El país de las maravillas
Sinopsis de la película
Se termina el verano en un pueblo en Umbria, Italia. Gelsomina vive con sus padres y sus tres hermanas pequeñas en una granja destartalada, donde producen miel. Las chicas crecen al margen de la sociedad, pues su padre, que cree que se acerca el fin del mundo, prefiere que estén en contacto con la naturaleza. Sin embargo, las estrictas reglas que mantienen unida la familia se relajan con la llegada de Martin, un joven delincuente alemán enviado allí para seguir un programa de reinserción, y el descubrimiento por parte de las jóvenes de un concurso de televisión que se difunde por la comarca.
Detalles de la película
- Titulo Original: Le meraviglie (The Wonders)
- Año: 2014
- Duración: 110
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Opinión de la crítica
6.2
44 valoraciones en total
Me contaba hace unos años un amigo agricultor que veía cercana la desaparición de su pueblo porque él (próximo ya a la jubilación) era el habitante de menor edad. Había presenciado la llegada de algunos jóvenes con la intención fugaz de instalarse, a los que pronto habían apodado como los jipis, pero era rasgo común de estos originarios urbanitas su impericia para el cuidado del ganado, que terminaban perdiendo rápidamente y abandonando el lugar.
Me viene este recuerdo a la mente ahora que la comedia española de principio del 2015, «Las ovejas no pierden el tren», aboga por la solución rural como salida frente a la desoladora crisis laboral. Porque no conviene menospreciar las dificultades para salir adelante como agricultor o ganadero.
De hecho, viene de antiguo la existencia de una corriente idealista atraída por el mito de la vida salvaje, opuesta a la tendencia modernizadora que ofrece comodidades, aunque también unifica el tipo de ocio, llegando incluso a globalizar hasta los alimentos que podemos tomar. Una tendencia que vivió un cierto esplendor en los 60’ y llevó a multitud de jóvenes a reflotar localidades previamente desaparecidas por despoblación, como el pueblo de Patones, en Madrid, u otros lugares del Pirineo español.
Uno de estos soñadores protagoniza la segunda película de la italiana Alice Rohrwacher, «Le meraviglie», que relata la cotidianidad de una familia de apicultores en la Italia rural, a la que han llegado como respuesta a ese ímpetu de lucha contra lo establecido. Una familia poco convencional formada por tres adultos, de los cuales dos son pareja, más sus cuatro hijas. El único varón de la casa es un alemán de firmes convicciones contracorriente, en las que mantiene al grupo contra viento y marea, fiel a su ideal de vida salvaje que le llevó a convertirse en un hombre de campo, tan trabajador como tosco.
El principal conflicto en la superficie del film es doble. Por un lado, la escasez económica, el reducido valor moneda de su actividad, y su terrible fragilidad frente al empuje del mercado, representado aquí por las exigencias crecientes de las normativas para la fabricación de miel. Igual que queda clara la fantástica libertad de bañarse en un mar cálido cuando uno lo desee, se muestra la servidumbre de atención diaria de las abejas y el huerto.
En segundo lugar, y tal como detalló la francesa «Vida salvaje», se revela la imposibilidad de transmitir una elección propia tan radical a los hijos. Porque es inasumible que una vez llegados a la edad de decidir, acepten las renuncias que implica la opción sin experimentar otras posibilidades, que son más comunes y a cuya exhibición de atractivos están inevitablemente expuestos. Un choque generacional en el que ya incidió, de manera muy diferente, la sorprendente «Mujeres en el parque».
Desde un punto de vista menos centrado en el argumento, el cual presenta el interesantísimo debate ya aludido, me intriga la forma en que se ha construido este film. Me pregunto si se han filmado multitud de escenas, de las que luego se ha incluido sólo parte del material en el montaje final. Si se ha cambiado el argumento y las tramas secundarias durante el rodaje, o si siempre tuvo la estructura que se presenta como definitiva. La duración es de 110 minutos y en mi opinión, el mensaje habría llegado igual de bien en un metraje más corto, al que le ayudaría un ritmo menos descriptivo. También se podrían eliminar escenas que o bien son irrelevantes de cara al argumento definitivo, o bien no han quedado suficientemente claras para que se aprecie su importancia.
Del mismo modo, la inserción de ciertas secuencias fantásticas en un conjunto absolutamente realista es difícil de aceptar si no se explica muy bien. Y no creo que el final sea en absoluto elocuente.
Son puntos débiles, a mi juicio, de una obra que no es redonda, pero contiene otros aciertos como la creación de Cocó, la tercera de los adultos, un tipo de personalidad dependiente, que no suele tratarse cinematográficamente. Y como la mirada plena de afecto de un padre hacia su primogénita, en la que vuelca sus esperanzas y su saber. A la que teme perder y con ella, su apuesta de alternativa social.
