Isla bonita
Sinopsis de la película
A Fer (Fernando Colomo), un veterano y enamoradizo director publicitario venido a menos, lo invita su amigo Miguel Ángel (Miguel Ángel Furones) a su retiro dorado en la isla de Menorca. El problema es que la esposa de éste (Lilian Caro) también ha invitado a su madre y a sus sobrinos. Miguel Ángel no tiene más remedio que colocar a su amigo en casa de una atractiva escultora antisistema (Nuria Román) que vive en permanente conflicto con su hija adolescente (Olivia Delcán).
Detalles de la película
- Titulo Original: Isla bonita
- Año: 2015
- Duración: 101
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Opinión de la crítica
Película
6
56 valoraciones en total
Isla Bonita. 7
(Es mi primera crítica, todo hay que decirlo).
Pues la película me ha parecido curiosa. No había visto antes una película de Fernando Colomo y he de decir que me ha parecido muy interesante, tanto en la parte estética (una isla que de por si es preciosa) como en el planteamiento que se ha seguido. He tenido oportunidad de estar en el pre estreno universitario y también en un coloquio en el que estuvimos conversando con los actores y el director, y ha sido una película hecha con ganas pero que no llega de forma contundente al público.
En primer lugar, los actores son excepcionales si tenemos en cuenta la forma de rodar la película. La acción se desarrolla en la isla de Menorca, sobre 15 hojas. Esto es así. Tan solo había pequeñas partes en el guión, lo demás era pura improvisación. Durante momentos puntuales de la película, como en los largos diálogos que mantienen los personajes, podemos darnos cuenta de que es algo tan natural que no parece estar escrito. Hay conexión entre los personajes, eso está claro, pero no logra entablar esas emociones con el espectador. Los diálogos no son ni mucho menos carentes de sentido entre los personajes, pero sí diría que muchos de ellos no tienen importancia o no son relevantes en el film. El abuso de diálogos en los personajes es claro, a uno puede llegar a cansarle y poder cambiar en un momento de opinión con respecto a ella, pensar: ¿cuándo dejarán de hablar? puede ser uno de los problemas que llegue a tener. Aun así, los personajes están desarrollados por Colombo de una manera muy expresiva y natural, con toques personales de cada uno de los actores (los personajes llevan sus propios nombres).
En segundo lugar no hay que dejar de hablar la historia. La trama se desarrolla en unos días dentro de un espacio pequeño con un ritmo que alterna entre el paso veloz y diálogos eternos (que no quita que alguno de ellos sea interesante). El planteamiento de las pequeñas historias que vemos en la isla es totalmente creíble y ello le da aún más emoción a la historia. La visión contemporánea de las relaciones se hace visible en cada una de las escenas, en las que podemos percatarnos también del tono irónico en algunos puntos, llevados hasta la faceta graciosa de ellas.
En tercer lugar cabe destacar la producción, como con poco se puede hacer mucho, un equipo pequeño con ganas de trabajar y una actriz maravillosa como Olivia Delcán.
Finalmente añadir que me reí bastante con la película, humor que viene bien a cualquier hora del día. Sobre todo la isla, una isla tan bonita a cualquiera le alegra la vista, oye.
PD: Olivia Delcán es una monada, me he enamorado.
Desde el excelso y mítico corto Pomporrutas imperiales (1976), cuando todavía en los cines se proyectaban cortos antes de las películas, Colomo se erigió en uno de los nuevos directores del nuevo cine en libertad democrática español. Sus títulos de comedia urbana iban a la par y retroalimentandose de la movida madrileña . Tiempos de ilusión y de esperanza en una España que podía prometer y prometía.
Como el cine de Colomo, pasada la primera década la cosa se fue desinflando a la vez que se inflaban pompas ilusorias, burbujas de todo tipo que se encargaban de crear aquellos nuevos y antiguos a los que les dimos el poder de soplar por nosotros.
De lo que pudo ser y no fue, de lo que ha quedado, un Colomo más sabio, desde la mirada retrospectiva y desacralizada filmicamente de sus 60 años nos regala este personaje woodyalliense que quiso ser escultor o en el mejor de los casos director creativo y que a duras penas sobrevive a tres divorcios, haciendo anuncios de Carreforur y viajando ligero de equipaje a costa de aquellos amigos que aún pueden llamarse así. Pero la vida sigue, la juventud se renueva, los últimos trenes aún no han pasado y puede que queden lugares, islas, donde coger alguno y saborear lo que quede de vida poc a poc .
