El príncipe de la ciudad
Sinopsis de la película
Daniel Ciello, un policía neoyorquino de origen italiano, a fin de librarse de ciertas implicaciones en prácticas heterodoxas, acepta colaborar con asuntos internos para sacar a la luz diversos casos de corrupción, pero lo hace con una condición: no delatar a sus compañeros. Sin embargo, las cosas no van a ser tan fáciles.
Detalles de la película
- Titulo Original: Prince of the City
- Año: 1981
- Duración: 167
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Opinión de la crítica
Película
7.2
51 valoraciones en total
De las siete mejores películas sobre corrupción policial de la historia del cine, y sin embargo poco vista, poco exhibida en los cines y poco conocida por la generalidad de los amantes del arte cinematográfico.
Magnífico Treat Williams, hace un papel perfecto de policía corrupto que se arrepiente de su degeneración profesional y colabora de lleno (en término vulgares: un chivato) en el desenmascaramiento de sus compañeros primero no conocidos y luego su círculo más cercano y amigos íntimos. Insuperable el actor Treat Williams e inexplícable cómo un hombre que hace un papelazo de protagonista principal tan magistral e irrepetible como él realiza en este filme, no fue recuperado para hacer filmes de igual o más calidad despúes de este. Toda una incognita, dado que a continuación de alcanzar su fama y enormidad en esta película sólo ha logrado hacer otras casi siempre del montón e irrelevantes.
Tremenda película, tan realista y de una calidad tan convincente que en las academias de policía de EE.UU. la usan los mandos para enseñar a los futuros especialistas investigadores de la policía.
¿Qué le movió a este policía que vivía como un príncipe aprovechándose de todo tipo de corrupciones, drogas, prostitutas, etc., en beneficio propio, pasar de la noche a la mañana a reconvertirse en un luchador (y traidor a sus ex compañeros de trapicherías) contra la citada e inmensa corrupción del cuerpo del policía de narcóticos? Entre otras cosas, enterarse que el Gobierno estaba tras él y sus camaradas de vida ilegal y delictiva, intuyendo que antes o despúes acabaría con sus prebendas delictivas. Fue un listo-traidor que quiso salvaguardar su cuello y el bienestar de su familia a costa incluso del cuello y el bienestar de las familias de su amigos de corrupción. No obstante tuvo que pagar por ello un alto precio de sinsabores, depresión y segregación para el resto de su vida.
En cierto modo el protagonista de esta peli, que hará de su vida un calvario desde el momento que denuncia la corrupción policial, es muy parecida a la vida que actualmente lleva el escritor italiano Roberto Saviano autor de la novela que dio lugar al filme ( Gomorra , de Matteo Garrone, It. 2008) de reciente éxito, porque ha de vivir en permanente zozobra a ser asesinado y por lo mismo preso entre varios guardaespaldas policiales que le protegen y lo rodean las veinticuatro horas del día. ¿Merece la pena convertirse en un chivato o denunciador para acabar perdiendo la libertad y las ganas de vivir? Según Roberto Saviano, al que escuché el otro día en una entrevista radiofónica en Barcelona: NO.
El príncipe de la ciudad es un vigoroso relato policial, basado en un libro de Robert Daley, que a su vez esta basado en hechos reales sobre un detective de policía de Nueva York, cuyo testimonio y grabaciones secretas ayudaron a procesar a 52 miembros de la Unidad Especial de Investigación.
En un principio, el film iba a ser dirigido por Brian De Palma y protagonizado por Robert De Niro, pero De Palma se desentendió del proyecto, cayendo en manos de Lumet, quien puso como condición para llevarlo a cabo, el que no hubiese grandes nombres en su reparto.
Sidney Lumet, firmante de esa obra maestra que es Doce hombres sin piedad, realiza uno de los más interesantes retratos sobre la corrupción policial que ha dado el cine, y posiblemente sea uno de sus mejores trabajos, a la altura de películas como Network o Tarde de perros. Lumet firma una película seca, contundente, y realista, como es habitual en él.
Lumet vuelve a tratar el tema de la corrupción policial, tema recurrente en su filmografía, como en la estupenda Sérpico , con esa espectacular interpretación de Al Pacino, o las muy interesantes Distrito 34: corrupción total y La noche cae sobre Manhattan , pero es aquí donde desarrolla muchísimo más este tema, con una mayor precisión y veracidad.
