El tiempo que queda
Sinopsis de la película
A Romain, un joven fotógrafo de moda, gay, egocéntrico y arrogante, le diagnostican un cáncer. No hay ninguna esperanza de curación. Su primera reacción es descargar su ira sobre sus padres, su hermana y su novio, al que expulsa del piso que comparten. Ninguno de ellos conoce la razón de su conducta…
Detalles de la película
- Titulo Original: Le temps qui reste
- Año: 2005
- Duración: 75
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Opinión de la crítica
Película
6.7
87 valoraciones en total
El tiempo que queda se contempla pausada y silenciosamente. Así como otras producciones son de mucho ruido y pocas nueces, esta es todo lo contrario. Los silencios, la pausas, las miradas, todo está medido y todo sobresale de la pantalla para afectarnos de un modo sigiloso. Drama duro y degarrador que con su profunda ternura nos hace sentir bien, a pesar de…
El actor protagonista hace un papel digno de un César, mientras que Ozon dirige la cámara con maestría. El tiempo que queda para ver la próxima película de este gran director francés se me antoja demasiado.
François Ozon firma por fin la obra adulta y madura que todos esperábamos cerrando una trilogía austera, seca y sobre todo amarga sobre el ser humano del nuevo siglo. Le Temps qui reste consolida la corta pero intensa carrera del realizador francés más personal de los últimos años. Ozon tiene cosas de Godard, de Malle y del Chereau de Son frere y no oculta sus infinitas ansias de llegar a convertirse en un nuevo Michael Haneke francés. Este último firmó hace ya años, la película más sórdida y dura de la filmografía europea reciente, La pianista, y de ella, Le temps… absorbe su atmósfera congelada, su retorcida desidia y su punzante tristeza. Porque la obra de Ozon es triste, dololorosa y sin lugar a concesiones.
Escrita y dirigida por François Ozon ( Cinco veces dos, 2004), se rodó en cinemascope en París, Plenef Val André y Crozon (Francia), con un presupuesto de 5 M euros. Formó parte de la selección oficial de Cannes y en la SEMINCI de Valladolid obtuvo dos Espigas de plata (película y actor). Fueron los productores Olivier Delbosh y Marc Missonnier, se presentó en Cannes el 16-V-2005 y el estreno tuvo lugar el 30-XI-2005 (Francia).
La acción tiene lugar en París y otras localizaciones de Francia, a lo largo de unos pocos meses, en 2004/05. Narra la historia de Romain (Melvil Poupaud), de 31 años, fotógrafo, gay, vitalista, apasionado, impulsivo, egoista, presumido y dotado de un fuerte apetito sexual, al que se diagnostica una enfermedad terminal. Contra el consejo del médico, prescinde de todo tratamiento (quimio y radioterapia) y asume la brevedad del tiempo que le queda. Afectado, silencia su situación y desarrolla un comportamiento irascible que le lleva a aislarse del entorno, viajar y refugiarse en la soledad.
La película focaliza la atención en el drama humano de un joven, profesional de éxito, de situación económica desahogada, que de improviso se ve enfrentado a la fatalidad de una muerte próxima. La obra es el segundo título de una trilogía del autor sobre el tema de la muerte, que se inció con Bajo la arena (2000) y que se ha de cerrar con una obra sobre un niño. El film contiene varias de las constantes de Ozon: desintegración de la familia tradicional, naturaleza efímera del amor, vigencia del amor ocasional (amores de un día), dificultad de comunicación de las personas, temor a la muerte, diversidad natural de las orientaciones sexuales y variedad de formas de la cópula de los amantes. En esta ocasión muestra, con realismo poético, un apareamiento homosexual frontal y el de un trío. La obra se apoya en gran medida en la fuerza de las imágenes, los gestos y la expresión corporal. El ritmo narrativo es pausado, sensual, elegante, poético y sugerente, de acuerdo con el sello estilístico del autor. La tensión dramática se basa en la soledad de Romain, la progresiva pérdida de facultades y la aparición de molestías crecientes. Los instintos de supervivencia se mantienen vivos en su afán de fotografiar todo lo que le interesa, su aceptación de dejar descendencia (sobrevivir a la muerte) y de fundirse con la naturaleza en un acto postrero de fe panteista.
La música incluye composiciones de piano y cuerdas y solos de piano de tres autores: Tenebrae factae sunt (Marc Antoine Charpentier), Sinfonía nº 3 (Arvo Pärt) y Für Alisa (Valentín Silvestrov). La fotografía usa colores predominantemente cálidos, tonos pálidos, luces suaves y contraluces rotundos. El guión explora el mundo interior del protagonista en una situación límite. La interpretación es sobria y correcta. La dirección crea una obra de apariencia sencilla, rica en sugerencias e interrogantes, que mueve a la reflexión.
Ozon trata el tema de la proximidad de la muerte con una sensibilidad enorme. Renuncia desde el principio a convertir a su protagonista en un mártir o un héroe. Romain (un extraordinario Mevil Popaud) de puro humano hay momentos que resulta antipático (por momentos parece una versión nihilista de Kanji Watanabe, el recto funcionario de Vivir de Kurosawa), aunque la evolución del personaje va limando todas estas aristas (sin llegar en ningún momento a convertirlo en un santo) hasta llegar a uno de los finales más elegantes y sensibles (que no sensibleros, Ozon afortunadamente no juega en esa liga) que uno ha visto en mucho tiempo.
La película solo tiene un punto ligeramente flojo, la historia de la camarera, pero Ozon sabe convertir una historia francamente anecdótica (y algo traída por los pelos) en un momento clave en la evolución del personaje y en un pequeño desahogo en medio de una trama tan sobria como contundente.
Parece que los franceses, agotado el filón del adulterio, han inventado un nuevo género cinematográfico: la enfermedad de los chicos monos. El patrón es este: al protagonista (que ha de ser guapo y, a ser posible, gay, valga la redundancia) se le diagnostica una enfermedad incurable e inmediatamente se le agría el carácter y se pasa el resto de la película haciendo putaditas a familiares y amigos, adelgazando y enfeeciendo de forma muy estilosa (es una película francesa, no lo olvidemos).
Más o menos esto es lo que se cuenta en Mi hermano de P. Chereau, Las noches salvajes de Collard y esta de El tiempo que queda de Ozon, pero seguro que hay más.
Tratando un asunto tan conmovedor, hay que ser muy bruto para que te salga una mala película. La de Ozon no lo es. Sobria, contenida, sensible, le sobra alguna recreación infantil (yo creo que Ozon, como el protagonista, odia a los niños: las escenas en las que aparecen suelen ser muy bobaliconas), también sobra -me parece a mí, vaya, que soy el último gusano de la tierra, oh, dioses del cine- el muy chirriante personaje de la abuela, donde una desfigurada Jeanne Moreau nos demuestra que las operaciones de cirugía estética son peores que el cáncer.