Hedi, un viento de libertad
Sinopsis de la película
Túnez, tras la primavera árabe. Hedi es un chico de 25 años que trabaja en un concesionario de coches y está a punto de contraer matrimonio con una chica elegida por su familia. Pero se enamora de una guía turística y se planteará rebelarse contra los que han diseñado su vida.
Detalles de la película
- Titulo Original: Inhebek Hedi (Hedi)
- Año: 2016
- Duración: 88
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Opinión de la crítica
Película
6.1
59 valoraciones en total
Ser comercial de la Peugeot en Túnez, estar a punto de casarse con una chica de buena familia y tener una madre que se ocupa hasta del último detalle de su vida, para Hedi es sinónimo de infelicidad y parálisis espiritual.
En la vida del joven, de 25 años, entra de forma casual una mujer sin planes de futuro, agradable, apartada de los convencionalismos y hedonista, que provoca un auténtico cataclismo en su lánguida personalidad.
El primer trabajo del director Mohamed Ben Attia es más que esperanzador y aprovecha una crónica juvenil para establecer un paralelismo con una sociedad desilusionada, en descomposición y que se ahoga entre la tradición, la duda y la incertidumbre, máxime tras haber perdido una oportunidad única y revolucionaria, que empieza a cuestionarse si fue solo un espejismo. Los periódicos la denominaron Primavera Árabe.
Con un final abierto y, bajo mi punto de vista, magistral, el realizador provoca un debate de gran interés sobre la difícil decisión de alguien que nunca había tomado ninguna.
Debut en el largometraje por parte de Mohamed Ben Attia, con guión propio, sobre un joven que se debate entre un matrimonio impuesto y un romance liberador. La encrucijada del protagonista se convertirá en un retrato del Túnez posterior a la Primavera Árabe, un país a medio camino entre la tradición y la modernidad.
Bajo la producción de los hermanos Dardenne, el director tunecino nos cuenta una historia sencilla y realista, apoyada en el naturalismo de la puesta en escena y la verosimilitud de los personajes. Obtuvo dos premios en el Festival de Berlín, el de Mejor Ópera Prima y el de Mejor Actor.
Llega un momento en la vida en que toca sentar la cabeza, seguir una dirección.
Fantástica película que tuve la oportunidad de ver en la pasada Semana Internacional de Cine de Valladolid o Seminci 2016 con la destacada interpretación de Majd Mastoura en el papel de Hedi, que según la sinopsis oficial proporcionada por la distribuidora Golem, es un chico sencillo que no habla mucho, no tiene mucho carácter y no espera demasiado de una vida que ya tiene trazada. Indiferente ante todo lo que le rodea, acepta las cosas como se presentan: deja que su madre, autoritaria y avasalladora, organice su casamiento con Khedija, que su jefe le mande a Mahdia la semana de su boda, y que su hermano mayor Ahmed, que ha venido de Francia para el enlace, le diga cómo debe comportarse. En Mahdia conoce a Rym, una animadora de un hotel de playa en el que cada vez hay menos turistas. Hedi se sentirá atraído por su despreocupación y libertad, y acabarán teniendo una apasionada aventura. Pero los preparativos para la boda siguen su curso, y Hedi deberá elegir.
Se nota la presencia de los hermanos Dardenne con su participación en la producción de Hedi, un Viento de Libertad, por la puesta en escena en forma de drama social y por ese deseo de adoptar siempre el punto de vista del héroe, sin caer en el patetismo y la demostración de fuerza, cuyo protagonista sueña con una existencia distinta a la suya, y además, vemos cómo lentamente se va liberando de una vida que quieren imponerle desde su familia para tomar las riendas y así poder elegir la que desea para él.
A pesar de que la historia no es muy original, y de la simplicidad del guión, Mohamed Ben Attia, realiza una hábil metáfora de un país, Túnez, donde resoplan vientos de libertad gracias a la Primavera Árabe, y al mismo tiempo, sigue obstaculizada por importantes trabas económicas y sociales, además de seguir dominada por la tradición. Hedi es una maravillosa película sobre el estado de ánimo de todo un país que, visto desde fuera, sigue oscilando entre el optimismo por el auge y el triunfo de la revolución, y el pesimismo por el desencanto y las extinguidas esperanzas de un futuro mejor.
