El rey Arturo
Sinopsis de la película
Arturo (Clive Owen) está deseando abandonar Bretaña para regresar a la paz y estabilidad de Roma. Pero antes, una última misión le hace comprender tanto a él como a los caballeros de la Mesa Redonda (Lancelot, Galahad, Bors,Tristán y Gawain) que, tras la caída de Roma (476 d.C.), lo que Bretaña necesita es un rey que la defienda de la amenaza de la invasión sajona y los guíe hacia un tiempo nuevo. Guiado por Merlín y por la valiente y hermosa Ginebra (Keira Knightley), Arturo tendrá que encontrar en sí mismo la fuerza necesaria para cambiar el curso de la historia.
Detalles de la película
- Titulo Original: King Arthur
- Año: 2004
- Duración: 140
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Opinión de la crítica
5.6
83 valoraciones en total
Horrenda peli, no hay por dónde cogerla. Ya parte con un error de bulto: arrebatarle al ciclo artúrico todo lo que lo convertía en fascinante y hermoso, es decir, la leyenda, y reinventar su parte histórica. Como en esta vida nos sobra Historia y nos hace falta mucha más leyenda, para ser un poco menos listillos y un poco más sabios, el resultado es desolador: como si la sirenita se convirtiese, de golpe y porrazo, en una aburrida nadadora burguesa, o Sauron en el director de un emporio de alta joyería. La cosa no funciona así.
Pero la peli, incluso aunque no fuera de eso y el rey Arturo fuese en realidad el rey Paco, sigue siendo nefasta. Para empezar, su supuesta batalla molona parece un enfrentamiento de bandas de The Warriors. No puede tener una planificación más estúpida y más enfocada a empalmar a los niñatos. Por otro lado, comparado con el desarrollo de la trama, el Baldurs Gate parece la Ilíada. Y no hablo de los estúpidos personajes, los familiares de Leatherface son profesores de Oxford al lado de esta colección de tontos del nabo. Para tontos del nabo los encargados de vestuario y maquillaje, que siendo esta una película pretendidamente histórica, no sacan ni un personaje que no porte unas cegadoras fundas dentales, un corte de pelo al nivel Llongueras y un nivel de aseo personal que en aquellas épocas hubiese sido contemplado con franca desconfianza. Cuidadísimo todo, vaya.
Sin embargo, como estudio tiene un punto interesante: el empeño del cine americano de destrozar sagas europeas ¿responde a un indisimulado complejo de inferioridad por no tener un brumoso y legendario pasado propio? ¿es una forma de revancha convertir nuestras leyendas en carne de videojuego cinematográfico? Y lo más inquietante de todo: después de ver ondear la bandera americana en lo más alto de Camelot ¿qué será del Cid, de los Nibelungos y de la Canción de Roldan? ¿Estarán a salvo?
Pensad en las posibilidades…y temblad.
Por enésima vez, observo que muchos no consienten que se revisite un mito y puntúan una película habiendo visto sólo el primer cuarto de hora. ¿A qué viene la comparación con la maravillosa Excalibur de Boorman? Estamos hablando de dos películas completamente diferentes, que prácticamente no tienen nada en común. Es una tontería el mero hecho de intentar compararlas si no es cinematográficamente, si sólo se acepta la versión mitológica.
Investigaciones recientes, muchísimo más fiables que la leyenda, aunque no definitivas, creen haber identificado el origen del mítico rey Arturo en la historia de un general britanorromano llamado Lucio Artorio Casto. Las coincidencias entre su entorno y el del mito son muy significativas (el artículo de Wikipedia seguro que despierta tu interés).
Partiendo de esta idea, se escribió este guión, que para nada renuncia a la épica –claro, si te vas tras los primeros minutos, no verás las heroicas batallas de la segunda parte–, sino que, más bien, abusa de ella.
Que nadie se lleve a engaño: prefiero infinitamente Excalibur . Aquí lo que se salva es un portentoso Clive Owen, que se lo merienda todo él solito, y también es decente la minibatalla en el hielo. Por el contrario, me molestó el personaje de Knightley, que más parece una elfa tolkieniana –¿una tirillas como ella matando alemanes gigantes, disparando flechas más allá de los dos kilómetros de distancia y acertando en el entrecejo de un pringaíllo que estaba escondido en la frondosa copa de un árbol…? ¡Por favor!–, y también está requetevisto lo del inverosímil enfrentamiento final en pleno barullo entre el jefe de los buenos y el jefe de los malos –para mi gusto, éste último es el más molesto de los tópicos del cine épico actual–.
La ambivalencia del trago que entra duro en la garganta pero reconforta tu espíritu. La contradicción del festín para celebrar una muerte. La paradoja del conejo que es mortal pero no es un hombre.
