Gett: El divorcio de Viviane Amsalem
Sinopsis de la película
Viviane Amsalem, separada desde hace años de Elisha, su marido, quiere conseguir el divorcio para no convertirse en una marginada social. En Israel no existe aún el matrimonio civil, según las leyes religiosas, sólo el marido puede conceder el divorcio. Sin embargo, Elisha, se niega a hacerlo. Viviane tendrá que luchar ante el Tribunal Rabínico para lograr lo que ella considera un derecho. Así se verá inmersa en un proceso de varios años en el que la tragedia competirá con lo absurdo y absolutamente todo se pondrá en tela de juicio.
Detalles de la película
- Titulo Original: Gett, the Trial of Viviane Amsalem
- Año: 2014
- Duración: 115
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Opinión de la crítica
Película
7
31 valoraciones en total
En su tercera película en conjunto, los hermanos Elkabetz siguen explorando el rol de la mujer tanto en la familia como en la sociedad israelí, todas esas películas son protagonizadas por Ronit quien da vida a la Viviane Amsalem del título.
Viviane, peluquera de profesión y con cuatro hijos, ha estado casada por más de 30 años con Elisah y lleva algunos años separada, pero lo que ella desea es divorciarse, solo que para conseguirlo su marido indefectiblemente tendrá que dar su consentimiento. Teniendo en cuenta que en Israel el matrimonio civil no existe, Viviane inicia un desgastante juicio para conseguir el divorcio, esto ante un jurado rabínico donde su condición de mujer parece ser el principal obstáculo.
Con una rigurosa pero potente puesta en escena, los hermanos Elkabetz consiguen transmitir la desesperación que impera en Viviane ante el paso del tiempo sin que nada parezca cambiar en dicho juicio.
Alejada del melodrama y sin recurrir a maniqueísmos, el adecuado uso del único espacio donde se sucede la acción, (el recinto donde se lleva a cabo el juicio, y si acaso los pasillos adyacentes a este como único escenario), la opresión y la desesperanza que vive el personaje principal está latente en gran parte debido a ese encierro tras unas paredes blancas sin decoración alguna.
No apta para espectadores ansiosos, los directores se toman su tiempo para narrar el largo periplo por el que deberá pasar Viviane, ante algunos testigos, los abogados y los jueces y su marido, con una interesante puesta de cámaras donde el punto de vista toma diferenciada importancia.
Una película que funciona para analizar ciertos anacronismos en otras culturas, que parecieran por momentos no estar tan lejanos si lo trasladamos a la vida cotidiana de este lado del orbe. Un film que apuesta a la forma en un ejercicio de estilo bien ejecutado, en una separación sin maltratos ni infidelidades que desborden el relato hacia el melodrama más básico, colocando al espectador de frente a cada personaje como si formara parte también del interminable juicio, en una incómoda, milimétrica pero muy efectiva puesta en escena.
http://tantocine.com/el-juicio-de-viviane-amsalem-de-ronit-elkabetz-y-shlomi-elkabetz/
Un tribunal rabínico es el escenario de un juicio de divorcio que se hace tan absurdo como eterno. Los protagonistas son Viviane Amsalem y su marido Elisha, que viven separados desde hace años. No hay motivo aparente para la ruptura, salvo que ella ya no le quiere ni se siente querida por él, pero Elisha se niega a concedérselo. En principio, los jueces quieren ser diligentes y ser imparciales en el proceso, pero la ley judía y la opacidad de los querellantes dificulta la rápida resolución. El asunto parece muy atascado y la presencia de testigos no hace sino confundir más al tribunal, y prolongar la agonía de Amsalem. Esa es la historia de Gett: El divorcio de Viviane Amsalem , película en la que los hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz se acercan a un drama personal y familiar que, por momentos, adquiere tintes cómicos por lo irracional de la situación.
La propuesta tiene aires teatrales por desarrollarse en un único espacio, y también por servirse de la palabra como único vehículo para el entendimiento. La paradoja es que justamente los diálogos se convierten en una cárcel de incomunicación, que cuanto más razones dan los personajes más confuso y embrollado resulta todo, que los rostros expresan mejor el estado del alma que la propia palabra. Con el discurrir de la película, el espectador se cerciora de que la convivencia es inviable, de que la condición de sumisión de la mujer hace imposible un trato de igualdad, de que Elisha no está en condiciones de dar a su esposa lo que ella necesita. La pretendida armonía matrimonial tendría que ser el reflejo de otra concordia entre la fe y la razón, pero la vida de los protagonistas no es así y la religión encona las posturas. No hay infidelidad ni violencia física, pero sí falta de consideración e indiferencia de afecto. Hay respeto legal pero no trato humano, y así la relación no puede prosperar.
