El león duerme esta noche
Sinopsis de la película
Sur de Francia. En la actualidad. Jean, un actor veterano atrapado por el pasado, se instala en secreto en una casa abandonada donde hace tiempo vivió Juliette, el gran amor de su vida. Un grupo de amigos descubre la misma casa, la localización perfecta para rodar su siguiente película de terror. Jean y los niños terminarán encontrándose cara a cara finalmente.
Detalles de la película
- Titulo Original: Le lion est mort ce soir
- Año: 2017
- Duración: 103
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Opinión de la crítica
Película
6.5
25 valoraciones en total
Es una película acerca de la muerte y del cine. Una reflexión de cómo representar la muerte en el cine y de cómo mantener el cine presente en la muerte. Jean, interpretado por Léaud, es un actor que se encuentra en pleno rodaje cuándo una duda le asalta ¿Cómo interpretar la muerte? Cuando el director le propone pensar en el cansancio y en el sueño, Jean responde enfurecido. La muerte ha de ser un encuentro para el que un hombre, de los setenta a los ochenta años, ha de estar preparado en todo momento.
El rodaje se suspende por unos días y Jean aprovecha para reencontrarse con su pasado. Vuelve a la casa en la que vivía con su amada, muerta ahogada hace muchos años, y se encuentra con su espíritu. Cuando parece que Suwa nos va a enseñar la enésima historia del hombre perdido entre sus recuerdos, un giro del guión introduce en escena a un grupo de niños que allanan la casa cámara en mano.
La última escena de la filmografía de Truffaut, el final de Vivamente domingo, es un fotógrafo al que se le cae al suelo el objetivo de su cámara. Al rebotar, un grupo de niños se lo pasan a patadas como si fuese una pelota. El director que descubrió a Jean-Pierre Léaud para interpretar a Antoine Doinel en Los 400 golpes se despedió así, sin saberlo, del mundo del cine: enseñándonos que al fin y al cabo el cine puede ser un juego de niños.
Mirad, no me andaré con rodeos: no soporto a Jean-Pierre Léaud. Sabido es que este hombre no deja indiferente: o lo odias o lo amas. Sus muecas, manierismos, personajes y diálogos improvisados me arrastran al borde del ataque de nervios. Pero no es por eso que puntúo tan bajo la película, sino porque se trata de una de esas obras fallidas, que no se te acaban de meter dentro, pero sin embargo intuyes lo que habría podido llegar a dar de sí en manos de otro realizador. Que también es el guionista, y es posible que de ahí emane el fracaso. No basta con rodar un canto al cine para lograr una obra maestra. Truffaut, el mentor y padre putativo de Léaud, sí lo logró, de una forma contundente y absoluta con La noche americana, que siempre logra conmoverme, visionado tras visionado. El león duerme esta noche fracasa en su empeño.
Un actor de edad avanzada se queda empantanado en un rodaje y escapa a la casa donde vivió su gran amor. Un grupo de niños, que están buscando un lugar donde rodar una película de terror, le descubren y le animan a participar en el proyecto. El hombre accede… El homenaje a la Nouvelle Vague está servido. Incluso aparece Isabelle Weingarten (La maman et la putain) en un breve papel. Pero algo no acaba de cuajar, pese a las buenas intenciones de Nobuhiro Suwa, realizador japonés enamorado del cine francés. Lo que tendría que haberme desgarrado el corazón, lo que habría debido humedecer mis ojos, se halla ausente. Y no es por el pobre Léaud, que está hecho una piltrafa (pero conserva todo el pelazo, el muy…), sino por algo indefinible, algo inasible, tal vez la sensación de que se podría haber hecho más, ahondado más, no sé, es como un quiero y no puedo. O tal vez no era mi día. Me cuidaré muy mucho de desaconsejar su visionado. Tampoco es tan desechable. Pero no me llegó.
En una hermosa secuencia de la película, Jean le implora a Juliette que no le cuente cómo termina su historia, a lo que ella responde que no le sería posible porque ni siquiera ella misma lo sabe. Atrapados en el huracán autorreferencial que nada disimuladamente desata y alimenta el autor con la figura de Jean-Pierre Leaud como señuelo, es sencillo desviar la atención del hecho de que la naturalidad no es aquí tanto una virtud como una consecuencia y que la vitalidad que desprende la obra es más una característica que un triunfo del cineasta.