Simpática comedia, que no entiendo porqué hay quien la encuadra en el género dramático. La historia existencial de algunos de los personajes es tan desenfadada que es difícil dejarse llevar en ningún momento por el pesimismo, claro que también ayuda la luz mediterránea de Menorca.
Se siente la proximidad del director y co-guionista a los personajes principales, no en balde se interpretan a sí mismos: Nuria Román es efectivamente pintora y escultora, las obras que aparecen son las suyas, Miguel Ángel Furones es presidente de la agencia de publicidad Publicís Iberia (imputado, por cierto, en el Caso Rato), a Fernando Colomo ya le conocemos y sabemos a lo que se dedica, e incluso la naturalísima Olivia Delcán es nativa de la isla en la que transcurren los desaguisados sentimentales.
Más de una treintena de obras cinematográficas y para televisión ha engendrado Colomo, que, por cierto, está hecho un chiquillo de setenta años. Aquí demuestra una vez más que es uno de nuestros mejores comediantes, aunque su humor sigue siendo el de un madrileño socarrón alejado, en este caso, de la capital para tejer un documental en una Reserva de la Biosfera, en Minorica (según los romanos), excusa convincente para recuperar la autoestima tras su tercer divorcio y apoyarse en el hombro de su mejor amigo.
Transparencia, inocencia e innegociable sinceridad, charletas de reafirmación, avatares amorosos, paseos en moto, la familia y el sol, ¡sorpresas te da la vida!….. todo cabe en la pequeña y bonita isla.
Cuarenta años después de Tigres de papel (una triste delicia), el bueno de Colomo mantiene la misma mirada. El tiempo le ha pasado de largo. Ha resistido. Siempre igual de certero y ligero. Igual de analítico y comprensivo. Sin juzgar pero fijándose.
Y es raro en nuestro cine, que se ha movido habitualmente entre dos tendencias, simplificando bastante, la de la comedia de brocha gorda (da igual el esperpento cañí que la bobada romántica copiada descaradmente del cine norteamericano que las descerebradas teen de última hornada) y la del cine realista social (con el puño en alto y el alma tan domada). Por supuesto que ha habido francotiradores y grandes películas sueltas. Pero esos dos extremos: de lo más comercial a lo más oportunista, de lo más cutre a lo más sectario, han sido las señas de identidad más queridas o repetidas.
Muchos han caído por el camino, o casi. Colomo no. Sigue en pie y da gusto verle. Ni modas ni capillas ni tontadas.
Aquí se nos ha ido a Menorca y se nos ha metido a actor (otra vez). Naturalismo jocoso para contar las cuitas de unos personajes demasiado humanos: frágiles, perdidos, contradictorios, mentirosos, confusos, chapuceros y… muy poco trágicos (no ha lugar ni para el desgarro existencial ni para el sermón torticero). Arcadia feliz traspasada por una sutil melancolía.
Las amistades peligrosas de unos cuantos seres que pasan unos días conociéndose y odiándose, amándose y bañándose. De apariencia superficial y frívola, en verdad es otra muestra más, inviolable, de una visión del mundo que huye de énfasis tramposos para retratarnos simplemente como desnortados supervivientes, perros apaleados con poco criterio y muchos anhelos. Y lo hace con sencillez y espontaneidad, dejando fluir la historia, leve, suavemente. Mitad Rohmer, mitad Allen.
Y se pasa muy bien. Con la sonrisa boba en la cara todo el rato. No es una gran obra. Es otra cosa. En cierto sentido mejor. Es buen cine, del que no se suele hacer, por incapacidad y prejuicios, porque se suele utilizar como medio, no como fin, para contentar al que paga. Y esa es la diferencia entre la publicidad y el arte, una de ellas. La primera, por muy buena que sea (y a veces lo es), trata de engañar al cliente, atontarle para venderle algo que no necesita seguramente (casi nunca), el segundo debería tener su fin en sí mismo, descubrir lo oculto, iluminar lo que somos, tratar de expresar sinceramente lo que nos mueve, aquello que más deseamos y aquello que nos aplasta. Esta película es arte, pequeño, desapercibido, pero lo es. Por lo menos, cine.
