Fat City, ciudad dorada
Sinopsis de la película
En Stockton, ciudad de California, un veterano púgil en decadencia (Stacy Keach), que sobrevive trabajando como jornalero agrícola, conoce a un muchacho que quiere ser boxeador (Jeff Bridges) y se lo recomienda a su antiguo mánager, otro perdedor. Fat City es una expresión de la jerga boxística que quiere decir Paraíso en la Tierra .
Detalles de la película
- Titulo Original: Fat City
- Año: 1972
- Duración: 96
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Opinión de la crítica
Película
7.3
91 valoraciones en total
Huston cogió la novela de Leonard Gardner, la adaptó con un guión de su propia creación y realizó uno de los mejores relatos que hay sobre el mundo del boxeo y de la vida sin alicientes. Huston, que además de escritor cuenta en su hoja de servicios que sirvió en las filas de Pancho Villa (curiosidad al menos), corrió mundo de sobra como para poder escribir con total experiencia sobre las entrañas del ser humano.
Este drama no es en sí una película del mundo del boxeo exclusivamente, es el reflejo del hombre desarraigado que apenas reconoce la sociedad en la que vive. Aquí no hay suerte en la vida, ni familias, ni siquiera amigos que le voten a uno. No hay nada más que uno mismo, 20 dólares en el bolsillo y una caja de cartón que sobra para guardar todas sus pertenencias.
La película es el cómputo de un acierto general en el rodaje destacando la labor de John Huston para hacernos ver la desolación de la persona, tal y cómo él quería que lo sintiéramos, y la actuación de Stacy Keach que está para aplaudir (tal vez sea ésta la película de su vida). El inicio es uno de los más desoladores con los que te puedes encontrar. Billy Tully, vieja gloria del boxeo (que quizá nunca lo fue, pero sí lo soñó) tirado sobre la cama buscando las cerillas mientras de fondo canta Kristofferson, es el preludio perfecto del episodio de un hombre anclado en un bache perpetuo, del que se ha hecho a él y no hay queja ninguna.
Buen cine para todo tipo de público, casi diría de obligada visión. El devenir de unos días en la vida de un hombre sin estrella relatado con absoluta objetividad, sin melodramas gratuitos ni falsas esperanzas. No están las mafias ni los tongos tan recurrentes en el cine. Secuencias marcadamente tristes expuestas sin regodeos y de una efectividad extrañamente perturbadora.
No hay esperanza, no hay alivio, no hay alegría, sólo la vida, que es una puta mierda. Intentemos que nos cojan para poder segar el campo, para ganar unos billetes que nos ayuden a seguir tirando. Cojamos la botella y perdámonos en su ayuda, ella se ocupará de que todo vaya mejor, relajémonos. Despertémonos y veamos nuestra habitación formada por paredes con grietas que se extienden a un techo que parece que está cayendo ante nosotros, pero no se cae, es un resacón. Todo el mundo sigue tirando, van haciendo sus compras pensando en sus cosas, ¿qué pensarán?, ¿en su soledad, en su trabajo, en su felicidad?. A lo mejor todos somos felices y no nos damos cuenta. A lo mejor. Preparémonos para el combate, probablemente lo ganemos y recuperemos nuestra honra. El tipo parece fuerte, y en el primer asalto le hemos dado fuerte en el estómago. Parece dolido. Mientras le golpeamos el tipo nos da fuerte y nos tumba, qué cabrón, y nosotros preocupándonos por él. Ataquemos fuerte, machaquémosle, un directo, otro, parece que sangra, se rinde y cae sobre nuestros hombros recorridos por sudor. No es un abrazo fraternal, es un abrazo de perdedores, porque aquí no ha ganado nadie, el combate estaba perdido de antemano para todos. Cien pavos de recompensa, esto no da ni para comprar la felicidad. La botella abre sus brazos de par en par y nos ofrece su compañía. Quién puede resistirse. En un momento de retorno de la embriaguez reconocemos la realidad en un espejo, miramos nuestra cara, está recorrida por cicatrices, se nos cae el pelo, nos hacemos viejos. La vida sigue su curso y no nos espera, nos trata con desprecio. Nos despertamos en nuestro fracaso y el sol nos ciega, va a hacer calor en el trabajo.
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Este drama no es el nuestro, es el de esta película. Sin embargo, la película no sólo nos transmite la tristeza y la agonía, sino que nos las cede. Estamos todos jodidos viéndola, el drama se convierte en nuestro. No es cine, es la pura esencia del fracaso, es el dolor rodado. Es atroz y terrible. Me resulta imposible criticar esta película porque no es una película. Es la amargura de la vida.
Si Eddie Felson encarna en nuestro particular santuario cinéfilo la figura del perdedor, sin duda alguna Billy Tully refleja la viva imagen del desencanto, del desaliento, del nihilismo más brutal y acojonante. La peli de Huston constituye un formidable homenaje a la galería de fracasados de la América profunda. Esa puta América blanca y pija ( con tu permiso, Txarly ) que avanza cansinamente…, melancólicamente…, a ritmo de country. Porque el viejo John ( no, no es Ford. Es Huston. ¿OK? ) nos atrapa con una peli sin historia, sin argumento, sin guión… sólo con retazos de nuestra mísera cotidianeidad. Un puto día a día sin ambición, sin misterio, sin venganza, ni lección moral que valga.
