El hombre que ríe
Sinopsis de la película
Queriéndose vengar de Lord Clancharlie, El Rey Jacobo II ordena la muerte y el secuestro de su hijo. Como venganza contra su padre, el niño es secuestrado y deformado su rostro quedándole una sonrisa monstruosa.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Man Who Laughs
- Año: 1928
- Duración: 110
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Opinión de la crítica
Película
7.3
47 valoraciones en total
Si nos viéramos obligados a calificar el film El hombre que ríe con un solo adjetivo, este sería sin lugar a dudas barroco. Esta adaptación de la novela homónima de Víctor Hugo nos introduce en la Inglaterra de inicios del siglo XVII en el que las miserias humanas fruto de la marginalidad y la pobreza se confrontan a la falsedad y al derroche de la aristocracia, siendo ambos mundos unidos por la codicia y la maldad humana, las cuales establecen un hipervínculo por el que nuestro protagonista deberá divagar en su incesante camino hacia el amor y la felicidad.
Paul Leni, aun rodando esta película en Estados Unidos, no puede sino hacernos pensar que nos hallamos ante un film alemán. A partir de una fotografía barroca que concuerda totalmente con el relato y un uso de lo grotesco que sirven tanto en los momentos cómicos como sobre todo en los dramáticos, siendo una especie de preludio semiexpresionista de Freaks (1931), encontramos, sumergido en el más que arquetípico viaje del héroe, un sinfín de pequeños detalles y momentos de brillantez que lo elevan como una cinta de lo más notable en el periodo del cine mudo.
Un brillante Conrad Veidt será capaz de hacernos sentir aquello que su personaje siente a través del brillo de sus ojos, compartiendo todas sus dudas, temores y aventuras, durante casi dos horas de metraje. Los pequeños detalles, como el cuidado de la fotografía que comentaba así como el inciso en sentimientos de los protagonistas y la moralidad de la gente que les rodea la convierten en un producto de calidad que va más allá del entretenimiento, aun contando con un final un tanto alargado, movido por una acción que a día de hoy consideraríamos palomitera, quizás necesaria para satisfacer las expectativas del espectador de cine del momento.
Cabe destacar, a parte de la utilización de un ser monstruoso como protagonista, algo poco convencional, el poderío visual que contienen las escenas de alto nivel erótico, siendo presentado el personaje de la duquesa en su cama, dejando bien claro, tanto a Gwynplaine como al espectador, que esos son sus dominios, y claro está, es donde mejor sabe desenvolver su papel. Este tipo de caracteres de alta sensualidad serían censurados tras la aplicación del código Haus en el año 1934, dejándonos hasta entonces, desde los inicios del sonoro, sabiendo que este film es una especie de mezcla de cine mudo con algunos elementos audibles, un seguido de temáticas que tardarían lustros en volver a aparecer en las grandes pantallas estadounidenses.
http://cinemonogatari.blogspot.com.es/2014/07/the-man-who-laughs-1928-el-hombre-que.html
Oh, una sonrisa perenne bajo la que se ocultan lamentos. Oh, oprobio, oh infamia.
Seguramente en su época el bueno de Gwynplaine debió causar más de un sofoco, y más de una reflexión pesimista, pero lo que es hoy en día…
Cuando ocultar bajo una sonrisa los pesares, y denunciar las caretas de la sociedad es costumbre, las historias de otro tiempo suelen quedarse en meros artefactos adornados.
Así le sucede a El Hombre que Ríe, y lo que es una fábula tenebrosa sobre el uso de los marginados sociales a conveniencia no pasa hoy día de una curiosidad malsana cuyo principal mérito es haber inspirado al más inmortal enemigo de Batman.
(Sin embargo, cabe señalar que la última iteración de Joker a cargo de Joaquín Phoenix guarda no pocas similitudes de contexto social y personal con este hombre que ríe, poniendo de relieve que, o bien se volvió a los orígenes para reescribirlos, o bien las historias primigenias están obligadas a volver al principio del círculo)
Sea como sea, cualquier aficionado a los monstruos del siglo pasado puede ver los objetivos a cumplir: recreación en maquillaje grotesco, bella pretendiente ajena a la fealdad del protagonista, persecución y burla por parte de una sociedad intolerante… los tópicos están ahí, y no molestan, aunque a veces alarguen más de lo necesario su estancia.
