El horizonte
Sinopsis de la película
Verano del 76. Una ola de calor está provocando que el campo suizo se seque a toda velocidad. En un ambiente sofocante, Gus, que tiene trece años y es hijo de un granjero, ve cómo su entorno familiar y su inocencia se resquebrajan: está viviendo el fin de un mundo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Le milieu de lhorizon (Beyond the Horizon)
- Año: 2019
- Duración: 88
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Opinión de la crítica
Película
6.2
60 valoraciones en total
*Perdidos en el paraíso rupestre
A primera vista Le milieu de l’horizon podría parecer un film sobre romper la imagen idílica del mundo rural, pero va más allá. El guion escrito por Joanne Giger y Roland Buti da las principales claves de un relato sobre los cambios y sobre la madurez en cada etapa. A través de los ojos de un preadolescente se puede ver esa incertidumbre de lo desconocido y la contrariedad de sentimientos. El texto se aleja de lo políticamente correcto y se pueden ver las imperfecciones de cada uno de los personajes. Se aleja de un estilo maniqueo y aporta una profundidad que se valora en los frentes abiertos que hay en el relato. Es sorprendente cómo va dejando pequeñas pinceladas que se van desarrollando según avanza el film. Sorprende por esa forma de atreverse a gestionar todo ese viaje emocional.
Además, hay que destacar que dentro de un ambiente rural, se revela un micromundo en esta familia. Los secretos y errores son los principales protagonistas, pero también, los expone con una identidad y sin tirar de clichés de género o sexualidad. Las relaciones que se crean entre sí son igual de analizadas y no hay una justificación del amor prohibido. Tampoco se ve un planteamiento de culpa, sino que dota a todos sus personajes de circunstancias y de modos de vivir. Un ejemplo de cómo lo inesperado puede ser el comienzo de la decadencia y al mismo tiempo, el florecer de una nueva realidad. Es una historia que se cocina a fuego lento y por ello, se permite que cueza el efecto sensitivo sin prisas y con la fabulosa decisión de dar ese ingrediente de contemplación activa.
*El escaparate de pasiones
Es un placer ver en Le milieu de l’horizon a una figura tan reconocida del cine francés como Laetitia Casta. La actriz francesa brilla de una forma fulgurante. Tiene una elegancia escénica, combinada con una frescura que enamora a los espectadores. Además, esa energía tan enigmática provoca que el público sea incapaz de apartar la mirada del film. Forma una energía extraordinaria con Clémence Poésy. Por su parte, Poésy sabe mantenerse fuera del foco, aunque con su fuerza inunda la pantalla en cada una de sus escenas. Moderada, con un simbolismo y sensualidad en un perfecto estado. Sabe expresar sin palabras, además de tener una candidez innata. Como se suele decir, bueno y breve, dos veces bueno. Ambas se comen la pantalla y son las protagonistas sin tener necesidad de aparecer tanto en ella.
Por otro lado, Luc Bruchez es el alma principal del film. Con su juventud demuestra tener un talento interpretativo excelso, tiene una madurez sensiblemente expresiva, que se aprecia en la metamorfosis de su personaje. Bruchez sabe mantener el foco del dramatismo en pantalla sobre sus hombros y además, le aporta naturalidad y una potencia orgánica. No cae en la imagen del niño pequeño, sino que muestra esos flecos de la dificultad de crecer y entender. Por último, Fred Hotier, Lisa Harder y Thibaut Evrard quedan en un segundo plano, pero su labor actoral es igual de importante, ellos otorgan mayor profundidad a lo que ocurre y dejan algo de los momentos más impactantes. Tienen mucha vigorososidad física en sus escenas. Como detalle, la pequeña Sasha Gravat Harsch es una colaboración delicada e inocente, que contrasta bien con el complejo mundo de la familia protagonista.
*La belleza plasmada
El valor artístico de Le milieu de l’horizon es bastante alto, ha habido una planificación que se ha fijado mayormente en el impacto visual que puede generar en el espectador. Para empezar, los colores que utilizan son una paleta que evoca a un mundo idílico, pero saben combinarlos. Según transcurre el film, llevan los amarillos hacia una tonalidad más seca de la que emana esa sensación de ruptura. Luego, la dirección fotográfica es excelente, la manera de colocar la cámara le permite alcanzar una composición estéticamente bella, pero también con significado en sí misma. Lo mismo ocurre con la iluminación, que se aleja de ese prisma tan luminoso para dar un detalle realista y más crudo. Por lo cual, ha aprovechado al máximo todos los recursos plásticos y ha logrado un acabado impoluto.
La riqueza de los espacios elegidos para rodar son totalmente acertados. Aprovecha al máximo los exteriores y sabe exprimirlos al máximo. Se puede ver el gran trabajo artístico que hay detrás para obtener una buena puesta en escena. La fuerza de la propia naturaleza es lo que ensalza con más potencia la historia principal. No se puede negar que esta cinta consigue atrapar al espectador gracias a su gran realización técnica. Hay que subrayar también el detalle del vestuario, han sabido captar no sólo las consecuencias espacio-temporales, sino también la identidad construida sobre sus personajes. Por último, la banda sonora y la propia sonorización de cada escena termina por dar un resultado elevado. Han sabido mezclar los componentes artísticos para hacer sentir al espectador a través de lo visual y auditivo. Una experiencia que merece la pena ver.
