El intendente Sansho
Sinopsis de la película
A finales de la Época Heian en el siglo XII, el gobernador de un pueblo es enviado al exilio. A pesar de que su familia quiere ir con él, ninguno podrá acompañarle, pues, engañados por una vieja que se hace pasar por sacerdotisa, son vendidos como esclavos por separado: la madre por un lado y los hijos por otro.
Detalles de la película
- Titulo Original: Sansho Dayu (Sansho the Bailiff)
- Año: 1954
- Duración: 123
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Opinión de la crítica
Película
8.3
59 valoraciones en total
Ahora no me cabe duda. Mizoguchi tocó el cielo. Fue dotado con un don del que muy pocos mortales disfrutan. El genio, una gracia concedida por alguna deidad parca en repartir la excelencia.
Actores que no actúan, sino que viven. Una cámara que no es cámara, sino universo. Una historia que no se conforma con tenernos de espectadores, sino que nos agarra del corazón y nos arrastra dentro.
No sé que tenía este director japonés, que hacía de la imagen un prodigio de sencillez visual y narrativa tan potente que deja sin aliento sin necesidad del menor delirio ni exceso. Una lección inigualable de sutileza. De saber desgarrar con la belleza del plano de una madre que reclama a sus hijos bajo sus alas protectoras, y que confía al viento una canción de búsqueda. Mizoguchi parte el alma sin tregua a golpe de sobriedad formal que contiene un fondo de insondable sentimiento. Como esas maneras suaves y delicadas, esos rostros sonrientes y esos modales exquisitos con los que muchas personas de culturas muy ajenas a la mía manifiestan sus emociones más profundas. Porque en muchos sitios está socialmente mal visto descomponerse, perder los estribos y expresar el sentir personal con estridencia. De esa pasta está fabricada una película de Mizoguchi. Con modales impecables, elegancia que no se descompone, y una habilidad sin parangón para atrapar al espectador hechizado y removerle las entrañas sin hacer un solo aspaviento técnico, sin mover la cámara más de lo estrictamente necesario, con una música suave con vibraciones añejas y melancólicas, como de cuento cuyos orígenes se pierden en la memoria de los tiempos. Una ligera sombra de irrealidad, de presagio fantasmagórico que sobrevuela rozando la dureza de abajo. De una tierra poblada de muchas personas crueles, de pocas personas bondadosas, de unos cuantos y escasísimos privilegiados, de espíritu de piedra unos, de calidez otros. Y de montones de desgraciados dejados a su suerte y esclavizados. A la pobreza, a la tiranía. A otros seres humanos.
Un lamento sufriente que emana como la niebla sobre las ciénagas. Y un rayo de esperanza. Una ilusión prometida en forma de enseñanzas que hablan de caridad y libertad, palabras remotas y dulces que se prolongan subrepticiamente en paladares demasiado acostumbrados a la hiel.
La esencia del Japón feudal en dos horas. La esencia de la maldad, del dolor, del amor, de la esclavitud, de la bondad, del coraje y de la persecución de los sueños. La esencia del mundo.
Y la esencia de lo mejor del cine universal que se pueda filmar jamás.
Si una persona no siente la caridad, no es una persona.
Incluso ante tu enemigo hay que sentir la caridad .
Te brillarán los ojos al viajar por los hermosos y grises paisajes de su fotografía.
Apretarás los dientes cuando adivines el dibujo del cruel medievo feudal.
Se te encogerá el estómago cuando la katana seccione los tendones.
Se te helará la sangre con la escalofriante escena de las barcas.
Tragarás saliva con su brutal retrato de la injusticia humana.
Se ablandará tu corazón cuando escuches las enseñanzas.
Te marcará la frente como un hierro al rojo vivo.
Te hervirá la sangre como a los campesinos.
Respirarás fuerte al comprender sus elipsis.
Te temblarán las piernas con su música.
Gritarás rabioso contra Sansho Dayu.
Y te levantarás para aplaudir.
Pero el mundo era mucho más cruel de lo que yo me imaginaba.
De nada sirve la voluntad de una persona.
