La mejor oferta
Sinopsis de la película
Virgil Oldman (Geoffrey Rush), un hombre solitario y excéntrico, es un experto en arte y un agente de subastas muy apreciado. Su vida transcurre al margen de cualquier sentimiento o emoción hasta que conoce a una hermosa y misteriosa joven (Sylvia Hoeks) que le encarga tasar y vender las obras de arte heredadas de sus padres. Esta joven, que sufre una extraña enfermedad psicológica que la mantiene aislada del mundo, transformará para siempre la vida de Virgil.
Detalles de la película
- Titulo Original: La migliore offerta (The Best Offer)
- Año: 2013
- Duración: 131
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Opinión de la crítica
Película
7.1
75 valoraciones en total
Soberbia. Me ha encantado.
Cuando leo otras críticas percibo que muchas de ellas no valoran la película porque no han entendido parte de la trama.
Esta crítica desmenuza las historias paralelas, aquello que se intuye pero que no se ve.
Por ello, escribo en spoiler las pistas que va dejando la historia y las motivaciones de los personajes, para que SÓLO DESPUÉS DE VERLA, se puedan interpretar y recordar ciertos aspectos que redondean la película.
Quien lea este spoiler antes de ver la película se va a destrozar el visionado, pero quien lo lea después espero que contribuya a su valoración y disfrute.
Pocas veces una película me ha hipnotizado tanto. En su conjunto, La mejor oferta posee las cualidades suficientes como para tener al espectador enganchado. No en vano, pienso que su desenlace final peca de poco original, aunque logra de una forma muy conseguida y acertada, hacernos pensar sobre lo visto una vez finalizado el film.
Me ha gustado mucho la forma en la que nos presentan a Virgil Oldman (Geoffrey Rush), un reputado tasador y subastador inglés que lleva una vida solitaria y lleva una forma de vida un tanto peculiar. Llevando una vida rutinaria en la que es un auténtico experto en su campo, verá como poco a poco su modo de vida cambia al empezar a tasar una valiosa colección de arte de Claire (Sylvia Hoeks), la propietaria de una finca, la cual sufre una extraña agorafobia que impide que se vean personalmente.
Si alguien me pregunta por qué me ha gustado el film de Tornatore, diré lo siguiente: Para empezar Geoffrey Rush (El discurso del Rey, 2010). El actor australiano lo borda, realizando una más que solemne interpretación, consiguiendo algo muy importante que es llegar al espectador y sentirse identificado con sus temores, sus preocupaciones, miedos, etc.
Hay ciertos momentos en los que la tensión que sufre el protagonista la llega a padecer el espectador. Momentos incómodos, lugares en los que uno no debería estar, etc. Ya en sí, la caracterización del personaje de Virgil Oldman es curioso de por sí. Un hombre de ya cierta edad, adinerado, que puede permitirse cualquier lujo y con una forma de vida un tanto excéntrica no pasa inadvertido. Pero aún así, lo que más me gusta es lo que uno acaba viendo entre líneas, siendo ahí cuando ves su verdadero interior. Mirando más allá, ves a una buena persona, sola, que se está marchitando y que pese a que tiene bajo control su vida, no es capaz de poder tener una relación con una mujer.
Sin hacer olvido del resto del engranaje, Jim Sturgess (El atlas de las nubes, 2012), Donald Sutherland (American Gun, 2005) y Sylvia Hoeks (Tirza, 2010) me han gustado por partes iguales, destacando quizás un poco la interpretación de Sutherland, quien ya con una curtida experiencia parece que ni actúa, siendo un personaje también carismático, pese a que su rol casi de mero secundario.
Su trama es otra de sus cualidades, adentrando al espectador en el mundo del arte, la restauración, falsificaciones y los conocimientos que vamos viendo a través del propio Virgil, quien logra que lleguemos a palpar casi como él mismo hace, las obras de arte y llegamos a contemplar su belleza y lo que hay más allá. Sin olvidarnos también de la evolución que sufre el propio protagonista en la que vamos viendo como poco a poco, por diversas circunstancias, Virgil va abriendo su corazón.
Todo ello se hace mas disfrutable gracias a una magnifica fotografía que nos deleitara con majestuosos planos acompañados, eso sí, por una fabulosa banda sonora compuesta por el ya magnificado Ennio Morricone (Malèna, 2000). Para la ocasión, realiza unos temas muy llamativos, significantes y que son una delicia para el oído. Da gusto una vez acabada la película, volver a escuchar algunos temas como Un Violino o La migliore offerta.