El curso de la causa judicial se vuelve patético y hasta ridículo, sobre todo con el peregrinar de testigos, cada cual más contradictorio y lamentable que el anterior, aunque la palma de la lleva una de las hermanas de Amsalem y sus vecinos. Ellos son el apunte cómico e incluso divertido en una cinta oscura y difícil porque exige mucha atención del espectador para seguir las razones de unos y otros, porque no es fácil discernir el motivo de esa obstinada negativa de Elisha. Podría aducirse que uno y otro son tercos en grado máximo -aunque no en igual medida-, que desde el principio ha faltado diálogo en ese matrimonio -sobre todo a la luz de la última escena-, que el miedo del marido solo es comparable a su dureza de corazón, que el amor es cosa bien distinta para uno y para otro… Y, aún así, no encontraríamos luz suficiente para esclarecer ese conflicto conyugal. Porque estamos, en realidad, ante una inteligente crítica a cierta cultura y sociedad judía, que hace que sus gentes sean poco flexibles y dialogantes, poco humanas.
Los rostros de la pareja son un poema de expresividad, sobre todo cuando permanecen en silencio. Ronit Elkabetz como Amsalem y Simon Abkarian como Elisha son el dúo perfecto para dos papeles que en la ficción son irreconciliables. A su vera, un rabino interpretado por Sasson Gabai quizá esté un poco sobreactuado, lo mismo que algunos de los secundarios-testigos que completan un reparto donde los jueces son comediantes de chiste o autoridades sin alma. La película se construye desde la austeridad de su estética y puesta en escena, con un denso guión que equilibra drama con humor, que avanza con buen ritmo y con rótulos cronológicos que acentúan el absurdo. En definitiva, la denuncia se cocina a fuego lento y requiere un público resistente, que asiste incrédulo a una cárcel conyugal donde la palabra ha dejado de servir para comunicarse.
Durante el visionado de esta apasionante cinta vienen a la memoria dos películas muy diferentes y distantes: La pasión de Juana de Arco (1928) de Carl Theodor Dreyer y Nader y Simin, una separación (2011) de Asghar Farhadi. De la primera toma el mínimo, ascético y aséptico decorado donde se desarrolla toda la acción (ese juzgado y sus tétricas salas de espera y de vistas), así como la importancia de los rostros y de los primeros planos. De la segunda toma el tema del divorcio en un país regido por una legislación teocrática y gazmoña, notoria y tajantemente injusta con la mujer y su papel en el matrimonio. Sumisión y subordinación al hombre como realidad y condena. Aunque deudora de esos potentes y aquilatados precedentes, consigue erigirse en un documento recio y contundente contra una injusticia manifiesta y recalcitrante. La libertad tiene un precio y ay de aquellos que apelan a la justicia para encontrar apoyo o restitución.
Pero también vienen a la mente los relatos de Franz Kafka y sus angustiosos e inhóspitos laberintos burocráticos, cárcel sutil y acerba que no hay forma de escapar, trascender o vencer. Porque estamos ante una situación única y contumaz: la comparecencia ante un tribunal de un matrimonio, cuya esposa quiere el divorcio, pero las arcaicas leyes vigentes en Israel lo convierten en un sinsentido obtuso, en una farsa injusta, en una pantomima lacerante, donde la mujer no tiene derechos sino sólo obligaciones, donde el hombre es dueño y señor del destino de su pareja, pudiéndole hacer la vida imposible y encadenándola a una existencia estéril, sin piedad ni dignidad. Sin compasión.
Produce pavor y espanto comprobar que los derechos de la mujer aún brillan por su ausencia en demasiados países, en demasiadas culturas y mentalidades. Aquí con mínimos elementos el efecto que se consigue es devastador. Mejor que el más comprometido y beligerante documental, más cruel que cualquier retrato descarnado de violencia física, abruma hasta la náusea contemplar la indiferencia hacia el sufrimiento y dolor de una mujer que tan sólo aspira a una brizna de dignidad y paz, pidiendo que se le conceda el anhelado divorcio. Pero el erial obtuso de sus conciudadanos, unas leyes manifiestamente parciales y abusivas, vuelven la vida invivible y amargan su existencia.
Cabe destacar sobre todo la labor de la actriz protagonista, Ronit Elkabetz, también codirectora y coguionista de la cinta. Ella es el alma de todo y su atormentado rostro se incrusta en la retina del espectador. Un prodigio ingrato, intenso, amargo e inolvidable.
Desde Europa tenemos la sensación de que Israel, fuera del siempre polémico tema militar, funciona prácticamente como una democracia occidental. Buena parte de culpa para mantener tal idea reside en el hecho de que es el aliado más fuerte de EEUU y la UE en una zona tradicionalmente inestable, lo que conlleva a su vez un tratamiento mediático bastante más favorable que el otorgado a sus vecinos. Sin embargo, lo que nos cuenta la película Gett: El divorcio de Viviane Amsalem sorprenderá a mucha gente. En el mencionado país, el divorcio está lejos de ser un derecho absolutamente reconocido. En efecto, todo miembro de una pareja que desee divorciarse del otro deberá aportar pruebas contundentes de que el matrimonio va a la deriva y éstas deberán ser aprobadas por una autoridad, que a menudo tiende a responsabilizar a la mujer de la debacle matrimonial.