En cualquier caso, «Le meraviglie» pertenece a un tipo de cine muy poco habitual en la cartelera, e introduce con valentía temas de sumo interés. Genera debate, expone puntos de vista no dominantes y, pese a su defectos, abre la mente. La recomiendo.
Gelsomina (Maria Alexandra Lungu) es una joven que vive en el seno de una costumbrista familia italiana que vive en el campo, pero además de eso, su padre Wolfgang (Sam Louwyck), un tipo agreste, terco, mal encarado, figura dominante y tosca quien trabaja como apicultor, vive encerrado en un pensamiento retrograda, no cree en la funcionalidad del dinero, rehúye a buscar mejores condiciones, repele todo lo referente a la sociedad, teme que esta se acabe.
Gelsomina es la mayor de tres hermanas, vive también con su madre y con Cocò (Sabine Timoteo), es decir, esta especie de clan está compuesta en una amplia mayoría por mujeres, el hombre intenta dirigir su rebaño, les enseña estricta y metódicamente a trabajar su oficio, las cría conforme lo que piensa, se ensaña en ellas si debe llamarles la atención. Esta actitud comienza a cansar a la protagonista, se denota incómoda, está entrando a la adolescencia, comienza a pensar diferente.
Dicha irritación se ve aumentada por dos aspectos, el primero y principal, es en lo referente a un programa de televisión que se va a grabar por donde viven, programa de concursos donde participan familias del campo. Su interés por él se da inmediatamente, no le interesa la fama que podría traer, lo que le interesa es salir de donde está. Su padre, como es de esperarse, le lleva la contraria.
Si bien es cierto este es un anhelo completo de parte de las chicas y en especial de Gelsomina, el segundo aspecto por incongruente que parezca viene de parte de Wolfgang, al permitir que Martin (Luis Huilca) un chico con problemas con la ley llegue a la finca como parte de un programa donde buscan que se reinserte. Quizá pensando el padre en la inocencia de sus hijas busca tan solo que le ayude en las tareas del trabajo. Sin embargo, la aparición de este chico quiebra totalmente el imaginario de la familia.
Le meraviglie fue el film ganador del Gran premio del jurado en el Festival de Cannes del 2014, obra escrita y dirigida por Alice Rohrwacher, se plantó de frente y su triunfo fue visto como una gran sorpresa al competir contra verdaderos gigantes de la cinematografía mundial. Alice logra concretar una historia muy bien amarrada, estos diversos elementos ya mencionados están muy bien integrados. Lo mejor de todo es que logra empatar la fealdad del contenido (todo lo relacionado al padre) con la belleza de las imágenes (lo referente a las chicas y más aún, la naturaleza y las abejas).
Una obra intimista con un personaje muy interesante como es el de Wolfgang, que si bien está claro que es un patán, sobresale exponiendo ese sentido de la vida que tiene, ese temor por lo que la sociedad representa. De hecho, algunos de sus pensamientos no están del todo errados, tiene cosas de gran valía alrededor de ellos, no es solamente quejarse por quejarse, lo más llamativo la funcionalidad de lo material y el respeto hacia la naturaleza.
A pesar de haber tenido sensaciones encontradas al término de la película, es curioso el sabor que deja Le meraviglie, que fue premiada en los festivales de Cannes y Sevilla entre otros y por ahora, convirtiéndose para algunos críticos, sobre todo extranjeros, en un film de culto. Y no lo digo porque gire en torno al mundo de la apicultura y nos acabe empalagando, nada más lejos. A pesar de que en su narración, a veces, no se deje bien definidas las circunstancias y propósitos de los personajes más adultos, son las menores las verdaderas protagonistas, y ellas se mueven con desenvoltura en la historia que se plantea, cuya escritura puede parecer a ratos ilegible y en otras es transparente, pero lo que realmente importa, lo meritorio del guión son las sugerencias que la película en sí provoca.
Es como si se tratase de un relato íntimo, que se desarrolla en un paisaje rural, con un ambiente cercano al neorrealismo, pero con intenciones poéticas más que críticas. En Cannes, nada más empezar el orden de preguntas en la rueda de prensa, lo primero que aclaró Alice Rohrwacher, su directora, es que Le meraviglie no es un film autobiográfico, que es lo que puede sonar a priori con estos ingredientes y aunque ella se haya encontrado a algunos de esos personajes a lo largo de su vida. Sus momentos más íntimos o poéticos son más estéticos que nostálgicos, por lo que no se ve ni con pesadumbre ni de forma trágica. El hecho de que en el entorno donde se desarrolla (sobre todo se rodó en la Toscana) casi no aparezcan aparatos tecnológicos, donde reina el campo, los animales… puede chocar a un público habituado a una vida de ciudad frenética o al cine comercial. Se trata de un film cercano a una austeridad y a un primitivismo al que pocos hoy día se adentran. Por ello nos ha evocado al cine de Olmi o los Taviani pero visto con una perspectiva de Tanner, más que al Rossellini que a ella le gustaría parecerse. Se nota un punto germano (o suizo) mezclado con un punto italiano, y no lo digo porque en su versión original se manejen ambas lenguas, sino porque queda reflejado tanto en su historia como en su tratamiento visual.