La corrupción policial, y el complejo entramado de complicidades y fidelidades que ello conlleva esta perfectamente retratado en la película, y es la base de un guión lleno de tensión, firmado por Jay Presson Allen y el propio Lumet.
El peso de la película cae en el personaje de Daniel Ciello (Treat Williams), un policía corrupto del Departamento de Narcóticos de Nueva York que para salvar la piel por su implicación en algunas prácticas poco heterodoxas, se presta a colaborar con el Comité Anticorrupción para sacar a la luz pública temas que implican a sus propios compañeros. Después de proporcionar datos relevantes para la investigación, se acoge a un programa de protección para preservar su vida y la de su familia, seriamente amenazados por la mafia neoyorquina y por algunos de sus ex compañeros.
Treat Williams, actor con amplia experiencia teatral y en el musical (lo que le dio la oportunidad de protagonizar la película Hair de Milos Forman) esta inmenso, probablemente en el mejor papel de su carrera, junto al del sindicalista de la excelente Erase una vez en América de Leone. Es una lástima que después no haya tenido mayor éxito en sus papeles en lo que al cine se refiere, aunque no ha dejado de intervenir en películas como la muy recomendable Cosas que hacer en Denver cuando estas muerto , si ha tenido mas suerte como actor teatral.
También destaca Jerry Orbach, actor de carrera irregular, que da vida al compañero de Daniel, y como anécdota, nos encontramos a un jovencísimo Bruce Willis, antes de darse a conocer en la serie Luz de luna y convertirse en una estrella del celuloide.
Un film totalmente a reivindicar, una lastima que sea tan difícil de encontrar…
Ocurre con frecuencia que cuando los aficionados al Cine revisamos una película apreciada encontramos defectos o debilidades antes inadvertidos, al punto de que algunas veces (pocas) uno llega a preguntarse por qué demonios le gustó la película, y en otras ocasiones (más habituales) uno llega a admitir que el filme, sencillamente, no daba para tanto. Afortunadamente las cosas no siempre suceden así, y puede ocurrir que en un segundo visionado una película crezca e incluso se agigante, al punto de que algunas veces (pocas) uno llega a preguntarse por qué demonios despreció el filme, y en otras ocasiones (más habituales) uno llega a admitir que su criterio, sencillamente, no daba para tanto. A mí siempre me gustó El príncipe de la ciudad, pero en esta casual revisión me ha fascinado, y esto es maravilloso, porque a una satisfacción corregida y aumentada se le añade la constatación de que el Cine siempre puede sorprenderte nuevamente.
Creo que esta renovada fascinación se debe a que en esta ocasión he apreciado –en grado mucho mayor al del primer visionado- la perfecta imbricación entre el argumento y la realización (o entre el fondo y la forma, si se prefiere) que alcanza Lumet en esta película, si acerca del primero se suelen señalar la corrupción o la delación como temas principales –y en efecto, son muy importantes- el mencionado realizador aseguraba (en su magnífico libro Así se hacen las películas) que el asunto central del filme era que en un mundo de secretos, nada es lo que parece, y de ahí que la historia se mueva siempre en el terreno de la ambigüedad, de la hipocresía y del autoengaño. En efecto, los personajes, empezando por el principal, Daniel Ciello, nunca se nos presentan de una pieza, nunca sabemos a ciencia cierta quiénes son los héroes y quiénes los villanos, y es frecuente advertir más lealtad y franqueza en corruptos y criminales que en algunos fiscales. Precisamente estos últimos, y por extensión el mundo de la justicia y la política son retratados –con escasas excepciones- bajo el signo de la hipocresía, pues exigen de la policía lo que no se exigen a ellos mismos, en un elevado ejercicio de cinismo. Y también hay mucho de autoengaño en el protagonista, que cree poder controlar la situación cuando inicia sus delaciones, pero que poco a poco va cerciorándose, conforme transcurren los acontecimientos, que la situación le supera completamente, conduciéndole hacia la autodestrucción y la de aquellos a quienes aprecia.
