El nuevo mundo
Sinopsis de la película
América colonial, principios de siglo XVII. Aventura épica sobre el enfrentamiento de dos culturas durante la fundación de la colonia de Jamestown (Virginia) en 1607. Inspirada en la leyenda de John Smith y Pocahontas, un ambicioso colonizador y una apasionada nativa de alto linaje que se encuentran divididos entre sus deberes y sus sentimientos.
Detalles de la película
- Titulo Original: The New World
- Año: 2005
- Duración: 133
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Opinión de la crítica
Película
6
42 valoraciones en total
Quizá el film que mejor refleja la exuberancia del paisaje del Nuevo Mundo, junto a Aguirre, la Cólera de Dios de Werner Herzog, y el efecto que causó en los primeros conquistadores, que esperaban encontrar un camino alternativo a la ruta de las especias, para encontrarse un mundo de una naturaleza exuberante y salvaje, hermosa y hostil, primitiva y sensual, ingenua y despiadada.
El paisaje, la luz y los colores, excelentemente tratados por el director de fotografía, Emmanuel Lubezki, se convierten en este film en un personaje más, que condiciona las reacciones de los personajes humanos, empujándoles hacia sus destinos.
Porque en el film conviven en perfecta armonía poética, el amor y los trinos de los pájaros, la amistad y los rayos del sol, el deber y la jungla, la desesperación y las tormentas, la muerte y el fango…
Con la misma sensibilidad poética está tratado el otro descubrimiento, el descubrimiento de la civilización europea por parte de los indígenas americanos, tanto en el momento del primer contacto en la jungla, cuando los conquistadores son observados con una mezcla de curiosidad y de temerosa prudencia, como cuando los indígenas se desplazan a Londres para completar su descubrimiento, el de la opulenta, sofisticada y artificial sociedad europea de la época.
Junto a la aventura del mutuo descubrimiento intercultural, el film nos brinda la historia de un nuevo descubrimiento, si cabe aún más poético que los anteriores, sólo la fuerza del amor es capaz de vencer al amor.
Por todo ello se puede afirmar que el tema central del último film de Terrence Malick, es el tema de los descubrimientos, porque el principal descubrimiento es, para mi satisfacción, comprobar que aún es posible, que el cine nos brinde espectáculos visuales de poesía en imágenes.
¿Cuántas veces escuchamos o leemos aquello de ésta es una película de sensaciones, o entras o no entras ?
Pues bien, ésta es una película de sensaciones, o entras o no entras .
Si no entras te va a parecer malilla, porque casi todos esos detalles en los que nos fijamos cuando no estamos absorbidos por una película -actores, escenas como tales, guión y demás- no son muy buenos en esta película de Terence Malick, que además es repetitiva y tontona hasta decir basta. Si ya no es por ver como unas diez veces a Pocahontas pegando brincos por las praderas, la sempiterna carita de pena de Colin Farrell es como para desanimar al más pintado y los redundantes monólogos dando vueltas sobre los tres o cuatro conceptos que mal que bien intenta expresar el director ya ni te cuento.
Pero, si entras, estarás dispuesto a perdonarlo casi todo. Aunque Malick no es un gran narrador y está lleno de grandes ideas que nunca podrá plasmar bien (quizás por eso se tira mil años para hacer las pelis), se puede decir con toda seguridad, que es quizás el director animista por excelencia, el hombre al que, como dijo un crítico norteamericano, le fascinan más los árboles que los personajes. Su película no es un visionado, es un sonido de viento o un cosquilleo de hierba bajo los pies descalzos, algo que no puede describirse. El nuevo mundo no es exactamente una historia sobre el Nuevo Mundo, es una historia sobre un Nuevo Mundo que regresa, fascinado, al Viejo Mundo -el primigenio- y lo redescubre. La mujer india, como la nueva tierra, es conquistada y abandonada por el descubridor (John Smith) y finalmente, es amada, o edificada, por el colono (John Rolfe). La minuciosa descripción sensorial que hace Malick del sentir de ambos hacia el Nuevo Mundo es una invitación a dejarse llevar y a acompañar a todos ellos a un viaje que tiene que ver más con el cielo y con la tierra que con la música y la fotografía.
