En trance
Sinopsis de la película
Simon (James McAvoy), un empleado de una casa de subastas, se asocia con una banda criminal para robar una valiosa obra de arte. Pero, tras recibir un golpe en la cabeza durante el atraco, descubre, al despertarse, que no recuerda dónde ha escondido el cuadro. Cuando ni las amenazas ni la tortura física logran arrancarle respuesta alguna, el líder de la banda (Vincent Cassel) contrata a una hipnoterapeuta (Rosario Dawson) para que le ayude a recordar.
Detalles de la película
- Titulo Original: Trance
- Año: 2013
- Duración: 97
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Opinión de la crítica
Película
6
92 valoraciones en total
Danny Boyle es un ya veterano director británico (56 años) de reconocido talento y reconocible estilo que suele caracterizarse por un poderío visual no siempre acorde con la calidad o las cualidades del guión que está poniendo en escena. En este caso, a priori, parecería que su estilo intenso, trepidante, de montaje frenético y elaborada manipulación de la imagen le iba como anillo al dedo: un irredento e irreductible adicto al juego que se ve envuelto (bueno, que se envuelve) en una elaborada trama sobre suplantaciones, mentiras, robos, asesinatos, hipnosis y obras de arte. Pero no es oro todo lo que reluce.
Trance se deja ver muy bien, atrapa desde el principio, y zarandea al espectador a su antojo por los vericuetos más desaforados e inverosímiles que imaginarse pueda. Es toda una aventura emocional que reproduce muy bien el desconcierto del propio espectador que no sabe a quién creer, de qué lado ponerse o en quién confiar. Engaño tras engaño, desojando y contorsionando las complejidades más bulliciosas. Quizás demasiada vuelta de tuerca y demasiados juegos de malabares que dispersan al espectador que acaba por abandonar el intento por creerse lo que es del todo increíble.
Las potentes imágenes encuentran en el trío protagonista a unos entregados cómplices que hacen que durante la proyección se sigan todos los vericuetos con interés y admiración – sobro todo se luce una admirable Rosario Dawson, portento físico de exuberante presencia e innegable talento y que mejor encarna el juego que se nos propone. Pero llega un momento en que tanto exceso, tantos quiebros, tanta voltereta y tanta pirueta narrativa acaba fatigando por mera acumulación infructuosa. Y se abre paso una cierta insatisfacción porque le punto de partida, los actores, la dirección, todo, está magníficamente entonado y calibrado, pero el conjunto se queda corto, hierra el tiro por querer abarcar demasiado y todo se acaba desinflando.
Intensa, interesante, potente y, sin embargo, fallida.
Como en un buen artículo periodístico: primero la información y luego la opinión.
– Esto es información y, por lo tanto, todo lo que aquí se escriba será irrefutable, mis fuentes quedarán en el anonimato y brillará la verdad.
El primer chispazo, la primera semilla, nace un día normal en casa de Danny Boyle. Se había decidido, por fin, a rellenar ciertas lagunas cinéfilas y una de ellas era el cine español, había oído que Carlos Saura era uno de los más prestigiosos directores y se decidió por Goya en Burdeos . Se puso a verla y al de media hora le venció el sueño. Cuando despertó, se dijo: Ya lo tengo, haré una película sobre pintura y sueños .
La segunda iluminación se produjo al día siguiente después de ver El robobo de la jojoya , le habían dicho que Martes y Trece eran equivalentes a los Monty Python y ahí fue. Estaba claro: pintura, sueños, robo y atracadores.
Y al tercer día apareció el azar (sin el cual ninguna obra digna de ser tenida en cuenta hubiera visto la luz). Danny sentía que faltaba algo, algún elemento de distinción, el toque genial del maestro que convierte una película más en la obra imperecedera que te sobrevive. Pues estaba nuestro querido director sumido en estos exquisitos pensamientos cuando decidió, para despejarse, encender el ordenador (¡oh maravilloso invento sin el que no somos nada!), se puso a trastear, quiso informarse sobre la actualidad (como buen hombre culto y responsable que es), más concretamente sobre el eterno conflicto palestino-israelí y… zas, aparece Uri Geller (prohombre israelí multiusos -lo mismo te escribe un libro que te hace un pase de modelos- injustamente olvidado) doblando cucharillas con el poder de su prodigiosa mente.
Abracadabra, el guion estaba hecho: pintura, sueños, robo, atracadores más -redoble de tambores- Hipnosis.
