El lugar sin límites
Sinopsis de la película
Ambientada en un México sórdido, patético, doloroso. En el prostíbulo de un pequeño pueblo sobreviven la Manuela, un trasvesti, y la Japonesita, una joven prostituta hija de un desliz de la Manuela. Don Alejo, el anciano cacique del lugar, quiere comprar el prostíbulo para venderlo a un consorcio junto con el resto del pueblo. El regreso de Pancho, un joven camionero ahijado de don Alejo, desata las tensiones entre los personajes.
Detalles de la película
- Titulo Original: El lugar sin límites
- Año: 1977
- Duración: 110
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Opinión de la crítica
Película
7.4
81 valoraciones en total
La etapa más creativa de Ripstein. El papel más emblemático de Robert Cobo.
La película es pura violencia contenida, de un erotismo equivoco e insatisfecho, que resalta en el personaje de La Manuela (Roberto Cobo), un travesti de burdel señalado por la mala suerte, y que es el padre de La Japonesita, la muchacha codiciada y despreciada por el desaforado machista Pancho.
Los tres forman un triangulo amoroso que rompe todos los esquemas del melodrama en el cine mexicano.
Con ellos, están otros personajes igualmente estremecedores y trágicos, habitantes de ese burdel que es la sucursal del infierno en este mundo.
Este trabajo en colaboración con el desaparecido novelista Argentino Manuel Puig. Esconde un miedo al homosexualismo en el macho mexicano. Sentimiento homofóbico que condena a quienes forman parte de este grupo de maricas hasta las instancias del asesinato.
Una obra, que es un ejemplo en una etapa de crisis en el cine mexicano de los 70´s.
El lugar sin limites ocupa el lugar 9 en la lista.
El director mexicano Arturo Ripstein dispone en esta obra la trágica historia de la Manuela (Roberto Cobo), un travestido de mediana edad que regenta un burdel junto a su hija, la Japonesita, nacida tras un desliz heterosexual con una prostituta ya difunta conocida como la Japonesa. A partir de un relato de José Donoso que ya había despertado el interés de Luis Buñuel, Ripstein compone una atmósfera de exasperante violencia, apoyada en la misoginia de un entorno podrido y gobernado con mano de hierro por terratenientes de honestidad dudosa. Don Alejo, el cacique, y Pancho, un antiguo protegido suyo, representan la involución de un microcosmos social de provincias, las relaciones personales se establecen aquí en términos de poder y opresión sexual. La visita de Pancho al burdel hace aflorar antiguos sentimientos en la Manuela, quien mantuvo una tirante correspondencia afectiva con el joven, antes de que éste abandonara el municipio meses atrás. Paralelamente, la Japonesita ejerce asimismo su atractivo para seducir a Pancho. El triángulo amoroso resultante se enmarca en un contexto de pasiones encontradas, de desmedida ambición, de melancólica frustración. Pancho es la viva imagen del gusto por guardar las apariencias en un ámbito social marcado por las radicales diferencias de género.
Dijo Luis Buñuel que si se le permitiera, el cine sería el ojo de la libertad. Pero nos tranquilizó diciéndonos que podíamos dormir tranquilos, que la mirada del cine estaba dosificada por el conformismo del público y por los intereses comerciales de los productores. Pero que el día en que el ojo viera y nos permitiera ver, el mundo estallaría en llamas.
Hubo un periodo donde el cine vio, donde el cine-quimera nos brindó el privilegio de la visión: Las décadas del 60 y del 70. Fue el esplendor de asistir al nacimiento del cine como instrumento activo de la verdad poética, del lirismo furioso, combativo y descarnado. Fue la desesperación asumida. El cántaro se había desbordado: Florecieron las vanguardias, recrudeció el cine político y militante, el código de la censura norteamericana comenzó a relajar las mordazas, se flexibilizó el canon industrial del tanque hollywoodense y se resintieron las rancias letanías conservadoras, las cosas comenzaron a llamarse por su nombre: se dijo genocidio y racismo, descontento social y violencia institucionalizada. El sexo en todas sus variantes se plasmó en rutilante tecnicolor y los héroes se cansaron de serlo. No hubo final feliz. Ni tampoco principio.