Si acaso, lo más extraordinario es un magnífico Conrad Veidt, eternamente desfigurado, cuyos ojos son ventanas a un mundo de dolor, felicidad y rabia, al que nadie jamás se asomará debido a su sonrisa. La única que consigue verle , que le quiere como de verdad es, será Dea la triste ciega de su circo ambulante, más triste aún porque no puede ni quiere retenerle a su vera.
Vale la pena dejarse embriagar en su romance, tan puro e idealizado como solo puede verterse en fotogramas del siglo pasado.
Por lo demás, sí, los bellos guardan feos corazones, los villanos llegan al poder y los intereses poco importan a quien tiene riquezas.
Lo hemos visto, lo sabemos.
Pero los ojos de Conrad Veidt siguen compensando todo eso conocido.
Otra de las grandes novelas que nos legara Victor Hugo, el celebérrimo autor de Los miserables y Notre-Dame de París, fue El hombre que ríe (1869), una obra ambientada en la Inglaterra del siglo XVII en la que, el autor, rememora otro de los atroces ejercicios que le debemos a las monarquías. En este caso, el robo de niños a los que, luego, cirujanos sin escrúpulos operaban… pero no con el ánimo de sanarlos de algún problema físico, sino con el atroz propósito de convertirlos en fenómenos (monstruos, bufones, saltimbanquis) que luego llegaban a los palacios como el hazmerreír de la nobleza … o también a las ferias para divertir al populacho.
En Inglaterra, los niños-juguetes, fue una atroz infamia que contó con la venia del último rey católico James II (Jacobo II ¿?), quien vendía a los comprachicos, los hijos de sus enemigos o aquellos muchachos que eran encontrados por la guardia en condiciones de abandono y otras circu-e-stancias. Lo que ocurrió con uno de estos niños, hijo de Lord Clancharlie -personaje enviado al exilio-, es lo que va a contarnos, con profunda emotividad y poesía, el gran Victor Hugo, preservando un rigor histórico como muy pocos autores en el mundo han sabido hacerlo.
Leer la novela será siempre un privilegio y un gusto formativo que nadie debería denegarse, más, ver la versión cinematográfica que, en 1928, realizara el admirable realizador alemán Paul Leni (El gabinete de las figuras de cera, The cat and the canary …), durante su paso por los EEUU de Norteamérica, es otra inolvidable experiencia que siempre se recordará.
Por su plástica, realizada por un hombre curtido en el manejo de la luz como la usara el expresionismo alemán y diseñador de sets de numerosas películas durante el cine silente, El HOMBRE QUE RÍE es una esplendorosa obra de Arte donde cada plano goza de una composición pictórica admirable. La belleza per se, el efecto de conjunto y el significado emocional de cada plano, hacen escuela con esta obra que, además, es una película del más alto contenido humano.
Pocas son las variaciones que asume Leni (guion de J. Grubb Alexander), a la obra del escritor francés (nos entera desde el principio de lo que, el autor, deja para el climax, dice sí a una cita que, en el libro, se rechazó, omite la rigurosa descripción que hace Víctor Hugo del trato en la prisión de Chatam…) y se le abona que cuida del detalle escénico como si, antes que nada, hubiese deseado complacer a Victor Hugo, escritor de un rigor descriptivo inigualable.
Conrad Veidt, representando a Gwynplaine, vuelve a tener aquí otro de esos roles por los que se le recordará siempre, logrando una creación que nos remueve desde muy adentro. Mary Philbin – quien ya había sido su chica en El mago rojo-, posee la suerte de adorable figura que nos describe Victor Hugo en su impactante novela. Como la duquesa Josiane, la rusa Olga Baclanova impacta con su impudor y su reservada ternura, y Cesare Gravina, deja plasmado a un Ursus inolvidable por su gran valor humano.
