Kumiko, the Treasure Hunter
Sinopsis de la película
Una solitaria mujer japonesa se convence de que el bolso con una enorme cantidad de dinero enterrado en la película Fargo es real. Dejando atrás su estructurada vida en Tokio, viaja a la fría y desangelada Minnesota, embarcándose en una búsqueda impulsiva para encontrar la mítica fortuna perdida.
Detalles de la película
- Titulo Original: Kumiko, the Treasure Hunter
- Año: 2014
- Duración: 105
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Opinión de la crítica
Película
6.1
48 valoraciones en total
La primera imagen de Kumiko The Treasure Hunter muestra el clásico advertimiento legal que reza aquello de Based On A True History. Al momento se glitchea, pues es un televisor emitiendo el VHS de Fargo. La película de los hermanos Coen y su bromazo inicial sirve para expandir el universo de aquella ficción –hete allá la broma, nada de lo narrado era ni tenía una base real- a través de una muchacha que bien podría ser un personaje apócrifo de cualquiera de sus películas, pues, como muy bien dijo sobre la chica el famoso psiquiatra David Martinez, aquí al principio ella parece que está muy bien y luego resulta que está regular. Kumiko es una chica de casi treinta años con una apatía extrema por cualquier cosa. Odia su trabajo, odia a su jefe, odia a su madre, odia a sus compañeras, odia a sus amistades. Y obra en consecuencia a ese odio con el mejor arma que existe, la indiferencia plena ante todo. Un día encuentra en una cueva un VHS de la película Fargo, y da por real todo lo que en ella sucede por ese encabezado que advierte sobre lo real de lo narrado en el film. Se pasa la vida viendo una, dos y un millón de veces el film. Cree que el maletín que entierra Steve Buscemi en medio de la nada nevada ahí sigue, esperando a que dé con él. Y la tía loca va y se borda un mapa en base a unos coordenadas topográficas que ha determinado con la precisión infalible de coger un metro y posarlo sobre la imagen mientras traza marcas en la tele. Ahora tiene un motivo para vivir, por fin puede otorgarle un mínimo de sentido a su existencia.
Luego sabremos que Kumiko es de la forma en la que es no porque sí sino porque su madre es inaguantable, su jefe un gran pedazo de mierda y la gente, así en general, algo a evitar. Por eso decide vivir sola, y la primera emoción que muestra, el primer indicio de no vivir inmersa de pleno en un sus pensó emocional, es cuando llora por su conejo. Es decir, cuando sufre por su mascota, que ha sonado a que la doña es capaz de lagrimar por el chocho y no es eso. El caso es que se marcha a Estados Unidos a buscar el mapa a cuenta de la tarjeta de su curro, y ahí, con el choque cultural propio a quien ni entiende ni farfulla el inglés en condiciones, comienzan una serie de desventuras que reíros de las de Stroszek cuando lo suyo, de hecho durante gran parte del metraje Rumiko es lo más próximo una versión en femenino de la película de Werner Herzog, por no hablar de todas las semejanzas que comparte la empresa chiflada de la protagonista con el clásico personaje tronado del cine del alemán. Cierto es que a ella el ciudadano estadounidense no le es tan hostil como le sucediera a Stroszek, pero ahí está todito lo mismo: los infortunios, el pasar hambre, el tener frío, el no entender nada de nada, el vivir en la permanente confusión y el definitivo engaño sentimental: acostumbrada a que la gente la decepcione, cuando un policía ayuda a Rumiko con su mamarrachada ésta confunde la ayuda desinteresada por la posibilidad de un affaire y, claro, se come una de las cobras más dolorosas que se hayan visto jamás en el cine. Dolorosa porque ya se conoce a la protagonista y sus razones para desconfiar de la gente y tras semejante descalabro no hay resquicio a la duda sobre que vivirá dentro de su caparazón emocional hasta que se muera. Que lo hace, y bien pronto. Y da mucha pena, por mucho que ese epílogo -a lo Platillos Volantes, otra brillante película sobre la necesidad de tener cierta fé aunque sea en las cosas más descabelladas para luchar contra una vida gris mediocre, lo imprescindible de la ficción para hacer frente a lo real- que revive a Rumiko y la permite hallar el maletín de Fargo e irse feliz con su conejo pinte cierta sonrisa esperanzadora en el espectador. Porque esa sonrisa de Rinko Kikuchi sabemos que no es real, que no puede ser, y a la vez reconforta y trae paz, explica por qué necesitamos de la ficción de una manera impresionante.
Rinko Kikuchi es la Kumiko del título, una joven apocada y esquiva que cree haber descifrado una especie de mapa del tesoro en una maltrecha copia en VHS de Fargo (Joel y Ethan Coen, 1996), lo que le lleva a tomar la decisión no especialmente sensata de dejar su vida en Japón y afrontar esa aventura en solitario. Rodada a medio camino entre Tokyo y varios pueblos del norte de Minnesota, la película de David Zellner propone una fábula que transita por lo metacinematográfico y que juega con el equívoco que se establece en ocasiones entre realidad y ficción, llevándolo hasta su último extremo. Dentro de esta fábula, Kumiko es una especie de Caperucita Roja, parapetada con una sudadera de dicho color, cuya timidez extrema unida a las barreras idiomática y conductual la sitúan en un plano cercano al autismo. Así, para esta moderna y dramática Caperucita, el lobo quizás viva solamente dentro de su cabeza.
