Europa
Sinopsis de la película
Tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Leo Kessler, un joven americano de origen alemán, se traslada a Alemania para trabajar con su tío en una compañía de ferrocarriles. Su trabajo le permitirá viajar, fascinado, por un país destruido por la guerra, pero también tendrá que enfrentarse poco a poco a los horrores de la barbarie nazi.
Detalles de la película
- Titulo Original: Europa
- Año: 1991
- Duración: 114
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Opinión de la crítica
Película
7.3
69 valoraciones en total
Ni qué decir tiene que Europa es una de las mejores reflexiones cinematográficas en torno a lo ocurrido en nuestro continente entre 1933 y 1945, el trabajo de documentación realizado por el director para la realización de la obra es bastísimo y su sintetización bien madurada, a la altura de los grandes debates historiográficos de las décadas precedentes. Tras el trabajo de Lars von Trier son reconocibles las tesis de algunos sociólogos, historiadores y literatos como Zygmunt Bauman, Geoff Eley, Robert Gellatelly o Cesare Pavese, también son reconocibles los homenajes estilístico-temáticos a los cineastas alemanes de Weimar como Murnau o Fritz Lang. El montaje es trepidante, una trabajo para el recuerdo de los más selectos paladares, la mayor parte de los planos algo simplemente exquisito, la voz en off de Max von Sydow un placer para los sentidos, el traqueteo de los trenes a su paso por las vías alemanas: pura angustia sin cortar. De hecho no sería extraño que Costa-Gavras tomara algunas ideas del danés para la realización de Amen .
Leo Kessler, estadounidense de ascendencia alemana y de apellido sospechosamente judío, decide cerrar el círculo familiar volviendo a la que fuera patria de sus padres. Bajo la sugestiva voz de Max von Sydow se realiza un auténtico ejercicio de hipnosis por el cual el espectador es sumergido de golpe en la crueldad despiadada de la posguerra europea, concretamente en Alemania. Estamos ante un auténtico viaje psicoanalítico a través de la conciencia de Europa en el que, como digo, no sólo se embarca Leo Kessler, sino también el propio espectador, al cual se trata de retrotraer al pasado en un intento por mostrar lo que un día fuimos.
En realidad el protagonista va a ser un intermediario del espectador. Como cicerone de esta visita por el museo de los horrores un tío del protagonista encargado del servicio de revisores de un tren dormitorio, la ruta: el sistema ferroviario alemán que se recupera a duras penas después del devastador conflicto. El joven va a seguir los pasos del hermano de su padre, creyendo que puede contribuir a la gestación de un mundo mejor a través de su trabajo en los trenes. Nada más lejos de la realidad. Su trabajo como revisor se va a convertir en un infierno donde podrá contemplar el terror en su forma más extrema, mostrando no sólo el drama de alguien procedente de una cultura externa (la estadounidense) incapaz de comprender lo ocurrido en Europa, sino también de aquellos que pretenden sostener una posición neutral ante los conflictos que se desatan a su alrededor. Como Cesare Pavese mostró en La casa en la colina , a veces los que más sufren son aquellos situados en una zona gris, entre los que ven las cosas blancas o negras.
El símbolo del tren es omnipresente: un tren que constantemente viaja sin un rumbo claro que, como dice el tío de Leo, uno no sabe muy bien si avanza y retrocede.
Cada director se caracteriza por poseer un sello único e inconfundible con el que impregna todas sus obras. Y el sello de Lars Von Trier casi siempre lleva las señas de identidad de un pesimismo brutal, una visión absolutamente negra del mundo que analiza, sin dejar concesiones a la esperanza o a la benevolencia.
Tras haber visto otros filmes suyos como Bailar en la oscuridad , Dogville y Manderlay (dejando aparte Rompiendo las olas , que, saliéndose de la línea habitual, apuesta por un mensaje esperanzador), no me cabía duda de que, una vez más, me aguardaba un viaje de pesadilla. Un descenso cada vez más profundo a los infiernos hasta que no queda un solo destello de luz.
Siguiendo su esquema acostumbrado, Von Trier emplea un protagonista que, llegado desde el exterior, se sumerge en una sociedad que le es ajena. Este protagonista siempre sigue unos patrones de personalidad que lo hacen destacar del grupo en el que trata de integrarse: se ha criado interiorizando unos principios de justicia e igualdad, cree en la bondad intrínseca de la Humanidad, está convencido de que las cosas se pueden cambiar para mejor, ve en la paz la única forma de redimir la corrupción del mundo y no desea involucrarse en ningún conflicto. Podríamos decir que es un objetor de conciencia moral, que rechaza la violencia y se siente horrorizado ante las maldades. Este protagonista ha recibido unos ideales que le impulsan a tratar de hacer algo por ayudar a la gente. Y, en su afán por ayudar, se mete en la boca del lobo. Y siempre acaba descubriendo que el ser humano puede llegar a ser la plaga más infecta sobre la faz de la Tierra. Y que todos sus ideales resultan inútiles, asfixiados en medio de la malevolencia que se va cerrando en torno a ellos hasta estrangularlos.
