El pan nuestro de cada día
Sinopsis de la película
Primer film sonoro de Murnau (y último de ficción). Durante su producción y rodaje (en tierras americanas, donde había realizado ya la obra maestra Sunrise ), surgieron importantes divergencias del director alemán con el dueño de la Fox, William Fox. La más importante fue la imposición de ser un film hablado (Murnau comenzó la película siendo muda), dado el fulgurante éxito del cine sonoro, así como la incapacidad del estudio por conseguir a la estrella Janet Gaynor (protagonista de Amanecer ). Murnau, desencantado, decidió una vez acabada la película asociarse con el documentalista Robert J. Flaherty, para rodar Tabu sin ningún tipo de imposición de los estudios. El pan nuestro de cada día está basada en la obra The Mad Turtle , de Elliott Lester, y narra la historia de un joven campesino de Minnesota que va a Chicago y se enamora de una camarera con la que se casa y se lleva a la granja.
Detalles de la película
- Titulo Original: City Girl
- Año: 1930
- Duración: 117
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Opinión de la crítica
7.4
81 valoraciones en total
Excelente película de Murnau, en la que se aleja definitivamente del expresionismo que lo hizo famoso con películas como Nosferatu, y aún presente en Amanecer, y se acerca a la historia desde un realismo desprovisto de artificios. Los movimientos de cámaras ahora casi sólo se realizan si están justificados como planos de seguimiento, y ya no encontramos sobreimpresiones que traten de introducirse en el pensamiento de los personajes, ni arquitecturas oníricas o perspectivas distorsionadas. En esta película Murnau se adapta a la narrativa convencional, pero eso no merma su increíble habilidad para narrar la historia, para dirigir actores y guiarnos con maestría hacia donde quiere.
A mí me ha parecido estupenda y con unos perfiles psicológicos muy bien definidos y modernos! Quiero decir que las reacciones de los personajes se comprenden hoy en día, apenas sin esforzarnos y esto, primero se agradece y luego nos demuestra que los sentimientos no caducan, sean de 1900 o del 2000, sobre todo si se explican con sensibilidad y talento. Muy gozosa la entrada en la granja de la joven pareja, atravesando los campos sembrados con la ilusión del momento, para aterrizar de golpe en la dureza de ese hogar con un patriarca amargado al que habrá que plantar cara. Y me ha encantado el modo de refugiarse de ella (Mary Duncan) ocultando la cabeza en el pecho de él -por cierto, qué apolíneo Charles Farrell, con ternura incorporada- pero que no es síntoma de debilidad, para nada, sino una característica que la define también. Bueno, hay que verlo para entenderlo, je, je… ¡Vivan las películas mudas! Y un buen final, sí señores, como broche de esa joya.
Nunca sabremos cómo habría continuado la carrera del director alemán exiliado en Estados Unidos, F.W Murnau, porque después de dirigir junto con el documentalista Flaherty la película Tabú en el 1931, el director murió en un triste accidente de coche. El caso es que justo antes de Tabú el director había realizado una película que había tenido muchos problemas de producción. Se trataba de una película financiada por William Fox, el magnate comercial de la productora que llevaba (y lleva) su mismo nombre, justo en el 1930, cuando el cine sonoro empezaba ya a hacer su acto de aparición en masa en la producción cinematográfica norteamericana. El problema es que la película se rodó muda, pero el productor decidió pasarla a sonora por obvios motivos comerciales. El enfado entre los dos fue notable y supuso la escisión, por lo menos temporal (nunca sabemos cómo habría discurrido la carrera del director si no hubiera fallecido tempranemente, aunque todo apunta que quizá en productoras más pequeñas o independientes) de Murnau con la productora Fox.
La película sigue la estela naturalista de la maravillosa Amanecer, la primera película que rodó el alemán en tierras americanas y que ya había supuesto un cierto descalabro comercial para la Fox. La historia es bastante sencilla: Un joven de un pueblo rural se traslada momentáneamente a Chicago para vender el excedente de trigo que han cultivado en la granja de su familia, donde viven sus padres y su hermana menor. El joven frecuentará un bar donde se enamorará de una joven, a la que convencerá para que se case con él, pese a que apenas se conocen, y le acompañe en su periplo de vuelta hacía el mundo rural.
Esta es la primera parte de la película. La obra está divida en dos grandes partes y sin duda el tono entre las dos es completamente diferente. En esta primera encontramos muchas señas de identidad correspondientes con Amanecer. El romanticismo que se establece entre los dos personajes está conectado por una visión pura de unos personajes que comparten sufrimientos semejantes. No se tratan de grandes protagonistas ni sus vidas son realmente excitantes, sino que los personajes escogidos por el director se tratan de personas corrientes y cotidianas. Charles Farell es un campesino de modales rústicos (no lo vemos desenvolverse con soltura entre el bullicio del bar y queda sorprendido ante la gran ciudad) que se enamora de una camarera (interpretada por Mary Duncan) que trabaja en una cafetería corriente. Sin embargo, pese a los estratos sociales de nuestros personajes, el director no duda en mimar a nuestros personajes y mostrárnoslos como un soplo de franqueza en el caos de la gran ciudad. Farrell defenderá a su amada de las visiones sensuales que tienen algunos clientes del restaurante, que se aprovechan de la camarera para deleitarse con la vista. Mediante pequeños gestos y recursos como la tarjeta de nuestro protagonista (en algo parecido a una galleta de la suerte nuestro protagonista encuentra una tarjeta que reza que se case con la mujer que ama) el amor se hace camino entre los dos. El tono es muy amable y no se corresponde con la dureza con la que trata el director la segunda parte de la película.
