La herida
Sinopsis de la película
Ana (Marian Álvarez) es una mujer de 28 años que se siente útil y satisfecha en su trabajo rutinario ayudando a otros. Sin embargo, fuera de su jornada laboral, Ana tiene serios problemas para relacionarse, pues es socialmente torpe, incluso agresiva, con las personas más cercanas y queridas.
Detalles de la película
- Titulo Original: La herida
- Año: 2013
- Duración: 95
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Opinión de la crítica
Película
6
44 valoraciones en total
Como película no me ha entusiasmado, pero como explicación de lo que es el Trastorno Límite de la Personalidad, me ha parecido inmejorable. Y sé de lo que hablo.
Para mí, el problema de esta película es que se ha entregado a describirnos el trastorno. Y lo ha hecho de una forma honesta y valiente, y es evidente que con un gran trabajo de documentación detrás. Afortunadamente, el realizador ha sido bien asesorado. Hay diferentes visiones sobre el TLP, algunas de las cuales ponen buena parte del peso en los factores biológicos. Otras, en cambio, se decantan por dar importancia al trauma (o traumas) sufrido por gran parte de los afectados. Titulándose La herida, es fácil adivinar dónde se ha puesto el énfasis. Esa herida, que duele tanto, llega a sangrar en un momento dado del filme. Esa herida puede explicarlo todo. O casi.
El precio a pagar por mostrarnos detalladamente el trastorno es que no hay historia, sino las descripciones sucesivas de los diferentes síntomas que conforman la patología. Y eso es lo que hace que como película no acabe de convencerme, pese a la magnífica interpretación de la protagonista y otras virtudes del filme, como la sensibilidad exquisita con la que está tratado un tema tan delicado.
Otra pega que le veo es su final. Me gustan los finales abiertos, pero en este en concreto he echado a faltar una dosis mayor de esperanza para su protagonista (y para todos los afectados por este trastorno que puedan ver la película). Por lo que leí en una entrevista, hay cierto optimismo tras la última escena, pero para mí esto no queda claramente reflejado. Yo solo he sabido ver la desesperación de su protagonista, aunque el director hable de catarsis.
¿Recomendable? Para mí, sí. Es una película que remueve, y que puede llegar a tocar ciertas heridas. Ojalá para muchas personas su visionado suponga una oportunidad para conectar con la suya propia y les decida a limpiarla un poco, porque las heridas profundas que no se curan provocan huidas salvajes hacia delante. A esa autodestrucción provocada por un dolor intolerable algunos lo llaman Trastorno Límite. Celebro que en la película no le hayan puesto nombre.
Crónica de un dolor que lo ocupa todo y ahoga a nuestra protagonista: la maravillosa Marián Álvarez: precisa y bella en su fragilidad, desconcierto y rabia.
La historia comienza con el deseo de morir de Ana y esta pulsión de muerte vertebra la narración, el acontecer de esta joven desnortada y desconsolada, tan sensible y sin protección que todo la desequilibra y agrede.
El director tiene la habilidad suficiente para mantener el equilibrio necesario entre el morbo y el rigor, nos muestra tanto las mutilaciones (con más detenimiento y exhaustividad) como los breves momentos de risas y compañerismo. También se utiliza con criterio la información: ni se explica demasiado ni se escamotea penosamente.
Desoladora historia que tiene su mayor fuerza en el discurrir cotidiano, en su casa (con su madre o sola), en el trabajo (con su compañero y con las personas a las que ayuda) o en las escapadas ociosas (boda y salidas nocturnas), que extrae su poder y verdad de la cercanía de la omnipresente protagonista, la hondura y humanidad del personaje la hacen querible y creíble a pesar de sus miserias y confusiones, la queremos entender, queremos saber más y, por lo tanto, seguimos con atención e interés su penar desesperanzado.
Ni peca de excesos autorales de vanguardista oportunista ni aburre con tiempos muertos innecesarios. Cuenta y va a lo esencial. Entretiene y enriquece con una mirada cruda pero compasiva. Su mayor debilidad quizá sea su tendencia repetitiva (una vez planteado el conflicto, se insiste en las mismas pautas, aunque es cierto que se matizan y decantan algunas situaciones, la relación con el novio, por ejemplo) y algún exceso sórdido o subrayado.
