La máscara de hierro
Sinopsis de la película
Francia, siglo XVII. La Reina Ana de Austria espera el nacimiento del heredero de la corona, pero da a luz a gemelos, y uno de ellos es ocultado en España. La joven Constance, la amada de DArtagnan, se entera por casualidad del secreto, y su vida corre peligro. Pasados los años, DArtagnan y sus inseparables compañeros se unen para salvar al Rey y a su país de las intrigas del Cardenal Richelieu y el malvado Duque de Rochefort…
Detalles de la película
- Titulo Original: The Iron Mask
- Año: 1929
- Duración: 85
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Opinión de la crítica
Película
6.9
67 valoraciones en total
Mostrándose reticente ante la explosiva llegada de sonoro (implantado ya dos años antes del estreno del film) Fairbanks interpreta de nuevo con garbo a un D´artagnan con menos piruetas, pero con más personalidad. Pese a ser uno de los último reductos del cine mudo el film resulta un gran éxito en su época, y aun visto hoy día conserva gran parte de frescura, resultando incluso bastante superior a la reciente versión del clásico, que cuenta con un elenco de estrellas con Di Caprio a la cabeza.
El hombre de la máscara de hierro, la segunda parte de la obra literaria Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas, fue llevada al cine por primera vez con esta versión de 1929, protagonizada por el incombustible Douglas Fairbanks. Esta fue su última película muda y aunque el cine sonoro había hecho aparición dos años antes, el film se convirtió en un tremendo éxito de crítica y público, marcando con honores el fin de la era silente.
Con esta producción queda demostrado una vez más que segundas partes pueden ser mejores que las primeras. La película sigue la misma tónica que su predecesora, pero añadiendo un mayor nivel de seriedad, calidad y rigor en todos los aspectos. Un guión más trabajado y coherente, una dirección más sólida y detallista, un ritmo narrativo más dinámico y un tratamiento de personajes más realista y complejo, esto se nota sobre todo en la figura de Dártagnan, que pasa de ser un personaje caricaturesco y saltimbanqui en la primera parte, a ser más humano y personal en la segunda. También hay que destacar un apartado técnico superior al de Los tres mosqueteros, con una elegante fotografía en blanco y negro, decorados mucho mejor reproducidos, un vestuario más ostentoso y en general una ambientación más realista y rigurosa. Banda sonora excelente.
En cuanto a interpretaciones, lo dicho. Un Dártagnan más sentimental y al que realmente coges cariño, gracias en parte a que la trama argumental, más dramática y seria, lo requiere. Es de agradecer que el resto del reparto sea en su mayoría el mismo, y como en su predecesora, vuelve a ser simplemente correcto interpretativamente, a excepción del cardenal Richelieu, que en comparación con su insípida actuación en Los tres mosqueteros, esta vez sí convence como un villano real, cínico y malintencionado. Como punto negativo, está el insípido y mediocre actor que interpreta a Louis XIV, heredero de Francia.
Como curiosidad, Douglas Fairbanks deja oír su voz al comienzo de la película a modo de discurso introductorio, como anunciando el final de un tipo de cine.
LO MEJOR
– Superior a su predecesora: Guión más elaborado, dirección más sólida, personajes más realistas, apartado técnico perfecto (iluminación, decorados, vestuario…)
– La última gran superproducción del cine mudo.
LO PEOR
– El final se alarga en exceso.
– El actor que interpreta a Louis XIV resulta insípido y mediocre.
123/15(31/07/19) Clásico del género de aventuras del cine silente, dirigida por el especialista en la materia Allan Dwan bajo la producción protagonista mítico Douglas Fairbanks (también pone la historia), es una adaptación de la última sección de la novela El vizconde de Bragelonne de Alexandre Dumas, se basa en la leyenda francesa del Hombre de la máscara de hierro. La versión parcial de 1929, titulada The Iron Mask, fue la primera película parlante protagonizada por la leyenda del cine mudo Douglas Fairbanks, aunque hasta hace poco se mostraba en una versión silenciosa. La película está protagonizada por Fairbanks como DArtagnan, Marguerite De La Motte como su amada Constance, Nigel De Brulier como el intrigante cardenal Richelieu y Ullrich Haupt como el malvado Conde De Rochefort, William Bakewell apareció como los gemelos reales. El lanzamiento original de 1929, aunque principalmente una película muda, en realidad tenía una banda sonora: dos discursos cortos pronunciados por Fairbanks y una partitura musical con algunos efectos de sonido. En 1952, se volvió a emitir, se eliminaron los intertítulos y se agregó una narración expresada por Douglas Fairbanks, Jr. La película original incluía una escena en la que DArtagnan le cuenta al joven Rey de una vergonzosa aventura que lo involucra a él y a los tres mosqueteros. La historia se cuenta en retrospectiva, pero la versión de 1952 la tiene en orden cronológico con la escena con el Rey recortado. Fairbanks intenta reverdecer viejos laureles, para ello el actor y productor contrató como director que a Allan Dwan, con quien ya había colaborado en Robin de los Bosques (1922), uno de los grandes éxitos de la estrella. Y para asegurarse el triunfo taquillero hizo que su film fuera una especie de continuación de la película de los tres mosqueteros, que Douglas rodó con Fred Niblo a los mandos en 1921. La película no sólo recoge los mismos personajes que los de aquella famosa película, como son D’Artagnan (interpretado por Douglas Fairbanks) y los tres mosqueteros, sino que también vemos actores que repiten papeles, caso de Nigel de Brulier que vuelve a repetir el maravilloso papel del cardenal Richelieu, mientras Leon Bary sigue haciendo de mosquetero. Fue la tercera vez que Douglas Fairbanks hizo de DArtagnan, Además de The Three Musketeers, también interpretó al aventurero francés en un breve preludio de la comedia de 1917 A Modern Musketeer. El film se convirtió en éxito de crítica y público, marcando para Fairbanks el canto de cisne, pues nunca se adaptó al cine sonoro.