*Conclusión
Le milieu de l’horizon es una película que va desde una sencillez hasta una profundidad visceral absoluta. Maneja bien los tiempos y realiza una construcción llena de matices en sus personajes. Los eventos principales se muestran con una madurez emocional destacable. Las interpretaciones protagonistas son excelentes, destacando a Laetitia Casta y Luc Bruchez. Técnicamente es preciosa, han sabido explotar los exteriores y la puesta en escena utilizada. Tienen un cuidado con la fotografía exquisita y un uso de la música muy interesante. Un cuento que comienza como una historia idílica rural y termina siendo una aventura directa a los cambios y a la contrariedad que, a veces, supone el sentir.
Escrito por Diego Da Costa
La apuesta suiza llega a nuestras castizas pantallas no sin cierta confusión terminológica.
Llama la atención que ciertos títulos sean transformados de manera tan notable una vez son traducidos a otras lenguas. Me pareció curioso cuando este verano leí La vie devant soi. En las diferentes ediciones que en castellano tenemos se la traduce a veces como La vida por delante mientras que otras se la prefiere titular La vida ante sí. Estaremos de acuerdo todos en que no es lo mismo que la vida se presente ante nuestros ojos a que, como Aquiles con la tortuga, nunca la lleguemos a alcanzar. El caso se repite con la película que nos ocupa: Le milieu de l´horizon. Milieu significa en medio o centro en francés y contrasta mucho con la traducción inglesa del título: Beyond the horizon. Nuevamente la misma historia: poco importa que hablemos de vida o de horizontes cuando lo fundamental es saber si nos encontramos más aquí o más allá.
Horizonte se dice en alemán Horizont y proviene del griego horos que, según mi diccionario heideggeriano, significa límite, frontera o mojón. Esta última acepción hace referencia en la jerga más usual a aquello que es simple y llanamente una mierda, y me hubiese venido muy bien de haber sido esta una mala película. En España se han querido quitar de marrones y la han titulado El horizonte para no perturbar el sentido de la obra, suponiendo, claro está, que lo tenga que tener.
Con sentido o sin él lo único que de seguro está ahí es lo que acaece en la pantalla. En esta historia Gus, el niño protagonista, asiste al desmoronamiento de todo cuanto conocía bajo el árido sol campestre de 1976. Desde su perspectiva, con la cámara y la narrativa a su altura, la directora de esta modesta y preciosista historia (Delphine Lehericey) pretende dar cuenta de lo complejo de este cambio sin pararse a juzgar los hechos. Esto implica contemplar los asuntos humanos con sus frustraciones, desde sus primeros amores, aquellos que nacen con el albor del nuevo día, hasta los que están condenados a morir, sean fugaces o longevos.
El horizonte, el único que la vista alcanza a ver y que corta en dos el veraniego paisaje rural, acompaña cada una de las dichas y desgracias de la familia de Gus, siendo testigo silencioso (como siempre ocurre con lo divino, que está bien callado) además de servir telón de fondo con su inusitada belleza, no sé si real, pero desde luego muy bien fotografiada. Fotografía ésta que, junto a unas notables interpretaciones, eleva el nivel del conjunto.
Aderezando esta estampa encontramos una música que acentúa los momentos más importantes como si se tratase de una versión light de la banda sonora de Dead man, es decir, como retazos de un Neil Young de marca blanca. Esto es sintomático de su falta de personalidad. Siendo esta cinta una especie de atípico western contemplativo, se queda a la sombra de un género que ya cuenta con algún que otro acierto en los últimos años: Lucky, que bajo la dirección de John Carrol Lynch coquetea con la crisis existencial de la muerte o una olvidada película alemana que no por capricho se titula Western.
En líneas generales las comparaciones son risibles. La película que nos ocupa es en su mayor parte predecible y blandita en el sentido más neutro de la expresión. Por momentos, quizás en los peores, se encuentra cerca de ser catalogada como peli de tarde. La experiencia es muchas veces olvidable, aunque a ratos destile buen cine. Hablando en plata: está bien.
Quizá podríamos relacionar su título con la idea de un horizonte de posibilidad, al menos para darle un sentido a tanta disquisición filológica. Tal vez la intención era describir cómo se va desvaneciendo cualquier oportunidad de vivir de la propia tierra, de amar sin miedo o de continuar una vida juntos. Es posible que de eso se tratara: de mostrar cómo el chaval queda cada vez más asfixiado por unos límites que apestan a muerte, literal y metafóricamente. No sé si eso es estar en medio, más allá o debajo del horizonte. Sea como fuere, estas soplapolleces filosóficas no importan a nadie cuando las emociones puras y sutiles alcanzan nuestro corazón, que no entiende de fronteras.