Si bien la respuesta de Juliette puede interpretarse literalmente como la imposibilidad de conocer nuestro futuro, está claro que, en una cinta en la que el emblemático actor Jean-Pierre Leaud, que viene de filmar «La Mort de Louis XIV», interpreta a un anciano intérprete que no sabe cómo representar su muerte, uno no puede evitar, aunque sea meramente por motivos lúdicos, jugar a leer cada elemento –en especial aquellos que parecen sentenciar las secuencias– como una referencia a la propia obra, algo que tendría mucho sentido en una película como «Le lion est mort ce soir», nacida de la improvisación y en la que nadie puede conocer el final de nada porque en ningún lugar está escrito.
Es en este punto descrito donde confluyen por primera vez dos particularidades del planteamiento conceptual de la cinta, insustanciales por sí mismas, que hacen funcionar la película gracias a la interacción mutua entre ellas, alimentándose de forma constante a lo largo de todo el metraje. En otras palabras, la fuerza del protagonista autorreferencial –por escoger el ejemplo más básico– solo tiene sentido porque la película se crea en tiempo real a la vez que se filma y la fuerza de la filmación improvisada solo tiene sentido –al menos en este caso, claro– porque es una película que habla sobre sí misma.
Es así como, sin aparecer escrito en ninguna parte, asistimos al encariñamiento de unos niños con un anciano actor, un hecho que es al mismo tiempo ficción –porque ocurre en la obra– y al mismo tiempo real –porque ocurrió de verdad– pero que no ocurrió en un pasado más o menos lejano del que se está realizando una recreación sino que tuvo lugar en el mismo instante en que se inventó la ficción, de forma que, con mayor o menor voluntad, Suwa captura con su cámara un hecho vital de manera no documental. Es decir, hace ficción de lo real interviniendo en la realidad, escribiendo en el aire, esculpiendo en lugar del mármol la propia vida.
«Le lion est mort ce soir» procede entonces más que ninguna otra obra de una particular ordenación y explotación de los elementos de nuestra propia realidad. Es ficción sobre la realidad al tiempo que realidad sobre la ficción y no es de extrañar que en su seno trate el asunto de las visiones y la duda entre lo experimentado y lo imaginado pues, en cierta forma, hay momentos en ella más auténticos que la propia realidad, un tratamiento sincero y verídico de la manipulada realidad filmada que claro está es, a la vez, en la mayoría de los casos, más verdadera que la ficción.
Todo esto da sentido a una secuencia final en la que conviven todas las dualidades posibles: la muerte y la vida, lo real y lo imaginado, lo vivido y lo soñado, lo experimentado y lo interpretado. Ante tantas preguntas, Suwa escoge de entre todos los posibles el discurso más elocuente: unos delicados movimientos de cámara que culminan en un maravilloso y milimetrado fundido en negro. Literal o referencialmente, Jean-Pierre Leaud tenía razón:
Todas las historias terminan igual.
El japonés Nobuhiro Suwa dirige su octavo largometraje en solitario, en lo que es una coproducción de Francia y Japón que se presentó en el pasado festival de cine de San Sebastián, y que tiene como gran protagonista a un Jean-Pierre Léaud que interpreta a un actor en declive al que le vemos en un rodaje en los primeros minutos para posteriormente tomar la decisión de recorrer diferentes lugares de su vida, en especial el trasladarse a la localidad en donde está enterrada la que fue su mujer Juliette, y que ocupa la casa vacía en donde vivió ella, y en ese lugar la recuerda, y al mismo tiempo llegan a ese lugar unos niños que cámara en mano están grabando una película de terror. La película es poco convencional y sin contar la vida del propio Léaud sí que intenta aproximarse al declive de un actor y a los recuerdos de una persona mayor que en su momento fue famosa y en este momento está relegada al ostracismo.
Tiene un gran arranque durante el rodaje de esa película y vuelve a retomar algo de interés cuando aparecen los niños, ya que en la relación de este actor con los que quieren ser directores hay alguna situación interesante, pero termina siendo un proyecto fallido y decepcionante, que tiene su momento culminante cuando Jean recita la letra de la canción que da título a la película, y que posteriormente cantará junto a los más pequeños en el interior de un autobús. No me interesa tanto esas conversaciones con su mujer fallecida, y tampoco me parecen unas actuaciones brillantes ni de Léaud, el adolescente Antoine de Los 400 golpes ( 1959 ) dirigida por Francois Truffaut, ni de Pauline Etienne que interpreta a Juliette.
Una película que puede gustar a los aficionados al cine clásico en donde aparece Jean-Pierre Léaud, y a la películas de cine dentro del cine, porque en el fondo el director quiere hacer una especie de retrato de la vida actual del actor protagonista de una película.
LO MEJOR: El momento musical con la canción que da título a la película.
LO PEOR: Las diferentes historias no avanzan.