La cinta se convierte en su desarrollo una oda crepuscular al espíritu indomable de los aventureros, un grito a favor de la amistad, un tributo al cien que nos hace evadirnos con historias idealizadas. Aquí acorde con la edad del protagonista (Fairbanks tenía ya 46 años) vemos a un D’Artagnan más melancólico, más nostálgico, más sentimental, con menos escenas acrobáticas (aunque las hay), con menos acción (aunque la hay), pero el entusiasmo juvenil contagioso de pretéritas obras se nota algo desgastado, pero su carisma resulta fulgente. El director demuestra maestría en el manejo trepidante del ritmo, habiendo un mínimo de intertítulos, derivando en una fluidez vibrante.
Relato partido claramente en dos: En la primera asistimos a un día frenético en el que la Reina de Francia está punto de dar a luz, primero en tono de comedia nos presentan a los protagonistas, nos enredan en una conspiración palaciego, todo entrelazado de modo electrizante con la presencia de los icónicos mosqueteros, con tramos de acción, con persecuciones, duelos a espada, saltos peligrosos, muertes dramáticas, y todo en un gran sentido a contrarreloj, todo sucede rápidamente, haciendo enganchar al espectador en su vorágine, hasta desembocar en un clímax intenso, donde D’Artagnan deberá poner en orden sus preferencias y sacrificios. Es en esta parte donde el humor est´ña más presente, La segunda parte acontece varios lustros después, vemos a un D’Artagnan ajado, evocando sus años felices con sus amigos mosqueteros, ejemplificado en la historieta que vemos en flash-back que le cuenta D’Artagnan al monarca recordando sus tiempos juntos. Ahora se verá envuelto en la conspiración del inicio que vuelve para hacer tambalear la corona del Rey Sol. El trio de mosqueteros vuelven, pero lo hacen envueltos en un halo trágico, lo hacen para ayudar al gascón y por ende a la Corona gala, ello en medio de acción bien trenzada.Todo terminando en epílogo de los que se recuerdan por su fuerza emocional (spoiler), maravillosa conclusión.
Douglas Fairbanks como D’Artagan vuelve a demostrar su brío, su energía vital, su alegría, pero ello en una evolución ingeniosa, en el que aprovechando la edad el protagonista, cercana a la cincuentena, se le da un patinado melancólico, sobre todo en lo referente a la elipsis temporal que acontece, donde vemos al mosquetero cual anciano contando al monarca sus batallitas de juventud. Pudiendo verse esto como una alegraría de meta-cine sobre el cambio de los tiempos que tanto daño al actor, pues esta mencionada elipsis puede ser la grieta que hubo entre el cine mudo en que triunfó Douglas, y el cine sonoro donde el actor colapsó, Nigel De Brulier ayudado por su rostro puntiagudo y escuálido da un perfil formidable del intrigante y maquiavélico Cardenal Richelieu, un tipo con fuerte personalidad, irradia perfidia en su pose serena, excelente actuación, Ullrich Haupt como el malvado Rochefort cumple en su papel de siniestro malvado, Los tres mosqueteros resultan un tanto monocordes, planos, D’Artagnan no les deja espacio, son la gran laguna del film, el no darles un mínimo de perfilación de carácter, y en esto cojea, son muletas de su poderoso rol, Léon Bary como el elegante Athos, Tiny Sandford como el fortachón Porthos (as Stanley Standford), Gino Corrado como el clerical Aramis,… (sigue en spoiler)
La transición hacia el cine sonoro no podía encontrar mejor valedor que este ambicioso largometraje dirigido por A. Dwan en el que D. Fairbanks vuelve a lucir sus habilidades como actor y a confirmar su fuerza en pantalla.
Comienza la película con sorprendente sentido del humor y hace gala de una excelente ambientación en cuyo registro destacan los movimientos de masas compuestas por extras y figurantes
Entra en la materia dramática suavemente y desarrolla la trama exhibiendo una enorme dosis de capacidad narrativa y sorprende la prudente -por escasa- utilización de subtítulos a pesar de la complejidad del argumento.
