Jennie
Sinopsis de la película
Un pintor arruinado y abatido por haber perdido la inspiración conoce, un frío día de invierno, a una chiquilla en Central Park vestida de un modo anticuado. A partir de ese momento se suceden otros encuentros, con la particularidad de que en breves intervalos de tiempo la chica se va convirtiendo en una bellísima joven, de la cual el pintor se enamora. Pero Jennie esconde un secreto…
Detalles de la película
- Titulo Original: Portrait of Jennie
- Año: 1948
- Duración: 86
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Opinión de la crítica
Película
7.7
92 valoraciones en total
Un amor imposible e irreal, un film mágico. Sólo Vértigo fue capaz de crear una atmósfera onírica similar. Junto a la historia principal, ojo además al amor encubierto entre Ethel Barrymore y Joseph Cotten (tan magnífico actor como siempre ).
Pese a lo rebuscado del argumento, que en otras manos podría incluso haber caído en el ridículo, todo encaja y resulta extrañamente creíble.
Visualmente es una película arriesgada e impactante: una estética que recuerda el expresionismo alemán aunque más suave, combinación de blanco y negro y homenaje al cine de animación (la secuencia de Mickey Mouse).
Una obra maestra imperecedera.
Y es que el verdadero amor es eterno. Como la verdadera belleza. Como el Arte, cuando es con mayúsculas. Y Jennie es auténtico amor y belleza y Arte. Por eso me enamora una y otra vez. Igual hoy que hace más de veinte años que la vi por vez primera. Y me voy a dar prisa en volverla a ver. Porque me quiero enamorar otra vez. Y otra. Y otra…
Bellísimo y lírico drama romántico sobrenatural, que transporta al virtuosismo de la imagen y del sonido un relato tocado de atemporal romanticismo que habría hecho las delicias de los grandes literatos soñadores de la segunda mitad del siglo XIX.
Dieterle se deja llevar por el delirio de la imaginación que es el marco ideal para un romance sin tiempo ni edad. El romance perpetuo del artista y su musa.
Puede que ninguna película plasme, con la delicada brillantez de Jennie, el fluir del torrente creativo alimentado por la pasión, por el amor hacia esa fuente inspiradora intangible que todos los artistas llevan en su interior.
Jennie representa la comunión perfecta, la relación definitiva, esa unión más que cósmica, más que metafísica, más que palpable. Ese amor hacia la belleza que nunca muere, una belleza que sólo pertenece a los ojos obnubilados de su enamorado retratista. Una belleza incorpórea, que no conoce el transcurso del tiempo, que está hecha exclusivamente para arrebatar el corazón del artista y, a través de su genio creador, deslumbrar a esa parte que se alimenta de la sensibilidad que entra por los sentidos y que se extiende por todo el espíritu. Que colma esa necesidad de dejar algo hermoso de nuestro paso por este mundo extraño, y de experimentarlo por medio de una obra que emule y vaya más allá de las maravillas de la naturaleza y del universo, convirtiendo lo inmaterial en algo perceptible, atrapando la eternidad en un efímero envoltorio sensorial. Como si fuese un intento por asemejarnos a dioses que de la nada fabrican mundos.
Eben Adams malvive inmerso en su malhadada y autopregonada mediocridad, sin encontrarse a sí mismo, incapaz de encontrar el soplo de genialidad. El artista que yace en él está aletargado, no tiene acceso a esa fuente de energía, a esa vibración especial que mueve a un creador hacia su obra más querida. No sabe cuál es su musa. Y un pintor sin musa está perdido.
Hasta que ve aparecer a Jennie. Figura del pasado, del presente y del futuro, Jennie crece pero no tiene edad, cambia pero es siempre la misma, se aferra a su adorador y lo ama sin coordenadas temporales ni espaciales. Etérea y corpórea, esquiva pero siempre presente, consuelo y tormento.
Eben vive exclusivamente para ella. Para esperarla. Para los momentos perfectos en los que están unidos. Para agonizar lentamente cuando no está. Para pintar un retrato de ella que es el retrato mismo del amor inmortal, del eterno femenino, de la belleza absoluta. Una belleza de ojos tristes y de aura espiritual que no pertenece a este mundo material.
