos, una fotografía tan tenebrosa que parece intentar recrear un falso blanco y negro, una banda sonora que eriza la piel. Y además están los personajes, cuya psicología constituye la totalidad del peso de la obra, todo lo contrario que lo sucedido en la mayoría de películas, donde prima una historia facilona sobre unos personajes planos. En La ofensa la trama criminal del violador de niñas pronto se destapa como un macguffin en toda regla, ya que el tema principal es la psicología del protagonista (Sean Connery en el que probablemente sea su mejor papel, aunque se le recuerde por otros más simplones), de cómo se desmorona mentalmente tras aguantar lo inaguantable, la cara más repulsiva de la sociedad, durante largos años, y la transformación sufrida en consecuencia.
El Lumet interiorista (12 hombres sin piedad, Asesinato en el Orient Express, Tarde de perros, Network), de nuevo nos encierra entre cuatro paredes sobrias y llenas de agonía, en una sala de interrogatorio en particular, aunque también en la casa del sargento Johnson, donde nos invade la claustrofobia y la mente comienza a divagar.
Una película muy valiente, magníficamente encauzada, que pide a gritos más reconocimiento. Obligatoria para todo aquel que presuma de cinéfilo.