Ahora solo faltaba el reparto. Le habían impresionado tanto Paco Rabal y José Coronado en la peli de Saura que ahora quería actores parecidos. Encontrar un actor como Rabal fue difícil pero pensó que Burdeos estaba en Francia y Vincent Cassel era francés. Lo de Coronado y James McAvoy fue más fácil, se decidió porque los dos nombres empezaban por J (no hay que despreciar las señales). ¿Por qué eligió a Rosario Dawson? Lo desconozco, uno no lo puede saber todo.
– Opinión.
Pretendida película negra con triángulo amoroso, sexo, crimen, avaricia, intriga, violencia y tensión. Tipo duro, tipo blando y femme fatale .
Decía Cecile B. DeMille que las películas deben comenzar con un terremoto e ir subiendo en intensidad. Trance es eso en versión descerebrada.
Es una de esas historias en las que cada 5 minutos cambian las reglas del juego: que ahora la taxista es panadera, que no, que el sospechoso no es el ciclista, que es el tío que tiene en Nueva Zelanda, no, no, ¿por qué dices eso?, la culpa es del chip en el cerebro que estaba en mal estado, ah no, todo era un sueño y estamos en 1225, ¿no has visto el castillo ese que estaba en la foto?… Así todo el tiempo hasta el momento final en el que se vuelve a explicar todo otra vez y no solo no se arregla, sino que empeora y todo es más absurdo y risible.
Estilosa y con dinero, cool y rimbombante, características que hacen más imperdonable el dislate.
Desde que un señor llamado Homero contó La Iliada y La Odisea, todos los autores han tenido problemas para ser originales. Porque ya estaba todo contado. Desde Homero, el reto es encontrar un punto de vista original que, contando lo mismo, muestre el mundo de forma distinta y enriquecedora. James Joyce terminó de rematar la faena narrando desde la propia consciencia del personaje. Con él se cerraba el círculo. Y en cine el problema es similar. Al fin y a la postre, es una forma de narrar como puede ser la novela o un relato breve.
Pero ser original se ha ido convirtiendo en algo así como ponerse exquisito -una veces- o ponerse raro -muchas veces. La transgresión confundida con hacer que el personaje diga tacos o hable con la boca llena es una herramienta muy utilizada para parecer extravagantemente original. Las rupturas espacio-temporales otra. En fin hay varias opciones. Y no son malas en sí. Lo malo aparece cuando la falta de talento se intenta maquillar con estas cosas. La falta de talento o el intento de salir de un laberinto imposible creado por el propio autor o realizador.
A priori, Trance tiene todo lo necesario para ser un película atractiva. Danny Boyle como director. Los guionistas Joe Ahearne y John Hodge. La banda sonora en manos de Rick Smith. Y la fotografía en las de Anthony Dod Mantle. Se suma un reparto encabezado por James McAvoy, Vincent Cassel y la imponente Rosario Dawson. Todo parece que debe ir bien. Y, efectivamente, la fotografía es excelente, la banda sonora cumple con su labor matizando la imagen de forma notable y los actores no están nada mal. Pero, como todo el mundo sabe, si falla el guión, si el libreto trata de ser original a base de proponer alternativas narrativas que terminan aburriendo, que terminan por dejar huecos para explicar lo que ya se ha contado porque aquello está lleno de cruces, vueltas de 180º, túneles sin salida y todo tipo de obstáculos, si el libreto, decía, se pone imposible, todo se enreda sin remedio. Boyle se intenta inventar el crimen desde la deconstrucción hipnótica y su película comienza a vaciarse por los cuatro costados.
Está muy bien hacer pensar al espectador y ofrecer un juego inteligente en el que tenga que implicarse. Pero pedir un curso intensivo sin posibilidad de preparar un examen ya es otra cosa. El gran y único logro de Trance es que muchos estén deseando saber cómo termina aquello. El desastre es que lo desean para salir de la sala de proyección corriendo. Si un gran logro es querer ver por segunda vez la película, un desastre absoluto es querer hacerlo para intentar sacar alguna conclusión de importancia.