De fondo, un Nueva York encantado. Un blanco y negro y un sepia con sfumattos, texturas de lienzos, polvo de estrellas, velados claroscuros, crepúsculos de ensueño, brumas que difuminan suavemente los contornos, escenarios que parecen sacados de alguna litografía decimonónica.
Film realizado por William Dieterle (La senda de los elefantes, 1954). Escriben el guión Paul Osborn y Peter Berneis, con la colaboración de Ben Hecht y David O. Selznick (no acreditados), a partir de la adaptación elaborada por Leonardo Bercovici. Adapta la novela Portrait of Jennie (1940), de Robert Nathan. Se rueda en escenarios exteriores de NYC, del puerto de Boston y de Boston (Massachussets) y en los platós de RKO-Pathé Studios (Hollywood, CA). Nominado a 2 Oscar, gana uno (efectos especiales). Producido por David O. Selznick para Selznick Int. Pictures y Vanguard Films, se proyecta en sesión de preestreno el 25-XII-1948 (L.A.).
La acción dramática tiene lugar en el invierno de 1934, en NYC y alrededores. El pintor Eben Adams (Cotten) se halla sin inspiración y sin dinero, por lo que visita una galería de arte con una carpeta de dibujos que desea vender. La Sra. Spinney (Barrymore), propietaria de la galería, le dice que sus trabajos carecen de emoción, pero para elevar su moral e incentivar su trabajo le adquiere un dibujo. En Central Park se acerca al pintor una muchacha a la que vuelve a ver días más tarde. Poco a poco la muchacha, Jennie (Jones), se convierte en una hermosa mujer, de la que él se enamora. Eben no carece de talento, pero la falta de éxito la ha sumido en una situación de atasco creativo. Jennie es etérea, parece salida de un sueño, se deja ver y desaparece a su antojo, es muy atractiva y habla con una voz que parece de otro mundo.
El film suma drama, romance, fantasía y misterio. La presencia de Jennie, su imagen, su comportamiento y su magnetismo, devuelven a Eben las ganas de trabajar, una cierta inspiración y la capacidad de crear belleza mediante bocetos y dibujos, que complacen a la Sra. Spinney y a su ayudante Matthews. La situación de Eben mejora gradualmente por razones que desconoce, no entiende y no controla. De hecho siente que Jennie le pone en contacto con la belleza, la emoción estética y sus manifestaciones visuales, que él trata de captar y plasmar en el lienzo. También siente la necesidad de trabajar febrilmente y apasionadamente para traducir en imágenes plásticas la visión de la belleza que ella le revela.
El proceso interior le lleva a una situación más activa, cuando decide asumir la tarea de ir en busca de la belleza. La busca en los elementos naturales que han constituido el tema preferente de sus trabajos de paisaje: las nubes, el mar, el sol, la niebla, la lluvia… La búsqueda de la belleza deviene una empresa titánica, imprevisible y extenuante, que pone en contacto el espíritu del artista y las fuerzas avasalladoras e inquietantes de la naturaleza.
(Sigue en el spoiler sin desvelar partes del argumento)
Jennie parte de una brillante idea. Es como un cuento de hadas terrorífico sobre las musas, la inspiración, el concepto del arte, la intemporalidad, y la eternidad de la belleza y el amor.
Y la parte técnica es un portento. Muy bien realizada, una fotografía adecuadamente onírica y algunas secuencias realmente magistrales.
Pero en este terremoto artístico falla el epicentro. Las escenas de amor son empalagosas como ellas solas. No estoy en contra de unas buenas escenas melosas, pero éstas rezuman melaza por todos los poros. Y aunque Cotten hace lo que puede, lo de Jennifer Jones es de aurora boreal.
En resumen, una obra maestra echada a perder por culpa del exceso, no del defecto. Las sirenas no han de rozarse con los marinos, las hadas madrinas sólo usan la varita para tocar a los agraciados, y las musas no se abrazan con los artistas. Si llega a más, se sugiere pero no se muestra. Las reglas de los cuentos de hadas son estrictas.