Producción sólida, convincente que demandaba a gritos la instauración del cine sonoro.
La máscara de hierro, película rodada en el 1929, por Allan Dwan podría subtitularse perfectamente como el final de una era. El cine mudo estaba extinguiéndose y la obra dirigida por Allan Dwan se trata de una de las últimas que formaría parte de las películas de este grupo.
El cantor del jazz, rodada en 1927 de Allan Crossland ya había explotado parte del potencial sonoro. Aunque es cierto que gran parte de la estructura del film seguía siendo muda, y que el recurso sonoro se explotaba sólo en momentos concretos, la gran parte de la historiografía (a la que le gusta este tipo de simplificaciones) se ha encargado de señalarla como la película referencia, es decir, como la obra que marcó un antes y un después. Aún así, es por todos sabido que el paso del cine mudo al cine sonoro no sucedió de un día para otro, y encontramos muchas películas que indecisas, seguían manteniendo estilemas del cine mudo, mientras que otras arriesgaban más su contenido sonoro. También hemos de tener en cuenta que en un primer momento no todas las salas de cine estaban lo suficientemente preparadas como para recibir películas de formato sonoro, y las empresas hubieron de adaptar paulatinamente sus salas de cine a las innovaciones tecnológicas.
Y como no, el paso del cine mudo al sonoro también afecto a las estrellas del cine. No fueron pocas las que quedaron totalmente eclipsadas por el nuevo invento. Muchas estrellas del cine no supieron adaptarse al mundo del cine sonoro, y no entendían que no podían seguir su modelo de interpretación como lo hacían en el mundo mudo. Si nos fijamos en el mundo de la comedia, que es el caso más paradigmático, veremos que todas las grandes caras del astro cómico fueron remplazadas por nuevas (de la generación de Keaton, Lloyd, Chaplin y el dúo del gordo y el Flaco, sólo Chaplin fue capaz de sobrevivir a la transición, negándose a aceptar los términos que imponía el cine sonoro).
A Douglas Fairbanks el cambio también le afectó. El actor del cine de aventuras por excelencia en el cine mudo, quedó destronado y olvidado ante el cine sonoro. No fue capaz de adaptarse y su figura quedo desterrada del olimpo. Algunos dicen, que la voz de Douglas Fairbanks fue la culpable de que el actor no prosperará en el mundo sonoro, porque según cuentan tenían un tono demasiado agudo (lo que popularmente llamaríamos voz de pito) y eso rompía con la imagen de masculinidad que trataba de ofrecer en muchas de sus películas, en las que interpretaba siempre a un tipo de hombres galanes y atrevidos muy concretos. Lo cierto es que el actor ya había empezado su andadura en la gran pantalla con el mítico director D.W. Griffith, y su estrella ya brillaba entre el 1915 y el 1919. Del 1920 al 1929 fue su consagración definitiva en el star system de Hollywood.
Precisamente la máscara de hierro es una película que en gran parte trata de recuperar las viejas glorias pasadas de Fairbanks. El actor contrató ni más ni menos como director que a Allan Dwan, con quien ya había colaborado en Robin de los Bosques (1922), uno de los éxitos más claros del actor. Por otra parte, la película no dejaba de ser una especie de continuación (una segunda parte) de la película de los tres mosqueteros, que rodó Fred Niblo en el 1921. Evidentemente con la continuación que suponía la adaptación de la novela de Alejandro Dumas, de la máscara de hierro. La película no sólo recoge los mismos personajes que los de aquella famosa película, como son D’Artagnan (interpretado por Dogulas Fairbanks) y los tres mosqueteros, sino que también vemos actores que repiten papeles. Es el caso de Nigel de Brulier que vuelve a repetir el maravilloso papel del cardenal Richelieu, mientras que Leon Bary sigue haciendo de mosquetero.
Y la película sigue guardando más sorpresas. Contiene momentos parcialmente sonoros, como el principio de la película, en el que vemos aparecer un discurso de Douglas Fairbanks en que hace apología de este tipo de películas de aventuras, lo que nos hace ver la complejidad de transición que sucedió entre el cine mudo y el sonoro. También a mitad de la película se inscribe otro discurso sonoro.
Una película que sigue reflejando como un fantasma las peripecias de Un actor que finalmente acabaría entrando en barrena, así como la de un género que sería abandonado progresivamente en favor del cine negro y los musicales. Se puede definir perfectamente la película de Dwan como un canto de cisne, una rareza que no volvería a ver la luz hasta tiempo después. En este sentido resulta bastante irónico el final de la película, en el que se substituye la cortinilla clásica de The End (fin), por un The Beginning (el comienzo). Un momento cuanto menos anecdótico dentro de la historia del cine.
http://neokunst.wordpress.com/2013/11/16/mundo-mudo-la-mascara-de-hierro/