Película de sensaciones extremas, El Rey Arturo es una épica aventura con coartada histórica. Cautiva con la extrañeza de ver a romanos en la nieve. Asombra con el malo, líder de los sajones, plagado de matices extraños de brutalidad e indiferencia. Convence en el intento de contarnos una versión más cercana al origen de la saga de leyendas artúricas que a éstas en sí mismas.
Pero no deja de caer con estrépito con una banda sonora que suena a Hans Zimmer haciendo lo de siempre para pasar por caja y que puntualiza hasta el empalago la gran mayoría de escenas. La realización, también peca de un cierto empaque de grúas y planos digitales en busca de la espectacularidad. Un pelín más de contención le hubiese sentado como unas ostras en la mañana de año nuevo.
En cuanto a su mensaje, chapeau por la exhaltación de la lealtad hasta el final (aunque claro, no es Grupo Salvaje). Pelín maloliente y rancia, por ser un tema manido en las aventuras de Hollywood, en cuanto a la proclamación de la libertad como ideal (hombre, al menos no es Independence Day). Y arriesgada en muchos de sus propuestas, como la vuelta de tuerca a lo que todos entendemos como Arturo y sus caballeros, o la importancia de la naturaleza (bosques impenetrables excelentemente fotografiados, valles helados, acantilados furiosos).
Es un más que aceptable entretenimiento, con detalles de humor que me hicieron mucha gracia (como el caballero cuyos hijos bastardos no tienen nombre, sino número, o que en plena batalla, el malo malísimo se ponga a comer pan y le ofrezca un trozo a su hijo). Pero en el campo de la aventura más contemporánea le falta la clase de Master and Commander.
Sin ningún tipo de escrúpulo ni verguenza, se nos muestran anacronismos como las armas y armaduras utilizadas, gentes que han hecho un supuesto largo camino con las ropas inmaculadas y la cara recién lavada, decorados de puro cartón piedra, y cambios de posición del sol (hasta cuatro en la batalla final) que denotan un pasotismo en la dirección, un indudable desprecio por los espectadores que han de sufrir semejante esperpento, que uno no puede más que acordarse de la familia de todo el elenco, del equipo técnico, y de la madre que los parió. Actuaciones infames, comenzando por la Knightley y su eterno mohín de aqui huele a pedo (¿a santo de qué viene una guerrera en aquellos tiempos?), y acabando por el prota que sufre de parálisis facial crónica, y encima le gusta. Parece mentira que, con el dineral que se han dejado, sólo hayan conseguido un truño como mi puño. Esa música rimbombante, esas ambientaciones de teatrillo de pueblo, esa fotografía de anuncio de compresas… ese todo tan repulsivo que ofende a las retinas.
Hacía años que una peli no me indignaba tanto como ésta. Mañana se va a enterar el del videoclub.
Tan recomendable como hacer gárgaras con salfumán, o como prueba de iniciación para alguna logia del más recalcitrante sadomasoquismo.
Exótica variante del mito artúrico que parte de la premisa, respaldada por muchos historiadores, de que las leyendas del Rey Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda, son una deformación medieval de un mito original, que relata la resistencia de un caudillo romano o britano, ante la invasión de Britania por parte de las hordas de Anglos, Sajones y Jutos en siglo V d.C.
Esto supone que la ambientación ya no transcurre en el medioevo legendario de la mítica Camelot, sino en la Britania romana, lo que convierte a King Arthur en un peplum de inspiración clásica, que lo entronca con las recientes Gladiator de Scott (2000), Troya de Petersen (2004) o Alexander de Stone (2004), a pesar de que el film verse sobre los mismos personajes de la excepcional Excalibur de Boorman (1981), la agradable Los Caballeros del Rey Arturo de Richard Thorpe (1953), la execrable El Primer Caballero de Jerry Zucker (1995), o incluso, el delicioso musical Camelot de Joshua Logan (1967).
El film se destaca por un guión bien construido, obra de David Franzoni, que ya guionizara Gladiator , otorgando al relato un tono realista que no renuncia a los aspectos épicos, incluso mitológicos.
Un excelente trabajo actoral, donde solo desentona la hermosa gracilidad de Keira Knightley, en el papel de Guinevere, en esta versión, una improbable princesa picta, a pesar de los esfuerzos de la actriz por resultar verosímil.
Y la sólida dirección de Antoine Fuqua, que hace evolucionar el film como un relato de aventura épica con notable solidez, desde la convincente presentación de los conocidísimos personajes principales, Arturo, Guinevere, Lancelot, Merlin o Gawain, en sus nuevas encarnaduras romanas o pictas, hasta la épica batalla final ante la muralla de Adriano, donde asistimos al nacimiento de la leyenda del Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda.