El viaje del director de Recursos Humanos
Sinopsis de la película
El gerente de Recursos Humanos de la panadería más grande de Jerusalén tiene serios problemas: está separado de su mujer, distanciado de su hija y atrapado en un trabajo que odia. Cuando una de sus empleadas, de origen extranjero, muere debido a la explosión de un hombre-bomba y su cuerpo no es reclamado por nadie, se acusa a la panadería de inhumanidad. Esta es la razón por la que al gerente de Recursos Humanos se le encarga que haga todo lo posible por enmendar la situación.
Detalles de la película
- Titulo Original: Shlichuto Shel Hamemune Al Mashabei Enosh (The Human Resources Manager)
- Año: 2010
- Duración: 99
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Opinión de la crítica
Película
6.1
66 valoraciones en total
Si uno lo piensa, que te llegue la muerte fuera de tu país tiene que ser doloroso para los tuyos. Esto hace que nuestro director de RRHH tenga que dar con la familia de la víctima. Lo cual no es nada fácil.
En oposición a la dureza del argumento, la película está jalonada de momentos divertidos con todos los personajes que se ven reunidos en la furgoneta del cartel: el de RRHH, el cónsul, un conductor, el hijo de la vícitma y un periodista del que no hay forma de librarse.
¿Cómo introducir en una road movie tragicómica temas tan diversos y salir honrosamente del intento?
El israelí Eran Riklis, tomando como base el libro de Abraham B. Jehoshua, da respuesta en imágenes a este interrogante. Partiendo de una premisa trágica va dando entrada a lo largo del metraje a temas tales como la precariedad laboral de la población inmigrante, el terrorismo, el desmembramiento familiar, la pérdida de rumbo que en un chaval provoca la ausencia materna y cómo ésta no puede ser corregida por un padre con el que la comunicación es cada vez más complicada… Y todo ello para el paraguas de la obligación moral que pesa sobre el director de recursos humanos del título, obligación que me recuerda a obras del calibre de Los tres entierros de Melquíades Estrada (Tommy Lee Jones, 2005), El cebo (Ladislao Vajda, 1958) o El juramento (Sean Penn, 2001), estas dos últimas basadas en la obra de Dürrenmatt.
Como suele ocurrir en toda aventura, y esta no es una excepción, lo importante no es tanto aquello que ocurra en su transcurso –aunque claro, si en el camino acabas alojado en un búnker comunista en práctico desuso o continúas tu trayecto a bordo de un tanque, la cosa se hace bastante interesante- como lo que te hace cambiar el haberla vivido. Al final de este filme todos los personajes, tan extravagantes como humanos, han cambiado de una forma concreta: se han hecho mucho más cercanos al espectador, han logrado con él una empatía que, creo que de modo deliberado por parte de los creadores, no tenían al principio.
Una película muy digna, creo que será de las que ganan con cada visionado.
No acaba Riklis de cogerle el punto a esta tragicomedia interesante, manteniéndose todo el metraje en un equilibrio inestable, voluntarioso, amagando pero sin acabar de rematar unas situaciones y personajes que prometen más de lo que dan. Como casi todas las road-movies, el viaje físico, en este caso desde Israel a la Rumanía profunda se convierte en un viaje interior donde cada uno de los integrantes toma la distancia necesaria de su actual vida para replantearse corregir sus errores. Desiguales interpretaciones, desigual ritmo y desiguales situaciones sin que incomoden lo suficiente para que les dejemos de acompañar por un mundo también desigual para todos.
En The Syrian Bride, Riklis mostraba la sinrazón de las fronteras en un viaje a ninguna parte en la que todos sufrían y ninguno llegaba.
El viaje del director también nos propone un viaje, en este caso más literal, una road movie que pretende adentrarnos más en los personajes que lo protagonizan que en las circunstancias que los rodean. En toda road movie que se precie debe haber un punto de partida en el que los personajes se enfrentan a una realidad que les lleva a huir y adentrarse en esa escapada hacia delante. En esa carrera, los personajes van cambiando no sólo su percepción sobre el problema sino la dimensión del problema mismo de manera que el viaje acaba convirtiéndose en una catarsis de la que los caracteres resurgen purificados.
Es verdad que algo de todo esto hay, es verdad que en el viaje del Director asistimos a unos primeros momentos interesantes en los que se plantea el problema y la necesidad de huida, pero lo que no acaba de definirse es que el viaje sea ese momento de purificación que los personajes necesitan, por el contrario, parece ponerse el énfasis en buscar explotar una vena humorística poco acertada, la verdad.
Da la sensación de que no se ha tenido la suficiente claridad a la hora de hacer avanzar la película hacia un punto concreto y, en vez de eso, se ha construido un bucle que se cierra sobre sí mismo por falta de capacidad y de distanciamiento con el verdadero problema central. Puestas así las cosas, lo verdaderamente importante termina cuanto menos, aparcado, sino olvidado.
Empresa puntera del primer mundo, trabajadora emigrante muere a causa de conflicto violento que dicho primer mundo no tiene voluntad política de solucionar, la jefa de la panadería modelo (alegoría también del primer mundo) ordena una operación de humanización de su imagen y acercamiento al país de origen de la emigrante (que representa a todo lo que no es primer mundo), el ejecutivo encargado de la misión -guapo y apañado como debe de ser el primer mundo- y el resto de los personajes implicados enriquecerán su personalidad con la experiencia y aprenderán a comprender y respetar otras culturas y situaciones vitales, lo cual redundará en bien del progreso de la humanidad.
La idea y el mensaje están bien -lo hemos pillado-. Pero todo lo que en la película del mismo director Los limoneros era sutileza, ironía y perfecta cadencia, aquí se queda en sal gorda y falta de ritmo. Las descaradas referencias a Guantanamera y Little Miss Sunshine eran inevitables, supongo.
En fin, se puede ver. Pero yo esperaba más…