Hasta el último aliento
Sinopsis de la película
Gustave Manda es un peligroso criminal que, después de escapar de prisión, va a París para reunirse con sus socios y se ve envuelto en una matanza entre bandas rivales. Antes de abandonar el país, Gu necesita dar un último golpe para conseguir dinero, pero es perseguido por el inspector Blot.
Detalles de la película
- Titulo Original: Le deuxième souffle
- Año: 1966
- Duración: 144
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Opinión de la crítica
Película
7.5
43 valoraciones en total
Muy buena película.
Para mi gusto no llega al nivel de El Círculo Rojo, El Silencio De Un Hombre o El Confidente pero sin duda raya a gran altura. Quizás el minutaje sea un tanto excesivo, pero estamos hablando de Melville, un tipo que rodaría la aguja pequeña del reloj dando los segundos y dotaría a la escena de tensión y estilo. Aquí vuelve a exhibir su inigualable pulso a los mandos y su buen hacer a la hora de desplegar una trama, y todas las constantes del cine de Melville se vuelven a dar, la parquedad, esa capa fina de tensión constante, el drama de los perdedores, el realismo crudo. Y Lino Ventura está enorme.
Melville siempre-siempre es Melville aunque Hasta el último aliento no sea su mejor obra. Aquí lo que importa es ese enfrentamiento, más psicológico, entre Gu, un conocido del mundo del crimen que escapa de la cárcel y su antagonista, el comisario Blot. No faltan elementos como la chica, Manouche, interpretada por Christine Fabrega, como de elementos recurrentes en el género. Esa exploración en los recovecos humanos de bestias y criminales en un intrincado juego de traición y lealtad.
Basada en una novela de José Giovanni, autor también de la que fuera adaptada en una de las cumbres de Jacques Becker, La evasión, tuvo problemas con la censura por la secuencia donde se muestran torturas por parte de la policía dignas de la Gestapo.
En Le Deuxième soufflé siempre queda ese poso de claroscuros y de ese ‘golpe final’, de ese último y ansiado aliento. De envejecimiento por parte de un gangster que espera su última despedida. Hasta el último aliento es todo un filme noir crepuscular que va más allá en lo que refiere a una película de atracos. Una lección de cine de Melville en las secuencias de acción y absoluta planificación en el montaje, que consigue que el espectáculo no decaiga pese a sus más de horas de metraje.
El remake que se hizo en el 2007 con Auteuil, la Bellucci y Eric Cantona, por un Alain Corneau en horas bajas, tan sólo hace que aumente en crédito del material original.
Hasta el último aliento , último largometraje en blanco y negro de Melville, es una maravilla. Con su estilo minucioso y parsimonioso, Melville nos cuenta los últimos días y los últimos actos de un delincuente, Gu Minda (Lino Ventura), desde el momento en el que éste escapa de la cárcel. Pese a la notable duración del metraje, la acción y la emoción, siempre de la mano, no decaen nunca, hasta un final consecuente y violento. Las imágenes no aburren en ningún momento, y poseen esa rara mezcla de meticulosidad y violencia que hay en otras grandes obras de este cineasta, como El silencio de un hombre (Le samouraï, 1967), o la magistral Crónica negra (Un flic, 1972).
Hay una particularidad en Hasta el último aliento , y es el carácter coral de la trama y del reparto, un reparto muy competente, en el que se da importancia a cada personaje importante, y en el que hay un aroma de verdad en cada uno de ellos. Por ejemplo, Michel Constantin y Marcel Bozzuffi están perfectos en sus papeles, y no sólo por su labor interpretativa, sino por su físico. Lino Ventura compone un papel que en el cine negro de Hollywood de años atrás podían haber hecho un Humphrey Bogart o un James Cagney, sólo que con una mayor sobriedad, e imponiendo una gran presencia física en cada plano en el que aparece. Por otro lado, esta película, a través del personaje de Christine Fabrega, Manouche, desmiente, en buen modo, la idea de que las mujeres no tienen importancia en el cine de Melville.
