Estados Unidos del Amor
Sinopsis de la película
Año 1990. Polonia acaba de abrirse al capitalismo. Entre la novedad de las cintas de VHS, las clases de aerobic y los discos de Whitney Houston, cuatro mujeres intentan lidiar con la represión sexual y los amores insatisfechos. Agata, atrapada en un matrimonio infeliz, se siente atraída hacia un cura. Renata, ya en su madurez, siente fascinación por su vecina Marzena, que quiere ser modelo. La hermana de Marzena dirige un colegio y tiene un affaire con el padre de uno de sus alumnos.
Detalles de la película
- Titulo Original: Zjednoczone Stany Milosci (United States of Love)
- Año: 2016
- Duración: 104
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Opinión de la crítica
Película
5.7
76 valoraciones en total
Historia de cuatro mujeres, juntas pero apenas revueltas, ambientada en la Polonia de 1990 que se despereza del sueño comunista, ambientación que juega un papel más estético que sociológico o político, ya que la trama podría encuadrarse perfectamente en cualquier otro momento histórico. Así que la pretendida represión política y sexual que el imaginario colectivo asocia enseguida, y sin demasiado fundamento, a los términos Polonia y comunismo no aparece por ningún lado, haciéndose bastante evidente que el director era sólo un niño en aquellos años. La única institución que gana por goleada en cuanto a apariciones en el filme es la Iglesia Católica (aunque su moral sexual se la salten a la torera los intérpretes del filme casi en cada fotograma), omnipresente en el primero de los episodios que componen esta cinta.
Si en lo histórico el director no afina mucho, tampoco lo hace en su acercamiento al mundo femenino, limitándose a los consabidos tópicos de la mujer dominada ciegamente por sus sentimientos y sus instintos, cuya satisfacción irracional la aboca a la frustración, la autodestrucción y el dolor, fuego de artificio en definitiva que a algunos (y a algunas) les llenará de emoción pero que a otros nos dejan tan fríos como el entorno en que se desarrolla el filme.
El resultado es una obra nihilista, desesperanzada y aburrida a partes iguales, un aburrimiento en el que tiene mucho que ver el prurito formalista del director, que convierte el filme en un ejercicio de autor con interminables planos fijos, tiempos muertos o encuadres supuestamente inverosímiles que ya están muy vistos. Pese a las siempre sospechosas alabanzas unánimes de la crítica, no se sabe muy bien qué pretende, salvo despertar, a mitad del metraje más o menos, unos deseos irrefrenables de que acabe pronto.
Deprimente, mamporrera, cutre película de pasiones borrascosas y muy insatisfactorias que trata de ocultar/disimular su mal arte, torticeras intenciones y vacío al cuadrado con un tono contemplativo, muchos silencios gruesos, una fotografía grisácea y un hiperrealismo de un feísmo que para mí lo quisiera.
Tremendismo de garrafón y torpe muestrario de un ridículo morbo erótico festivo serían los únicos clavos ardientes a los que podría agarrarse el espectador más desesperado o simplemente pragmático. Pero ni eso, vano intento, huero anhelo. Aquí, también, es peor el remedio que la enfermedad.
Bloques arquitectónicos de la época comunista como si fueran instituciones penitenciarias o centros psiquiátricos son los sórdidos lugares en los que padecen sus numerosas y espantosas cuitas estas desgraciadas mujeres en medio de la nada.
Soledad, angustia, tristeza, la oferta completa de pesares y derrumbes son expuestos con grosera evidencia, con un odio inusitado a la sutileza, el pudor o la distinción.
Vidas derribadas, seres patéticos, trabajos ruinosos.
Religión, educación y comunidad convertidos en los penosos enseres de un circo gélido y desmembrado.
Pobres humanos en busca de un amor esquivo y demacrado.
Títeres rotos que son llevados al abismo de la estupidez por motivos que a nadie importan ni aquí se explican (¿para qué?, si me preguntan, diré que yo no sé nada).
El cine polaco es fuente inagotable de sorpresas, sopapos y soflamas, algunas veces son fogonazos pasajeros pero de calado (p. ej. Jerzy Kawalerowicz), otras son personalidades complejas y torturadas que nos acompañan durante décadas (el paradigma: Roman Polanski) o bien pueden ser autoridades tan intensas como añoradas (digamos Krzysztof Kieslowski), pero siempre nos tienen algo que decir y encuentran formas provocadoras, estimulantes e iconoclastas de expresarlo, adhiriéndose a nuestra retina cual pegajosa pesadilla que se hubiera encariñado de nuestra ingenuidad, de nuestra pulsión fisgona, no queriéndonos abandonar ya por nunca jamás a nuestro devastado infortunio… El joven cineasta Tomasz Wasilewski hace justicia a tan ilustre estirpe, ofreciendo un refinado y perverso estudio sobre los pantanosos límites de la libertad, sobre las volubles añagazas de la dicha y sobre la pertinaz tragedia del abandono. Casi nada.