Pueden leer esta crítica con imágenes y contenidos adicionales en: http://www.filmdreams.net
En el siglo XVIII, Edmund Burke dedicó un pesado tomo filosófico a divagar sobre la idea de lo sublime. Esta incontenible muestra de exuberancia neoclásica, repleta de citas en griego y colmada con tal afectación discursiva suponía la pesadilla de cualquier estudiante de estética como fue el que escribe estas líneas. Toda su verborrea podría resumirse fácilmente en una simple frase: lo sublime excluye lo bello. Casi tres siglos después, Nobuhiro Suwa pretende decir justo lo contrario, pero no desde una perspectiva romántica de celebración de lo grande y abrumador que tiene lo sobrehumano, sino desde una cierta ironía posmoderna que maneja una idea de sublime rebajada, humanizada y cotidiana. Me atrevo a aventurar que tal vez Suwa no conocía la advertencia de otro gran cineasta contemporáneo que, como él mismo, gusta de balancearse en la cuerda floja, Albert Serra, quien en relación con su Historia de mi muerte (Història de la meva mort, 2013) avisaba de lo fina que es la línea que separa lo sublime de lo ridículo.
Como se ha dicho, El león duerme esta noche encara lo sublime sin aspavientos ni grandilocuencias, introduciendo la muerte y las manifestaciones sobrenaturales de un amor de ultratumba en un contexto de normalidad que no puede ser menos romántico. Con todo, una vuelta de tuerca metarreflexiva no podía faltar en un filme de este autor, presente esta vez por partida doble, tanto en ese actor que hace de sí mismo ante el abismo de la muerte y el olvido que lo amenazan, como en la filmación de ese nuevo filme amateur por parte de un grupo de niños que parece retrotraernos a la inocencia primigenia del cine, nuevamente un abismo.
Suwa siempre ha tenido una extraordinaria confianza para explicar el mundo, los universales, partiendo del cine como creación y como experiencia estética, y una gran capacidad de hacerlo dentro de un acto performativo. Lo hizo desde sus primeros filmes, en los que, a medida que los actores construían a sus personajes a base de improvisaciones filmadas, accedíamos a lo profundo de sus personas y se nos enfrentaba al significado de todos los grandes temas, del amor, de la amistad y la maternidad, de la historia, de la guerra… Algo de esa confianza en el poder explicativo del cine permanece en el grupo de niños que, en el juego, indagan sobre el punto donde se sitúan los límites del amor y la muerte… y en cómo llegar a representarlos.
Hasta aquí lo positivo que hay en el nuevo Suwa. Pero volvamos a lo bello, lo sublime y su caída en lo ridículo. Si en su etapa japonesa Suwa parecía mantener una suciedad y una inestabilidad de la imagen que iba muy acorde con el carácter de sus personajes y sus historias, desde que iniciara su etapa francesa con Una pareja perfecta (Un couple parfait, 2005), poco a poco ha limpiado su forma hasta alcanzar la excelencia que vemos en El león duerme esta noche. Siguiendo estándares bien conocidos, todo está perfectamente medido, los encuadres son perfectos, la composición y el juego de colores, magníficos, las interpretaciones, excepcionales, el trabajo de los departamentos de arte y sonido es brillante, y sin embargo es justamente ese su peor defecto y, precisamente, lo que aleja a este filme de la verdadera belleza.
En efecto, lo sublime puede volverse bello cuando se encuentra una forma que lo contiene sin hacerle perder su misterio. Dicho de otra manera, cuando es posible apuntar su existencia sin explicitar su significado. Pero lo que hace Suwa es encerrarlo en unas imágenes que son bellas de por sí, que ya lo eran previamente a haber sido puestas en relación con lo sublime, y por eso mismo resultan inocuas. Las perfectas imágenes que Suwa ha construido en El león duerme esta noche remiten a una idea bien asentada de calidad, pero por eso mismo están codificadas en extremo. Sin embargo, no establecen una relación dialéctica con su tema. Si en M/Other (1999) Suwa nos entregaba una propuesta novedosa y excitante de dialéctica entre la inmanencia y su representación, en este caso ha perdido la ocasión de hacer lo mismo con la trascendencia.
Y es que, por momentos, El león duerme esta noche parece más bien una oda a la autocomplacencia. No solo por parte de su director, también por parte de un Jean-Pierre Léaud, que parece encantado de hacer de sí mismo. Tenemos, pues, a un actor escenificando que ya no puede ser actor y deleitándose en su propia personalidad, y a un director renunciando a ser creador y rebajándose a usar las imágenes de otros, las de la tradición de la qualité. Y en este sentido El león duerme esta noche entra en el ridículo, y lo hace por la puerta grande.