El hijo de la novia
Sinopsis de la película
Rafael dedica 24 horas al día a su restaurante, está divorciado, ve muy poco a su hija, no tiene amigos y elude comprometerse con su novia. Además, desde hace mucho tiempo no visita a su madre, internada en un geriátrico porque sufre el mal de Alzheimer. Una serie de acontecimientos inesperados le obligan a replantearse su vida. Entre ellos, la intención que tiene su padre de cumplir el viejo sueño de su madre: casarse por la Iglesia.
Detalles de la película
- Titulo Original: El hijo de la novia
- Año: 2001
- Duración: 124
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Opinión de la crítica
Película
7.7
98 valoraciones en total
Escucha… no, no te estoy diciendo que me oigas. ¡Escucha! Es la diferencia entre la actitud pasiva y la activa, porque para esta película lo vas a necesitar.
Brevemente, la sinopsis: Rafael, estresado propietario de restaurante, un ´malabarista que corre arriba y abajo intentando mantener el equilibrio ´, que tiene una madre con Alzheimer, una novia a quien atiende como si florero, una hija para los jueves fruto de su divorcio y un reencuentro con un viejo amigo que le devuelve sueños de su infancia. También tiene dos grandes amigos, inseparables compañeros: su encendedor y su móvil. Un ataque de corazón y un ´¿qué mierda estoy haciendo con mi vida?´, una oferta de una multinacional para comprarle el restaurante y un entrañable padre que se declara tan absolutamente enamorado de su mujer que desea llevarla a la vicaría, tras cuarenta y cuatro años casados por lo civil, ´lo único que no le he concedido´. Un cóctel de lágrima fácil…
¡No!
De lágrima, pero no fácil. Escuchadme: quienes hayan visto la sumamente recomendable ´El niño que gritó puta´ del mismo director sabrán que no hablamos de un Michael Landon, sabrán que la dureza no le resulta ajena. Pero, a diferencia de aquélla, comprobarán también que se puede encontrar amabilidad entre la miseria humana, que el cinismo no deja de ser una coraza timorata y que la poesía se puede consumir sin edulcorantes.
Si el director ya supone un aval, los actores merecen un aplauso rotura de muñecas. Desde Ricardo Darín que no presenta fisura alguna a su novia en la pantalla, Natalia Verbeke. Héctor Alterio como anciano padre merece un pedestal, por la espléndida interpretación y porque todo lo perceptible, también lo imperceptible, y lo aperceptible, lo properceptible, superperceptible, ultraperceptible, noséquéperceptible se armonizan en uno que nos conmueve y nos hace desear encontrárnoslo por la calle, incluso mejor, mirar de otra manera a quien nos encontremos por la calle.
Categoría especial para Norma Aleandro, como la madre. Pasa de la dulzura a la vulgaridad sin apenas transición, sin ese velo de pudor del que tanto cuesta desprendernos. Pierde la mirada en no sé qué rincón de su memoria mientras nos descubre sus inquietudes más infantiles. Nos arroja su severo semblante que estoicamente soportamos para estallar en una tosca carcajada que nos la devuelve adorable. No culpéis a quienes se enternezcan más de la cuenta o, por el contrario, permanezcan demasiado impasibles. Como el documento nacional de identidad, son sensaciones personales e intransferibles.
Despójate de los guantes que confunden tacto con presión. Líbrate de resfriados que conviertan tu nariz en un simple apéndice nasal y, sobretodo, no se te ocurra enmascarar tu gusto tras una previsible capa de caramelo. Cálzate los cinco sentidos y experimenta con unos sentimientos que, de tan milimétricamente reales, parecen ficción. Esa ficción que todos quisiéramos tener la lucidez de alumbrar.
El Alzheimer es una de los peores enfermedades de la senectud. La pérdida progresiva de la memoria es una condena para quien la padece, y para los que observan cómo se volatiliza mes a mes la identidad, el alma de esa persona tan querida, tan apreciada, tan importante.
Campanella, mago del cine emotivo argentino, revisa un aspecto que nadie tiene ganas de revisar: la ingratitud de alcanzar la recta final de la vida, y padecer males incurables que harán doblemente difícil hacerse viejo. Pero también, con esa magistral mezcla de géneros que suele caracterizar a este director, trata el tema del amor verdadero, de las relaciones entre padres e hijos, y el ajetreo de estos tiempos acelerados en los que cuesta tanto sentarse a desgranar las cosas con calma y realizar las elecciones correctas debido a las prisas y la precipitación, tiempos en los que la baja autoestima, el estrés y el exceso de obligaciones desgastan y rompen parejas, vínculos de sangre y amistades.
Actualmente una de las máximas es: No tengo tiempo. No hay el suficiente para dedicarlo más a la madre, afectada de Alzheimer, no lo hay para resolver los problemas conyugales, que se acumulan hasta que ya no tienen solución y explotan, no lo hay para atender a los niños como necesitan, no lo hay para reunirse con amigos de infancia a los que no se ha visto en veinte años. Tampoco lo hay para comprometerse con la nueva conquista que se pirra por acompañarnos para los restos.