Uno de los momentos más frescos, que a su vez ubica al espectador en qué época se desarrolla la acción, es su breve secuencia, donde Gelsomina y su hermana hacen el playback del tema T´Appartengo, siguiendo la coreografía de la propia Ambra Angiolini, incógnita que no se nos aclara cómo se la saben. Pero bueno, son dudas leves. Sus actores, sobre todo las menores, hacen un buen trabajo, donde la naturalidad prima sobre la simpatía, incluyendo a la Bellucci en un breve cometido pero más enjundia de lo que puede parecer. Espero que no se la compare con El apicultor o sobre todo con El espíritu de la colmena. Todas se engloban dentro del mismo mundo pero nada les une, incluso convendría aclarar que su directora descubre tardíamente el film de Erice, ya habiendo acabado Le meraviglie, una película inusual, con momentos como hemos dicho, logrados y que hace que veamos en Rohrwacher una directora que en un futuro podría brindarnos más sorpresas.
El país de las maravillas nos hace convivir durante un par de horas con una familia neorrural, dominada por la figura del padre: un hombre de origen alemán, hosco e inestable, que piensa que una vida autosuficiente en el campo representa la única alternativa de supervivencia ante la inminente quiebra del sistema.
El título, claro, es irónico: la visión de la vida rural que ofrece esta película no tiene nada de idílico. Muestra cómo esa vida está hecha de trabajo y obligaciones permanentes, que afectan específicamente a la hija mayor, Gelsomina, a la que su padre (una especie de Zampanò cuya violencia es psicológica) esclaviza a cambio de mantener su posición de hija predilecta. Junto a ello, llama la atención cómo la representación de la campiña toscana se aleja por completo de la postal turística. La misma forma de la película, con una composición tosca llena de reencuadres, secuencias rodadas cámara en mano, etc. rehúye toda idea de belleza formal.
El empeño de la directora no es la belleza, sino alcanzar una cierta verdad psicológica, para ello, la planificación está concebida en función del trabajo de los intérpretes, que no parecen actuar, sino ser ante la cámara. La mirada de Alice Rohrwacher se centra en Gelsomina, y a través de su punto de vista descubrimos algunos fragmentos de su mundo. La narración no es ingenua, aunque tampoco incluye ningún juicio directo, la directora podría suscribir, en definitiva, el planteamiento del escritor portugués Camilo Castelo Branco de pintar la verdad tal cual es, fea y repugnante.
El país de las maravillas es una película dura de ver, triste como su protagonista, hecha de tiempos muertos, de escenas en que no sucede nada relevante pero que muestran de forma convincente el ansia de reconocimiento que va unida al sentimiento de responsabilidad, la complicidad, el cansancio, el deseo y el miedo.
Pues si. Una autentica maravilla. La sensibilidad y la capacidad de transmitir sentimientos encontrados de que hace gala Rohrwacher en su segundo film es ciertamente maravillosa. A través de un estilo que rezuma libertad creativa donde aflora su experiencia como documentalista y las influencias de los directores emblemáticos de su cine patrio, la directora va acumulando capas de intencionalidad sobre el devenir de una familia campesina (Padre, madre y cuatro hijas) de la Toscana que se dedican a la apicultura.
Suponemos que con cierto regusto autobiográfico, la hija primogénita Gelsomina es una adolescente donde confluye todo un universo caótico de sentimientos, interrogantes, ilusiones, temores, esperanzas… Nunca había visto tan bien reflejado la huella de la adolescencia como en la mirada de esta joven actriz debutante que magnetiza la cámara. Con eso sería suficiente pero hay mucho más en la cinta. No parece anecdótico que se emparente al mundo campesino de la zona con el pueblo etrusco, simiente del italiano, mítico y enigmático, cuya civilización y estilo de vida desapareció engullido por la modernidad del poderoso imperio romano, como desaparece la vida campestre, como desaparecen las abejas y como desaparece para siempre el mundo que nos rodeaba cuando empezamos a descubrir quienes somos y tenemos que decidir quien queremos ser. El lugar en el que crecimos se torna en ruinas al que nunca podremos volver.
Los demás personajes en mayor o menor medida aportan sus matices en un trabajo coral notable no exento de crítica social donde Rohrwarcher apuesta más por la imagen que por la palabra y casi podemos oír lo que sienten cada uno de ellos en sus gestos y miradas. Un ejemplo perfecto de la esencia de este arte.
Dice su directora que ha querido romper la lógica narrativa mezclando, realidad e ilusión para complementar lo que quiere expresar. Y a fé que lo consigue.
No podemos perderle la pista a esta italiana de apellido alemán.