Al ser humano le son indiferentes las desgracias cuando no le afectan directamente.
La piedad se rinde ante el egoísmo
He aquí una importante película que independientemente de la época en que se vea, siempre lucirá llena de mensaje conmovedor. La historia que cuenta remueve los instintos más trascendentes que tenemos los humanos aunque por lo general estén dormidos, con esta tesis SI UNA PERSONA NO SIENTE CARIDAD, NO ES PERSONA, INCLUSO ANTE TU ENEMIGO HAY QUE SENTIR CARIDAD .
La película es un manantial de sana llamada a obrar con altura y dignidad de humano. Lanza esta pregunta por boca de los pobres que sufren: ¿Por qué nadie hace nada sabiendo que nuestra vida es un infierno ? Quizá va dirigida a Dios o quizá a todos los hombres que de una u otra manera tenemos la obligación de hacer de Dios.
Magnífica película, cuyo título es el del personaje que en ella representa la constante cruedad personificada. Sin embargo a pesar de este título deprimente, el fondo esperanzador que recorre toda la historia es que el hombre caritativo, honesto y que hace el bien, aunque tenga que sufrir un alto precio por ello (dado que el proceder con dignidad caritativa siempre provocará al mal instalado), no debe temer sino asumir su ser caritativo, su noble destino, con esperanza.
Fej Delvahe
El corazón encogido, el estómago oprimido y los ojos en alerta constante y prácticamente fuera de órbita. Así es como me mantuvo ayer durante dos maravillosas horas Kenji Mizoguchi.
Soy de esos que se emocionan con facilidad, pero a los que les es bastante complicado arrancar una lágrima. Con El intendente Sansho lloré, y lloré con ganas. Lloré porque acababa de ver una de las más grandiosas obras maestras que se hayan filmado jamás. Lloré de rabia y de impotencia, de desesperación y de amargura. Lloré sin consuelo por Zushio y Anju, por su triste y agónica epopeya, y lloré por Tamaki, madre deshonrada y mutilada sin piedad.
Una película que nos habla de las injusticias, de la esclavitud, del honor y de la caridad. La caridad como único soporte ante el horroroso horizonte de desigualdades y penurias que supuso el Japón feudal, pero que por desgracia, bien se podría extrapolar a nuestros días.
La historia esta repleta de momentos emotivos, de escenas inolvidables rodadas con una maestría insólita. Planos medios-largos, movimiento pausado y certero de cámara, una fotografía maravillosa, en tonos grises rebosantes de luz, y un montaje inmaculado, diría que hasta occidentalizado.
Momentos realmente crueles y agónicos, en los que te apetece gritar, y en donde es muy difícil guardar la compostura. Escenas como la de las barcas, el castigo a los fugados, tendones y frentes marcados. Tristes pérdidas y gloriosos reencuentros.
Emotivas enseñanzas que curan el alma y ayudan a minimizar las penas y convierten el camino de la vida, lleno de trampas, en un viaje espeluznante hacia el lado más oscuro y mezquino del ser humano.
Una película impresionante, inolvidable e imprescindible. Una de esas películas que es obligatorio ver antes de morir, que habría que enseñar en las escuelas de la vida.
La película con el final más grande, hermoso, triste y emotivo que se haya podido rodar jamás.
Una OBRA MAESTRA como la copa de un pino. Tengo que pensar friamente en que lugar de mi Top Ten la colocaré. Muy arriba, seguro.
Excelente melodrama sobre la esclavitud, de guión recio e imagen bellísima –¡menudos exteriores, parecen sacados de las ilustraciones de un cuento!–.
Al que haya tenido, como yo (hace ya un tiempo), la suerte de haberla visto por primera vez sin saber nada del argumento, le resultará imposible olvidar el inesperado giro que dan los acontecimientos en la escena de las barcas. La presentación es un pelín lenta, pero a partir de ahí ya no habrá descanso en una narración casi perfecta que se mantiene así hasta el emotivo final.
Sin duda alguna, una de las mejores películas japonesas de todos los tiempos.