El puente de los espías
Sinopsis de la película
James Donovan (Tom Hanks), un abogado de Brooklyn (Nueva York) se ve inesperadamente involucrado en la Guerra Fría entre su país y la URSS cuando se encarga de defender a Rudolf Abel, detenido en los Estados Unidos y acusado de espiar para los rusos. Convencido de que Abel debe tener la mejor defensa posible, Donovan incluso rechazará cooperar con la CIA cuando la Agencia intenta que viole la confidencialidad de comunicaciones entre abogado y su cliente.
Detalles de la película
- Titulo Original: Bridge of Spies
- Año: 2015
- Duración: 135
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Opinión de la crítica
Película
6.8
22 valoraciones en total
Que Spielberg ha escrito buena parte de la historia del cine es algo que no hay que discutir. Pero no es menos cierto que en su filmografía hay obras magnas, dignas de figurar en el Olimpo del Celuloide -como Tiburón , como E.T. , como La Lista de Schindler o como En Busca del Arca Perdida …- y otras que son bastante mediocres, incluso me atrevería a calificarlas como impropias de alguien como él -como Amistad , 1942 , Always , La Terminal -curiosamente, ésta con Tom Hanks…-, El Color Púrpura , Caballo de Batalla , o como Lincoln -. Estos títulos, están desprovistos de la grandeza habitual del realizador, hasta llegar a la categoría de andar por casa : son como telefilmes más o menos premium -sobre todo por los excelentes equipos técnicos de los que se rodea Spielberg- pero de muy limitado calado, escaso interés general, y casi nula repercusión más allá de la propia proyección de la sala. Vamos, que cuando sales del cine prácticamente lo has olvidado.
Quizás la clave de esta paradoja es la falta de universalidad que está presente en las películas grandes de Spielberg. Del genio Spielberg, por qué no decirlo. Porque aunque falle, incluso en sus peores películas hay deslumbrantes destellos de genio que te dejan con la boca abierta. E incluso en El Puente de los Espías los hay… pero desgraciadamente hay que enmarcar ésta película en la segunda categoría. Es un Spielberg de segunda división, en una historia muy previsible, lenta en su desarrollo y, como todas las películas de espías donde no hay acción al estilo James Bond o Jason Bourne, muuuy aburrida: todos sabemos lo que está pasando, lo que ha pasado y lo que va a pasar. Y a mí personalmente me desespera que con esa información todo se desarrolle con la lentitud con que se derrite un cubito de hielo. Y con el mismo suspense. O sea, que me entran ganas de meterle un mechero al cubito, que se derrita y que acabe ya la película.
Si Spielberg se hubiera centrado absolutamente en la vida de Jim Donovan, un abogado especializado en seguros que es requerido por la CIA para el canje de un espía soviético por un piloto norteamericano caído en las líneas rusas mientras fotografiaba terreno secreto, la película habría tenido más interés. Pero al girar en torno al canje de prisioneros, de la capciosas y maniqueas descripciones de la vida en el bloque norteamericano y el bloque soviético del mundo en los años 50 -o sea, según la película en el paraíso y el infierno, respectivamente…- todo se desvirtúa bastante, cayendo en el completo tedio a los pocos minutos del poderoso arranque.
Porque el planteamiento de la historia, la presentación de personajes y los momentos de máxima tensión (esa secuencia en la que esperan la llamada telefónica para confirmar el canje de prisioneros…) son realmente magistrales. Pero más allá, todo está demasiado manido, demasiado visto, demasiado poco original. Quizás a un director insulso, de esos artesanos opacos a los que nadie conoce… se le podría perdonar. Pero a Spielberg, a Steven Spielberg, no. A él, que maneja como nadie el cine-entretenimiento, el cine-espectáculo, no se le puede perdonar el pecado de aburrir al espectador. Y ésta película es igual de aburrida que un acuario de mejillones.
Vale, Tom Hanks está genial -el binomio con Spielberg ya está de sobra consolidado, recordemos el registro en Salvar al Soldado Ryan …- la fotografía de Kaminski es impresionante, la banda sonora -aunque algo ridícula en algunos momentos- tiene notas de gran belleza. Pero la película resulta innecesariamente larga, y demasiado posicionada ideológicamente. Incluso podríamos calificarla de aleccionadora, de adoctrinar sobre cómo debe ser el mundo libre y cómo son las dictaduras. De cómo son los hombres libres y cómo son los dictadores. Y a estas alturas, que precisamente Spielberg haga esto no es de recibo. Ni de lejos.