Porque cuando nuestros protagonistas llegan a la granja donde le esperan sus padres, la película cambiará de tercio y de tono rápidamente. El padre de Farrell desconfía de Kate porque cree que se ha casado con su hijo únicamente por interés. Por otra parte Farrell se desentiende de su mujer paulatinamente, mientras que un grupo de jornaleros que se han instalado en la casa vejarán continuamente a Kate, hasta degradarla a términos humillantes.
Murnau opta claramente por el bando feminista. La película de hecho es una gran denuncia hacía el maltrato machista, especialmente en el ámbito rural aunque como ya he comentado (con las lujuriosas miradas de los clientes o los borrachos que intentan ligar con ella en el restaurante) la ciudad tampoco sale bien parada en este sentido. Finalmente el director opta por una reconciliación entre los miembros de la familia, que quizá resulte un tanto impostada, a lo mejor por imposición de la productora.
Como se puede observar sólo leyendo el argumento resulta increíble este cambio de registro con el que Murnau afronta la película. Ya en el tratamiento plástico nos encontramos con diferencias muy notables. En la primera parte del film el director opta por un naturalismo que utiliza los pocos decorados con los que cuenta la película para sacar una luz bastante naturalista que opta por no realizar nunca un claroscuro, mientras que cuando la acción sucede en la fúnebre granja familiar, la fotografía cogerá tintes expresionistas, para enfatizar el tono dramático por el que transcurre la película. La oscuridad predominará durante el tramo final de la película, incluyendo el registro de una magnífica tormenta que acompaña el estado anímico de la película, como una representación del clímax final.
http://neokunst.wordpress.com/2014/03/12/el-pan-nuestro-de-cada-dia/
Esta es la clase de película que me gusta ver en óptimas condiciones, y ojalá, con una delicada mano femenina cobijada entre las mías. Se trata de un filme tan exquisitamente romántico, tan inspirado desde el primero hasta el último plano, y con una pareja protagonista tan emotiva, que consigue transportarnos fuera de este mundo para permitirnos sentir el encanto y el sufrimiento que acompañan siempre la experiencia del amor.
Expreso todo mi aprecio y admiración por el director, Friedrich Wilhelm Murnau, porque su presencia en el arte cinematográfico nos ha sido siempre grata, y cada vez que apreciamos sus obras se fortalece en nosotros la pasión y la fascinación por un arte que nos acerca a la esencia humana como ningún otro. El cine, cuando es arte, es un esplendoroso espejo de la vida, y por fortuna, hay grandes hombres que así lo entienden y que comprometen su experiencia con el arte como una oportunidad para dejar plasmadas las historias que engrandecen al hombre, lo dignifican o le muestran un camino por el que pueda iniciar la transformación de su propia existencia.
Basado en la obra, The Mud Turtle (La Tortuga de Barro) de Elliott Lester, y con guion de Berthold Viertel y Marion Orth, <>, (me encanta que se haya conservado en español el título que, Murnau, quiso para su filme), además de ser un canto al pan (trigo) como símbolo de la unión entre todos los hombres, es un efectivo llamado al respeto por la dignidad de todo ser humano, pues, es ya un sentir absurdo que repudiemos a alguien a cuenta de su origen, su color de piel, su profesión… o su religión.
Lem Tustine, es un muchacho que ha ido a Chicago a vender el trigo que acaba de cosechar con su padre. Allí conoce a Kate, una encantadora camarera quien, como empleada de una cafetería, se siente como una oveja más del rebaño mientras, muy adentro, conserva una esperanza que todavía no se hace realidad. Entre ellos, surge el amor a primera vista, ese que hace muy pocas preguntas y que te envuelve en un velo capaz de sobreponerse a todas las reglas y a todos los prejuicios… y lo mágico del filme es que, ese mismo velo, nos envuelve a nosotros y nos sentimos como chicos caminando entre esa blanca nube de encanto y de ternura que, por unos inolvidables minutos, cobija a Lem y a Kate.
Se olvida uno de que está ante un filme silente, porque los afiches nos revelan los pensamientos de la chica (el rebaño de ovejas, la pareja en el bote), la música enaltece con romántica suavidad las magníficas imágenes, y todos sus protagonistas impregnan con tanta vida este drama humano, que no cabe objeción alguna: estuvimos en presencia del arte diáfano y evocador.
Y tenemos que hacer lo que haya que hacer, para que ningún ser humano, ¡absolutamente ninguno!, se sienta excluido de su derecho al pan y a una mano extendida. Sólo así, podremos un día ser dignos del paraíso.
El film es como todos los de Murnau, de contenido profundo, bien filmado y haciendo destacar detalles magistrales de enorme calado, como por ejemplo la niña que en medio de las faenas del campo recoge en un gran cesto los platos donde han comido los braceros segadores, quienes se los van lanzando al cesto desde varios metros de distancia y todos van cayendo dentro. Así mismo, el enamoramiento sobre la barra del restaurante, sirviendo ella y comiendo él, entre la camarera y el campecino que ha venido a la gran ciudad de Chicago a vender la cosecha de trigo, es de enorme y bello realismo, entendiéndose todo con sus gestos y miradas.
También hay un detalle curioso: cuando el hombre de campo está haciendo las cuentas de lo que puede sacarle a la venta de su cosecha de trigo, sobre el papel escribe el signo @, sí la arroba que se usa desde el tiempo de los árabes, venecianos, Edad Media, etc., aunque con distintos sentidos en cada momento histórico. En este caso concreto su uso es el propio del siglo XIX y principios del XX en América del Norte, principalmente en el campo de los registros contables en los que se establecía el precio unitario en una factura (20 sacos @ 5 dólares cada uno).
Película muy antigua que nos hace ver el mérito tan grande de este director al contar las historia tan hondas y humanas que contaba, de un modo tan artístico y con unos medios tan precarios.
Fej Delvahe