Invitación de boda (Wajib)
Sinopsis de la película
Abu Shadi, de 60 años, vive en Nazareth, y es padre divorciado y profesor de escuela. Su hija se va a casar y Abu tiene que vivir solo hasta que su hijo, un arquitecto que vive en Roma desde hace muchos años, llegue para ayudarlo con la preparación de la boda. Como exige la tradición palestina local, tienen que entregar la invitación a cada invitado personalmente. Mientras padre e hijo, apenas unos desconocidos, pasan unos días juntos, su frágil relación se verá puesta a prueba.
Detalles de la película
- Titulo Original: Wajib aka
- Año: 2017
- Duración: 96
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Opinión de la crítica
Película
6.6
52 valoraciones en total
¡Qué fácil es pontificar y pregonar cómo deberían de ser las cosas en vez de esforzarse por cambiarlas! ¡Cuánto más sencillo es huir de la dificultad que quedarse y lidiar con semejantes obstáculos! ¡Qué triste y anodino es recudirlo todo a una falaz historia entre buenos y malos, en vez de reconocer que la vida es un conjunto infinito de matices y de contradicciones, donde la línea recta, la perfección formal o la armonía social brillan por su ausencia! Esta cinta palestina aborda las contrariedades, los compromisos, las renuncias, las exigencias y las decepciones que conlleva vivir la vida de forma sencilla y prudente en nuestro enrevesado e incoherente mundo actual, repleto de soflamas y sentencias pero ayuno de un planteamiento más comprensivo y humanista, alejado de absolutismos estériles y bañado de la necesaria compasión por el prójimo.
La trama pudiera parecer demasiado simplona y elemental pero no es para nada inocente. Presenciamos durante una jornada el tortuoso y anodino recorrido de un padre y de su hijo (que reside en Italia), repartiendo, puerta a puerta, las invitaciones de boda de su hija y hermana, tanto a parientes como a amigos, a allegados y patronos, asistiendo así al variopinto mosaico vital que configura la sociedad en la que se enmarca la historia. Las tensiones entre modernidad y tradición afloran a cada paso, las mentiras piadosas y las rencillas soterradas hacen acto de presencia, los prejuicios y los tópicos que podemos albergar desde la distancia se disuelven, sin apenas percibirlo, como los azucarillos que endulzan los innumerables cafés que jalonan el trayecto. En realidad asistimos a una parábola sobre los escollos de vivir en paz y concordia en un mundo híbrido y mudable donde no existen verdades inmutables ni certezas absolutas.
Lo primero que salta a la vista es lo reconocible y cercano del relato. Y no me refiero sólo al espacio físico donde se enmarca la acción (la vegetación y luminosidad mediterráneas nos resultan harto conocidas a los íberos peninsulares), sino sobre todo a ciertas tradiciones, comportamientos y usos que presenciamos (la infamia del divorcio, la condena de la mujer libre e independiente, las servidumbres de las expectativas morales, la sinrazón de mantener en pie lo que se hunde por inservible u obsolescente…). La mirada de su directora y guionista, Annemarie Jacir, despliega un agudo poder de observación, donde los detalles marginales o, en apariencia, ornamentales configuran un relato mucho más rico y enrevesado de lo que nos pudiera parecer.
Muy bien interpretada por Saleh Bakri y Mohammed Bakri (que son padre e hijo en la vida real), el relato se cierra con un sobrio y refinado plano secuencia que abre la esperanza a la reconciliación.
Una película de producción Palestina, rodada por la directora Annemarie Jacir, nacida en Belén, que tiene como escenario la milenaria ciudad de Nazaret, cuenta con los ingredientes necesarios para llamar la atención de cualquier cinéfilo.
Y por mi parte la cinta no defrauda. Narra un encuentro entre un padre y su hijo, ambos árabes, cristianos y con nacionalidad israelí. El primero ha vivido toda su vida en Nazaret, el segundo lleva largo tiempo residiendo en Roma, donde trabaja como arquitecto. La boda de su hermana le hace regresar para repartir personalmente, junto a su padre, las invitaciones de boda a todos y cada uno de los invitados. Singulares tradiciones estas, propias de los lugares agraciados con el largo paso de los siglos.