Realmente me llevé una gran decepción, porque además el guión está firmado por los hermanos Joel y Ethan Coen. Pero tras verla, confirmo lo que siempre he sospechado de estos dos cineastas: que nunca deben de salirse de su particular y desquiciado universo -que hemos visto en genialidades como El Gran Lebowski , El Gran Salto , Fargo o El Hombre que nunca estuvo allí – porque si lo hacen, su talento se convierte en mediocridad, en tedio, aquí lo han hecho, intentando articular una historia seria, una historia profunda, adaptada de un caso real. Y no han acertado para nada.
Tan lejano y, sin embargo, tan cercano. Cuando el mundo se dividía como un tablero de ajedrez, bastaban dos colores para poder prever cada movimiento o para poder defenderse de los ataques de los enemigos. Todo se reducía a piezas intercambiables, estrategias disparatadas, faroles atroces y añagazas de cara a la galería. Turbiedad diáfana, todo embarrullado pero previsible, todo sangrante pero acotado. Hemos perdido quizás la noción de lo feroz y despiadada que fue la Guerra Fría, pero podría hasta parecer que la añoramos en este mundo actual que habitamos, donde los peligros acechan inmisericordes a la vuelta de la esquina, con rostros que se pierden entre la muchedumbre.
Volver atrás es encontrar un caos ordenado, un patrón tras la vorágine, un esquema invisible que lo controlaba y estructuraba todo. Y aquí es donde echa fructíferas raíces esta última obra de Spielberg, posiblemente un homenaje involuntario a un tiempo pasado que no fue tal vez mejor, pero fue a buen seguro más diáfano, más predecible, más llevadero dentro de su terca e inhumana gravedad. La ideología puede ser una excusa ponzoñosa, una argucia nociva, una careta circunstancial y permutable, pero si se pierden de vista los valores y motivaciones que subyacen, se puede caer en el juego desalmado de estratagemas donde las personas carecen de valor y son meras marionetas al albur de las potencias.
Aquí estamos ante una apasionante película clásica tanto en su fondo como en su forma. Pocas veces Spielberg ha alcanzado una perfección estilística tan encomiable como en este caso: solidez narrativa, ausencia de trucos malabares, carencia de efectismos visuales avasalladores, todo discurre con un tempo parsimonioso, medido, firme, inapelable, como el destino mismo, sin alarde de efectos especiales ni cortinas de humo con las que tener que maquillar carencias o incongruencias del guión… Su clima, su tono, su aroma, su textura, todo remite al cine clásico e ilumina y da frondosidad al retrato de los personajes que presenta en una trama de espionaje a la antigua usanza. Hay buenos y malos y las fronteras son reconocibles y tajantes. El que esté inspirada en hechos reales es lo de menos: su logro real es alcanzar la perfección en el mundo que presenta y recrea.
Posiblemente estemos ante una de las mejores cintas de Spielberg, a la altura de lo mejor de su tan admirado David Lean. Brillante y contenida, cálida y envolvente, llenando de esplendor una época estancada en el fango y la indignidad. Una delicia.
Desde hace ya varias décadas, qué duda cabe, Steven Spielberg ocupa un lugar destacado en el Olimpo de los grandes de la Historia del Cine. Lo ocupa no solo por sus grandes películas y sus obras maestras, sino también por el papel que viene desempeñando en la industria desde casi los comienzos de su carrera, y la repercusión de la marca Spielberg a nivel popular. Asociado ya para los restos al epíteto de Rey Midas de Hollywood, un título del que habrá que ir pensando en destituirle un día de estos (desde hace cuánto hace que no tiene un pelotazo en la taquilla, ni siquiera Tintín lo fue), Spielberg es un cineasta a redescubrir a partir de sus títulos más olvidados o menos reconocidos. Y sospecho que El puente de los espías lleva camino de convertirse en uno de ellos de aquí a nada.