Dos desaciertos que pude captar: No fue el rey James –como reza el cartel- sino William III, su sucesor, quien procuró el aniquilamiento de los infames comprachicos y la presencia de Dea en palacio, cuando Gwynplaine es nombrado Lord, que es un agregado que no queda bien resuelto… no empañan suficientemente una obra que, de resto, brilla por todos los costados.
P.D. Quienes deseen indagar sobre la génesis del Joker (Guasón) de la serie Batman, aquí la encontrarán.
Basada en una novela de Victor Hugo que no he leído, por lo que mi conocimiento de la historia es la que se muestra en la película, aunque ya he leído por ahí que no está nada mal la adaptación, bastante comprimida, por ser un libro bien tocho, y quizás con mejor final.
Lo primero que llama la atención, obviamente, es el personaje protagonista, que es tremendo. Con una sonrisa perpetua por culpa de una cirugía, este actor se sale por todos lados. Sus expresiones, esos momentos de dolor y tristeza sin poder cambiar la eterna sonrisa, ese estigma que le acompaña allá a donde va y su búsqueda del amor, aunque lo tiene bien cerca desde siempre.
Ni que decir tiene, que se basaron totalmente en este personaje, de esta película en concreto, para crear al Joker, el nemesis de Batman, y es que es imposible esconder las similitudes, nunca lo han intentado. Es un claro tributo.
La historia nos cuenta las intrigas y devenires de palacio, de sus nobles, donde el cirquense protagonista se ve implicado por su olvidada y oculta ascendencia. Una historia de casualidades, de la decadencia de la nobleza, de la lucha de la monarquía y el pueblo llano, que da lugar a la locura y el caos del final de la cinta.
Siempre me han llamado la atención las escenas del cine mudo de ¨multitudes¨, tal caos tan bien organizado y que estoy seguro que sería imposible de recrear en la actualidad.
Resaltan también los detalles, los ricos y trabajados decorados, las ropas, esas carrozas tan enormes y chulísimas, todo eso mezclado con una historia aceptable y las tremendas actuaciones de los protagonistas -no solo el prota, también la preciosa chica ciega, el dueño del circo, el bufón convertido en consejero, que está magnífico, con esa maldad intrínseca que tiene, y también la duquesa, picarona y orgullosa, y con algunas escenas que creo que sería bastante subidas de tono para esta época-, la mezcla de todo logran una película muy digna de verse.
Más que estimable andanada de cine mudo, silente, que diría un buen pedante, material de filmoteca, que diría Stone. La función promete lo indecible en sus primeros pasos, que remiten al cine mudo alemán, con esa galería de rostros crudos, cierta sensibilidad punzante, la atmósfera. Me sorprendió después comprobar que es una producción americana pero, en efecto, el tal Paul Leni, un tipo interesante, por cierto, es alemán. Y ya digo, ese aire bávaro inicial y el planteamiento del relato son harto prometedores, pero luego va bajando el pistón lenta e inexorablemente, aunque ojo, arrojando un balance nada desdeñable. En la licorería se alzan voces que aluden a la grandeza de la novela de Victor Hugo en la que se basa, y al reduccionismo argumental y la pérdida de aristas que sufre en esta traslación fílmica. Y supongo que estaría de acuerdo con ellas si hubiera devorado la novela, por que ni el filón que supone el personaje del hombre que ríe, indudable precedente del Joker de Batman y fantásticamente interpretado por Conrad Veidt y con una caracterización que resulta inolvidable ya desde el mismo cartel, acaba de ser explotado como debería, ni los secundarios ofrecen las vísceras que uno ansía, ni la atmósfera de esos primeros compases se adueña del evento, que acaba un poco diluido por el exceso de trama y la ausencia de los misiles emocionales que uno desearía. En el tercio final, especialmente, cuando el ritmo y el tono se vuelven más socorridos y aventureros en perjuicio del dramatismo, la sensación es la de una gran oportunidad perdida, y ese final más rebozado en almax de lo deseable acaba por no dejar un gran sabor de boca. Pero sólo por el hombre que ríe, un personaje memorable, y un buen número de secuencias donde el tal Leni demuestra que era un tipo a tener en cuenta a los mandos de una cámara, la película ya merece una reivindicación. El amago de erección está servido.