La mujer del chatarrero
Sinopsis de la película
Senada, la madre de una familia gitana que vive de la chatarra, comienza un día a sangrar y a tener fuertes dolores en el estómago. En el hospital le comunican que ha tenido un aborto espontáneo, y le recomiendan una urgente intervención quirúrgica, pero al carecer de cobertura sanitaria, no puede ser atendida. Su marido, Nazif, tratará de encontrar durante esos días más chatarra para vender, y lograr los 500 euros que cuesta la operación.
Detalles de la película
- Titulo Original: Epizoda u zivotu beraca zeljeza (An Episode in the Life of an Iron Picker)
- Año: 2013
- Duración: 75
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Opinión de la crítica
Película
6.5
50 valoraciones en total
La mujer del chatarrero es una película prácticamente casera. Cuando terminé de verla pensé que casi cualquiera podríamos hacer una película así. Y es cierto. No creo que exista una película con menos pretensiones que ésta. Es un film austero, pequeño, incluso en el metraje (75 minutos), minimalista, tanto en la historia como en el desarrollo de la misma. Lo que vemos en la pantalla durante todo ese tiempo es el día a día de esta familia, y, por extensión, de las demás familias que viven en ese barrio, en los arrabales de Tuzla, un lugar incómodo, agreste, frío, donde la vida es una lucha cotidiana. Así, asistimos a escenas largas sobre cómo Nazif va a buscar leña para calentar la casa, o como desguaza un coche abandonado con un hacha. Escenas aparentemente intrascendentes pero vitales para ellos. Esos actos suponen seguir viviendo.
Tanovic se basa en la trama que surge a partir de la enfermedad de Senada para hacer una crónica desnuda y tajante de la situación que vive el colectivo gitano en Bosnia. Una situación angustiosa que Tanovic retrata desde el punto de vista de aquel que quiere otra cosa para su pais. No obstante, a cualquier espectador de casi cualquier parte del mundo no le cuesta ningún trabajo imaginar esa misma precariedad social en cualquier otro pais. Y aquí en España, por supuesto que es muy fácil identificarse con lo que ves en la pantalla. Si extrapolamos lo que ocurre en la película a cualquier suburbio de una ciudad española, nos podría salir una película muy parecida.
Estamos ante una película que es prácticamente un documental. Para mí, de hecho, lo es. Un documental disfrazado de largometraje de ficción. Y es que la historia es real, lo que cuenta Tanovic sucedió realmente. Pero no se conforma con contar una historia que sucedió realmente, Tanovic va más allá, cuenta la historia utilizando como actores a las personas a quienes les sucedió la historia en la vida real. Nazif Mujic interpreta a Nazif Mujic, Senada Alimanovic hace el papel de Senada Alimanovic, y sus hijas hacen el papel de sus hijas. Y el resto de personajes de la película los interpretan las personas a quienes representan. El hermano de Nazif es su hermano real, la suegra también… todos. La película está interpretada por las personas reales a quienes se representa en la pantalla. Solamente los médicos, por razones obvias, no son los médicos reales que se negaron a operar a Senada. Teniendo en cuenta todo esto, yo creo que la obra está más cerca de ser un documental que un largometraje de ficción, aunque formalmente sea esto último.
Vemos la historia tal como ocurrió, puesto que Nazif y Senana lo que hacen es recrear los hechos. Volver a vivir lo mismo que vivieron, pero esta vez con una cámara delante (o detrás, casi siempre). Para ello, usan sus nombres reales, no utilizan decorados sino que son los escenarios reales (su casa verdadera, su barrio, su bosque…), actúan interpretándose a sí mismos, y lo hacen bastante bien dadas las circunstancias. Lo que logra Tanovic con esta familia es, para mí, prodigioso, ya que, además, parece ser que todo se rodó en una semana, o sea que la mayoría de las tomas no se repitieron, o se repitieron muy pocas veces.