Escrito para Infodiario.es:
https://infodiario.es/cultura/cine/critica-pelicula-el-horizonte-gus-a-la-ferme/?amp&__twitter_impression=true
La prole y el trabajo: núcleo de todos los conflictos. La cotidianidad en la comunidad agrícola: un acicate para ahondar en el melodrama a costa del apartheid social y económico proporcional al de la voluble (des)unión familiar.
La reivindicación de la vida rural que exalta la sencillez de su modus vivendi, a través de reiterativos planos paisajísticos o las (casi) silentes postales condimentadas por el repiqueteante cri-cri de las cigarras, persigue ceñirse a la plasmación, de intencionalidad pictórica, del aclimatamiento a la rutina apoltronada en un inmundo criadero de pollos azotado por la ola de calor, para que, tras un interludio que recuerda a Un amor de verano (2015, Catherine Corsini), preluda la transición hacia una atmósfera opresiva, asfixiante y hostil.
Es 1976. Nos encontramos en Suiza. Y en El Horizonte, Delphine Lehericey versa sobre el florecimiento de los sentimientos, el descubrimiento del deseo, la necesidad de sentirse querido y la (re)definición de la orientación sexual, tanto en la etapa preadolescente como a los 40. Pero especialmente de hasta qué punto la pubertad condiciona nuestra personalidad para, dependiendo de la dirección que tomemos, ir preparándonos para la transformación en un hombre adulto o en monstruo.
A veces el gran cine es capaz de aparecer tras una pequeña película, no hace falta ni un guión sofisticado y milimétrico, ni una producción de campanillas para quedar atrapado entre los fotogramas de una película que no tiene más pretensiones que la de mostrarnos la esencia de la vida, cuyos recovecos son siempre inexorables aunque muchas veces no sean los deseados.
El microcosmos rural, casi bucólico, se nos presenta a través de los ojos de su joven protagonista rodeado de personajes con sus luces y sus sombras y un puñado de líneas argumentales muy sutiles y bien entretejidas para conseguir que los acontecimientos terminen arrrastrando a todos y cada uno de los miembros de la familia, donde destaca una Laetitia Casta cuya energía escénica es el catalizador emocional de la historia. Ayuda, y mucho, una bucólica fotografía que consigue transmitir el calor de la época estival en la que transcurre la película sin artificios ni complicaciones, porque la vida se ve de una forma tan hermosa como sencilla cuando se tienen 13 años aunque, en este caso, el salto a la adolescencia implique un peaje que nunca es grato pagar.
Lo mejor: La sencillez que envuelve toda la película y que consigue transmitirnos a la perfección ese fragmento tan importante de la vida del protagonista.
Lo peor: No tengo claro si la expresividad del joven protagonista Luc Bruchez es la realmente buscada o es una limitación interpretativa.
http://www.aluCINEando.com
El final de la infancia, tanto en la literatura como en el cine, siempre ha sido un fructífero sustrato sobre el que elaborar historias cercanas y humanas, aunque con desigual profundidad. Como todo cambio, el paso hacia la adolescencia y, seguidamente, a la vida adulta, supone una crisis con suficientes elementos dramáticos como para que el artista disfrute describiendo ese siempre complicado proceso.
El planteamiento de la realizadora suiza Delphine Lehericey resulta prometedor en fondo y forma, al preparar una localización para su protagonista con cierto grado de originalidad: el calor asfixiante, una zona rural que inicia torpemente el desarrollo tecnológico y que no se ve aislada de los modos de vida que se van imponiendo en los 70.
No obstante, una vez diseñado el escenario, Lehericey (más que situar) arroja a su protagonista contra el suelo reseco y, a la misma velocidad con que recorre las carreteras con su bici, se ve zarandeado por una serie de hechos que a la directora y al guionista se les van totalmente de las manos.
Enfrentarse a la muerte del ganado y a la sequedad del maíz funciona como fin de una etapa vital. Sin embargo, su uso reiterativo y agresivo le acaba restando la sutileza de la metáfora. Por otro lado, el fin de la estabilidad familiar con la descarnada, y muy mal explicada, relación lésbica de su madre provoca un desconcierto tal que la empatía hacia el drama de ella o la desubicación de Gus es sustituida por la sensación de estar ante una tomadura de pelo.
Quizá lo que desdiga del film no sean tanto las ideas del relato, bastante brutales pero posibles, sino el modo errático y poco argumentado con el que se plantean, haciendo que una historia fundamentalmente humana esté contada a través de unos personajes poco construidos, sin matices ni evolución. De esa manera, el film se vuelve inverosímil y el trabajo de los actores (del joven Gus y de su padre, interpretados por Luc Bruchez y Thibaut Evrard, que son los únicos que se salvan) ineficaz.
Lamentablemente, también se desperdicia una estupenda fotografía, sugerente en cuanto al granulado que emula al de la época y algunos planos que, con otro guion, hubiesen sido fascinantes.
http://www.contraste.info