Así pues, y válgase la redundancia, creo que pagar por ver lo nuevo de Tornatore, quizás puede ser la mejor oferta de cartelera. Yo quedé satisfecho y repetiría.
Nunca he sido un entusiasta de Tornatore, ni de su afamada Cinema Paradiso. Reconozco que su cine es honesto, amable y entregado, pero veo en sus imágenes un exceso de autocomplacencia y una sensibilidad tan blanda que a veces revolotea en torno a la sensiblería. Con esta premisa empecé a ver La mejor oferta, temiéndome que la película transitaría por esos mismos parámetros, pero esta vez a Tornatore le ha funcionado.
A pesar de algún fallo de guion, a nivel de credibilidad de la historia, y alguna torpeza narrativa, la película funciona en su propuesta y en su puesta en escena. Los movimientos de cámara, a veces algo gratuitos, acaban atrayendo al espectador y envolviéndole con esas imágenes suntuosas que la historia requiere. Los personajes están bien perfilados y algunos extraordinariamente interpretados (Geoffrey Rush, como siempre) y consiguen integrarte en sus vidas, hasta empatizar, que es a lo que un buen cineasta aspira, en este tipo de narraciones.
Los mejores momentos en esta ancestral historia, de seducciones encubiertas y amistades conjuradas, son los que muestran el acercamiento emocional de ese offsider de la fisicidad emotiva que es el protagonista. Ambientando el espacio en una decadente y antaño aristocrática casona asistimos, a través de los solemnes movimientos de cámara, a esa entrega desesperada, negado ya cualquier control.
Esta vez la emotividad que ha puesto Tornatore en su película le ha funcionado y sus pretensiones modestas, en cuanto lo que quería contar, han conseguido transmitir al espectador, de una manera tan sencilla como efectiva, las grandezas y miserias que, en lo más profundo, esconde el corazón humano.
Al comentar este film es inevitable referirnos a un momento muy concreto: la secuencia en la que él (Geoffrey Rush) ve la cara de ella (Sylvia Hoeks). Hasta entonces Tornatore, sabiamente, ha escondido su rostro.
Esa ocultación es eficaz a los efectos de la definición del personaje principal, en el rostro invisible y agorafóbico de ella se encuentra y reconoce la misantropía del protagonista, la metáfora de su distancia táctil con el mundo y su colección de guantes. El romance que se apunta es decadente, extraño y enfermizo. Hasta ahí, compro las resonancias hitchcockianas y obsesivas de Vértigo que se han señalado previamente. Hasta ahí.
¿Por qué decide, pues, Tornatore mostrar el rostro de la prota? Es tan evidente la cagada que es absurdo pensar que es un error. Tornatore lo hace por algo, tiene un sentido (además el guion es suyo). Esa secuencia contra natura pilla al espectador a contrapié y contradice el inicio del film, no puede ser una mala decisión. No puede ser un fallo. Tornatore busca algo. Necesita mostrar el rostro de la actriz. Desde un punto de vista de análisis estructural del relato esa opción es algo estudiado y premeditado. El director sabe que estéticamente es una mala opción –porque previamente ya ha jugado al misterio de la ocultación– y aun así lo muestra. ¿Por qué?
Pretende un giro, un cambio en el tono. El proceso es justo el inverso que Hitch empleó en Vértigo. Allá donde el inglés usaba el subterfugio del suspense para el drama metafísico, el italiano emplea el drama como excusa para el thriller.
Sin rostro habría mística y habría espectro, la peli transitaría por la decadencia de referentes italianos previos (el cine de Visconti, films como Alma perdida –Dino Risi. 1977–, etc). Pero esta secuencia hace evidente que Tornatore no maneja ese tipo de argumentos. Necesita un desarrollo convencional que justifique el giro final. Necesita un desarrollo de género, no de autor. Esa escena es una bofetada de pragmatismo narrativo que te saca del ensueño previo, el romance de los protagonistas pasa a tener rostro porque la película, definitivamente, no va de lo que creíamos que iba.
Y en ese preciso instante el espectador avezado intuye que se la van a meter doblada.
Tornatore cambia el centro de gravedad a mitad de metraje dejándonos a algunos con la miel en los labios. A partir de ese momento, en mi opinión, todo se convierte en una letanía previsible de lugares comunes propia del más rutinario de los best seller telefilmeros y antenatreseros.
Después de esa escena todo se ve venir. O, mejor dicho, por culpa de esa escena todo lo que viene después se ve venir (*).