Por lo tanto, la película no puede ser más realista, ya digo que es un documental encubierto. Cine de denuncia social llevando la credibilidad del mismo hasta las últimas consecuencias. Hay una escena en la que la cámara se da un golpe con la escalera, y se aprecia perfectamente. Pues bien, Tanovic no ha eliminado esa escena en el montaje, supongo que para añadir un gramo más al realismo del film.
Y siguiendo con el mismo tema, la sensación de cinema verité se incrementa también con la ausencia total de música. No hay. Lo más parecido a música que se escucha en la película son los hachazos de Nazif al partir la leña o al desguazar los coches. O el alboroto continuo de las dos niñas. Pero nada más, no hay envoltorio musical.
Incidiendo en el tema de partir la leña, al empezar la película Senada le pide a Nazif que traiga leña, y hay una larga secuencia en la que Nazif va al bosque, tala un árbol con una sierra, parte la leña y la trae a casa. La película termina de la misma manera, Nazif otra vez tiene que ponerse a partir leña en medio del paisaje nevado. No se si el hecho de que empiece y termine así es una especie de simbolismo de que cada día hay que volver a empezar para esta familia, pero así me lo pareció. La historia acaba pero al día siguiente volverá a empezar.
A pesar de la terrible situación, de la penuria cotidiana, no se diría que Nazif y Tamara se sienten muy infelices. Viven en las afueras, en una casa pequeña, la tele se ve fatal, Senada tiene que lavar la ropa a mano en la bañera, a menudo se quedan sin luz en la casa, el invierno es terrible con grandes nevadas, si quieren estar calientes en casa tienen que salir a partir leña, etc. y sin embargo ríen a menudo, no se quejan, se lo pasan bien juntos, se toman su café, comparten un cigarro, no se dejan vencer por la vida. Tienen poco o nada de cosas materiales pero de lo demás van sobrados.
La mujer del chatarrero es una película pequeña. No es una gran película. No cuenta una gran historia. Es breve, nos enseña una realidad que no conocíamos y nos hace pensar. No es agradable de ver, pero me gustó. Sus pequeños fallos (entendiendo por fallos aquello que a mí no me gusta) son consecuencia del excesivo afán por hacer la película al estilo vídeo casero. La cámara al hombro persiguiendo a los personajes se emplea de un modo abusivo, pero esto no empaña el gran trabajo de Tanovic y su loable intención.
http://keizzine.wordpress.com/
Hay películas necesarias. No forzosamente gratas o livianas o que uno desee volver a ver pronto o en alguna otra ocasión, pero que se aferran a la conciencia de uno durante la proyección y no abandona la memoria tras el fin de la cinta por mucho que uno lo intente o quiera. Revuelven el mundo conocido, tanto emocional como geográficamente y persisten como una alucinación casi fantasmagórica, recordándonos en todo momento la suerte que tenemos por vivir bien, en un mundo previsible, ordenado, tutelado, lleno de ventajas sociales, mullido y acogedor, todo lo contrario de lo que se ha visto y padecido en pantalla.
Es una película breve e intensa – y desde el primer momento te atrapa una angustia, un desasosiego, una congoja que casi te ahoga y te acompaña hasta la última imagen: casi se vuelve insoportable la escasez que atrapa a esa anónima familia de chatarreros, de etnia gitana, que viven en algún recóndito y nevado paraje de Bosnia y Herzegovina, país hace no tanto tiempo asolado por las bombas y la guerra fratricida… Sólo se trata de realizar una rápida intervención quirúrgica, a vida a muerte, que por su coste se vuelve en un empeño inalcanzable, en una realidad que nos hace comprender que nada es fácil cuando vives al borde de la subsistencia. Es un desamparo que te hace revolverte en la butaca y te hace comprender la suerte que tienes por no estar ahí, por no compartir ese destino.