Kumiko, The Treasure Hunter exalta la ternura y la calidez narrativa dentro de un contexto gélido y agreste. Así, el contraste cromático entre el rojo eterno que cubre la cabeza de Kumiko y el blanco de su rostro y del paisaje nevado circundante crea una sensación de atracción y angustia casi irreal, potenciando el componente casi alegórico y espectral. En definitiva, una experiencia cinematográfica esporádicamente preciosa.
Kumiko (Rinko Kikuchi) es una mujer japonesa de casi 30 años de edad, soltera, algo tímida, vive en su mundo, tiene un trabajo de asistente de un gerente al que detesta, a su jefe y su trabajo. Un día encuentra una copia en VHS de la película Fargo (1996) de Joel e Ethan Coen, al observarla queda enganchada con la escena donde el personaje interpretado Steve Buscemi esconde un maletín lleno de dinero.
Kumiko está segura que dicho maletín existe, está segura que se encuentra aún guardado en algún lugar de Fargo. Cuando ella ve la oportunidad de viajar a Estados Unidos no lo piensa dos veces, es así como ya en tierras norteamericanas buscará la forma de llegar a este ansiado lugar y dar con el tesoro que considera está escondido ahí.
Kumiko, the Treasure Hunter es una película sufrible, lamentable, aburrida, sin una pizca de gracia, con un personaje que se odia fácilmente, que avanza y avanza en su monotonía (en especial en la primera parte que transcurre en Japón) pero no evoluciona, con poquísimos diálogos y sin magia alguna.
Una película a la que lo único que le rescato es el trabajo de fotografía a cargo de Sean Porter, pero de ahí en más, una obra apática que no transmite absolutamente nada y donde ese absurdismo que se intenta transmitir en la terquedad de la protagonista es lo único medianamente llamativo. Pésimo trabajo de David Zellner.
Kumiko, the Treause Hunter es una película absolutamente original, un retrato insólito de la esperanza extrema como forma de locura cargado de simbolismo y con una fotografía espléndida que no gustará a todos, pero que no defraudará a aquellos que busquen algo diferente.
Kumiko es una ayudante de oficina soltera de 29 años amante de los conejos y con un futuro profesional nulo. Día tras día, mes tras mes y año tras año, deambula apática por la vida: de casa al trabajo, de su mesa a la del jefe, de la oficina a la tintorería… Hace tiempo que dejó de socializar con nadie. No tiene amigas, ni las soportaría, igual que tampoco soporta a sus compañeras de trabajo, ni a su jefe, ni a su madre… ni siquiera a sí misma. Lo único que la mantiene en pie es la fe, la débil esperanza de hacer algo memorable y extraordinario que la saque de su monótona existencia.
Cuando descubre el tesoro enterrado de la película Fargo, basada en hechos reales, la línea entre realidad y ficción parece difuminarse, y con eso le vale. Tras larga espera, parece que la vida le manda una señal, y Kumiko se lanza de cabeza a lo desconocido (Venga, Bunzo, a la puta calle). El paisaje urbano de Tokio es reemplazado por el desierto helado de Minnesota, y esta especie de caperucita roja vagabunda debe enfrentarse al frío y a la incomprensión (si ya tenía problemas para comunicarse en su lengua, el hecho de que apenas hable inglés no facilita mucho las cosas) para perseguir su espejismo. Si al final lo alcanza o no es irrelevante, lo que se disfruta (y sufre) en esta película es la aventura.
Para mí, esta película es una de esas sorpresas que te depara el cine de vez en cuando. Si uno lee la sinopsis sin saber muy bien qué va a encontrarse (más o menos, mi caso), puede pensar que Kumiko será una astracanada, o una comedia bufa. Sin embargo, se trata de una obra llena de ternura, sensibilidad y con una pesadísima carga de crítica social. Zellner da en la diana a la hora de llegar a los sentimientos del espectador a través de un argumento aparentemente absurdo. El film está lleno de momentos de humor, pero de un humor negrísimo, demoledor, de sonrisas congeladas. Tras el delirio de la protagonista se esconde una denuncia a toda la sociedad de nuestro tiempo. Claro que buena parte del mérito de esta película es de Rinko Kikuchi y de su impagable composición de la protagonista. La búsqueda disparatada de un tesoro imposible es consecuencia de la candidez del personaje, pero a poco que rasquemos nos encontramos con una historia de incomprensión y soledad. Y tanta incomprensión puede encontrarse en el masificado Japón como en las heladas llanuras de Minessota. Se trata, en definitiva, de una historia cruel relatada en forma de cuento infantil amable. Y ello tiene su sublimación en el espléndido final.