También se transmite la imagen de una Europa idílica, con las puertas abiertas para recibir a todos aquellos que anhelan un futuro mejor donde poder hacer realidad sus sueños, cuando en la actualidad, paradójicamente, uno de los principales argumentos utilizados que han contribuido al ascenso de Marine Le Pen en Francia, de los partidos ultranacionalistas en Austria y Alemania, del Brexit… es evitar la entrada masiva de emigrantes, y en especial de musulmanes. Este tipo de mensajes, cuando Europa está en horas bajas, con un aumento de la xenofobia, una falta de identidad, un Estado del Bienestar que se desmorona, y en donde cada vez se cuestiona más su unidad y existencia, resulta cuanto menos curioso.
Hedi es la figura central de la historia, representa el reflejo de las perspectivas de la mayoría de la población joven tunecina, dividido y contrariado por la tradición y excitado por el descubrimiento de la libertad y la renovación, encarnada por Rym, un personaje femenino que representa la nueva cara de la sociedad tunecina. Hedi, un viento de libertad bajo una aparente y simple historia de amor a primera vista, en realidad estamos ante una obra con un trasfondo más profundo que plasma en precisas imágenes, un estilo de vida representativo de toda una generación de jóvenes tunecinos marcados a la vez por muchas expectativas y decepciones, a través de una revolución que hizo aparentemente posible todo en un brevísimo espacio de tiempo, pero que, en cambio, muchas de las restrictivas tradiciones persisten aún hoy en día.
CINEMAGAVIA
Resultaría casi un tópico diletante afirmar que son muy pocas las películas tunecinas que se distribuyen en España. En los festivales sí es más probable, de manera muy señalada en el de Cine Africano de Tarifa (FCAT), cuya edición de 2009 incluyó Khamsa (2008), de Karim Dridi, y La canción de las novias (2008), de Karim Albou, que fue además la que consiguió el premio a la Mejor película en esa edición del FCAT.
Ambos filmes bajo el formato de co-producción (el nombre de Francia suele aparecer en la lista de países colaboradores), como también lo es Hedi (2016), de Mohamed Ben Attia, que es el que nos ocupa en esta reseña, pero todos ellos, productos netamente tunecinos en cuanto a los temas y el tono narrativo.
Dentro de esos temas tunecinos, no me parece detalle menor la posición de este país como una especie de piedra angular en el centro del Mediterráneo sur, situado entre dos tradicionalmente consideradas potencias regionales, como Argelia y Libia, cada una con sus propias tensiones políticas y religiosas. Quizá por esa posición privilegiada en el mismo corazón del puzle del Magreb la Primavera Árabe se inició en la ciudad de Túnez, el 17 de diciembre de 2010, cuando el joven Bouazizi se quemó a lo bonzo como protesta contra el régimen dictatorial de Ben Alí y luego se extendió a otros países de la zona, como Egipto o Libia, y otros algo más distantes, pero pertenecientes a la misma cultura, como Siria, que es un conflicto del que estamos celebrando ya el tristísimo sexto aniversario, sin que aquello tenga visos de acabar.
Pues bien, el largometraje de Ben Attia, galardonado con el premio a la Mejor Opera Prima en la última Berlinale, nos sitúa cinco lustros después del inicio de todo aquello y nos ofrece un Túnez con claros signos de subdesarrollo en las infraestructuras cotidianas: desde luego que el miedo de los inversores extranjeros por la inestabilidad de la zona no ha ayudado demasiado a mejorar la situación. Un Túnez donde, como buena piedra angular, conviven dos tensiones antitéticas: la tradición islámica, sobre todo en lo referente a la boda entre Hedi, interpretado por Majd Mastoura, y Khedija, interpretada por Omnia Ben Ghali, y la supuesta modernidad occidental representada por la calidad de las infraestructuras reservadas para turistas y la tribulaciones propias de la sociedad de consumo, materializada en la venta de automóviles, que es a lo que se dedica Hedi, quien en una de sus prospecciones comerciales conoce a Rym, interpretada por Rym Ben Messaoud, en un hotel de Mahdi.
