El túnel
Sinopsis de la película
El pintor Juan Pablo Castell ha matado a María Iribarne, una mujer a la que amó apasionadamente y con la que mantuvo una tortuosa relación. Se habían conocido en una exposición de pintura, donde ella se quedó admirada ante uno de sus cuadros, que era precisamente la obra predilecta de Castell. Un encuentro casual, una pasión obsesiva, un mundo inquietante, un crimen en la frontera de la sinrazón. Además de una confesión, El túnel es la historia de una escalofriante investigación que no sólo ofrece datos para esclarecer un crimen, sino también pistas que permiten ahondar en los misterios de la condición humana.
Detalles de la película
- Titulo Original: El túnel
- Año: 1987
- Duración: 106
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Opinión de la crítica
5.1
52 valoraciones en total
El reciente fallecimiento de Ernesto Sábato, autor del que no he leído nada, me trajo a la memoria la adaptación que realizó el ya desaparecido Antonio Drove en el 87 sobre una de sus obras mas representativas: El túnel. Recuerdo que por aquél entonces tuvo cierta repercusión el atrevimiento, aunque no fue el primero, de Drove de intentar reflejar la complejidad de la novela existencialista en la pantalla. No la vi en su momento y me pareció que esta podía ser una buena ocasión.
A pesar de que el director había demostrado con creces su buen hacer con la estupenda La verdad sobre el caso Savolta, aquí pincha en hueso ante la dificultad de trasladar el infierno por el que el pintor Juan Castell pasa al buscar el sentido de su existencia en una misteriosa mujer que el convierte en el símbolo de la verdad absoluta, a pesar de contar con el propio Sábato supervisando el guión. La pasión y la desesperación no consiguen traspasar la pantalla en una producción escasa y una pareja protagonista voluntariosa, pero que carece de carisma y falta de química para que podamos minimamente creernos lo que allí sucede. La narración en off, la repetición visual de planos y situaciones, la carencia de acción y la estrambotica banda sonora incidental no ayudan sino a distanciarnos aún mas de una narración que se vuelve demasiado espesa y con el paso del tiempo fácilmente olvidable.
A pesar de ello consigue que intuyamos que la novela nos abrirá las puertas a un laberinto de túneles sombríos donde cualquier ser humano puede perder la razón.
jcelziete.blogspot.com
La conocidísima novela del argentino Ernesto Sábato fue adaptada fielmente por el guionista y realizador madrileño Antonio Drove (Tocata y Fuga de Lolita). A eso hay que añadirle las buenas actuaciones de Weller y de la Seymour en sus respectivos papeles del pintor Juan Pablo Castel y María Iribarne, cuya obsesión del primero por la segunda no tiene límites hasta el punto que es capaz de sentirse engañado por sus confesiones engañosas.
El actor de Robocop (1987) y la intérprete de la serie televisiva La Doctora Quinn miden correctamente sus interpretaciones en ese duelo emocional de pasión y obsesión que sobresalido del texto de la novela original cumplen con un rigor y se refugian buena parte de la película en un plató cerrado (el estudio del personaje de Castel, a parte de unos exteriores rodados en Buenos Aires) donde se acrecentará la locura del pintor hacia los deseos que siente por Maria, después de darse cuenta que ha tenido en cuenta un pequeño detalle en uno de sus cuadros en una exposición.
Convertir un buen libro en una buena película de actores (inolvidables las interpretaciones secundarias de los españoles Fernando Rey y Manuel de Blas) es el más que sobrado objetivo cumplido en una película desgraciadamente olvidada por el público.
Antonio Drove fue un director infravalorado por el cine español, cinéfilo muy influenciado por el cine clásico, admirador de Fritz Lang y Douglas Sirk, de este último realizó una larga entrevista para TVE analizando su obra para un ciclo de películas dedicado al maestro del melodrama que ha pasado a la historia de la televisión. Drove que ya había adaptado magníficamente La verdad sobre el caso Savolta, estaba enamorado de la novela de Ernesto Sábato El túnel que como él afirmaba era la historia de una obsesión, y era la segunda vez que era adaptada a la pantalla, me gustaría ver la anterior de León Klimovsky de 1952 para compararlas. Fiel a su natural vocación de asumir los riesgos más incontrolables, Drove se embarcó en una ambiciosa producción internacional, técnicos extranjeros, rodando en inglés, trabajando con métodos americanos y futuras estrellas que ya despuntaban.