Es una película sobre sentimientos, en cierto modo melancólica, con reencuentros que no siempre resultan fáciles de asimilar, y algún que otro reproche surgiendo conforme avanza la convivencia padre e hijo. Ya saben, costumbres locales frente al cosmopolitismo del que ya es un occidental más.
Es una película para disfrutar de pequeños detalles. El conflicto árabe-israelí, así como la discriminación de los árabes con ciudadanía israelí, aparecen de forma esporádica, pero marcan el comportamiento de los protagonistas a lo largo de esta road movie. Conformismo y resignación del mayor, frente a la crítica y la rebeldía del más joven.
No deja de sorprenderme la magia de este lugar, tanta historia detrás, con sus etnias, razas, religiones, enfrentamientos y conflictos irresolubles. Y todo en una esquelética geografía, Palestina es muy pequeña
Hay ciertos rasgos del estilo de Anne Marie Jacir (especialmente en su último trabajo) que me recuerdan al estilo de Faith Akin. No hablo de aspectos estilísticos ni del tipo de guión que desarrollan ambos cineastas, sino del punto de partida activista a partir del cual plantean sus trabajos. Los dos construyen su discurso desde la disconformidad, pero anteponiendo su interés en los personajes. Es como una especie de diálogo entre lo activista y lo cinematográfico: la exposición de la denuncia nunca pasa por encima de la construcción de personajes. Y ello, de algún modo, permite hablar a los directores con propiedad, lo que, a su tiempo, da calidad a la película. Son dos departamentos (narrativa y denuncia) de cuyo cuidado resulta una hermosa retro-alimentación. En el caso concreto de Wajib (Invitaciòn de boda), Jacir se sirve del clásico recurso del re-encuentro familiar para hablarnos del igualmente clásico conflicto generacional entre padre e hijo, pero que, esta vez, tiene como telón de fondo un triste escenario de represión.
Anne Marie Jacir da calidez a sus personajes de un modo completamente distinto al que estamos acostumbrados. Trabajos como Syriana (Stephen Gaghan, 2005), Crash (Paul Haggis, 2004), Samba (Olivier Nakache, Eric Toledano, 2014) o Cometas en el cielo (Marc Forster, 2007) aproximaban el espectador occidental a la cultura musulmana mediante una especie de occidentalización de caracteres y personalidades, reservando los aspectos más turbios de la película a la verdadera esencia de dicha cultura. Wajib (Invitación de boda), en cambio, plasma la humanidad de sus personajes sin re-escribir ningún aspecto de sus personalidades o estilos de vida . Ni el más mínimo detalle ha sido modificado con la intención de evitar enfados o distanciamientos, como tampoco han sido impedimento para que la directora despierte nuestra identificación. Es como si Jacir embelleciera su relato sin la necesitad de estar de acuerdo con todo lo que sucede en él, pues su amor está reservado a los personajes y no a sus costumbres o creencias.
Vaya por delante, estoy al corriente de la existencia de títulos como Nader y Simin, una separación (Asghar Farhadi, 2011), Sueño de invierno (Nuri Bilge Ceylan, 2014) y también de algunos más veteranos, como El globo blanco (Jafar Panahi, 1995) o El viento nos llevará (Abbas Kiarostami, 1999). Sin duda, también son películas brillantes cuya acción transcurre en un marco cultural musulmán, descrito sin prejuicios ni parches de la marca Embellecedor Occidental. No obstante, hablamos de productos orientados a un público más reducido, dotados de un discurso que casi prefiere lo trascendental a lo cotidiano. Wajib (Invitación de boda), sin embargo, es una humilde historia sobre el tierno reencuentro entre un padre y un hijo, de duración modesta, diálogos entrañables y personajes carismáticos. En este sentido, la película de Anne Marie Jacir se parece más a la también reciente Bar Bahar. Entre dos mundos (Maysaloun Hamoud, 2016): dos títulos de formas modestas pero contenido profundo y sincero.
