El sanatorio de la clepsidra
Sinopsis de la película
Joseph se dirige a visitar a su padre moribundo en un tren donde tanto el paisaje a través de las ventanas como los pasajeros, en aparente trance, y el propio estado del vehículo conforman un escenario que escapa a la razón. Sensación que se mantiene tras la llegada al sanatorio en el que está ingresado su padre, pues la curiosa estructura del edificio unida a su decadencia extrema no se ajusta a las expectativas concebidas sobre instalaciones dedicadas al cuidado de la salud. Tampoco le tranquiliza la conversación con el médico que atiende a su padre. Los métodos que dice emplear se asemejan a las fantasías de un lunático.
Detalles de la película
- Titulo Original: Sanatorium pod klepsydra (The Hour-Glass Sanatorium)
- Año: 1973
- Duración: 124
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Opinión de la crítica
6.8
53 valoraciones en total
De Max Ernst a Hans Richter, de ahí a Cocteau, Franju o Chris Marker. Anticipa a Zulawski, Sokurov, Tarkovsky o Aleksey German. Un film infinito que demuestra que el cine es el mejor arma para navegar a través del tiempo y que el surrealismo acaso sea la mejor opción para tocar el hueso de la siempre objetiva Historia. Imprescindible.
Muy interesante película que manejando una estética bastante original logra intrigar y entretener casi en su totalidad, a pesar de su prácticamente incomprensible guión, cuyo objetivo no es construir una narrativa sino enlazar escenas delirantes en su mayoría lúgubres y con escenarios tétricos, excelentemente montados a través de una historia semejante a Alicia en el país de las Maravillas. La mayor virtud está en mantener cierto dinamismo tanto en diálogos como en planos secuencias, con muy buena continuidad entre las escenas, cada una de las cuales tiene un contexto y una situación particular, pero con argumento casi totalmente inconexo e incoherente con el resto y que tratar de entenderlo es inútil. El final podría haber sido un poco más intenso considerando que la espontaneidad y el concepto bizarro es prácticamente lo que sostiene a la cinta además de que el único elemento más o menos constante en la historia termina concluido de forma vaga y sin contundencia desperdiciando el único momento dramático que podría haber logrado. En general vale la pena sin esperar nada de su trama.
La película constituye una adaptación de varias obras literarias del escritor polaco de origen judío Bruno Schulz. Una de ellas es Sanatorium Under the Sign of the Hourglass.
Todo comienza con Joseph. Éste se encuentra realizando un viaje para visitar a su padre, que se encuentra recluido en un sanatorio.
El tiempo es tratado de forma no lineal, por lo que se produce todo un viaje a la locura… Podría compararse con Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll si necesitáis establecer una relación.
Si decidís verla, prepararos para adentraros en el más puro surrealismo.
El camino se hará su propio camino.
Comienza elocuente, y así seguirá.
No hay entrada fácil o lógica al reino de la clepsidra, y así mejor será.
Entre las paredes del sanatorio caben la infancia, la vejez, la vergüenza o la tristeza, todo a la vez. con recuerdos a medio cocer que quizás nunca sucedieron, o por fin se han sucedido como debieron la primera vez.
Sea como sea, todos hemos querido meternos debajo de la cama, y aparecer en esa jungla primitiva donde ganamos todas las batallas que alguna vez importaron.
El Sanatorio de la Clepsidra es un monumento a lo que Bruno Schulz, autor de los relatos en los que se basa, tuvo a bien llamar el tiempo de segunda mano .
Un derroche de imaginación, un caudal continuo e infinito de escenarios y situaciones que no descansan, no paran ni flaquean, y obedecen a una lógica de sueño tan absurda como entrañable.
Sí, aquí cabe encontrarse con la mujer de tus oscuros deseos en una cama en medio del bosque, huyendo de soldados de juguete, mientras el revisor del tren te pide los billetes y te insta a que te metas debajo de la cama para hablar con tu padre al otro lado de las telarañas.
No puedo, ni quiero, encontrarle sentido.
Un delicioso sentido optimista recorre a su protagonista, Józef, mientras trata de preguntarse y autorresponderse con los fragmentos de su propio pasado, persiguiendo a su padre como elemento constantemente esquivo y siempre activo, nunca mirando al tendido (lo que podría haber sido el mal común del cine pretendidamente artístico).
Él, como nosotros, ha llegado al sanatorio buscando a su padre en tratamiento, y solo se ha encontrado que allí él no ha muerto todavía, y que existe la posibilidad de reencontrarse consigo mismo cuando era un chaval, viviendo a la sombra de una guerra que no había sucedido y eternamente enamorado de la prostituta que le hacía despreciar a sus vecinos judíos.
Sucede así un recorrido alucinado, verborréico, ilógico, por la historia polaca, por el pueblo de Galitzia (uno de esos cenagales de casas apiñadas por los que nunca pasa nada hasta que pasa la guerra) y por el alma de su padre, siempre contradictoria, siempre capital en sus recuerdos.
Realmente, solo hay que relajarse y disfrutar del viaje: múltiples planos secuencia construyen y pueblan el espacio, de manera sosegada pero progresiva, haciéndonos pasar de la tétrica casa-barco donde habitan remanentes automáticos de personajes ficticios que se creyeron importantes (tal cual) al banquete de pueblo en cántico donde los niños judíos siempre esperan un bocado que sus decrépitos mayores han dado antes.
Siempre hay una rendija, un bajo de mesa, un pasadizo a los pies de la cama, un armario destartalado, que permite escapar cuando el tiempo deja de ser prestado y pasa a ser peligroso, cuando se impregna de muerte, decadencia y violencia.
Así se pasa la vida.
Así nos pasamos la vida, en realidad.
Qué pena que nos damos cuenta de su maravilla y absurdo ilimitado cuando el surrealismo de propuestas como esta la pinta mejor de lo que nos había quedado.
En un tren, el protagonista se dirige a donde por medio de una operación logrará inmortalizarse. El tema no es nuevo, y puede recordarse entre tantos otros, el relato literario de la pluma de Nathaniel Hawthorne buscando las Fuentes de Juvencia en que los personajes quieren beber de un líquido que les proveerá de eterna lozanía. Con una atmósfera surrealista, de un aire onírico exuberante, con un barroquismo visual desbordado tanto en los atuendos como en la curiosa escenografía, con un contexto bíblico que aparece en los labios y probablemente algo de judería, se sucede un itinerario donde se exhiben distintos personajes históricos convertidos en estatuas -lo que remite al Marienbad de Resnais- cuyo destino se recrea dialógicamente, algunos son personas disfrazadas, otros presumiblemente son autómatas ya que sus ojos con resortes se despiden de las órbitas. Se ven desfiles de soldados de diferentes épocas, algo harapientos y con polvo sobre sus hombros y el protagonista asiste a esta peregrinación donde oye recetas para el anhelado objetivo, por ejemplo con pájaros, sí, así como suena. Mezcla de surrealismo y expresionismo, diría yo, en una curiosa amalgama -como la que busca la perpetuación vital- y uno no puede menos de evocar aquel conato de Baruch de Spinoza según el cual los entes buscan preservarse en su propio estado. Más de 7.