Se hace difícil recomendar una película que refleja la miseria cotidiana de una familia laboriosa pero pobre, buena pero malamente tratada por el destino. El catálogo de penurias se hace angustioso y agobiante, impresiona la sobriedad con la que se refleja la cotidianeidad sin alardes de este matrimonio modesto y esforzado, impregnando de verdad todo el relato y dejando con el alma devastada por lo injusta que puede ser la vida cuando tratas de sobrevivir en tu penuria cotidiana. Dura y sobrecogedora, no es propicia para almas sensibles o impresionables, sino más bien para gente curtida en la desgracia y con afán de explorar el mundo sin prejuicios ni anteojos. Buena pero ardua, penetrante pero llena de espinas – sencillamente necesaria.
Siempre dije que Ken Loach es un genio. Es un genio porque escribe un guión, coge un conjunto de actores y con los medios de que dispone, es capaz de recrear exactamente el realismo social que pretende. Consigue que los diálogos y las situaciones sean extremadamente reales. El acercamiento a la realidad social mediante el realismo cinematográfico es una herramienta poco efectista para el público pero goza de la dosis de honestidad necesaria.
En este caso Tanovic fue un paso más allá. No hay actores, no hay decorados. Los protagonistas del film son la misma familia que vivió este episodio, con sus nombres reales y su casa de verdad. Simplemente les pidió que le contasen su historia y la recreasen día por día. Así fue. Una apuesta arriesgada por la austeridad y el realismo extremos. Esta familia actúa con una naturalidad magnífica, engrandecen la película sin pretenderlo, hablan poco, se muestran mucho y nos dejan pasar un ratito con ellos y sus pobres pero dignos quehaceres. Nadie quiere hacerse el héroe, ni Nazif ni Tanovic, sólo contar una historia.
9 días de rodaje, una furgoneta con un puñado de técnicos y unas cuantas cámaras de mano. Supongo que tienes que ser un director oscarizado para que una apuesta tan sencilla llegue a la Berlinale, para que te hagan un poco de caso. También es cierto que con pocos recursos y mucha intuición el director bosnio le da un ritmo y un enfoque magníficos al film, repitiendo con calma e insistencia los golpes que los protagonistas le dan a la chatarra o a la leña, llevandonos un pasito por detrás de Nazif. En definitiva una lección de cine y de denuncia social
La gran cita cinéfila de Berlín, quizás consciente de que no hay manera de atar fuerte un elenco importante de grandes nombres (la competencia entre festivales de la misma categoría es feroz, y ahora mismo, tiene un balance insosteniblemente desequilibrado… el año pasado, por ejemplo, Asghar Farhadi, uno de los hijos predilectos del Oso de Oro, hizo las maletas y se fue a la Croisette), se ha encomendado, a lo largo de los últimos años, a los artistas de -y que nadie se ofenda- aparente segunda línea para elevar el nivel de su programación. En determinadas Secciones Oficiales, el pedigrí, por muy devaluado que esté, importa. Quizás demasiado, porque el efecto vieja gloria acaba saliendo caro: por norma general, las cuatro fotografías mal tiradas en la alfombra roja apenas compensan la decepción registrada más adelante en la sala de proyección. En aquella 63ª edición, si la competición estaba resultando mucho más atractiva que la del año pasado era precisamente gracias a los directores cuyo nombre tuvo que ser googleado cuando se anunció la organización dio a conocer la parrilla. Era gracias a aquellos autores que, para la gran mayoría, se habían escondido, hasta aquel momento, en el anonimato. Queda claro pues, el efecto sorpresa también puede (y hasta debe) redundar positivamente en la valoración del producto en global.