Un otrora afamado boxeador se arrastra por bares de dudosa reputación, por cochambrosos gimnasios, por cuadriláteros de tercera, por hoteles de mala muerte… por quilométricos y ampulosos campos de cebollas. Siempre sudoroso, resacoso…, apestando a alcohol, pero siempre alzando la ceja, el mentón y alentando, con ese fétido hálito, a quien le pida ayuda, a quien le implore protección. Porque aunque Keach no es Gary Cooper ni John Wayne, nuestro antihéroe tiene más cojones que los otros dos juntos. Porque el valor no estriba en desenfundar con mayor rapidez o en soltar frases lapidarias con cara de palo. El valor consiste en encajar los golpes que te da la vida con entereza. El valor consiste en abrazar a una infeliz borrachuza, echarle un polvo y freirle un filete. El valor consiste en levantarte por las mañanas para ir a recolectar cebollas. El valor consiste en ir a recoger esa caja de cartón de manos de un expresidiario negro cuando tu pareja te echa de casa. El valor consiste en echar el resto por un amigo. Porque para mi tiene más coraje cualquier pobre diablo de Stockton que el más duro entre mil más allá de Picketwire. El viejo John ( Huston, of course ) me lo demostró. Congeló planos y corazones al final de su película y el muy cabrón me obligó, por vez primera, a derramar una lagrimilla entre los marcados acordes de esa amarga balada country.
Porque la vida es muy, pero que muy jodida… y muy pocos supieron dibujarla tan bien.
Me gusta el cine, luego me gusta el boxeo.
Huston habla en esta pelicula de los perdedores del boxeo. Pero estos perdedores son perdedores de antemano, lo son por su falta de talento y por su falta de dedicación. Así se nos presenta la épica del fajador, reiterada en casi todas las peliculas boxeo, desmitificada aquí por Huston. Vemos como en la magnífica escena de la salida del estadio, mientras el fajador Tully, comparte su alegría con su séquito, Lucero, el estilista que pierde el combate y que mea sangre, se aleja de los vestuarios. Va bien vestido, camina con elegancia, con la dignidad del boxeador profesional y de profesión, de carretera y motel. Las luces del estadio se van apagando a su paso, una muestra de gran puesta en escena.
—Boxeo—
Hay boxeadores estilistas, muy técnicos, de escuela, que boxean como si estuvieran jugando al ajedrez. A más sudes en el gimnasio menos sangrarás en el ring . Suelen estos haber nacido con los guantes puestos criados por familiares boxeadores, desde la más tierna infancia, que saben que el boxeo se suele ganar con los pies y con los desplazamientos. Decían que a Oscar de la Hoya, su entrenador, cuando tenía apenas 8 años, le ató los cordones de los zapatos y lo tuvo un año haciendo pasos a través de un pasillo antes de vendarles las manos y calzarle unos guantes. Habrán lanzado millones de jabs de izquierda (en caso de ser diestro).
Los estilistas tienen un jab perfecto que hace su función. Es un golpe sin potencia, sin poder anestesiante, pero molesto, su goteo continuo desgasta y mella la moral de un adversario menos técnico. Eso es lo que se busca, hasta que el adversario pierde la paciencia y hace un movimiento en falso, descuida su guardia y entra la derecha desde atrás, con el doble de fuerza, o un croche que busque mover el mentón. Si pasa eso, el estilista sabe que ha conseguido su propósito. El boxeo de pesos ligeros y medianos, donde no suele haber sorpresas, es un deporte de herir y dejar sangrar. Después de una buena combinación los brazos bajan y ahí ya puedes decirle a tu manager que tire la toalla, pues la llaga se irá haciendo cada vez más grande.[…]
Fat City es una película que realmente explora el mundo del boxeo. No hay maquillaje, no hay épica. Hay soledad, dolor, sufrimiento. La crisis económica, lo que viene a ser el contexto del film, es importante, pero su trasfondo no deja de ser universal: el miedo a ahogarse en una gloria efímera que será imagen recurrente durante el resto de nuestras vidas. Huston rueda magistralmente el combate de boxeo más deprimente de la historia del cine: dos muertos vivientes convirtiendo su dignidad en carnaza para un público ajeno a su derrumbe interior, la desolación del alma humana transformada en olvidable espéctaculo de masas. La victoria en el ring deja de ser una cuestión de honor: es pura supervivencia.
Fat City es una película que golpea donde más duele, que noquea. Huston, púgil de delicado tacto cinematográfico, logra extraer lirismo terminal de los personajes que pueblan esta memorable oda a los perdedores. Ahí está el impresionante papel de Sixto Rodriguez: en apenas diez minutos no dice ni una sóla palabra, pero sabemos todo de él. La escalofriante descripción de Huston (hiela la sangre la forma en que rueda la última escena del personaje) es un ejemplo paradigmático de purísima poesía crepuscular, hiriente como una puñalada. El final, trsitísimo, incide en la idea de la derrota, la desesperanza, la imperiosa necesidad de afecto. Magínifico guión que el autor de El halcón maltés supo elevar a la categoría de obra de arte.
Clásica, serena y dolorosa, Fat City quedará para siempre como uno de los más duros y exactos retratos del alma humana jamás rodados.
Lo mejor: duele mucho, porque está llena de verdad.
Lo peor: alguna arritmia en su tramo inicial.