La evasión
Sinopsis de la película
Manu, Roland, Jo y Vosselin comparten celda en la prisión francesa de La Santé. Los cuatro han pensado un elaborado método para escapar de la prisión, pero cuando están a punto de ejecutarlo, les asignan un nuevo compañero de celda, al que no saben si comunicarle o no sus planes.
Detalles de la película
- Titulo Original: Le trou
- Año: 1960
- Duración: 131
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Opinión de la crítica
Película
8.4
35 valoraciones en total
Rodada en 1960 con un pequeño y excelente equipo de actores, muchos de ellos no profesionales, la película disecciona los esfuerzos de cinco presos de una cárcel de París, condenados a sentencias superiores a 10 años cada uno y que recurren al socorrido método del butrón con túnel en su búsqueda de la libertad. El argumento recordaría a otros clásicos del género en los que se usa el mismo sistema de huida –La gran evasión (1963), La fuga de Alcatraz (1979)– si no fuera porque la fuerza de sus personajes poco tiene que ver con los manidos héroes de las épicas producciones yankis.
De entre todos los actores, me gustaría destacar sobre todo la aportación de Jean Keraudy, que nos recuerda mucho a MacGyver con sus continuos trucos (a pesar de faltarle la falange de un dedo se maneja de maravilla), además de ser un actor amateur -trabajó aquí en su primera y única película- hay que saber que vivió en carne propia esta historia, son hechos reales y sucedieron en la cárcel francesa de la Santé en 1949.
En fin, la película es completamente recomendable no sólo para los fans del cine francés sino para todos los que disfruten de una muy buena película. Una película para no perderse.
el letanias
Magnífica. Excelente ejecicio de estilo , que con precisión milimétrica y aparente simplicidad se erige en la que seguramente sea la mejor película jamás filmada dentro del prolífico género de los dramas carcelarios. Alejada de todos los clichés, es una película muy física y con una personalidad muy marcada. Espléndida y sobria dirección, gran tratamiento de la luz y muy buenas interpretaciones, así como un guión de auténtico lujo. Maravilloso testamento fílmico de Becker, cuyo desgarrador final queda grabado para siempre en la memoria. Pobre Gaspar
Becker murió antes del estreno de esta obra maestra que culmina su breve carrera (1942-1960), formada por una docena de películas que en vida no le dieron mucha gloria: sólidas, clásicas, repletas de recursos, serias y sin grandes audacias.
En los años finales coexistió con Bresson y el caldo de cultivo de la Nouvelle Vague: ‘Cahiers du cinéma’ y otros gérmenes. No adoptó ningún vanguardismo pero sí entró en diálogo explícito con el Bresson de Un condenado a muerte se ha escapado (1956).
Igual que Bresson, Becker se basó en un libro testimonial, en este caso una novela de José Giovanni, quien participó en los hechos narrados, de 1947, como asimismo participó Jean Kéraudy, que en la película se representa a sí mismo (el de los dedos cortados). También Becker prescinde de actores profesionales, buscando autenticidad. Y, como Bresson, crea un microcosmos sonoro y recrea al detalle las condiciones materiales de la fuga, con óptica de ingeniero. Consigue la misma intensidad vibrante.
Pero así como el enfoque de Bresson es individualista y trascendental, Becker apunta a valores tan a ras de tierra como nobles: compañerismo, organización colectiva, impulso libertario, solidaridad. Filma minuciosamente lo concreto de la tarea: fabricación de herramientas, creación de artilugios (como ese periscopio que les permite controlar desde la mirilla los movimientos del pasillo).
Becker maneja con perfecto ritmo una doble tensión: la derivada de camuflar ante los guardianes las obras y preparativos de la evasión, por una parte, y la ocasionada por Gaspard, el preso nuevo quien, con sus manifestaciones ambiguas, tiene con la mosca tras la oreja a varios conjurados del compenetrado quinteto original.