Ronit Elkabetz y Shlomi Elkabetz exponen en la mencionada Gett, última parte de un tríptico sobre matrimonio y familia, un caso bastante peculiar: Viviane Amsalem está convencida de que su matrimonio ya no da para más y, tras vivir dos meses separada de Elisha, acude a los tribunales para solicitar formalmente el divorcio. El marido, un tipo de firmes creencias religiosas y que luce un semblante aburrido, asegura seguir queriendo a su mujer, suplicando a ésta que regrese a casa para intentar de nuevo formar un buen hogar judío . Viviane, impávida, escucha como el juez da la razón al hombre y se ve obligada a cumplir su designio de regresar al hogar para que así el magistrado le permita divorciarse.
De primeras, sorprende la acidez con la que está tratada cada conversación. Lo que muchos pensábamos que iba a ser un drama judicial al uso se convierte en una sátira sobre una cuestión bastante espinosa en Israel como es la relación entre Estado y religión, a priori indisoluble pero que en ciertos casos como el aquí expuesto supone un serio contratiempo para los que desean un impulso en la modernización del país. Este humor fino tan arriesgado confiere a la obra un estatus importante a la película como es el de hacer remover conciencias no sólo en Israel, sino también para todos los espectadores que desde fuera desconocíamos esta problemática, aunque cambiando el contexto y varios detalles también se podrían aplicar ciertas cosas a nuestro país desde una óptica feminista.
Pero no sería justo reivindicar Gett: El divorcio de Viviane Amsalem exclusivamente desde el punto de vista social, porque cinematográficamente también funciona muy bien. Los numerosos diálogos, habida cuenta de que estamos ante un tipo de película filmada en escenario único, no resultan farragosos en ningún momento, ya que los directores se muestran hábiles a la hora de llevar la evolución de la trama de tal manera que se pueda mantener la tensión dramática hasta el final. Un punto importante aquí es el de las ya comentadas situaciones cómicas, que logran distender el ambiente sin pasarse de absurdas. Esto alcanza su máxima expresión al llegar al clímax de la película, cuando los hermanos Elkabetz se sacan de la manga un momento tenso que goza de un impacto brutal, también motivado indiscutiblemente por la gran interpretación de la propia Ronit Elkabetz.
Difícil no quedarse admirado ante lo que propone Gett: El divorcio de Viviane Amsalem. Si a una idea, como es tratar de manera valiente un problema de cierta entidad en Israel y que muestra una realidad bastante severa hacia la mujer, se le une la grata realización cinematográfica de los hermanos Elkabetz, que ponen mil y una facilidades para que el espectador se enganche a la línea argumental y evite cualquier atisbo de aburrimiento, el resultado es una notable película cuyo ejemplo reside en las ampollas que ha levantado en ciertos sectores del país. Y como en el cine es muy decisivo el post-visionado o la huella que te deja el filme, tras Gett habrá que seguir la pista de sus directores para ver qué más nos pueden ofrecer, pero también a los sucesivos gobiernos de Israel con el objeto de descubrir cuándo llegará el día en que esta situación jurídica acabe por revertirse.
Álvaro Casanova – @Alvcasanova
Crítica para http://www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
¡Y yo creía que solamente en los países musulmanes la mujer es menos que un trapo!
Desconocía por completo que en Israel no existe el matrimonio civil y que al ser un acto teocrático no contempla técnicamente el divorcio. Su equivalente (aunque se conozca con el mismo término) para una definitiva separación solamente la puede otorgar el hombre como una gracia y para ello es necesario que la mujer acuda a un tribunal integrado íntegramente por rabinos. Y esta es la historia: una mujer que debe sufrir cuanta humillación pueda imaginarse para obtener nada menos que su libertad.
Es tan retorcido y absurdo el procedimiento que uno puede remitirse a esa agobiante novela El Proceso de Franz Kafka, y al igual que en ésta el clima de la película es verdaderamente agobiante. El oprobio que implica presenciar una odisea por la dignidad transcurriendo en un único decorado (las cuatro paredes del tribunal con apenas 4 mesas y 8 sillas y las salas de espera), con unas fantásticas interpretaciones de un pequeño elenco que se transforma en un torneo mayor del arte dramático culmina en una desgarradora epopeya feminista por la libertad. Exhorto a todos los lectores que se atrevan a ver este filme a que hagan un esfuerzo de paciencia (la película se toma sus tiempos necesarios) para sortear los primeros minutos y —seguramente— tal vez sean otras y mejores personas al terminar el visionado.
Hay un momento culminante con esa mujer (que además de ser la protagonista también es la codirectora junto a su hermano) implorando a viva voz primero y tan solo con la mirada fija en la cámara después, nos interpela como responsables de la sumisión de género.