El sueño del cine siempre había estado vedado y resguardado por los centinelas de la moral imperante, cancerberos reaccionarios que operaron siempre mediante la omisión, la modificación, el reagrupamiento de los materiales y la siempre efectiva prohibición. Los censores del sueño fílmico son y han sido siempre los causantes de la desfiguración. Pero en este período, el cine se volvió un juego peligroso para los estándares, un material inflamable de rigor expresivo y densidad ideológica. Comenzó una guerra de luz y de sombras que subvirtió la realidad material y la devolvió al mundo de los sueños prohibidos y los deseos ocultos. La fuerza impulsora de la época nos recondujo al sustrato de lo vivo, de lo embrionario, de lo primigenio, al origen de nuestra dinámica más profunda. El ansia visionaria de estos creadores fue como una tinta invisible que brotó del alma desnuda, un punto de fuga que apuntó hacia el infinito. Nunca más el cine nos bendijo con un periodo tan lúcido de estridencia y arrebato creativo. Ni antes ni después alcanzó esas cimas.
Es por eso que…urgente reivindicación para:
EL LUGAR SIN LIMITES
¿Por qué volver sobre ella?
Porque, incisivo y metódico, Ripstein desgrana la fiera tierra seca y maciza sobre los olvidados de siempre. Un retrato del México profundo donde trapichean los malandras, las prostitutas de ocasión y los señores de sombrero, dueños de todo. Película de raigambre poética, trágica y pesimista, con regusto a melodrama de antaño, de personajes apasionados y heridos de muerte. Esbozo desesperado de un director extraordinario.
La mejor película mexicana en los años setenta por excelencia. Increíble la atmósfera de sexualidad, cinismo, machismo y demás cosas en un pueblo en decadencia.
Los personajes son excepcionales: La Manuela (Roberto cobo), sin duda lo mejor de la película (atención con las escenas finales ¡impresionantes!, incluyendo el beso), El cacique del pueblo Don Alejo (Fernando Soler) que en su malévolo plan de vender ¡todo! el pueblo, corta también la luz de esté. En medio de todo esto llega Pancho un machito autodestructivo, camionero y ahijado-deudor de Don Alejo que desea ver a La Manuela (por motivos muy profundos y personales). Otros personajes son Las putas: La Japonesita (hija de la Manuela, no les recuerda un poco a todo sobre mi madre), La Japonesa (Lucha Villa interpreta a la prostituta que se acuesta con La Manuela para ganar una casa en una apuesta hecha con Don Alejo) ya difunta, pero se recuerda el desliz.
Ripstein nos da una semblanza del México provinciano, amoral, no-solidario y prejuicioso en un lugar sin límites, un infierno, pero a fin de cuentas México. No sé si este cerca de ser una obra maestra, pero si es un gran retrato sórdido del México de los setenta.
Lo mejor: Roberto Cobo (actorzazo en todo el sentido de la palabra).
Lo peor: Los pocos recursos (fotografía, diseño de producción etc.) de la película.
Absolutamente recomendable.
He vuelto a disfrutar de ésta joya con motivo del festival de cine rosa de Bogotá. Una obra de arte que no escatima violencia para demostrarnos el infierno en que se vive cuando se es diferente . Diferente como la Manuela, desde niña enfrentada a su sexualidad y su identidad sexual, asumidas desde el travestismo, bailando en pequeños burdeles de pueblo para obtener su sustento y por qué no algo de amor. Diferente como Pancho, joven de pueblo con esposa, cuñado, padrino-protector, ganándose el sustento en su camión, conquistando cuanta mujer quiere con su pinta de machote, quien encuentra en Manuela la razón de sus mayores pasiones, en una confusión de atracción, rechazo, violencia, que confluirán para rematar ésta historia de la manera más sórdida posible.
Lo mejor: la actuación del protagonista y un guión que no da respiro.
Lo peor: algunos secundarios que no dan la talla.