Así pues, o entras o no entras y si entras creo que El nuevo mundo puede hacerte feliz durante un buen rato y si no entras, pues también es comprensible porque objetivamente no es una gran película, aunque creo que en ambos casos entenderás porqué el título de este texto es Sin nota .
Malick reivindica una vez más el poder mágico del viaje, el paraíso perdido antes de ser corrompido y destruido por la avaricia y el oportunismo. Film ecologista universal, el Malick historiador y naturalista estimula nuestros sentidos con ecos bíblicos (Adán y Eva en el Génesis) y filosóficos (Heidegger). Arrojando luz a lo que la metafísica ha oscurecido, el Nuevo Mundo es la lección de un humanista que nos enseña lo que hemos ganado y sacrificado con la evolución. Con la sabiduría y valentía de un autor que no desea comulgar con los cánones cinematográficos establecidos, sino con replanteamientos constantes y radicales del arte de dirigir, sonido, imagen (desde Hamlet, nadie había vuelto a rodar en 65 mm), personajes y narrativa nos invitan a romper con lo que estamos acostumbrados, a recuperar la inocencia perdida y adentrarnos en la alucinación trascendental que este poema visual provoca. De apariencia sencilla, encierra la complejidad del alma, y supone una delicia para lo sentidos repleta de metáforas y simbolismos. Si unos prefieren caer en la narcolepsia, yo me acojo al síndrome de Stendhal. Tomadura de pelo o hermosas estampas, pretenciosa o relamida, cuando la película parece que va a convertirse en una parodia de sí misma, un giro radical, apoyado en un montaje discontinuo, y un protagonismo basado en tres ejes narrativos, nos llega una resolución sorprendente, una conclusión de sosegado avance y extremado onirismo en que el minimalismo, la interioridad y la hondura intelectual van de la mano. Sólo la momentánea desorientación argumental (amor y lucha no convergen), la música de James Horner (elige bien las piezas de Mozart y Wagner, pero sus composiciones recuerdan a otros de sus trabajos), y el desdibujamiento o abandono de ciertos actores secundarios impiden la consecución de una obra maestra, la de un autor incomprendido ahora, reivindicado dentro de unos años, cuando el ojo humano no soporte más la velocidad actual de los fotogramas. Malick tiene el coraje de preguntarse las diferencias entre ver, mirar y sentir. Sus obras son como un libro repleto de pasajes en blanco que nos invita a rellenar. Busca, con reflexión e inteligencia, la interacción a través de un manifiesto de independencia creativa, de un ejercicio donde la forma y el contenido se miren y peleen. Busca también, sin concesiones al respetable, un punto de intersección entre el espacio y el tiempo cinematográficos, potenciando el efecto de la cámara, como en un cine IMAX, coreografiando un ritmo a la deriva, el del sonido de la naturaleza como virus del espacio exterior. Malick trata de descubrir cuál es el efecto del tiempo sobre nuestra mirada, nuestra capacidad para vivir el transcurso del tempo cinematográfico, la posibilidad, exquisita e irrepetible, de entender qué sentimos como espectadores. Y vaya si lo consigue, con resultados dispares, pero con la marca indiscutible de lo que en cine llamamos autor.
¿Es Terrence Malick un genio? o mejor dicho ¿se es un genio por sólo haber dirigido cuatro películas en treinta años? Pero los hay con suerte (o tal vez talento) para embaucar al respetable y que te hagan el pino puente cuando aparezca tu nombre en los títulos de crédito.
Que conste que Malas tierras y Días del cielo me gustaron y tengo buenos recuerdos de ellas.
Esta vez iba preparado con dos pinzas de la ropa puestas en los pezones para evitar la somnolencia. No me he dormido ni he tenido tentativas de sopor. ¡Me lo he pasado divinamente viendo las reacciones del respetable!
