Huella de luz
Sinopsis de la película
Octavio Saldaña, un hombre joven y soñador, está empleado en las oficinas de la empresa Manufacturas Sánchez-Rey. Como premio a su trabajo, el señor Rey le invita a pasar unos días en un balneario. Allí, conoce a Lelly, hija de un fabricante de paños, y decide hacerse pasar ante ella por un millonario.
Detalles de la película
- Titulo Original: Huella de luz
- Año: 1943
- Duración: 76
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Opinión de la crítica
Película
6.2
93 valoraciones en total
Una prueba de que el cine es un maravilloso escaparate de ilusiones, de ansias hechas realidad, de historias condenadas al fracaso que se revuelven sobre sí mismas y alcanzan el esplendor y la gloria, es esta Huella de luz de Rafael Gil, con una actriz como Isabel de Pomés, guapa entre las guapas, luciendo la belleza de sus 18 ó 19 años, edad que tenían cuando hizo esta película, que sin duda te dejan enamorado y admirándola para siempre. Me creo sin dudarlo que el actor Francisco Rabal, hablando de esta bella actriz años después, dijera que él también se enamoró de ella, como tantos españoles, cuando la vio en Huella de Luz. La verdad, es que está para comérsela, para adorarla y dedicarle el más apasionado trío de: ¡preciosa, preciosa y más que preciosa!
La historia se basa en una novela corta del notable periodista y escritor Wenceslao Fernández Flórez (ya famoso galardonado en la década de los años veinte con premios como el de Bellas Artes y el Nacional de Literatura), intelectual muy crítico contra el sectarismo izquierdista extendido por España durante la II República, que logró escapar de los asesinatos realizados en Madrid por las milicias socialistas del Frente Popular gracias a la Embajada de Holanda donde se refugió y que le dejaron huellas no de luz sino de amarga experiencia:
«El olor a rojo es tan fuerte y típico que creo posible distinguir un marxista y aún seguir su rastro con olfato poco ejercitado. El marxismo —religión de presidiarios, fracasados, de envidiosos, de contrahechos, de vividores, de perezosos, de gente de cubil— tenía que oler así precisamente: a conciencia podrida, que huele peor que una ballena muerta porque el marxismo materialista es una doctrina intestinal…»
Tanto Wenceslao como el propio director Rafael Gil realizaron el guión de esta película, el cual merece el calificativo en mayúscula de ENCANTADOR. Se trata de una narración donde es inevitable reír y llorar con fascinación. Una historia clásica donde el personaje principal (interpretado a la perfección por Antonio Casal) es un pobre hombre o pobre siervo contemporáneo, de buen corazón y presencia, que vive con su anciana madre, que por una casualidad del destino halla a un benefactor de ésos que en la vida aparecen a veces como si fuesen ángeles de la guarda e intervienen en nuestro camino, nos sacan de la desdicha o la atonía y nos elevan hasta el mismísimo Reino de los Cielos sobre la Tierra.
Una película en blanco y negro la más de agradable, que deja un sabor enorme a maravilla y milagro en la memoria de quienes la vean. Para mí de las mejores, inolvidables y siempre merecedoras de ensalzamiento en la historia de sobresalientes películas españolas. Toda una obra cinematográfica para gozar, para quedar rejuvenecido ante la hermosura de Isabel de Pomés y sobre todo para conservar en nuestro rincón del alma donde se guardan in aeternum las visiones que en verdad nos calaron y llenaron de contento.
Fej Delvahe
En esta ocasión viene muy a cuento la archiconocida anécdota del cuadro que colgaba en la pared del despacho de Billy Wilder y de la no menos famosa leyenda que aparecía en él. El maestro vienés solo tenía que dirigir su mirada hacia esa pared y leer esa inscripción para salir al encuentro con las musas. ¿Cómo lo hubiese hecho Lubitsch? Ahí estaba la clave y la llave de la inspiración, pensar en ello y decir adiós a los problemas de creatividad era todo uno.
En España nunca hemos tenido un Lubitsch… ni falta que nos ha hecho. A cambio, hemos tenido a Jardiel o a Mihura, así que nada que envidiar en ese sentido. Con un toque más castizo, pero universal igualmente. Humor se escribe con h tanto en inglés como en español. No me cuesta mucho trabajo imaginar a cualquiera de estos dos, contemporáneos por cierto del autor de Ninotchka , trabajando a sueldo y escribiendo guiones para la RKO, y de paso quizá ganando algún que otro Oscar.
Tal vez Ricardo Gil tuviese también en su oficina el mismo cuadro que tenía Wilder en su despacho. Huella de luz es una comedia de Lubitsch sin Lubitsch. Se repiten los mismos esquemas, los mismos tics de las grandes comedias de la época dorada de Hollywood. Hay un enredo central, equívocos varios, ambientes sofisticados y cosmopolitas, un protagonista principal repartiendo inocencia en un mundo que no es el suyo – tampoco me cuesta trabajo imaginar al larguirucho James Stewart en el papel que interpreta Antonio Casal de forma maravillosa. Hay secundarios de lujo – ayss, esa madre es entrañable- y diálogos magníficos – si algunas de las cosas que se dicen aquí las hubiese dicho Lyonel Barrymore hoy serían citas proverbiales que conocería todo el mundo- y al final el triunfo absoluto del corazón y los sentimientos sobre el materialismo y el dinero. Se nota cierta ingenuidad en algunas interpretaciones del elenco algo afectadas y teatrales, y en algunas de sus frases que resultan demasiado ampulosas. Sin embargo, en líneas generales, Huella de luz es el ejemplo clásico de película capaz de quitarnos los complejos frente a cualquiera, y la prueba más palpable de que en España la comedia de calidad no se la inventó Almodóvar.