Sólo un maestro del cine puede lograr ciertas secuencias memorables, entre ellas un plano sublime que es casi una metáfora visual de la existencia humana: a lo largo de los túneles subterráneos dos personajes se mueven en medio de la tiniebla alumbrándose con una vela. Esta luz dibuja en el espacio negro unas líneas blancas que se deslizan por paredes, suelo y techo, líneas que acompañan a los personajes en su caminar, mientras se alejan lenta y perpendicularmente del espectador hacia lo profundo del plano…, hacia el punto de fuga.
No puedo agradecer suficientemente a mis compañeros Filmaffininautas la recomendación de esta película. Indudablemente, dentro del estilo hipernaturalista de Bresson y Becker hoy se cuenta como mi favorita.
He leído con atención las críticas de los compañeros y no quisiera perder la oportunidad de añadir un comentario más a los juicios sobre el film. La naturalidad de los actores no profesionales, el uso inteligente del sonido, la focalización en los objetos por encima de una simplista identificación con los personajes han sido ya sobradamente comentados. Lo que quizá haya pasado desapercibido es la importancia de una escena.
En el momento en que dos de los protagonistas (Manu y Roland) incursionan en las galerías, la historia se detiene a contemplar un extraño episodio. Dos policías miran una tela de araña, toman un pequeño insecto de una caja de fósforos y lo entregan a lo que intuimos como su victimario. En una película tan realista como La evasión no puede pasarse por alto el expresionismo con que Becker enfoca los ojos desencajados del general que se relame en el sacrificio de la víctima.
Traigo esto a colación porque la impresión general, creo, es que muchos han mirado el film de una manera literal y realista sin más: una película sobre presos que planean su huída. Y es cierto que en cierto sentido esa línea argumental vertebra el relato. Sin embargo, tiendo a pensar que Becker de alguna manera prefiguró la reflexión de filósofos como Foucault, sobre una idea del poder.
Quince años después del film, en 1975, el filósofo francés escribía el libro Vigilar y castigar . De su lectura lo que más recuerdo es la impresión de que el poder no era algo necesariamente jerárquico: no es solo un tipo que manda, un jefe, sino que terminaba siendo una colectividad que reafirmaba la estructura. Es decir, el poder somos todos, en tanto en cuanto participamos de su estructura.
Para quien haya visto el film, ya sabe en qué punto la historia da un giro. Lo interesante de la relación entre las ideas de Foucault y la cinta de Becker es que el cineasta contrapone la solidaridad con la insolidaridad. Más que una película sobre la evasión, es una meditación sobre los motivos por los cuales la sociedad mantiene unas estructuras opresivas de poder.
Los personajes de Becker se miden por su oposición al régimen o por su consentimiento estúpido, como el insecto ofrecido a la araña, al orden opresor. La evasión es posible, una sociedad nueva lo es, siempre que un grupo humano forje agujeros a las diversas prisiones que la pueblan.
Incluso por encima de la gran factura técnica, Becker nos da una lección ética necesaria (ayer tanto como hoy): entre todos es posible hacerle un agujero al sistema.
(Sigue en spoiler)
¿Cómo es posible sacarle semejante partido a un puñado de actores semiprofesionales, a un cuartucho carcelario, a la iluminación y a los modestos efectos de sonido? Un guión sencillo y sobrio, magistral. Una historia envolvente, plagada de agujeros milagrosos: el suelo, las puertas, el túnel y la alcantarilla. Una leve pátina Bressoniana (¡el sonido, el sonido!, no siempre bien sincronizado pero, qué diablos, funciona como una puñalada en un paisaje expresionista), un microcosmos sin fisuras ni asperezas, aunque plagado de aristas. La cinta, purísima y perfecta, tan severa y elegante como un teorema. La tensión, inacabable y prodigiosa. En fin, yo aún no he conseguido sacarme de las uñas los restos de cemento. Pauvre Gaspard!
Quiso Platón estampar, en el frontón de la Academia, una advertencia: No entre nadie que no sepa geometría . Sospecho que en la sala, detrás del peristilo, se proyectaba sin descanso esta película.