Las incontables dosis de humildad que conforman esta película son directamente proporcionales a la multitud de temas que plantea. Temas que, además, son abarcables des de distintas perspectivas y puntos de vista. Tomemos por ejemplo la discusión entre Abu y su hijo Shadi. Los argumentos de uno son tan convincentes como los del otro, y si embargo, no existe forma de conciliarlos. El hijo se niega a invitar a la boda de su hermana a un espía de la policía israeliana. El padre responde que no hacerlo dificultaría su día a día en Nazareth. El hijo argumenta que su decisión de permanecer en Palestina se traduce en el acatamiento de las normas impuestas por la cultura y la sociedad. Su padre responde que, sencillamente, no tiene ningún deseo de marcharse. En este diálogo, Jacir nos habla del conflicto entre Palestina e Israel, de ciertos choques ideales en donde las diferencias cultures se mezclan con las generacionales, las diferentes lecturas que pueden hacerse de actitudes presuntamente conformistas o activistas… En definitiva, un resumen de la compleja reflexión que acompaña todos los acontecimientos de la película.
Wajib se desarrolla en Nazaret en la época actual. Eso podría hacernos pensar en el conflicto palestino-israelí llenando la pantalla, en sus múltiples vertientes, con tesis políticas, situaciones violentas, argumentaciones históricas para explicar la legitimidad de las acciones y las reivindicaciones del bando elegido. Podríamos pensar así porque con frecuencia es así, y además en ocasiones así se han confeccionado excelentes películas (verbigracia, Los limoneros). Pero no. En Wajib están presentes algunos elementos de el conflicto (lo contrario sería imposible, estupenda la secuencia del perro) pero el conflicto principal es el generacional, el que surge entre un padre y un hijo de la comunidad árabe cristiana de Nazaret. El primero, profesor de una escuela primaria, representa la tradición, el orgullo por lo local. El segundo, arquitecto emigrado a Roma que vuelve para la boda de su hermana, representa el cosmopolitismo, la apertura al mundo. Ambos nos conducen por las calles de la ciudad llevando las invitaciones de la boda de casa en casa mientras nos muestran personajes variopintos y discuten acerca del modo que cada uno tiene de ver la vida.
Unos pantalones rojos, la entrega o no de determinada invitación o una lona tapando una fachada, se convierten en elementos simbólicos muy potentes que Annemarie Jacir maneja con talento en la representación de la ruptura/reconciliación de los dos personajes principales. La continua presencia de la ausencia de un tercer personaje, también está muy bien tratada.
Su tono costumbrista, su absoluta falta de grandilocuencia, benefician un conjunto en que ninguna de sus partes resulta sobresaliente pero que logra ser consistente y agradable.
Seguimos a un padre y su hijo que, cargados con una colección de invitaciones de boda de su hija y hermana, van de puerta en puerta visitando a amigos y conocidos en Nazaret. Durante las visitas, Annemarie Jacir captura retratos conmovedores y a veces divertidos. Entre visita y visita observamos a una Nazaret representada como una ciudad en la que se amontona basura en la calle, el tráfico hace imposible la conducción y, en donde pequeños agravios fácilmente se pueden transformar en graves conflictos abiertos.
A pesar de las profundas diferencias, Shadi, que se muestra extremadamente crítico con lo que está sucediendo en la región, acuerda ayudar a su padre a entregar el Wajib, pasando un día particularmente emotivo con él. Ambos, de hecho, no están de acuerdo en muchas cosas, atribuyendo sus respectivas elecciones de vida a valores completamente diferentes que, al parecer, contribuyen a alejarlos cada vez más.
La tradición pone a dos hombres, uno al lado del otro, en un viaje polvoriento en el interior de un automóvil, recorriendo las calles de Nazaret. La película se mueve en el conocido género de la Road Movie.
Invitación de Boda (Wajib) seduce y sorprende a la vez, dramatizando una realidad que la mayoría de los directores palestinos a menudo tratarían como un tema de suma gravedad. Sin embargo, aquí, los conflictos permanecen subyacentes. El padre, un maestro, trabaja con los israelíes. El hijo emigro a Italia. Y los dos tienen una forma diferente de reclamar y sentirse palestinos. Annemarie Jacir refleja sutilmente estas tensiones. Consigue dotar a la película de una profundidad humana, social y política. Pero sin perder nunca de vista la modesta y preciosa misión de sus personajes: invitar a la boda, a la reunión familiar.