Sin duda, Hasta el último aliento está entre las mejores obras de la corta filmografía de Melville.
Si ha existido un actor nacido para tipo duro éste es Lino Ventura. Su personaje destila instinto asesino y pundonor a partes iguales. Su mera presencia inspira inquietud en sus adversarios y sosiego entre los suyos. Si a ello unimos un guionista como José Giovanni, acreedor de cuentas pendientes con la gendarmería, el resultado es el cóctel perfecto, una bomba de relojería cuya cuenta atrás se activa en el momento en que el protagonista escapa de la cárcel en la secuencia inicial.
Auténtica perla negra de la filmografía de Melville, narrada con gran sobriedad en el uso de los medios de expresión cinematográfica y con un ritmo que va de menos a más al son de la cronología que va apareciendo en pantalla, su visionado no da tregua al espectador, pues cada diálogo, cada gesto, cada acción contienen información relativa al desarrollo de la trama o a la definición de los personajes.
A diferencia de otros filmes en que el atraco constituye el eje central del argumento, aquí el asalto al furgón es un mero vehículo que conduce a manifestar la verdadera dimensión ética del protagonista contrastándola con su brutalidad asesina, y es por esta cuestión de principios que Gu Minda, machacado física y moralmente, consigue tomar un último aliento que nos deparará lo mejor de la película cuando parecía próxima a su fin. Principios que se asientan en códigos de conducta de una ética criminal que desafía al oxímoron y a los que el mismo Gu aludirá en demoledora sentencia refiriéndose al policía cómplice detenido tras el asalto: Cantará, no es como nosotros .
Película prototípica del más genuino cine negro francés, más próxima a Rififi que a los cánones del negro hollywoodiense, cuyas afinidades con la magistral obra de Dassin son evidentes en términos de economía narrativa, temática argumental y caracterización de personajes, y se ponen de manifiesto en largas secuencias carentes o escasas de diálogos –la fuga inicial o el asalto al furgón-, en el fatalismo existencial del ex presidiario que afronta su último golpe, en el planteamiento de que determinados valores no son patrimonio exclusivo de la gente de bien y, cómo no, en esa iconografía de bajos fondos que distingue al polar francés del noir americano.
Melville se despidió del blanco y negro con una obra salvaje, desmesurada y negra como el tizón. La historia de un criminal fugado persiguiendo un futuro que sabe que no podrá tener se vuelve a convertir en la eterna reflexión melvilliniana sobre la ética, el honor y la lealtad, aunque en esta ocasión la amoralidad vira hacia unos extremos despiadados poco habituales en la obra de Melville. Choca mucho ver a Lino Ventura convertido en ese frío asesino carente de compasión ante aquellos chacales que están haciéndose con el reino del crimen organizado desterrando a reliquias como él, acabadas en ese nuevo mundo que unos jóvenes carentes de toda noción de honor y elevados por su tendencia al gatillo fácil están creando.
Hasta el último aliento es una de las obras más largas y complejas de Melville. Durante la primera hora es probable que la mayoría de espectadores anden un poco perdidos, con el desarrollo paralelo de tres tramas (la fuga de Gu, el golpe de Ricci y la investigación de Blot) aparentemente inconexas, pero poco a poco el puzzle se va completando y la trama se convierte en una gloriosa sinfonía, acompañada siempre de la ominosa y brillante fotografía en blanco y negro y la dirección siempre elegantísima de Melville. La escena del robo al furgón es una de las cosas mejores rodadas que he visto en mucho tiempo. La imagen de esos cuatro hombres de negro, con gabardina y sombrero, al borde del acantilado, expresa perfectamente la esencia de un estilo de cine, y de una negrura, de la que han bebido muchos de los mejores autores del cine contemporáneo
Es curioso comprobar cómo aparentemente estamos ante una obra menor de Melville. Desde luego, si todas las obras menores fuesen así el mundo, al menos para los cinéfilos, sería un lugar mejor.