La dirección actoral es buena. Eso es cierto. Y el trío protagonista pone ganas y consigue un buen trabajo. Y la película tiene un arranque vigoroso y excitante. Pero dura poco. Tras veinte minutos, todo se convierte en una propuesta fatigosa. Ya no por ser algo enrevesado el guión. Eso es lo de menos porque prestando un poco de atención se descubre que es mucho más sencillo de lo aparentado. El problema es que ni se profundiza en la psicología de los personajes, ni evolucionan lo más mínimo, ni la trama tiene un sentido que nos haga reflexionar sobre un tema u otro. Boyle quiere que montemos un rompecabezas. Ni más ni menos, eso es todo. Si el espectador dedica cinco minutos a pensar sobre Trance descubre que el esfuerzo que le han pedido no ha servido para casi nada.
Esta vez lo original es exquisitez fotográfica acompañada de buena música. Poco más.
inventodeldemonio/blog
Un argumento sólido se construye sin que veamos el esqueleto que lo sustenta, te deja llevar y, como las vías del tren, si hay fisuras simplemente se nota. Pues bien, esta película descarrila apenas despegar y las bofetadas de un guión marcadamente infantiliode en su planteamiento hace pensar que fue escrito sin demasiada conciencia de lo que es una historia. Ni bien ni mal contada, simplemente de lo que es una historia.
No ahondaré en resúmenes o sinopsis del argumento, dado que podría llevar a engaño. Tal y como hace la propia película. El argumento, en verdad, es una inmenso e intragable macguffin que se hincha cada vez más para explotar con cada giro de guión, o en este caso, con cada torcedura de tobillo.
Poco queda por decir cuando lo esencial de una película, su alma, su motivo de ser, el argumento, es de una pobreza tal que mendiga pidiendo clemencia a medida que avanza el metraje. Vergüenza ajena en diálogos supuestamente adultos e intelectuales que se desenvuelven como papel de regalo estridente que no esconde nada debajo. Giros argumentales que no sirven más que para que dejar en evidencia la falta de ideas. Explicaciones inverosímiles para tapar con arena agujeros en la trama que quedan, todos y cada uno, expuestos al aire. Una construcción de matrioskas donde al final ya nada importa, detrás un nuevo giro, habrá otra sorpresa difícil de creer, así hasta llegar al final de la película, cuando ya todo te da completamente igual.
El resultado solo puedo considerarlo de estafa. Intelectual y económica.
Vuelve Danny Boyle con un nuevo thriller psicológico que se aleja un poco de la línea de sus últimos trabajos, y nos recuerda a esa genial cinta, Tumba Abierta Shallow Grave, 1994 con la que comenzó su satisfactoria carrera como director de cine. Un nuevo triángulo amoroso, decadente, erótico, intenso, con un James Mc Avoy que, tras hacer de cómplice en el robo de una obra de arte en la subasta donde trabaja, recibe un golpe en la cabeza, olvidando así el paradero de dicha pintura. Vincent Cassel, en el papel de jefe de la banda, tras cerciorarse a conciencia de que efectivamente, el joven no recuerda nada, decide ponerlo en manos de una hipnotista (Rosario Dawson) para que indague en su mente y averigüe la localización de la valiosa pieza.
Gran puesta en escena del realizador, consiguiendo, la nada fácil tarea, de dar un nuevo enfoque al muy recurrente género de robos y atracos. Cuando ya parecía que estaba todo visto en el mundo de las bandas de atracadores, se nos presenta este hipnótico paroxismo cargado de giros inesperados, saltos temporales y sorprendentes interpretaciones cargadas de fuerza y emoción.
Un ejercicio onírico de gran astucia que conseguirá engañar al espectador en varias ocasiones, con ciertos toques de influencia del maestro Lynch, aunque con una línea argumentativa mucho más sencilla de seguir.
La fotografía, a cargo del consagrado Anthony Dod Mantle, el cual ya dejó imágenes para la historia, como sus aportaciones al movimiento Dogma 95 (Celebración, Dogville), o la reciente y espectacular imagen en slow motion conseguida en la no tan genial película, Dredd. Su asociación con Boyle ha resultado todo un acierto, proporcionado a las escenas una estética más transgresora mediante la utilización de planos picados, enfoques y encuadres torcidos, y primeros planos aberrantes que cargan y acentúan la actuación de los actores, en concreto del expresivo Cassel, que con su desquiciada mirada, sigue creciendo cada vez más, no sólo en reconocimiento, sino también en calidad interpretativa.
Un nuevo éxito para un director que ha conseguido reponerse y sobrevivir a la alargadísima sombra de su obra maestra Trainspotting, logrando la ardua tarea de que cada vez se le reconozca menos por la misma, y más por sus recientes títulos.