Centrándose en la Alemania que se lame sus heridas al término de la Segunda Guerra Mundial, Von Trier vuelve a crear con mano severa e inmisericorde un retrato que podría semejarse al que mostraba la profunda corrupción del alma de Dorian Gray en la genial novela de Oscar Wilde. Nadie se libra de la quema, nadie sale impune.
Acostumbrados como estamos a que en las películas nos muestren el corazón de las guerras, sin embargo no es tan frecuente que algún film se centre en lo que queda justo cuando la guerra termina. Pero, ¿realmente termina? En agosto de 1945, el mundo entero respiró y oficialmente se declaró el final de los conflictos. ¿El final? ¿Acaso habían acabado? Tras la guerra, las heridas están demasiado recientes… Y los odios palpitan bajo la frágil superficie.
Lars von Trier es un tío original y creativo, pero también un auténtico coñazo pedante y pretencioso. Uno asiste a estos sermones visuales tan afectados y acaba vitoreando a Hollywood o a la madre que parió a Woody Allen. Entonces ¿por qué la película me parece pasable y no simplemente mala? Pues porque tiene sus puntos llamativos: su mezcla del color y del blanco y negro, sus intentos de hipnotismo, su voz en off, su siniestro pesimismo, y su originalidad… sí, su petarda, pedante y pretenciosa originalidad.
Lo curioso es que otras películas suyas, algunas de su posterior periodo dogmático, me parecen muy buenas, aunque, contradiciéndome, todo eso del dogma es una de las mayores tomaduras de pelo de la historia del cine. No hay mayor desfachatez que establecer una doctrina puritana -con sus votos de castidad y todo- pretendiendo alcanzar la pureza naturalista… para hacer justo lo más opuesto, o sea, para crear obras manieristas, artificiosas, petardas y antinaturales a más no poder. Tengo que admitir mi contradicción: la pose de Lars von Trier me parece una gilipollez fraudulenta y megalómana (pues cualquier estilo pictórico o cinematográfico es pura invención artificial), pero el tío es un pedante pretencioso que consigue ser impactante, sorprendente y original. No tanto en este coñazo de película que es Europa, sino en otras como Rompiendo las olas, Bailar en la oscuridad o Dogville.
Yo no sé si Europa es pedante o snob. No estoy muy seguro. Lo que sí se palpa es una imaginación acojonante. Además me alegra comprobar la mirada de Von Trier sobre una posguerra que él no vivió pero que me parece más acertada comparando con las obras que hasta ahora se han hecho. Los alemanes vistos como sacos de carne y los yankies con todos sus tonos de gris. Y además aportando una visión distinta en cuanto a lo cinematográfico: original e imaginativa.
No está mal la obra, y desde luego, ya se apuntaban aquí dos cosas para el fúturo: imaginación vanguardista y caña al yanki. Y éso me pone mucho.
Me deja un poco desconcertado el uso del color. Seguro que me equivoco, pero me da la impresión que el puto loco de Trier quiso utilizarlo sólo cuando las emociones eran nuevas y puras:
Desde un punto de vista estrictamente estético, Europa es una pasada. Von Trier es uno de aquellos cineastas que se sabe artista y que rentabiliza al máximo todos los recursos de los que dispone para experimentar constantemente con nuevas propuestas visuales. Sin embargo, qué queréis que os diga, a mi los envoltorios impecables me molan un huevo, sí, pero si la historia no me atrapa, apaga y vámonos. Y esta vez, para qué vamos a engañarnos, la intriga que me plantea el gran danés me ha decepcionado.
Aún así, yo diría que la culpa no es suya, sino mía. No sé, me da la sensación que algo se me escapa. Que no he sido capaz de sacarle el jugo a lo que Lars me proponía. Que no he sido capaz de sintonizar con su sentido del humor. Que no he sido capaz de leer entre líneas e interpretar correctamente cuáles eran sus intenciones.
El caso es que cuando Lars me sedujo por primera vez lo hizo a través de Rompiendo las olas, una peli con una envergadura dramática tremenda. Una envergadura que volví a constatar posteriormente con Bailar en la oscuridad. Y aunque las otras pelis que he podido ver de Von Trier me parecen levemente inferiores a estos dos peliculones, tenía puestas grandes expectativas en Europa. Una peli que, curiosamente, hasta los más enconados detractores de Lars tienen en gran estima.
En esta ocasión, sin embargo, el componente dramático que tanto me fascinó cuando me desvirgué con Lars no aparece por ningún lado y en su lugar observo con estupor que el danés apuesta por una especie de fábula que tiene como escenario la Alemania derrotada por los aliados en 1945. Una fábula en la que alemanes y americanos son caricaturizados con premeditación y alevosía y en la que las situaciones kafkianas se suceden por doquier. Y a mi eso, como que no me va. Parece como si Von Trier no hubiera tenido demasiado claro si decantarse más por lo lírico o por lo grotesco y que, ante la duda, hubiera decidido darle a su peli un aire onírico-paranoico-crítico que hubiera firmado el mismísimo Dalí. Un aire que, dicho sea de paso, me recuerda una célebre obra del genio ampurdanés cuyo título, por cierto, constituye el mejor sobrenombre que se me ocurre para definir el inagotable y desbordante talento de uno de los cineastas más chiflados, excesivos y ególatras del panorama actual.