El filme se articula sobre una sucesión de primeros planos de Mastoura, que soporta muy bien la presión de la cámara, lo que le valió el Premio al Mejor actor también en la última Berlinale. Y es que, digámoslo claramente: Majd Mastoura es capaz de dar a la imagen lo que la imagen le pide, es decir, inestabilidad, insatisfacción, agobio, lo que hace innecesarios los diálogos en numerosas ocasiones.
Pero de manera muy principal es importante comprender cómo los personajes de Hedi, Khedija y Rym tienen un valor simbólico, cuya clave nos la ofrece un comentario de Hedi in media res, pues para él, después de tres días de manifestaciones al inicio de la primavera árabe, los compañeros volvieron al trabajo con otra actitud: más ligeros, más limpios, más amables. Lamentablemente, aquello no fue más que un paréntesis.
De modo que, Hedi se debate entre su vocación de dibujante de cómic postmoderno y su arraigo en las formas tradicionales de vida. Aunque no es ése su principal desasosiego, sino la atracción que siente por Rym, cuando apenas quedan dos días para su boda con Khedija, circunstancia que me permite mantener el siguiente juego de identidades implícitas:
—Khedija es la tradición cultural musulmana. No utiliza velo, ni pañuelo en la cabeza, ciertamente, pero la sumisión a las costumbres tunecinas es bien clara cuando apenas tiene voz en las grandes decisiones ni permite un simple beso a su novio antes de la boda. Ella da vida a la mujer islámica, con alaridos linguales inclusive, atenuada por una cierta relajación de las normas más severas.
—Rym es todo lo contrario. Rym es modernidad y desparpajo. De hecho, en un primer momento, comoquiera que aparece en escena dentro de un cuadro de son cubano, bailando con medio muslo al aire y de ahí hacia abajo el resto de la pierna, el espectador piensa que es caribeña. Su estilo de vida nada tiene que ver con lo que es habitual en el Islam, sino que se baña casi en cueros, es independiente, trabaja de animadora en un hotel y actúa como cualquier mujer actuaría en una sociedad occidental. No tiene, pues, reparo alguno en hacerse amante del hombre a quien ama, es decir, Hedi, y así lo reconoce abiertamente. No me resisto a indicar que el primer encuentro entre ambos se produce en el mar Mediterráneo, a quien se reconoce una vez más su cualidad de mar de culturas.
—En medio, fiel a su naturaleza de piedra angular, se sitúa el personaje recién mencionado, en quien hemos de ver una plasmación del propio Túnez, pues la indecisión entre el compromiso con su novia oficial y la felicidad con su amante no es otra que una parábola del país atenazado por la tradición, irresoluto ante la revolución o, al menos, renovación: «Yo no soy un revolucionario», confiesa Hedi a Rym, pero sí participa en las manifestaciones contra el régimen.
Sencilla luminosidad para contarnos la eterna dualidad que divide al hombre y nunca la resuelve.
Lealtad o libertad. Orden o Caos. Gregarismo o Individualismo. Compromiso o Improvisación. Atadura o Espontaneidad. Peso o Levedad. Seriedad o Juego. Seguridad o Peligro.
O más concretamente boda o huida, Túnez o Francia, madre o escapada, vocación artística o trabajo remunerado.
El mérito está en los matices, ya que la historia es conocida y previsible. En el punto de vista, en la delicada sensibilidad con que se cuentan los conflictos y sentimientos de los personajes. En la elección de un protagonista tan convencional y a la vez especial (un extranjero , impertérrito y desnortado, en su propia tierra).
Cuando la vida te presiona y definitivamente te quiere atrapar en la trampa de la que nadie escapa. Justo ahí es cuando dan más ganas de probar y tentar la suerte, de comprobar lo que te puedes perder.
La descripción precisa y esencial de esa sensación, de esa necesidad, de esa duda u oscilación entre abrazar lo inevitable y consabido, lo esperado y periclitado, o cambiar el paso y desconcertar a todos, mudar la piel y vivir otras posibles vidas.
A todos nos hubiera gustado escapar más de una vez. No hay vida que no tenga su inevitable ración de frustración y ahogamiento. Pero quizás eso no sea lo peor de todo. Sino saber o sentir que en realidad no te pierdes nada, que nadie lo hace, que se trata en verdad de apechugar nada más, de asumir, renunciar y dejar de soñar.
O todo lo contrario. Usted sabrá.