La delgada línea roja la vi en unos cines en versión original a las cuatro de la tarde. La sala estaba vacía y me dio bastante pena por una señora mayor que desperdició tres horas de su vida en un docudrama bélico del National Geographic. Mucho bicho, mucho bicho y más bicho. Mucho discurso en off filosófico, más filosofía tan profunda como barata y más pensamientos filosóficos de James Caviezel. Obra maestra para muchos. Rollo mayúsculo para otros.
Esta vez hay muchísima gente que piensa que El nuevo mundo va a ser un filme en plan El último mohicano con muchas dosis de acción. ¡Pobrecitos! He disfrutado como un niño observando sus bostezos, sus cambios de posición, sus abandonos (solo hubo dos bajas) y su aplauso final para celebrar el final de la película. Mis pezones se pusieron duros de puro placer en ese momento y menos mal que las pinzas rebotaron en mi camiseta interior, si no ahora mismo tendría una demanda por dejar tuerto a alguien.
El nuevo mundo es una historia de amor inspirada en el mito de Pocahontas. Malick desarrolla nuevamente el filme a través de las voces en off para interiorizar a los personajes. No hay monólogos filosóficos. Son simples y profundos. Como un anuncio de compresas. Pero por su repetición interminable pueden incitar a un suicido colectivo.
Como sucedía en La delgada línea roja el filme está repleto de metáforas y simbolismos. El nuevo mundo/Rebecca/el pueblo nativo representa la pureza humana, el génesis de la vida y la naturaleza. Los colonos ingleses el mundo desarrollado, el avance de la civilización pero también los peores rasgos humanos provocados por la misma: la avaricia, la corrupción, el egoísmo y la destrucción para la construcción.
La perdida y la muerte de la inocencia queda reflejada en la historia de amor de Rebecca y el inefable John Smith (Colin Farrel). El filme sirve para ver las grandes cosas que hemos conseguido con la evolución (memorable la secuencia del indígena en la catedral) y también las muchas que hemos sacrificado.
El nuevo mundo es un filme ecologista y universal. Una historia de amor de 133 minutos. Con detalles en el montaje y en el sonido que me parecen fabulosos. No me produce sopor pero sí aburrimiento. Con un montaje de 90 minutos y con dosis más comerciales y necesarias para entretener al personal no se hubiese perdido ni un mínimo del mensaje final.
Fallida.
A lo mejor es cierto que esta obra exige una clase de espectador especial, un nuevo espectador. Yo les aseguro que las cuatro películas de Malick las he visto y vuelto a ver con todos mis puertos abiertos, intentando contaminarme de cualquier virus extraño que contuvieran, esperando una palpitación, un leve cambio en mi ritmo cardíaco. Depositando a un lado mis libros de reglas, mi armadura de talibán y abriéndome como una doncella en su noche de bodas. Recordando que, como al Profeta Elías en el monte Horeb, la revelación puede llegar no a través del fuego, el rayo o el terremoto, sino mediante una voz de suave silencio (1 Reyes, 19,12).
He esperado cuatro películas esa voz de suave silencio y no me ha llegado, lo lamento. Por lo que cojo mi libro de reglas y mi armas, mi pluma y mi espada.
Me temo que debo negar la mayor. Malick no es un poeta de la naturaleza, es un fotógrafo hábil y bastante manipulador, que combina paisajes y fuentes de luz, siempre en composiciones estáticas y algo forzadas, muy bonitas y muy poco integradas en la narración. ¿Es esto una nueva forma de narrar? ¿Malick es un visionario? Una cosa es ser visionario y otra tener visiones. Malick filma la naturaleza preguntándose qué sentirían los primeros descubridores al ver toda esa belleza, pero lo hace como un turista fascinado, Werner Herzog, por ejemplo, sí que lo hace como un descubridor de mundos.
Me da la sensación de que es una suerte de encubridor. Como si le hubieran contratado para lavarle la cara a una película rodada por otro que había salido mal, tres semanas más de rodaje para filmar puestas de sol y fugas de luz cenitales, y dos de montaje para acompasar sonidos naturales y músicas bizarras. Y el conjunto adquiere un aspecto completamente distinto, decididamente artístico.
Mi veredicto es que Malick no es un farsante. Sabe crear belleza. Es un solista de talento metido a director de orquesta.