En su tercera película como director, Rafael Gil nos regala un delicioso cuento de hadas lleno de ternura y sentido del humor. A pesar de la austera puesta en escena (beneficiosa sólo para mostrar la casa del protagonista) y de la sencillez de una historia que todos sabemos como se va a desarrollar, e incluso como va a finalizar, a pesar de ello -decía- la fuerte carga emotiva de ciertos discursos e imágenes, la simpleza narrativa de Rafael Gil y la inolvidable interpretación de Camino Garrigó como la madre de Octavio, nos abocan de manera inevitable a la ternura y a la lágrima fácil. Esto no es nada malo, de la misma forma que no es fácil conseguir aunar ternura y humor de manera tan eficaz y convincente. Dicho de otra manera: el mensaje llega, sólo si nos creemos el cuento.
Antonio Casal (algo más alejado de la teatralidad que en otras ocasiones) realiza una buena interpretación del humilde Octavio, aunque, sin duda, la palma de la llevan los secundarios Juan Espantaleón y Camino Garrigó.
Una entrañable fábula moral disfrazada de comedia de enredo con el aroma del cine de Frank Capra, que habla de las diferencias de clase como barrera para el amor y la felicidad, la posibilidad del ascenso social como una parábola esperanzadora. La tentación de la impostura que lleva al protagonista a sumergirse en un sueño idílico donde prima la opulencia y el hedonismo. Hasta que aparece esa madre (una magistral Camino Garrigó), abnegada y protectora que le despierta del sueño dorado, la que le devuelve a su vida real, una madre que es la de todos nosotros, la que se desvela por llevarte el bocadillo al trabajo, la que se esmera en hacerte tus platos favoritos, la que nunca se avergonzará de su hijo. Efectivamente es una mujer de Museo por su humildad y nobleza, no en tono peyorativo, como proclama uno de los necios y mezquinos jovenzuelos ricos del balneario.
La obra de Wenceslao Fernández Flórez, con su escéptica ironía rozando la acidez, ha propiciado muchas adaptaciones cinematográficas, como El malvado Carabel de Edgar Neville, otra versión de Fernán Gómez, El destino se disculpa de Sáenz de Heredia o El bosque animado de José Luis Cuerda. Esta versión de su corta novela homónima me ha parecido una de las mejores películas del prolífico Rafael Gil, en la que podemos encontrar algunas gotas de crítica social y ambigüedad soterrada que se filtran a través de sus fotogramas en esta tierna comedia sentimental, por supuesto, dentro de una obra afín al ideario que el régimen franquista quería mostrar a través del cine, no olvidemos que estábamos en 1943.
El protagonista es un gris oficinista, Octavio Saldaña (Antonio Casal) al que el azar brinda la oportunidad de vivir una nueva experiencia, que le sacará de su triste existencia. Su jefe (Juan Espantaleon) le regala una estancia de vacaciones en in lujoso balneario, y para impresionar a la bella hija de un industrial (Isabel de Pomés), se hace pasar por millonario consciente de que ambos representan una clase social antagónica. De paso ayudará a resolver una trama con unos clientes de su empresa que provienen de Turolandia, una ficticia república democrática corrupta y depravada como mandaban las directrices del régimen dictatorial patrio. Eso de la democracia sólo traía conflictos y males mayores.
Tal y como ocurría en «La vida en un hilo» o incluso en «Nada», ambas de Edgar Neville, en «Huella de luz» hay algo que me llama poderosamente la atención: la visión de la España de los años cuarenta.
Si hacemos ahora mismo un ejercicio de asociación de ideas y te digo «posguerra española», seguro que te vienen a la mente palabras como ruina, pobreza o destrucción. Es lo que siempre hemos visto en todas partes. Lo que siempre nos han contado. Sin embargo, hay otra España que el Cine, por ser un documento impagable de una época, mostró. En el año 1943 existía una España de cócteles, locales de fiesta, moda de vanguardia, hoteles caros, balnearios para ricos, Rolls-Royce, mujeres perfumadas y universitarias y caballeros de traje y gomina. Había una España que iba en perfecta sintonía con la forma de vida y de ser del extranjero, y esto es algo que debería hacernos reflexionar.
Sea como sea, «Huella de luz» nos cuenta la clásica historia de chico pobre-chica rica la par de apañados y bondadosos que, entre mentiras inocentes y pocos enredos, tendrán de celestino a un empresario que es todo romanticismo y que hará que el sueño amoroso que él no pudo vivir lo vivan sus jóvenes amigos. Esta historia personal del señor Sánchez-Bey es muy emotiva, la verdad, así como la relación entre el protagonista Octavio y su madre. Lo cierto es que todo lo que envuelve al romance es mejor que el romance en sí. Además de lo dicho, qué magnífica crítica hacen al sistema democrático, que no es por meter baza, pero admitamos que el desprecio a los políticos, la denuncia de la corrupción y el desmantelamiento de la hipocresía de las clase gobernante es de una vigencia que asusta. Antonio Casal vuelve a estar estupendo y Ramón Martori enseña su rostro antes de convertirse en uno de los mejores actores de doblaje que hemos tenido.
Entretenida.