La corrupción
Sinopsis de la película
Para evitar la corrupción y la inmoralidad del mundo de los negocios, Stefano piensa entrar en un seminario, pero su padre, contrario a esa decisión, lo convence para hacer un crucero. En el barco, el chico conoce a Adriana, una chica arribista y calculadora que, presionada por el padre de Stefano, consigue hacerle cambiar de idea. Abandona. Empieza entonces a trabajar con su padre.
Detalles de la película
- Titulo Original: La corruzione
- Año: 1963
- Duración: 80
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Opinión de la crítica
Película
7.1
82 valoraciones en total
Corta como un puñal.
Es una de esas películas. Sí. De las que van a la raíz. A las preguntas esenciales.
La pregunta clave se formula: ¿Cómo debo vivir?
Es decir, nada se da por supuesto, se trata de un despojamiento, de un vaciado para empezar de cero, de un cuestionamiento radical del universo, con todo lo que lleva dentro, con ese ser humano que mira al cielo, desarbolado, perdido, sin encontrar un sendero, un camino, algo que le sirva de guía durante su breve recorrido.
Italia. País de un peso cultural e histórico descomunal. Barroco, bufonesco y siniestro. Detrás de su tendencia al carnaval, a la máscara y el fantoche, se esconde agazapada la muerte, un gran vacío que espera en cada esquina, en cada descuido, para tragarse vorazmente todo lo que toca, todo lo vivo. Que disimula el horror de su demasiada clarividencia con un exceso de forma, con un alarde de manierista prosa, con un atuendo de exquisita moda. País alegre y trágico, que celebra la vida con gran despliegue, fanfarria y algarabía debido a su gran consciencia sobre el inapelable y cruel final del periplo. Fatalista, fúnebre y pantagruélico. Un esperpento hermoso, elegante, muy negro.
El cine italiano de los años sesenta. Cuando el realismo empezaba a morir, ese neorrealismo posterior a la Segunda Guerra Mundial que abrazó con fuerza y exactitud lo más palpable y proteico de la realidad, la cara desnuda de la verdad.
Después llegó otra generación, o la misma evolucionada, que se fue alejando del mero testimonio fidedigno de los hechos para ir variando sus propuestas con otros aires, otras cargas y presupuestos, más estéticos, recargados y especulativos, más puramente juguetones y artísticos.
Los Fellini, Visconti, Antonioni, Zurlini… y Bolognini. Sí.
Un puñado de obras maestras, especiales, bellas, elevadas, poéticas.
En fin. Para qué seguir.
Esta obra concretamente es una pequeña pieza de inefable precisión y largo alcance. Un ensayo, una poesía y un retrato. Abrevadero de ideas, cuadro expresionista y reflexión a tumba abierta sobre la vida y la muerte. Es, también, obviamente una aventura iniciática sobre un zangolotino de buen dinero que echa a andar a la vida sin referencias, huidizo, idealista, absolutista, muy confundido. Con un padre despiadado y una madre dormida. Y al fondo, como la sangre que bombea el corazón por todo el cuerpo, la chica, el deseo, la vida en su aspecto más primitivo, auténtico y fluido. En su delicadeza, fulgor y perdición.
Narrada en tres actos. Presentación de los personajes y sus conflictos. Paréntesis marítimo en el que la acción se decanta y los personajes quedan enroscados. Y cierre frenético, salvaje, perversamente lúcido.
Y con tres personajes principales. Que son a su vez tres símbolos o grandes metáforas.
El chico. El ideal. La negación de la vida. La huida. La cobardía. La pureza. La bondad. El desconcierto. El puritanismo. El anhelo. El arrebato místico. La edad de la inocencia. El puro balbuceo.
El padre. Los hechos. La afirmación de la vida. La vida granítica. Como una roca. La vida sin trasfondo, materialismo puro. Sin ideas. Con objetos, que se venden, como todos. Como un mecanismo ciego. Como una ley inexorable, atávica, ineludible, imperturbable. Como una lucha de fuerzas ciegas. Una jerarquía inexpugnable. Una injusticia acusada. El rechazo a toda forma de hipocresía o arte de componendas. La exaltación de la fuerza. La industria. El dinero. El libre comercio. La verdad. La barbarie. Lo que late tras los discursos. Lo que nunca se dice y que nutre todos los actos de los hombres.
