Full Metal Yakuza
Sinopsis de la película
Ken Hagane es un hombre frustrado. Tras alcanzar el sueño de su vida, ser un yakuza, no es capaz de desenvolverse como tal, por lo cual todos los trabajos y ajustes de cuentas que se le asignan acaban estrepitosamente en fracaso. Pero su vida dará un giro de 180º cuando su inerte cuerpo es vendido a un científico loco, que le convertirá en el arma definitiva.
Detalles de la película
- Titulo Original: Full Metal gokudô
- Año: 1997
- Duración: 102
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Opinión de la crítica
Película
5.9
71 valoraciones en total
El principal fallo de Full Metal Yakuza es su bajo presupuesto y en consecuencia sus bochornosos efectos especiales, tanto que cualquiera con un mínimo de buen gusto por el séptimo arte se sentirá defraudado y/u ofendido al ver este film, mas próximo a aquel superhéroe robótico de T.V. que salía en Zebraman (muy famoso en Japón, pero que ya no me acuerdo como se llama y no me refiero a Ultraman), que a Robocop, como consecuencia más de uno podrá adivinar que estamos ante un producto claramente de serie B, a mi en su manera de moverse y actuar me recuerda más a El vengador tóxico que a cualquier otro.
No voy a ser yo quien a estas alturas descubra a Miike, cualquiera que haya visto sus películas con temática yakuza, no debe esperar mucho más, todas están cortadas por el mismo patrón y que dichas películas tengan más o menos gracia dependerá del concepto de humor que tenga cada uno del mismo, a mi por ejemplo míticas comedias como Arsénico por compasión no me hicieron gracia, será porque soy un freak, será porque tengo mal gusto, o será porque no tengo criterio, pero a mi Miike me hace gracia, me hace gracia su humor negro, más incluso que Todd Solonz.
Por lo demás típica película de yakuzas con todas sus típicas situaciones, lealtad, traición, asesinatos a sangre fría, mas los aberrantes toques Miike, necrofilia incluida, todo desde el punto de vista del protagonista, posiblemente el peor yakuza que se ha visto.
Lo que hace que las películas de Miike tengan una legión de seguidores, no es ni más ni menos que lo que nunca tendrán otros a pesar de su presupuesto, o sea, encanto, algo que no se compra, ni se enseña, simplemente se nace con ello, y Miike lo tiene y los que aborrezcan sus películas nunca lo entenderán, pero así es la realidad, unos lo amarán y otros lo odiarán. Lo que aconsejaría yo es que nadie que se disponga a ver una película de Miike vaya con la predisposición de tomársela en serio, y en concreto esta FMY y si como lo que es, como ya dije anteriormente clase B, muy buena clase B, genero al que le ocurre lo mismo que al propio Miike, para algunos tiene encanto y para otros no y para un servidor lo tiene.
Una venganza ha de cobrarse, y será con métodos que escapan a su alcance, pero de algún modo u otro Kensuke Hagane va a cobrarla, pero cuando un hombre no es lo suficientemente fuerte y valiente no tiene ningún sentido que malgaste su vida en el mundo de la yakuza.
Muchos directores no tienen miedo a enfrentarse a un nuevo proyecto si les resulta interesante independientemente de si es algo que no consiga mucho nivel de recaudación ni aceptación por parte del público, pero hacer cosas interesantes es lo que le da sentido a la vida, y esa ha sido siempre la filosofía de Takashi Miike, un hombre que no malgasta el tiempo porque le falta por todas partes. Imaginen que antes de terminar 1.997 ya llevaba tres películas hechas (y su ritmo podía ser mucho mayor).
Pues estaba él, que había terminado la imponente segunda entrega de su Trilogía de la Black Society, Gokudo Kuroshakai , esperando alguna cosa que atrajera su atención para acabar bien el año, y en una pila de guiones que ojeó en la oficina de una productora se encontró con uno titulado Full-metal Gokudo , y ello bastó para captar su interés, ya que se trataba de una fábula de ciencia-ficción, género que sólo había tocado de pasada (no tardaría en amoldarse a él perfectamente), dentro de su tan conocido universo yakuza. Dicha historia es retocada por Itaru Era, guionista que seguiría colaborando con el realizador (él se lleva el honor de haber escrito Visitante Q ).
El cine de yakuzas, como cualquier otro de carácter popular, ha sido muy visitado, y crear algo original sin romper sus esquemas y principios es realmente difícil, además, para auténticas películas japonesas de gángsters mejor remontarse a Kinji Fukasaku o Hideo Gosha. Pero Miike ha logrado con su fértil imaginación, al igual que su mentor Seijun Suzuki, mantener fresco el género y retorcer los pilares en los que siempre se ha apoyado dando algo completamente distinto, no parece ese el caso al visionar el comienzo del film, que remite sin duda a la yakuza eiga más clásica y manida.
Un joven llamado Kensuke profesa una gran admiración por el jefe Tosa y por ello pasa a formar parte de su familia, poco después éste atacará al jefe de otro clan y será encarcelado. Lo importante es que el protagonista está lo más lejos posible de ser un yakuza: enclenque y cobarde, un auténtico fracasado que desconoce su cometido dentro de una banda de mafiosos, pero si se queda es por Tosa, quien al poco tiempo será traicionado por los suyos quedando también Kensuke herido de gravedad. Todo apunta a que este tipo sin media torta iniciará una cacería contra aquellos que mataron al jefe, pero lo que nos vamos a encontrar no lo vemos venir…
En efecto, de un ejercicio sucio y violento, de aroma clásico, pretendidamente fukasakiano , vamos a parar a una película diferente pasado un corto primer tramo, y es el ruidito de una máquina, que suena cuando un recompuesto Kensuke mueve sus articulaciones, lo que hace comenzar de verdad el film y revelar su olor a mantillo de ciencia-ficción de serie Z al descubrir que un científico chiflado, Genpaku (que no sabemos muy bien de donde viene o por qué aparece) se ha hecho con el cuerpo del chico y lo ha transformado en…¡un cyborg! Pero un cyborg sin encanto ni nada que se le parezca.