Suena el despertador e inmediatamente se pone en marcha la radio. Del transistor sale la voz del locutor favorito de Ana. No sabría explicar racionalmente por qué, pero le encanta el tono de aquella voz, la sutileza e ingenio de sus comentarios, la manera que tiene de machacar a la gente que entrevista, el cachondeo y buen rollo que se trae con sus colaboradores habituales. Poco a poco se va desperezando. Muy lentamente. Hoy las sábanas se le pegan demasiado al cuerpo. Será porque la noche se alargó demasiado. Esto está claro… todo lo demás discurre en una confusa y tempestuosa nube de recuerdos borrosos. Algo pasó. Algo malo que no alcanza a recordar. Esto la pone enferma. Y ya estamos: Otra vez, vuelta a empezar… El pulso y la respiración de Ana se aceleran exponencialmente. El pedal del freno no responde. Por mucho que intente poner la mente en blanco, el mundo a su alrededor sigue desmoronándose. Todo se tiñe de negro… Hasta que en la pantalla del ordenador aparece un rayo de esperanza. Una sonrisa se aprecia en el rostro de Ana.
El programa radiofónico de sus amores vuelve a sonar. La calma y una profunda sensación de felicidad invaden ahora su cuerpo… Hasta que su madre anuncia, con su voz melosa, que acaba de llegar a casa. Otra vez, vuelta a empezar. Entre la montaña a la ruleta rusa, la distancia es, efectivamente, ridícula. Dicho esto, se concede el permiso para hablar, una vez más, sobre los instintos masoquistas que a veces despiertan en nosotros ciertas expresiones artísticas. ¿Por qué vas a ver esta película si sabes que lo vas a pasar mal? Pues precisamente por esto. Asumiendo que lo peor que le puede pasar a una obra de arte es no saber / querer ir más allá de la apatía (que como es sabido, tiene infinitas formas de manifestarse), entonces lo que cabe esperar de ella, en el mejor de los casos, es que despierte, en el interior del espectador, un alud de emociones y sensaciones que, puestos a andarnos con exigencias, agiten la conciencia, las entrañas… y lo que se preste.
Hablamos, por ejemplo, y por supuesto, del efecto Michael Haneke. ¿Cuál fue su última película que no te dejó destrozado? Correcto. Por esto mismo nos encanta. Pongamos ahora sobre la mesa la leyenda negra que cosechó aquella inmortal novela de J. D. Salinger. El guardián entre el centeno, como otros muchos demonios de la historia, quizás tuvo la mala suerte de caer en las manos menos indicadas (véanse infames asesinos de la talla de Mark David Chapman o John Hinckley Jr.)… lo cual no quita que en las vivencias de Holden Caulfied, en la combinación de palabras usadas por aquel inmenso escritor de Nueva York, se encontrara tal vez el detonante para poner en marcha un imprevisible efecto en cadena en el sistema neuronal del lector. Sin entrar a juzgar la intencionalidad del autor, lo cierto es que, incluso a día de hoy, cualquier mente, sin importar lo enferma o sana que esté, se enfrenta a un reto de altura si se dispone a enfrentarse a dicho libro.
No puede definirse de otra manera, pues lo que al fin y al cabo hizo Salinger fue meternos de lleno en el interior de un factor divergente, cuyos fútiles intentos de encajar, sin traicionarse a sí mismo, en una sociedad hermetizada en su hipocresía, desembocaban en la más profunda de las depresiones… que a su vez mutaba en virulenta alergia. La patología iba dirigida a todo lo que se encontrara al alcance de los sentidos. El malestar, ni falta hace decirlo, se contagiaba. Cada página te hundía más que la anterior… y por esto no paraste de leer hasta llegar al final. Sesenta y dos años después, y con el hito en plena vigencia, un consagrado montador (suyo es el prodigioso trabajo detrás de la no menos magnífica Blancanieves, de Pablo Berger) llamado Fernando Franco tuvo a bien debutar en la dirección de largometrajes… y de paso salvar buena parte de la dignidad -perdida- de la Sección Oficial a Competición del Festival de Cine de San Sebastián. Ni más ni menos.
La herida al rescate. No sólo por ser una de las mejores películas españolas de la temporada (el mayor descubrimiento patrio, sin duda), sino directamente por ser una de las más agradables revelaciones registradas este año en el panorama internacional. Como sucediera en el texto antes citado, Fernando Franco parece quitarle todas las capas a su película para que al final quede lo que realmente importa. Es como si los escenarios, así como las personas que pueblan el paisaje, desaparecieran, quedándonos nosotros, pobres voyeurs, solos ante ella: Ana, quien en realidad es una bestia parda que responde al nombre de Marian Álvarez (más allá del descubrimiento, lo suyo cabe considerarlo como una brutal eclosión que, para ser justos, ya llevaba tiempo asomando, sino pregunten en Locarno). Afirma el director y co-guionista de la cinta que su primer trabajo para la gran pantalla surge del intento frustrado de documental, condenado al fracaso por el factor intrusivo del invento más intrusivo jamás concebido: la cámara.
Fernando Franco presenta en la sección oficial de San Sebastián su ópera prima, La Herida. Con ella el flamante premio especial del jurado en esta edicion, nos propone un viaje interior, crudo, íntimo, a las profundidades más recónditas de un personaje, Ana, que lucha ferozmente consigo misma.