Es por todo esto que muchos sonreímos (por mala fe, por puro nerviosismo) cuando vimos que, cuando mejor estaba rindiendo el Concurso de la 63ª Berlinale, los programadores nos pusieron, para la primera sesión de aquel día, la nueva película de… Danis Tanovic. Si bien es cierto que no puede ponerse en la carpeta de anónimos un nombre que un su día conquistara el Oscar a la Mejor Película de habla no-inglesa (está en la memoria la excelente y matadora Tierra de nadie, su ópera prima con trece años de edad ya en su haber), no menos cierto es el que desde entonces su carrera ha caído, en el mejor de los casos, en la más absoluto olvido. Peligro. No obstante, los cuatro gatos que fuimos siguiendo los pasos de dicho cineasta, nos dimos cuenta de que su cine estaba totalmente vinculado a su tierra (esto es, Bosnia y Herzegovina), que cuando más se alejaba de ella (véase la horrible Triage), más se desvanecía su talento, y que, cuando más cerca se encontraba, más lo recuperaba (Cirkus Columbia, por ejemplo).
A veces resulta que todas estas -tontas- cábalas no fallan: La mujer del chatarrero no tarda nada en confirmar las buenas sensaciones con las que algunos decidimos autoconvencernos antes de aquella sesión. El título original de la cinta (An Episode in the Life of an Iron Picker) traducido al cristiano, nos deja con un ilustrativo Un episodio en la vida de un chatarrero, y la película es precisamente esto: un capítulo cualquiera, brindado por una cámara que sigue de cerca (tan cerca que a veces parece más un microscopio) los pasos de un padre de familia que se levanta cada día sin saber a ciencia cierta cómo demonios va a poner comida en el plato de su esposa y sus dos hijas. El drama se establece a las primeras de cambio a través del factor ambiental. De forma sabia, Tanovic cede el relevo del protagonismo a una realidad que habla por sí sola (a un modo de vida en el que, precisamente, cada capítulo, cuenta), y lo hace porque sabe perfectamente a lo que juega. Su intención no es la de emocionar, mucho menos la de jugar vilmente con los sentimientos del espectador. Lo que pretende es firmar, de la manera más honesta posible, un estudio sobre una cotidianidad totalmente definitoria.
Es por esto que no es de extrañar (al contrario, es motivo de celebración) el que la acción se quede indefinidamente suspendida en los quehaceres que marcan un presente que constituye el principal argumento a favor para acercarnos al filme. De la escasísima hora y cuarto de metraje, una generosísima porción se destina a momentos en principio intrascendentes (durante cinco minutos vemos, por ejemplo, al protagonista efectuar todo el proceso de tala leña para proporcionar un poco de calor a su familia antes de que la fría noche se cierna sobre ellos), pero que, como todo en este filme, inmediatamente se descubren como fundamentales a la hora de entender la aventura más sincera de todas.
Hablamos, por supuesto, de la de la supervivencia en un día a día que es enemigo mortal de cualquier calendario. Al final de esta discreta, silenciosa pero brutal odisea, un personaje choca contra la cámara (poco después de que una de sus protagonistas se quedara embobada, mirándonos literalmente a la cara) y se confirma así la dinamización de las barreras invisibles de un cinéma vérité tan intrusivo como respetuoso con los sujetos de estudio. Un compromiso total con la causa presente desde su ficha técnica, donde todos los actores, héroes anónimos de lo cotidiano, están acreditados, como no podía ser de otra manera, a modo de as themselves, y donde la ejecución final es el resultado de unos deberes impecablemente preparados, es decir, una pieza (contundente en el plano físico e igualmente efectiva en lo espiritual) casi perfecta dentro de los objetivos que se ha establecido. Por cierto, aquel año en Berlín Tanovic se hizo con el Gran Premio del Jurado, por puro y más-que-bienvenido efecto sorpresa. No se vaya demasiado lejos, por favor.
Al final del documental Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse, 2000) nos encontramos con una suerte de revelación en que los imprevistos del rodaje se convierten en elementos desestabilizadores que abren la ficción al mundo real. Cuando la cineasta francesa Agnès Varda decide sacar del museo de Villefrance la pintura de Hedouin y las encargadas de conservar los cuadros sostienen la obra a la luz del día, la directora se aprovecha de una ráfaga de viento que azota el lienzo Espigadores huyendo antes de la tormenta para de algún modo superar el guión del documental que pretende imitar la realidad, dejando que esta hable por sí sola.