Gosha, Suzuki y Fukasaku son reemplazados por ese cine cutre de androides que se hacía en los 80, como el de Albert Pyun, añadiendo gotas aquí y allá de Robocop , El Cerebro que no quería Morir y el evidente gusto por Shinya Tsukamoto, cuyas sombras pululan por el metraje. Miike no repara en la enfermiza obsesión del doctor por la mecánica y robótica (eso sí habría sido interesante) y se centra en la venganza de Kensuke, ahora unido en cuerpo y corazón a Tosa, la fidelidad por el jefe del clan alcanza así su más delirante cúspide mientras el director maneja unos efectos especiales y diseño artístico más parecidos a los que se usaban veinte años antes en la serie Ultra-man …pero incluso esa tenía más gracia.
Seremos testigos de cómo el nipón se vuelve a cargar los códigos del cine yakuza por medio de su hombre-máquina con traje de hojalata dorado, que hasta puede lanzar rayos por las manos (¡!), y que hará lo necesario para hacer picadillo a aquellos implicados en el asesinato del jefe. Delirante y descacharrante a todos los niveles, como lo pudieron ser Osaka Tough Guys o Fudoh (igual de cutres pero mucho mejores), y se nota que Miike se lo pasa bien rodándola (ojo a cuando Genpaku enseña al robot-yakuza el ridículo movimiento para esquivar las balas…).
Un intermedio largo y aburrido con algo de drama dado por Yukari, antigua chica del jefe, ralentiza la película, que abarca más de 100 minutos (muy largos), hasta que la diversión cutre, destructiva, psicotrónica y gore aparece otra vez, terminando la faena unas secuencias que definen a la perfección lo que siempre ha pretendido Miike con su espectador: dejarle confundido y sin saber si ha de reír o llorar. En este espectáculo grindhouse destaca, además de Ren Osugi, Shoko Nakahara y el gran Takeshi Caesar, la presencia del siempre sorprendente Tomoro Taguchi en la piel del científico, lo que reafirma aún más la influencia de Tsukamoto (sobre todo de su clásico Tetsuo ).
Y de protagonista la conocida (para los nipones) estrella de rock Tsuyoshi Ujiki, elegido expresamente por Miike para alejarse de los típicos antihéroes del cine de yakuzas, y que se adapta bastante bien a su locura cutre y atolondrante tratada con su habitual desenfado y gusto por lo bizarro.
Un regalo para los fanáticos de su obra en su línea más cutre y de la serie Z , y quizás no tan apreciada para los amantes del auténtico yakuza eiga duro y solemne que a veces ha practicado ( Cementerio Yakuza , Agitator , Ambition without Honor …). Dentro de todo lo malo y avergonzante que tiene hasta puede resutar simpática en algunos momentos, lo mejor: sus primeros veinte minutos.
Bochornosas sobreactuaciones que te hacen preguntarte por qué esa gente gana tanta pasta, un guión al que lo único que le falta es ser escrito, un buen puñado de momentos somníferos silenciosos made in Japan, y gore entrañable de la marca Miike, son los principales ingredientes de una payasada que no tiene ni pizca de gracia.
Si es difícil tomar en serio a este director, cuando se mete más de la cuenta en la comedia, malo malo. No es algo humorístico, es algo tremendamente payaso y de juzgado de guardia. Una película que comienza como cualquiera otra de yakuzas (en serio, son todas iguales), que, tiempo después de que no te enteres de un cagao, se convierte en una delirante chuminada sin ningún tipo de sentido en el que abundan los chistes sobre pollas al más puro estilo comedia teen (que la gente tanto parece odiar… ejem), y algunos defectos especiales que hacen pensar si no los añadieron con el Microsoft Paint, y que no me importa si es por el bajo presupuesto o porque Miike pretende quedarse con el espectador, lo único que me importa es que resulta tremendamente sonrojante.
Una especie de revisión de Robocop con traje de Power Ranger (igual de vergonzante) que mezcla cachondeo para párvulos, acción chusquera estilo Spy Kids: Unrated , drama y lo típico que mete Miike en todas sus pelis, de una forma de todo menos convincente. Con un final marca de la casa que ofende a la par que descoloca. La salvan de la más inquisitiva quema algunas escenas que consiguen su propósito, y que están enmarcadas en el género que a Takashi se le da mejor: el gore, independientemente de su propósito. Sólo utilizarla para compañar al LSD, como catalizador.
Sólo a Takashi Miike se le podría haber ocurrido un cruce inclasificable de Robocop, Frankenstein, Terminator o La Superabuela y que éste se convirtiese en una parodia imprescindible con sobredosis de violencia, gore y esos chorros de sangre hiperbólicos (la palabra es imprescindible en cada crítica de Miike). La parodia también funciona esta vez contra todo pronóstico con sus sobreactuaciones.
Las pistolas son cambiadas por las espadas y se añaden toneladas de guarrería sexual. Eso sí, Miike redefine de nuevo la palabra ‘bizarro’ y de todo lo que conlleva la cutrez.
El V-Cinema estuvo desde luego de enhorabuena la década de los noventa por alguien quien supo reciclar como Tarantino y adaptarse a presupuestos escasos descubriendo la violencia desde un lado salvaje y divertido.