Rafael Belvedere no lo tiene. Su restaurante le consume buena parte de sus horas y energías. Al coger las riendas del negocio familiar, por fin sintió que había sentado cabeza, que ya no era el tarambana al que tanto sermoneaban su mamá y su esposa. Pero no fue bastante. Algo seguía fallando. Su matrimonio se fue al garete, su nena Vicky pasó a ser hija de divorciados que visita a su papá los jueves, hace un año que no va a ver a su madre al asilo en el que no hubo más remedio que internarla porque cuidar de una persona enferma de Alzheimer sobrepasa las fuerzas y la resistencia física del padre, bastante anciano para sobrellevarlo. Y a todo eso hay que añadir que el trabajo en el restaurante es muy estresante (lleva el teléfono pegado a la oreja como si fuese otro órgano de su cuerpo), y que experimenta la clásica fobia a llamar las cosas por su nombre en lo que se refiere a su joven novia, Naty.
Ese trajín incesante de Rafael y sus frustraciones contagian el nerviosismo perenne, sus pequeños fracasos de cada día. El restaurante pasa por una crisis y una empresa está interesada en adquirirlo, promete a Vicky acudir a eventos a los que después no puede ir, se siente mal por tener apartada a su madre mientras escucha las peticiones del padre para que vaya con más frecuencia al asilo, y está alcanzando un punto con Naty en el que sabe que tendrá que tomar una decisión crucial.
Posiblemente la más equilibrada de la esplendida trilogía social de Campanella, El Hijo de la Novia es un drama extremadamente sutil e incisivo con respecto a la naturaleza del ser humano, de la vida en pareja, del trabajo, de los amigos o de la familia. Y todo contado con una simplicidad asombrosa, sin trucos ni trampas, haciéndote participe de cada asunto que cuenta. Nada es artificial en esta película sincera como pocas, que además contiene una de las historias de amor más entrañables y bellas de los últimos años. Los actores, siempre un punto fuerte en Campanella, refuerzan considerablemente la sensación de verosimilitud del film. Darin, Alterio, Verbeke (aguantando solita dos de las mejores escenas), Blanco y Norma Aleandro transmiten sinceridad en cada palabra, en cada mirada. Están soberbios. Pero el guión… el guión es extraordinario. La construcción del drama aderezado con una notable carga social y gran sentido del humor, diálogos ágiles, ingeniosos y cotidianos e historias centradas en la clase media le distancian de casi cualquier propuesta actual, dotando de gran personalidad las obras del director argentino. El personaje principal, Rafael, vuelve a ser otro personaje campanelliano 100%. Un retrato emotivo de un hombre metido en los 40 en plena crisis personal que tiene que replantearse la vida simplemente para sobrevivir o para dejarse consumir por ella. Campanella esta muy acertado con la cámara, haciendo que el guión se crezca si cabe. Hay escenas magníficas en su planificación, como la primera visita de Rafael y Nino a Norma, en el que contraste de color, de diálogos, de interpretaciones es simplemente brillante, abordando con una enorme sutileza el abismo que separa a Rafael de sus padres. Serian más las virtudes de esta obra maestra, pero solo destacare una más: el trabajo de Illarramendi en la banda sonora, sencilla, delicada y llena de poesía. En definitiva una película obligada por su elevadísima calidad y su fondo humano que se adentra en un género que por desgracia no esta precisamente de moda. Una auténtica maravilla.
Si El niño que gritó puta me conmocionó, El hijo de la novia me emocionó. El inicio de la película apunta a un guión lleno de tópicos, trucos emocionales, lágrimas fáciles. Pero según va transcurriendo empiezo a ser consciente de mi piel: caray, me estoy emocionando, me está enganchando, sonrío, me emociono, …… me muevo, aleluya ¡¡estoy viva!!.
No sé cómo sería esta película con otros actores, el nivel interpretativo es estremecedor. A Ricardo Darín le reprocho lo mal que vocaliza, pero interpretativamente está de lujo. Hector Alterio es una de mis debilidades, pero más allá de subjetividades es un dios actuando. Norma Aleandro tiene una clase, una elegancia interpretando que no deja de asombrar. Natalia Verbeke…. la primera vez que la reconozco como una actriz. Eduardo Blanco da una gran dignidad a su difícil papel en este guión teñido de drama: le da humor y ternura a su personaje.
Película recomendable, si se supera los primeros compases de la película (casi) nadie se arrepentirá de ver esta película.
Gracias, Zoquete, por tu crítica. Me exime de decir más. Los argentinos, que andamos tan mal en tantas cosas, hemos sabido rescatar el arte de la cinematografía. Hemos dijo el mosquito, pero bueno… Campanella es nuestro y Darín supernuestro. Norma Aleandro es nuestra señora de la escena . Y Héctor Alterio, aunque lo haya convencido de quedarse allá, viviendo en Chinchón y honrando el arte español, TAMBIÉN ES NUESTRO… Y qué grande están todos…! Y qué triste para quienes hemos tenido a nuestro lado a un ser amado con Alzheimer!
Un homenaje para ellos y para todo el dolor que perdieron el derecho a sentir.