Lo mismo ocurre cuando al final de los nueve días de rodaje de Un episodio en la vida de un chatarrero (Gran Premio del Jurado en la Berlinale de 2013), proyectada el sábado 9 en el Festival de Cine Europeo de Sevilla con la presencia de su director Danis Tanovic, la nieve sorprendió al equipo de grabación. Tanovic decidió aprovecharlo, al igual que el golpe de la cámara con la escalera que se produce cerca del final del filme o la mirada a cámara de la hija del matrimonio con que abre la película. Son estos momentos que el director serbio ha mantenido en el montaje los que aportan veracidad al relato de una familia de gitanos serbios del norte de Bosnia, concretamente de la región de Tuzla, que no puede pagar la operación la madre, sin tarjeta sanitaria, cuando esta sufre un aborto natural. Así, el compromiso político del filme y su preocupación por lo real se traducen en una auténtica cuestión estilística que consiste en dinamitar las fronteras entre lo factual y lo ficcional.
La historia de Nazif (Premio al Mejor Actor en el Festival de Berlín), un chatarrero gitano que luchó en la guerra, y Senada, su esposa, junto con sus dos hijas – todos ellos se interpretan a sí mismos en la cinta, al igual que el resto de personajes, médicos, vecinos, etc. – fue publicada en los periódicos y así llegó a conocimiento del director. Él simplemente les buscó y les pidió que reviviesen aquel suceso delante de un pequeño equipo de 8 personas que además decidieron cobrar el sueldo mínimo por su trabajo. El resultado tan natural, a pesar de la presencia de la cámara, se debe según el realizador a varias razones. En primer lugar, por la confianza generada: el director dejó clara a la familia su indignación con el hecho de que los servicios de urgencias se negasen a realizar la operación de Senada, en segundo lugar, el director considera que cada persona es en el fondo un actor – No eres el mismo cuando estás con tu madre que con tu amante añade- y en tercer y último lugar, Tanovic no quiso llevar al límite a los actores en escenas de tensión como la del encontronazo con el doctor, respetando de algún modo la naturalidad de los personajes.
El filme, de gran fisicidad y cercanía, pretende, en palabras del director serbio, acercarnos a la familia protagonista hasta atraparnos en su día a día, una realidad para nada sencilla, de un grano impuro como el de las cámaras pequeñas que se emplearon para la filmación. De ahí la presencia constante en cuadro de la fría y dura nieve – esa que buscada en el rodaje, de repente apareció en las últimas escenas del filme -, la ausencia de iluminación de noche artificial, el estrépito de la chatarra precipitándose al ser desmantelada en la banda de sonido o el continuo movimiento, propiciado tanto por la cámara en mano que sigue a los personajes de cerca como por la libertad con que se mueven las niñas por la escena. Hasta tal punto Tanovic ha recurrido al incesante devenir de los personajes en su lucha diaria que cuando Senada se detiene y se acuesta, sabemos que algo no marcha bien.
Y aunque el director ya se ha cansado de señalarlo, hay que recordar que Un episodio en la vida de un chatarrero no deja de ser eso, un simple episodio, un fragmento de la cruda realidad de estos grupos sociales marginados que se repetirá una y otra vez tal y como parece recalcar la estructura cíclica del filme – Nazif comienza partiendo leña y termina partiendo más troncos al final de la película-. No obstante, existe un mensaje optimista en el filme que deviene por otro cauce como es el de la solidaridad entre personas. Y es que según afirma Tanovic, documentalista durante la guerra de Serbia, los vecinos se ayudaban los unos a los otros durante el conflicto. Por desgracia, esta ayuda no ha dejado de ser necesaria en un país que todavía lucha por salir adelante, sumergido todavía en las consecuencias del pasado. Quién sabe, puede que incluso este altruismo sea indispensable en países como el nuestro en el que el futuro de la sanidad pública pende de un hilo.
Paloma González para Crazyminds.com