Asistimos a un retablo sobre las pulsiones del amor, presenciamos un intrincado jeroglífico sobre las palpitaciones inconfesables del deseo, somos testigos entre asqueados y compasivos de las bajezas, contradicciones y trampas del sexo, somos registradores decepcionados de los espejismos y quimeras del amor… En fin, nos descubrimos – y condenamos – a nosotros mismos mientras creemos presenciar una historia lejana, gélida y ajena, originada en otra cultura, deudora de otra educación y lastrada con fealdades, zozobras y sofocos que nos resultan extraños y lamentables, un sinsentido gris y doloroso que deseamos apartar de un manotazo.
La dolorosa costumbre de la falta de libertad es una cárcel que perdura más allá de los límites temporales de su condena, nos aprisiona y condiciona nuestros movimientos y nuestra capacidad de visión, nos engaña y nos acobarda… a veces es más sencillo que nos digan lo que tenemos que hacer en vez de cargar con la dificultad de tomar nuestras propias decisiones que nos pueden acercar al éxito o abocar al fracaso. Es el miedo a la libertad que nos atenaza y que se vuelve en costumbre y cobijo, en hábito y castigo. Cuatro mujeres, cuatro historias, cuatro circunstancias, cuatro representaciones del fracaso, de la incomunicación, de la costumbre de anhelar lo que no tenemos y despreciar lo que hemos alcanzado. Las ramificaciones parecen tocarse e influirse, pero prevalece la melancolía y el aislamiento: estar en la misma habitación no implica acompañarse.
Las imágenes son portentosas, de una fuerza seca y abrupta que asemejan bofetones iracundos. Las pocas palabras son desoladoras y crueles, utilizadas como dardos y envenenadas con lágrimas de amargura. Todo el elenco es excelente y merece destacarse tanto por su arrojo físico como por su valentía emocional. Perturbador descubrimiento.
Tiene momentos bastante impactantes, en mi opinión sobretodo cuando se visualizan ciertas miserias que no suelen mostrarse en las películas, pero en general no comprendo tanta alabanza y premios y menciones en los certámenes donde concurrió.
Interpretaciones solventes en los dramas de varias mujeres en una Polonia justo al caer el Muro de Berlín que no invitaba precisamente a una visita turística. Todo es desolador, petrificado y desasosegante.
En algunos pasajes parece que pretenda dar esperanza, pero finalmente se resiste. Es divertido comprobar el poder de la Iglesia Católica en ese país a pesar del yugo soviético.
Se puede ver, sin esperar mucho, si no os decepcionará.
Nota: 5,25.
Desde luego que Gérard Depaurdie, Robert de Niro y Donald Sutherland interpretan papeles alegóricos en la descomunal Novecento (1976), de Bernardo Bertolucci. Más en concreto, el proletariado, la aristocracia y el fascismo, respectivamente. Por supuesto que Nicole Kidman desarrolla un rol alegórico en su papel de Grace, dentro de Dogville (2003), de Lars von Trier: para más exactitud, el de la virtud escarnecida en los Nueve Círculos del Infierno, de Dante. Ni que decir tiene que la literatura está llena de ejemplos de personajes alegóricos y quiero recordar ahora a Alejandra, que es la personificación de Argentina en la novela Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato, y mira que no soy yo demasiado ernestosabatiano, pero quiero barrer hacia el terreno de las alegorías nacionales. Y así podríamos seguir prácticamente ad eternum.
Muy curiosa se me antoja la alegoría que señala el profesor Bermejo Marcos en relación con Divinas palabras, de Valle-Inclán, donde la alternancia en los amores de la Mari-Gaila sugiere la equiparación del sacristán con Cánovas y la del farandul con Sagasta, en clave esperpéntica, por supuesto: pues no era nadie don Ramón.
Lo que ya no es tan frecuente es que una misma alegoría se desarrolle en varios personajes de una trama, al menos en los personajes principales de un argumento, como sucede en Estados Unidos del Amor (2016), de Tomasz Wasilewski.
Ambientada en Polonia, en unos barrios que rezuman soledad y tristeza, y rodada en tonos espectacularmente apagados, algo así como desgastados, y sin banda sonora, la acción se sitúa en 1990, recién caído el muro de Berlín, cuando los países satélite de la Unión Soviética se abrían a otras opciones, podríamos pensar que esta película es una crónica de aquellos años inciertos y sería una interpretación sin duda válida, pero considero que insuficiente.
También podríamos pensar que se trata de una sucesión de relaciones desamorosas, a saber: la adúltera de Agata con un cura, la de Iza con un recién enviudado doctor, un romance que ya venía de mucho antes de que el galeno perdiera a su mujer, y la de la jubilada y poco agraciada físicamente Renata por la joven Marzena, que ha ganado un concurso de belleza.
Podríamos pensar, como digo, que todo esto es como la antítesis de los dos Manuali d’amore (2006 y 2007), ambos de Giovanni Veronesi, y no estaríamos marrando la opinión, pero sin duda nos estaríamos quedando cortos, porque Estados unidos del amor va mucho más allá.
Y a partir de ahora, no tengo más remedio que bucear parcialmente en el argumento para sostener mis apreciaciones. Espero no estropear a nadie con ello el disfrute de esta soberbia cinta.