La mujer. El sexo. La manzana prohibida. La tentación. El lado lúdico de la vida. El instinto. El amor sin afectos. Sin rodeos o vueltas. El amor como cuerpo. El Eros sin mentiras. La sinceridad y la sordidez despojadas. El placer. La atracción de los sexos opuestos como el motor inevitable y clamoroso en su devastadora verdad de todo lo demás, de todas las ideas, andanzas e industrias. El paganismo feliz, sin peso o culpa.
Quizás podría decirse que el chaval representa el ideal cristiano. El padre, el materialismo científico. Y la chica, el hedonismo griego.
O Platón versus Aristóteles. O el comunismo frente al capitalismo.
Según se vea.
Dos personajes interesantes más.
El moralista. El izquierdista. El santón. El fariseo. Hombre corrupto que da lecciones éticas en los periódicos cuando no cree en nada, solo en su beneficio y radical escepticismo. Hipócrita. Cínico. Sabio. Pragmático.
Y la madre. La derrota. La debilidad. El miedo. El sufrimiento ensimismado en su propio dolor inútil. El solipsismo enfermo. El abandono. La nada. La tenue autodestrucción. El egoísmo más feroz solapado, enmascarado. La delicadeza ultrajada, embrutecida. La endogamia egoísta.
Es una película singular, poderosa. Una pieza de cámara. Una pintura de Goya.
Es oscura, bruta, desnuda, desolada. Es una mirada ascética sobre la existencia, sobre la nada, sobre la imposibilidad de escapar de la trampa. Es el retrato de una tela de araña.
Si mirar el papel higiénico después de obrar está feo, no os quiero contar lo que puede ser hablar de una película comenzando por su excelso final. Si bien no eran pocas las películas italianas de la época con ¨finales jodevidas¨ (por lo pronto se me ocurren El Eclipse, Yo La Conocía Bien, El Éxito, Los Años Rugientes y Dillinger Ha Muerto), lo de la Corrupción es algo extremo en términos de coherencia, de perfección discursiva, de belleza formal, de calidad técnica y de sincera crueldad -como única vía- para con el personaje que ocupa la narración. Stefano (un Jacques Perrin que ya destacase en La Muchacha Con la Maleta y cumpliese de sobra en La Busca, experto sobrado en poner cara de avinagrado a causa de la procesión que lleva por dentro) se retuerce lleno del dolor más jodido que existe -el dolor mental- en el coche de la Schiaffino mientras asiste a la representación en forma de baile -perfectamente fotografiado por Leonida Barboni y mejor editado por Nino Baragli, con el maravillosos sustento musical de Giovanni Fusco- de una certeza terrible: todo está corrupto, o sea, que todo ¨lo puro¨ ha sido alienado y viciado y tiene por dicha razón su estructura alterada. No lo corpóreo, que también, sino lo esencial (la personalidad, su sentido de la moral, su individualidad). Puta mierda, vaya.
Para llegar a esa ruptura doble (la del personaje y la que nos hace sufrir Bolognini como espectadores, el muy cabrón) asistimos a una serie de circunstancias en la vida del adolescente Stefano que darán plena lógica a dicho momento de epifanía para lo malo. Él quiere consagrar su vida al ejercicio del Ministerio de la Fé (no sabemos si por pura rebeldía propia de la edad o por devoción insensata), cosa que su adinerado progenitor trata de impedir con maniobras que evidencian qué clase de tipo es (dispone de su propia amante para que intente seducir al joven… cosa que sucede, claro, pues la Schiaffino está rebuena y con 17 años uno se penca hasta a su propia bisabuela sin pensar en las consecuencias), y esto no hace más que alejar al muchacho del déspota de su viejo, del cual ya renegaba bastante por haber sido testigo de cómo se suicidaba un asalariado de padre a causa de lo que hoy denominariamos ¨prácticas empresariales neoliberales¨.