Y es que una cosa hay que dejar clara: nadie rueda en el cine actual con la elegancia y la sobriedad con la que rueda Steven Spielberg sus películas. Luego ya podemos hablar de si son películas mejores o peores, podemos entrar a debatir sobre si es un tipo convencional, ñoño, patriotero o manipulador. Son pequeños matices que se quedan en nada cuando vemos esa elegancia y esa sobriedad con la que están enfocadas la práctica totalidad de sus trabajos. Eso que en parte le convierte en un director transgresor que, frente a muchos gurús del cine moderno, antepone la narración al artificio, la elegancia y sobriedad en unos tiempos en los que la elegancia y sobriedad son valores que cotizan claramente a la baja. El puente de los espías es una película sobre los años cincuenta que parece haber sido rodada en los años cincuenta, no hay más que ver la película para comprobar que lo que acabo de decir no tiene un pelo de peyorativo.
Spielberg nos coloca aquí ante la historia de un hombre normal – y quién mejor que Tom Hanks para encarnarlo- en medio de un conflicto que le supera y del que sólo quiere desembarazarse cuanto antes. Coger su abrigo y tomar la puerta porque echa de menos su hogar y su cama. No le quedará otra que apelar a sus propios principios e ideales, a su sentido individual de la justicia. Sus valores, los de la sociedad americana de la época que en este caso no podía hacer como los Marx que si no le gustaban tenían otros.El nuevo trabajo de Spielberg entronca muy bien con el anterior, Lincoln, en el que también se recalcaba esta idea. La historia frente a la Historia, el hombre frente a la Humanidad. No hay buenos ni malos en un mundo en el que somos simples peones en el gran tablero universal. En el fondo, importa poco sacrificar un peón por un alfil, valen casi lo mismo. Es lo que hay, ante esto no cabe manipulación alguna – en este sentido, el guión viene avalado por unos tipos tan poco sospechosos de manipuladores como los Coen-, a Spielberg sólo le interesa lo que tiene en la cabeza el personaje de Hanks, y con él toda una sociedad dominada por la histeria colectiva, lo que podamos interpretar nosotros a posteriori cincuenta años después se la trae al fresco.
Se ha dicho también que El puente de los espías es una película desapasionada, pero francamente, no concibo que se hable de desapasionamiento cuando Spielberg dibuja a sus personajes con tanto cariño. Rodeado de la mayoría de sus habituales y con la acertada incorporación de Thomas Newman sustituyendo al eterno John Williams al frente de la banda sonora,, Spielberg vuelve, digan lo que digan, a dar muestras de su clase, se reafirma como el gran clásico de nuestro tiempo, y nos regala un trabajo incontestable. Otro más.
Más allá de los aspectos técnicos de la película, fotografía, guión, trama, de los cuales no tengo casi nada de conocimiento (pero que a simple vista parecen estar bien), nos encontramos con un rancio recordatorio de que EE.UU es el mejor país del mundo . Cine norteamericano para norteamericanos tontos, y cualquier otro incauto que no tenga acceso a internet y tres dedos de frente para analizar lo que intentan vendernos.
Siento ser tan crudo, pero esa es la realidad: el nuevo milenio ha sido un revulsivo a rémora para el otrora Rey Midas del cine. Películas como Minority Report , War Horse , La guerra de los mundos o el tostón plomizo de Lincoln , vienen a refrendar esa falta de ideas y frescura en su cine.
Porque no nos engañemos, Speilberg siempre ha sido un director blockbusteriano, de calidad, pero comercial. Lo cual en si no es malo, pues en música por ejemplo, U2 también fueron comerciales pero brindaban calidad a raudales, pero ahora mismo son una sombra de lo que una vez fueron: son profesionales, saben de qué va el business y cumplen con la parte del contrato: entregar un producto kish, redondo, aséptico y for the mass . Pero sin alma y frescura alguna.
Y ésta peli cumple punto por punto los grandes errores antes mencionados: alargar un historia simplona cargándose el suspense y haciendo un alegato simplón del American Way Of Life cual señor de mediana edad, de clase alta que intenta dar lecciones sobre un periodo histórico con pinturas y argumentos de parvulario.
Es una película aburrida, sin suspense y con esa resabiada condescendencia/equidistancia tan naive, que resulta molesta.