Valiéndose del plano secuencia el director nos encuadra a la protagonista, y hace al espectador cómplice de una herida, forjada a base de incomunicación, incomprensión, frialdad, e imposibilidad para gestionar las relaciones y su propio universo emocional. Asistimos agazapados, a sus estallidos de angustia y a sus continuos momentos de inestabilidad emocional. Celebramos sus pocos ratos de complicidad, de cercanía, y nos preparamos para su rabia, su miedo, su soledad y el dolor ante la incapacidad de gestionar su vida. Ana se muestra frágil, vulnerable, pero Marian Álvarez se torna desafiante para sostener el plano, y transmitir con oficio, toda la complejidad que esconde el tiovivo de emociones que transitan sin descanso por este personaje. Nos conmueve su dolor, su confusión y su incapacidad para pedir ayuda. Comprendemos su angustia, su anhelo de sentirse querida, comprendida, arropada, y su grito desesperado por encontrar un bálsamo que le otorgue un momento de paz.
Crudo y enriquecedor viaje por esa soledad intransitable.
Siempre he sentido una gran curiosidad por los trastornos de la personalidad, esas personas diferentes que traen una tara de serie y tienen que convivir y relacionarse con seres de su especie con los cuales no tienen nada en común que no sea el aspecto. Sin embargo, interiormente están inadaptados, la presencia humana les provoca una gonorrea psicológica que les hace preferir la soledad de una habitación con vistas a internet, que pisar la calle e intentar ser aburridos y normales. Todos tenemos en mayor o menor medida una matadura, el problema es determinar el tamaño, el baremo que va de ser interesante, léase diferente, a ser raro, léase enfermo.
Definitivamente las personas normales somos aburridas. En las reuniones sociales en las cuales nos juntamos los conocidos/amigos no se cuentan más que generalidades, tópicos, vaguedades, chismes, memeces y críticas, sobre todo críticas al prójimo que no está presente. Lo realmente interesante, nuestros secretos más íntimos, los guardamos indefinidamente, con lo cual para soportar este hastió insufrible que en nada nos diferencia de nuestros antepasados los monos que parloteaban mientras se quitaban los piojos los unos a los otros, los humanos hemos inventado el vino, las cañas, el pincho, las raciones e incluso las tapas, asi que todo viernes que se precie, debe incluir una sesión social en la cual pasados los 20 primeros minutos de novedad y saludos protocolarios, si el alcohol no empieza hacer su efecto inhibidor, puede llegar el temido agobio y empezar a retumbar preguntas incomodas del tipo: que hago aquí, que peste es este tío o lo que es peor, que bien estaba yo en la cama.
Para evitar la sesión vinitos, no hay nada mejor que ir al cine pues te tomas previamente 1 o 2 que son los que realmente apetecen y después podemos disfrutar de nuestra afición preferida que es tan simple como que nos cuenten una historia. Lo que ocurre es que cuando la cámara se posa en una actriz (nunca mejor dicho, no creo que se me olvide lo que es un plano secuencia…) y la historia no es precisamente la de blancanieves, el cine sigue siendo un entretenimiento pero se torna angustioso por esa empatía tan nuestra de ponernos en el lugar del otro, aunque el cerebro, nuestro fiel escudero cuando funciona correctamente, en cuanto se encienden las luces de la sala, automáticamente nos desactiva y va a procurar olvidar todo lo desagrable que hemos visto en esos reprobables 98 minutos de zozobra, para dejarnos un mensaje mucho más amable y esperanzador: afortunadamente yo no soy así.
Hoy en todo el mundo se suicidaran 2700 personas y lo intentaran 54000. La proporción es 3 hombres por cada mujer. La principal causa que lleva al suicidio es la depresión, la soledad y la falta de comunicación. En España hay más suicidios que accidentes de tráfico, sin embargo los lunes no sale la estadística en el telediario de cuántos muertos y cuantos intentos ha habido durante el fin de semana en comparación con la misma semana del año anterior. No hay radares, ni carnet por puntos, ni multas para los suicidas. Se calcula que el 30% de la población tiene el gen y dependiendo del entorno social en el que se mueva puede desarrollarle o no. Como siempre todo azar y necesidad, los dos ingredientes básicos de nuestra dieta.
¿La película es buena? Creo que no.
¿La película es necesaria? Entiendo que sí.
¿He perdido el tiempo? seguro que no.
¿Prefiero ver esta película a lo que hago un viernes cualquiera? Sin duda, si.
¿Recomendaría ir a verla? Definitivamente no
¿Me ha hecho pensar, recordar, reflexionar? Aquí está la prueba