La adaptación es buena si tenemos en cuenta la dificultad de trasladar a imágenes una novela narrada en primera persona, sobre las divagaciones mentales de un personaje perturbado. La de una historia seca y cortante como una navaja, despojada de todo fleco naturalista y de toda tentación falsa o convencionalmente ornamental, se dirime una apasionante reflexión de hondo calado. Nadie que haya vivido las experiencias que aparecen en esta historia podría describirlas mejor que cómo lo hace el atormentado Castel. Drove compone un universo visual complejo que va enriqueciendo la trama. Los encuadres con sus marcos múltiples, la profundidad de campo, los travellings laterales que despliega el cineasta demuestran su dominio técnico del oficio. Subyugado por la puesta en escena clásica donde las escaleras y los espejos cobran inusitada relevancia, Drove narra con un gran alarde de formas expresivas que, en la época actual, la del videoclip y la aparatosa modernidad digital, parecen extraídas de un tiempo muy lejano.
El film guarda cierto parecido con el Vertigo de Hitchcock, por el amor obsesivo, el cuadro admirado por María en plano calcado al de Kim Novak, el delirio pasional absoluto como solía hacer Douglas Sirk en sus majestuosos melodramas cromáticos, donde el color adquiría protagonismo narrativo. La película respira aromas necrófilos, aparecen estatuas de cementerios, la fotografía adquiere tonalidades ocres y metálicas como el estudio-apartamento del pintor Castel (un inquietante Peter Weller), sobre todo en el baño. El film atesora un extraño germen surrealista que no termina de emerger, difícil de acomodar a una lectura convencional. María Iribarne (una bellísima Jane Seymour) es el objeto de una pasión arrebatadora, la esposa de un maduro hombre ciego, Allende (un discreto Fernando Rey) que provoca en el pintor unos celos patológicos que abarca desde el amor más puro hasta el odio más desenfrenado, un amor visceral y enfermizo que no caduca porque las pasiones humanas no tienen edad.
En el fondo de esta historia resuena el eco y el lamento musical de un romanticismo desmedido, de un existencialismo en gestación, creando emociones y abriendo interrogantes, nada que ver con el cine trillado y facilón de hoy, pero de visión obligada para los amantes del cine que son capaces de sentarse ante una película con los ojos abiertos y la mente despierta. Una obra personal e intransferible que pasó por los cines sin pena ni gloria, que merece una revisión, por respeto a un cineasta lúcido y apasionado. Recomiendo la versión original hablada en inglés.
Cuando he logrado sortear al Dios Morfeo durante el visionado de esta farragosa película, no he hecho otra cosa que preguntarme: qué vieron los académicos españoles en ella para nominarla a dos apartados tan importantes en la III Edición de los Premios Goya: guión adaptado y película. Sobre todo habiendo películas aquélla temporada mucho más conseguidas que se quedaron fuera de la candidatura a la mejor película ( El aire de un crimen , El Dorado , Jarrapellejos ). Creo que he aguantado hasta el final sólo para quitarme la curiosidad de saber cómo y por qué mataba este hombre a su apasionada amante, algo que no es spoiler porque es lo primero que nos cuenta su voz en off nada más comenzar la película. No hay emoción alguna en las imágenes del otrora interesante Antonio Drove. Sí hay mucho griterío sin sentido porque ambos amantes no dejan de hacerse daño mutuamente a lo largo de una relación realmente intempestuosa y de una película que más que mala es un tormento. Y lo es sobre todo por las ínfulas de grandeza que se respiran en cada plano, como si toda esa trascendencia y seriedad fueran síntoma de BUEN CINE. Pues no. Quizás si los protagonistas no fueran una inexpresiva Jane Seymour y un equivocado y sobreactuado, malísimo actor, Peter Weller, la película levantara el vuelo en alguna ocasión. Tras los créditos sólo me queda envidiar al gran Fernando Rey, al menos hace de ciego y podía ahorrarse presenciar tan vergonzoso espectáculo.
El excelente Drove ( La verdas sobre el caso Savolta ) trasladó a la pantalla la mítica novela de Sábato, y logró una película notable, de evidente altura cinematográfica, que no resulta excelente por el básico error de elección de una pareja protagonista inadecuada e increíblemente mal elegida (no cabe imaginarse, una vez leída la novela, que dos actores americanos sean los dos personajes esenciales).
Drove adapta lo practicamente inadaptable y logra transparentar con suficiencia la relación obsesiva, de amor y odio, el ovillo de pasión, celos y lógico raciocinio trágico del pintor Juan Pablo Castel (spoiler) Muy bueno el guióny el afán de autosuperación del cineasta, dónde el melodrama más personal se solapa al drama intimista y psicológico de un ser misántropo, solitario, desubicado y, por todo ello, tan vil y asesino como el odioso entorno que le rodea. Una película muy poco considerada y muy considerable tales eran las enormes dificultades para su concepción.