Al comienzo de La Mejor Oferta, Virgil Oldman (Goeffrey Rush haciendo uno de los mejores papeles de su carrera), un rico marchante de arte salido como de otra época, un hombre solitario aislado del mundo más allá de toda idílica mediación artística, le dice a su único amigo, Billy (un correcto Donald Sutherland interpretando a un artista frustrado por su especialista amigo): El amor por el arte y saber sujetar un pincel no te convierten en artista. Necesitas un misterio interior y eso, mi querido Billy, tú no lo has poseído nunca.
Durante la primera mitad del filme, Tornatore demuestra ser plenamente consciente de ello. Después de Cinema Paradiso (Tornatore, 1988) no creo que nadie dude que el director italiano ama el cine y sabe sostener la cámara. Y tras la indiferencia con que sus películas posteriores fueron acogidas, tampoco creo que el director de Baarìa no se haya planteado si acaso le falta algo. Tal vez un misterio interior.
Este misterio interior es una mujer que insiste en vernos, en hablar con nosotros, pero a la que no podemos ver. Para un hombre como nuestro protagonista, capaz de vivir en una mansión que homenajea, como el propio director, los gustos más clásicos, con una colección de guantes -que le libran de contactar directamente con el mundo exterior- tras la que se esconde su mundo real: una colección secreta de retratos femeninos, todos ellos con un misterio, a los que es capaz de amar desde la idealización, únicas criaturas a las que toca con sus manos, para un hombre así, la atención de esta mujer misteriosa, que vive encerrada en una mansión repleta de arte -incluidas las extrañas piezas de un enigmático mecanismo- es un misterio capaz, primero, de llamar su atención, fascinarle después y, finalmente, enamorarle.
Lo mismo le ocurre al espectador. El director de Cinema Paradiso ha logrado lo que se proponía: una gran historia de amor y un fascinante thriller que no es un thriller, pues no hay muertes, ni asesinatos, ni investigación. Tornatore maneja la cámara y la narración con un clasicismo hipnótico, capaz de contagiar con ayuda de Morricone el misterio y la fascinación a que se entrega el personaje. Creo que todos nos sentimos atraídos por esa voz que surge de una pared pintada a modo de trampantojo, como un falso vergel de cartón piedra (como resulta todo al final de la película, una vez finaliza el baila de máscaras). Disfrutamos siendo cómplices y testigos de cómo esa mujer misteriosa se introduce en los pensamientos del protagonista y en los nuestros, comprendemos a un Geoffrey Rush en estado de gracia en esa búsqueda desesperada por hallar un rostro para la voz que suena por teléfono en una de las mejores escenas del film, y gracias a la dirección también participamos gustosos a ese cortejo en que Virgil Oldman busca el origen de la enigmática voz y, después, el modo de encontrarse con su ojo a través de la ranura por la que es observado.
Pero, a mitad de la película, el rostro nos es revelado y con él desaparece el misterio. El deseo de ver a la mujer agorafóbica que no se deja ver se desvanece y la película que podría haber sido una digna heredera de Vértigo (Hitchcock, 1958) pierde el encanto. Ahora el espectador no sabe a qué atenerse y el relato ha perdido su fuerza.
El director de Pura Formalidad ha querido cambiar el registro de su thriller en un desafortunado giro a mitad de la película. Ahora hemos visto el rostro de la mujer, sabemos a qué corresponden las piezas que el protagonista ha ido encontrando y lo único que tenemos son indicios, soltados sin gracia e ignorados por el protagonista, que nos hacen sospechar de que algo anda mal: una llamada por teléfono con un tal director que siente celos, una advertencia de la novia de su amigo y la charla soltada por Sutherland a su amigo especialista en falsificaciones de arte sobre cómo las emociones también se pueden falsificar. A Tornatore ya no le importa lo más mínimo que toda obra de arte, en especial un retrato, deba tener un misterio interior. Lo ha olvidado por completo para centrarse en otro aspecto del arte, las falsificaciones, a partir de otra de las citas de su protagonista: siempre hay algo auténtico oculto en toda falsificación .
La película se ha encauzado en un registro convencional. Perdido el misterio, la mujer protagonista ha perdido casi todo su interés, igual que la trama de las piezas, y solo queda un metraje innecesario (sobre todo lo relacionado con las dichosas piezas o la figura cansina e innecesaria de la enana), y esperar que suceda lo que la mayoría de los espectadores habrán visto venir por adelantado. Hasta la dirección de Tornatore y la música de Morricone parecen haber perdido parte de su encanto.