¿Y cómo traslada Lumet esos temas a las imágenes? ¿Cómo logra plasmar formalmente ese nada es lo que parece que él identifica como tema de la película? Lo consigue brillantemente por medio de una aparente paradoja, y es que a pesar de ser una historia basada en hechos reales, el filme, en sus aspectos formales, huye del realismo de corte documental, jugando muy intencionadamente con la luz, los decorados y la puesta en escena, construyendo así, en conjunción con el espléndido guión, el fondo trágico que anida en el argumento. La fotografía, magníficamente tratada, nos guía a lo largo de la película desde el contexto y el entorno hasta los personajes, dando primacía lumínica a unos y a otros según interese a la historia (si al principio los fondos, lo que está en segundo plano, se ve perfectamente, mientras que los rostros y personajes en primer plano se oscurecen, esto se invierte completamente al final del filme). Consecuentemente, los decorados, que al principio gozan de mayor importancia dramática, van poco a poco desnudándose hasta ser completamente anodinos, cediendo todo el protagonismo a los personajes. La puesta en escena es muy reveladora en lo concerniente a la evolución del protagonista, que al principio aparece siempre rodeado de los suyos y frecuentemente en exteriores, pero que conforme avanza la película experimenta un progresivo enclaustramiento y aislamiento que simbolizan eficazmente la soledad del delator.
Añadamos a todo esto las excelentes interpretaciones, tanto de Treat Williams como de todos los secundarios (a destacar la de Orbach como Gus Levy) y actores de reparto (muchos no profesionales), el estupendo guión adaptado (con diálogos fantásticos y emocionantes) y una música que también enfatiza dramáticamente la soledad del protagonista, y nos encontraremos, simple y llanamente, ante una de las mejores películas de Sidney Lumet.
Una última recomendación, si usted no ha visto nunca esta película, anímese, creo sinceramente que merece mucho la pena, y que no se la valora en lo que merece. Si por el contrario usted ya la ha visto pero no le pareció para tanto –como a mí me sucedía hasta ahora- dele y dese una nueva oportunidad, porque ya sabe, en ocasiones, nada es lo que parece.
Sidney Lumet realizó este filme casi una década después de habernos entregado otro buen policial con el mismo leit motiv : la corrupción de los hombres de azul. En Serpico (1973) Lumet realiza un irregular filme de denuncia que si bien tiene puntos altos (especialmente por la gran actuación de Al Pacino), apela a muchos lugares comunes y termina como cualquier film convencional. No obstante, con El Príncipe de la Ciudad Lumet se redime y perfecciona su denuncia con una película casi redonda. Su retrato de los policias corruptos de Nueva York, verdaderos intocables pues estan amparados por su placa, es demoledora y cautivante. La violencia, falta de escrúpulos y crueldad de la unidad antinarcóticos de la ciudad que supera a sus peores enemigos es retratada de tal modo que en su época el filme recibió el calificativo de R , reservado a las películas porno y de ultraviolencia. Alucinen. Un notable Treat Williams compone un personaje de la vida real, primero cautivado por su poder y el de su unidad para luego enfrentarse a su propia conciencia y tomar partido. Pese al tiempo transcurrido desde su aparición, creo que el tema de El Príncipe de la Ciudad sigue vigente y su capacidad de sacudir nuestras conciencias no ha perdido un ápice de su potencia. Es junto a El Año del Dragón de los mejores policiales de los ochentas y una película absolutamente imperdible.
Ayer revisé esta pequeña joya que, la verdad, se me vino un pelín abajo respecto al primer visionado. De todos modos me parece una maravilla, e imprescindible para percibir de donde ha surgido una de las mejores series de todos los tiempos, The Wire. Incluso la costumbre de encabezar cada capítulo con una línea de diálogo viene de aquí. La dureza, el rigor y la manera de destripar el putrefacto entramado político y policial que tiene esta película es memorable, aunque en ocasiones se pierda un poco y se guste demasiado. Seguramente le sobre alguna que otra secuencia y un poco de metraje, pero Lumet puntúa aquí todas las íes que garabateó en Sérpico, película que siempre me ha parecido irregular y deslavazada. Claro que Treat Williams no es Pacino, pero el tipo lo da todo y siempre me ha caído en gracia. Este fue sin duda su mayor momento de gloria.
Por lo demás, puro Lumet, crudo, áspero e incisivo.