La comparación y las continuas discusiones entre padre e hijo durante el viaje, constituye la parte más sustancial de la película aunque se realice de forma muy esquematizada. En los intercambios entre ambos, a menudo didácticos y muy significativos, fluyen todos los temas principales relacionados con la cuestión palestina, delineando a las dos figuras como dos imágenes macroscópicas opuestas de pensamiento y posicionamiento político y cultural.
Abu Shadi quiere invitar a la boda a un amigo israelí al que su hijo ve como un infiltrado, solo interesado en espiar y trabajar contra los palestinos. Esto no hace más que agrandar las diferencias existentes entre ambos. El estilo de vida liberal y europeizado de Shadi le permite seguir el camino que él quiere, incapaz de apreciar los sacrificios hechos por su padre en el plano político en beneficio de la familia. Mientras que los valores tradicionales de Abu Shadi lo atrapan, creando una versión ficticia de su vida, bajo la presión de mantener las apariencias y dar una imagen que no es la suya.
Annemarie Jacir logra combinar con gran habilidad dos aspectos de la historia: el retrato de una ciudad, que busca vivir con normalidad a pesar de los problemas con las autoridades de Israel, y las relaciones entre padre e hijo.
Invitación de Boda (Wajib) es una película centrada principalmente en los contrastes y en la búsqueda de un equilibrio. El contraste entre la tradición y la modernidad expresada en la relación Padre-Hijo, además se muestra la comparación entre ambos sobre la capacidad o no para perdonar. Abu Shadi todavía sigue enojado con su esposa, a la que considera culpable de haberse fugado con otro hombre a Estados Unidos y dejarlo solo para criar a unos niños pequeños, sin embargo Shadi justifica a su madre y entiende porque tuvo que marcharse del país.
Además, Invitación de Boda (Wajib) es una película sobre las tensiones entre israelíes y palestinos. Toda la narración está inmersa por este desacuerdo, por la prevaricación de un pueblo contra otro. Shadi, en una de las escenas más intensas del filme, le echará en cara a su padre, su sumisión, su incapacidad de rebelarse, y de haber aceptado enseñar en una escuela palestina donde su superior es israelí.
La directora Annemarie Jacir, también responsable del guion, crea unos personajes complejos con unos diálogos que se sienten tangiblemente reales. Estos diálogos están impregnados de una buena dosis de humor que suaviza el drama subyacente, especialmente cuando visitan a familiares excéntricos donde son arrinconados en el interior de la casa con montones de comida y bebida. La fricción dentro de la familia es utilizada por Jacir para observar las frustraciones sentidas por los palestinos que viven en Jerusalén y la presencia continua del ejército israelí.
La directora revela el alma de Nazaret mostrando apenas unas pocas fotos de la ciudad y su paisaje. La cámara se mantiene constantemente cerca de los personajes. La representación de la ciudad se refleja casi exclusivamente a través de las acciones y las palabras de los dos protagonistas, y de sus encuentros con personajes secundarios.
En el conflicto padre-hijo desarrollado en en la película, Jacir no toma partido. Examina con sumo cuidado los pros y contras del compromiso, la sumisión y el radicalismo sin juzgar. Ambos, Abu Shadi y Shadi, argumentan desde sus respectivas situaciones en la vida de una manera comprensible y convincente. Al final la película parece convertirse en una especie de parábola social cuidadosamente construida.
La historia en Invitación de Boda (Wajib) evoluciona a lo largo del metraje como una especia de Road Movie Urbana, donde aparece un nutrido y colorido grupo de personajes, en el que la propia ciudad de Nazaret forma parte de él, con sus problemas, contradicciones, reuniones sociales y vitalidad. Al mismo tiempo, mantiene un formato de drama familiar enriquecido con magníficos y sútiles diálogos, que saboreamos en cada encuentro entre padre e hijo.
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