P. D.: Están casi todos bien en su, más o menos, amateurismo. Hasta la evidente torpeza de algunos ayuda a fortalecer la impresión de realismo. Pero destaca especialmente la vivaracha y políglota Olivia, tan dulce y puñetera.
De la misma manera que Madonna rindió tributo a Cayo Ambergris con su tema La isla bonita, Fernando Colomo parece haber hecho lo propio con la isla de Menorca a través de Isla bonita, última película del ya veterano director que, en esta ocasión, también adopta el papel protagonista. O mejor dicho, uno de los muchos papeles protagonistas, ya que estamos ante una cinta de las llamadas corales, donde a cada personaje parece otorgársele igual importancia en el relato, evolucionando paralelamente al desarrollo de los acontecimientos. Además, la peculiaridad que distingue a Isla bonita es que cada actor se interpreta a sí mismo, confiriendo a la pieza final un aspecto bastante entrañable.
Lo que Colomo nos quiere contar en Isla bonita es una mezcla entre lo maravilloso del mundo que nos rodea y, a la vez, lo pésimo que puede ser sobrellevar la existencia, especialmente a causa de las relaciones frustradas. Es el caso de Fernando, un publicista que hoy subsiste a base de rodar documentales de bajo presupuesto, pero que antaño ganaba su buen dinero realizando anuncios televisivos. Con tres bodas y tres divorcios a sus espaldas, desde el principio se fija la idea de intimar con Nuria, una escultora que tampoco ha logrado mantener una relación estable más que la que le otorgó a su hija, Olivia, una joven que ha experimentado lo desastroso que puede ser un romance a distancia. Miguel Ángel, ex jefe de Fernando, tampoco está pasando sus mejores días con su pareja Silvia, ya que siente que ella podría labrarse un buen porvenir en vez de estar junto a él en la isla.
Leído así, tal entramado de relaciones podría indicar que estamos ante una película farragosa en su contenido, pero lo cierto es que es prácticamente la antítesis. Isla bonita se define desde un principio como una obra muy íntima, salida casi del corazón de su cineasta pero con diálogos lo suficientemente trabajados como para que semejante afirmación no implique algo nocivo. Con unos suaves trazos, Colomo esboza el carácter de cada personaje hasta que desde el otro lado de la pantalla nos resulta imposible no entender sus motivaciones y, por tanto, hacer que la película gane mucho interés. A ello contribuye especialmente un humor tan casual como certero, exento de chistes prefabricados, humor que hace reír al saber que entre nuestra familia o amistades también hay individuos semejantes a los que estamos contemplando.
Para ser una película rodada en tan bello paisaje, lo cierto es que Colomo no se regodea en exceso tomando panorámicas de la isla. Utiliza las bondades del entorno de una manera puramente narrativa, procurando no distraer al público de lo que de verdad importa. Esta circunstancia no exime, por supuesto, al hecho de que Isla bonita pueda ser una fabulosa postal turística de Menorca desde el punto de vista visual.
Sin embargo, en sus últimas escenas Isla bonita deja un regusto ciertamente amargo. Las diferentes tramas que tan bien se habían ido constituyendo a lo largo de la cinta se cierran de una manera casi abrupta, no sólo por su impacto en el estilo narrativo (mucho más veloz que la tónica general de la película) o por cómo se llega a ellas (demasiadas casualidades), sino también porque el tono general de este desenlace no casa con el espíritu de la obra y las oportunas reflexiones que de ella habíamos podido extraer.
Así, Isla bonita es capaz de dejar una hora y media de película muy agradable, convirtiendo los minutos que pasamos frente a la pantalla en una de las principales virtudes del cine como es vivir, por unos instantes, la vida de otras personas. Máxime cuando estas vidas que contemplamos están repletas de detalles que podemos apreciar en nuestra vida cotidiana y que lógicamente realzan el realismo de lo que nos están contando. Una pena asistir a tan decepcionante final, porque la cinta de Colomo iba camino de ser una de esas geniales sorpresas que la filmografía patria depara cada año.
Álvaro Casanova – @Alvcasanova
Crítica para http://www.cinemaldito.com (@CineMaldito)